Las mil y una noches:161

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Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 161: Y cuando llegó la 130ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 130ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el gran visir Dandán, luego de contar esta historia al rey Daul'makán durante el sitio de Constantinia, comenzó a relatarle su continuación, en la que Aziz está íntimamente mezclado con todas las cosas maravillosas y sorprendentes que vamos a ver.

HISTORIA DE LA PRINCESA DONIA CON EL PRINCIPE DIADEMA[editar]

"Cuando el príncipe Diadema hubo oído esta admirable historia, y se enteró de cuán deseable y cuán interesante era la princesa Donia, y de cuán bellas cualidades poseía, así como su sapiencia en el arte del bordado, sintió dominado su corazón por un amor desbordante, y resolvió hacer todo lo posible para llegar junto a la princesa.

Y llevó con él al joven Aziz, del cual ya no quería separarse. Montó otra vez a caballo, y emprendió nuevamente el camino de la ciudad de su padre el rey Soleimán-Schah, señor de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán.

Lo primero que hizo fué poner a disposición de su amigo Aziz una hermosa casa que de nada carecía. Y cuando se cercioró de que Aziz tenía cuanto pudiera convenirle, marchó al palacio, se encerró en su habitación, negándose a recibir a nadie, y lloró amargamente. Porque las cosas que se oyen impresionan tanto como las que se ven o sienten.

Cuando su padre el rey Soleimán-Schah le vió tan pálido y tan acongojado, comprendió que Diadema tenía el alma llena de pesares y zozobras. Y le preguntó: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío! para cambiar así de color y estar tan afligido?"

Y el príncipe Diadema le contó que estaba enamorado de la princesa Donia, profundamente enamorado, aunque no la había visto jamás, pues para su pasión bastaba el relato de Aziz al describirle su andar gracioso, sus perfecciones, sus ojos y su maravilloso arte de bordar animales y flores.

Al recibir esta noticia, el rey Soleimán-Schah llegó al límite de la inquietud, y dijo al príncipe: "¡Hijo mío! esas Islas del Alcanfor y el Cristal son un país muy lejano del nuestro, y aunque sea tan maravillosa esa princesa Donia, advierte que en nuestra ciudad y en el palacio de tu madre encontrarás jóvenes hermosísimas y esclavas atrayentes, originarias de todas las comarcas del mundo. Llégate, pues, al aposento de las mujeres, y entre las quinientas esclavas que allí verás, más hermosas que lunas, elige las que más te agraden. Y si a pesar de todo ninguna de esas mujeres llegase a gustarte, pediré para ti como esposa a una hija entre las hijas de los reyes de los países vecinos. ¡Y te prometo que será mucho más bella y mucho más instruida que la misma princesa Donia!"

Pero el príncipe insistió: "¡Oh padre mío! sólo deseo por esposa a la princesa Donia, la que sabe dibujar y bordar gacelas tan admirablemente sobre el brocado. Mi amor no tiene remedio, y si no la consigo, huiré de mi país, de mis amigos y de mi casa, y me suicidaré por causa de ella".

Entonces su padre, viendo que era muchísimo peor contrariarle, le dijo: "En ese caso, ¡oh hijo mío! ten un poco de paciencia, y dame tiempo para que pueda enviar al rey de las Islas del Alcanfor y el Cristal una diputación que vaya a pedirle la mano de su hija, según el ceremonial que desde antiguamente se acostumbra, y que se empleó para mí cuando me casé con tu madre. Y si se negase, abriré la tierra por debajo de él, y haré que caiga sobre su cabeza todo su reino en ruinas, invadiendo y devastando sus comarcas con un ejército tan numeroso, que al desplegarse llegaría su vanguardia a las Islas del Alcanfor, cuando la retaguardia estuviera todavía detrás de las montañas de Ispahán, frontera de mi imperio".

