Las mil y una noches:106
PERO CUANDO LLEGO LA 75ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú, la esposa del chambelán, encargó al eunuco: "Ve a rogarle que cante algunos versos sobre la amargura de la separación". Y el eunuco fué a dirigirle el ruego que le había ordenado su ama. Entonces Daul'makán, sentado no lejos de la tienda, apoyó la mejilla en la mano, y mientras la luna iluminaba a la gente dormida, su voz se elevó entre el silencio:
En mis versos, de rimas melodiosas, he cantado suficientemente la amargura de la ausencia y el triunfo de aquella cruel con cuyo alejamiento he sufrido tanto.
Ahora he engarzado en un hilo de oro mis versos, admirablemente labrados, y quiero solamente cantar las cosas de alegría y la expansión del alma.
Los jardines perfumados de rosas, las gacelas de ojos negros, las cabelleras de las gacelas.
La cruel fué al jardín de mis delicias, sus mejillas las rosas del jardín, sus pechos las peras y las granadas, y su carne la miel y el rocío.
Pero en adelante, quiero pasar tranquilamente la vida con tiernas vírgenes, flexibles como las ramas nuevas, y entre beldades intactas como perlas que no se han perforado.
Al son de los laúdes melodiosos, bebiendo la copa en las manos del escanciador, en las praderas de rosas y narcisos.
Y aspiraré todos los perfumes de la carne, y sorberé la delicada saliva de los labios, prefiriendo los gruesos y de rojo obscuro.
Y mis miradas reposarán en sus miradas. ¡Y nos sentaremos cerca del agua cantora de mis jardines!
Cuando Daul'makán acabó de cantar este poema, Nozhatú que lo había oído extasiada, no pudo contenerse más, y levantando la cortina, sacó la cabeza fuera y miró al cantor a la claridad de la luna. Y exhaló un gran grito al reconocer a su hermano. Y corrió hacia él con los brazos tendidos, gritando: "¡Oh hermano mío! ¡Oh Daul'makán!"
Y Daul'makán miró a la joven, y reconoció en seguida a su hermana Nozhatú. Y se echaron uno en brazos de otro, se besaron, y después cayeron desmayados los dos.
El eunuco, al ver todo esto, llegó al límite del asombro, quedándose completamente estupefacto. Pero se apresuró a coger una colcha, y la echó respetuosamente encima de los dos, para resguardarlos de miradas indiscretas. Y aguardó a que volvieran de su desmayo.
Pronto volvió en sí Nozhatú, y después Daul'makán. Y Nozhatú en aquel momento olvidó todas sus penas pasadas, y en el límite de la felicidad, recitó estas estrofas:
Habías jurado ¡oh Destino! que mis penas no acabarían nunca. Y he aquí que te he obligado a violar tu juramento.
Porque ahora mi dicha es completa, pues el amigo está a mi lado. Y tú, Destino, serás el esclavo que nos servirás, levantando los faldones de tu ropón...
Al oír esto, Daul'makán estrechó a su hermana contra su corazón, y entre lágrimas de alegría que humedecían sus párados, recitó estas estrofas:
La dicha ha penetrado en mí tan intensamente, que el llanto brota de mis ojos.
¡Ojos míos, os habéis acostumbrado a las lágrimas; ayer llorábais de pena, y hoy lloráis de felicidad!
Entonces Nozhatú invitó a su hermano a entrar en la tienda, y le dijo: "¡Oh hermano mío! cuéntame todo lo que te ha ocurrido, para que a mi vez te refiera mi historia". Pero Daul'makán dijo: "¡Cuéntame primero tu historia!" Entonces Nozhatú refirió a su hermano todo cuanto le había sucedido sin omitir ningún detalle. Y no es útil repetirlo.
Después añadió: "En cuanto a mi esposo el chambelán, lo conocerás dentro de un momento; y te tratará muy bien, porque es muy buen hombre. Pero ahora apresúrate a contarme todo lo que te ha sucedido desde que te dejé enfermo en el khan de la ciudad santa". Y Daul'makán se apresuró a contarle su historia, y terminó de este modo: "Y no me cansaré de decirte lo bueno que ha sido para mí ese buen hombre, el encargado del hammam, pues se ha gastado conmigo todo el dinero que tenía ahorrado, me ha servido noche y día, y se ha portado como un padre, un hermano o un amigo muy adicto. Y ha llevado su desinterés hasta privarse de su alimento para dármelo, y me ha cedido su borrico para que yo lo montase, mientras que él lo guiaba y me sostenía.
Y realmente, si vivo, a él se lo debo". Entonces Nozhatú dijo: "¡Si Alah quiere, sabremos recompensar sus buenos servicios todo cuanto podamos!"
En seguida llamó al eunuco, que acudió al momento, y besó la mano de Daul'makán y se quedó en pie delante de él. Y Nozhatú le dijo: "Ya que has sido el primero en anunciarme la buena nueva, te vas a quedar con la bolsa de los mil dinares. Ve ahora a avisar a tu amo".
Entonces el eunuco, muy contento con todo aquello, se apresuró a llamar a su amo, que no tardó en presentarse en la tienda de su esposa. Y llegó al límite de la sorpresa viendo allí a un joven desconocido, y a mayor abundancia, a media noche. Pero Nozhatú se apresuró a contarle su historia, desde el principio hasta el fin, y añadió: "Así es, oh chambelán, mi esposo! que en vez de casarte con una esclava, como creías, te has casado con la propia hija del rey Omar Al-Nemán, Nozhatú'zamán. ¡Y he aquí a mi hermano Daul'makán!" Cuando el gran chambelán oyó esta historia extraordinaria, cuya veracidad no puso en duda un momento, llegó al límite de la satisfacción al verse convertido en el propio yerno del rey Omar Al-Nemán, y dijo para sí:
"Con esto me nombrarán lo menos gobernador de una provincia de entre las provincias". Después se acercó respetuosamente a Daul'makán, y le colmó de enhorabuenas y felicitaciones por la terminación de todos sus males y por haber encontrado a su hermana. Y quiso que levantaran una tienda para el nuevo huésped, pero Nozhatú le dijo: "Es inútil, puesto que estamos a tan poca distancia de nuestro país, y además, como hace tanto tiempo que mi hermano y yo no nos hemos visto, queremos vivir en la misma tienda, viéndonos a todas horas".
Y el chambelán respondió: "¡Que se haga según tu deseo.” Después salió para dejarlos en libertad, y les envió candelabros, jarabes, frutas y toda clase de dulces con que habían cargado dos mulos y un camello antes de salir de Damasco, para repartirlos entre los personajes de Bagdad. Y mandó a Daul'makán tres trajes de los más suntuosos, y que le preparasen un magnífico dromedario enjaezado con gualdrapas multicolores. Y se puso a pasear de arriba abajo y por delante de su tienda, dilatado el pecho por la alegría, pensando en el honor que le había concedido Alah y cuánta era su importancia presente y su grandeza futura.
Y llegada la mañana, se apresuró a ir a la tienda de su mujer a saludar a su cuñado. Y Nozhatú le dijo: "¡Oh esposo mío! No olvidemos al encargado del hammam; ordena al eunuco que le prepare una buena cabalgadura, y que cuide de servirle el almuerzo y la comida. ¡Y sobre todo, que no se aparte de nosotros!" Y el chambelán así se lo hizo saber al eunuco, que contestó: "¡Escucho y obedezco!"
En seguida el eunuco, acompañándose de otros servidores del chambelán, corrió en busca del encargado. Y al fin lo halló en lo último de la caravana, temblando de miedo y ensillando el borrico para huir. Así es que apenas vió al eunuco y a los esclavos que corrían hacia él, se sintió morir, se puso muy pálido, y sus rodillas chocaban una con otra, y todos sus músculos se estremecieron de terror. Y supuso que Daul'makán lo había acusado para disculparse, porque el eunuco le gritó: "¡Oh grandísimo embustero...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.