Después de esto, el rey mandó llamar al joven mercader Aziz, amigo de Diadema, y le dijo: "¿Conoces el camino de las Islas del Alcanfor y el Cristal?" El otro contestó: "Lo conozco", y el rey dijo: "Me alegraría muchísimo que acompañases a mi gran visir, al cual envío de embajador cerca del rey de aquella comarca". Y Aziz contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡Escucho y obedezco!"

Entonces el rey Soleimán llamó al gran visir, y le dijo: "Arregla este asunto como te parezca mejor, pero es indispensable que vayas a las Islas del Alcanfor y el Cristal para pedir a la princesa Donia por esposa de Diadema". Y el visir respondió oyendo y obedeciendo. Y mientras tanto, el príncipe se retiró a su morada, recitando estos versos del poeta sobre los pesares de amor:

¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá mi dolor y os cantará la elegía llena de lágrimas que modula en mi corazón la tristeza!
¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá que soy el pastor cuyos ojos cuentan las estrellas, mientras que por sus mejillas cae el granizo del llanto!
¡Aunque mi corazón se desborde en deseos, me veo solo en el mundo, como la mujer de caderas fecundas que no halla la simiente de gloria!

Y el príncipe pasó muy pensativo toda la noche, negándose a tomar alimento y no pudiendo dormir.

En cuanto apareció el día, se apresuró el rey a ir en su busca, y al ver cuán desmejorado estaba, mandó apresurar los preparativos de la marcha, colmando a Aziz y al visir de ricos presentes para el rey de las Islas del Alcanfor y el Cristal, y para todos los de su séquito. Y en seguida se pusieron en camino.

Y viajaron días y noches, hasta que llegaron a la vista de las Islas del Alcanfor y el Cristal.

Entonces armaron las tiendas a orillas de un río, y el visir despachó un correo para anunciar al rey su llegada.

Y aun no había acabado el día, cuando vieron venir a los chambelanes y emires del rey, que después de las zalemas y saludos de bienvenida, los acompañaron hasta el palacio.

Y el visir y Aziz entraron en palacio, y se presentaron al rey haciéndole entrega de los regalos de su señor Soleimán, y el rey los apreció mucho, diciéndoles: "¡Los agradezco con todo el corazón de amigo, y sobre mi cabeza y mis ojos!" Y enseguida, según costumbre, se retiraron Aziz y el visir, y pasaron cinco días en palacio descansando de las fatigas del viaje.

A la mañana del quinto día, el visir se vistió su traje de honor, y se presentó ante el trono del rey, y le sometió la petición de su señor rey Soleimán, aguardando respetuosamente la respuesta.

Al oír las palabras del visir, el rey quedó muy pensativo, bajó la cabeza muy inquieto y meditabundo, y permaneció largo tiempo sin saber qué contestar al enviado del poderoso rey de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Pues sabía por experiencia que su hija odiaba el matrimonio, y que la petición iba a ser rechazada, como ya lo habían sido otras que le habían dirigido los principales príncipes de los reinos vecinos y de todas las tierras de los alrededores.

Por fin el rey acabó por levantar la cabeza, hizo una seña al jefe de los eunucos para que se acercase, y le dijo: "Ve a buscar a tu señora la princesa Donia, preséntale los respetos del visir y los regalos que nos trae, y repítele lo que acabas de oír de su boca". Y el eunuco besó la tierra entre las manos del rey, y desapareció.

Al cabo de una hora volvió con una nariz tan larga que le llegaba a los pies, y dijo: "¡Oh rey de los siglos y del tiempo! me he presentado ante mi ama la princesa Donia, y apenas formulé la petición, se le llenaron de ira los ojos, se incorporó, cogió una maza y corrió hacia mí para romperme la cabeza. Y me apresuré a huir a toda prisa, pero me persiguió a través de los corredores, gritando: "¡Si mi padre quiere obligarme al matrimonio, sepa que mi marido no tendrá tiempo para verme la cara, pues le mataré antes con mis propias manos, y enseguida me mataré yo!"

Al oír estas palabras del jefe de los eunucos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente aplazó el relato hasta el otro día.