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Las mil y una noches:171

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Las mil y una noches - Tomo II
de Anónimo
Capítulo 171: Pero cuando llegó la 140ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 140ª NOCHE

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Ella dijo:


... se subió a la cima de un peñasco, y con toda su voz clamó: "¡Oh, caminante entre las tinieblas de la noche! ¡Por favor! ¡Acércate aquí! ¡Oiga yo tu historia, que debe parecerse a la mía! ¡Y nos consoláremos mutuamente!"

Después se calló.

Pasados algunos momentos, la voz que había cantado dijo: "¡Oh tú que me llamas! ¿Quién eres? ¿Hombre de la tierra o genio subterráneo? ¡Si eres genio, sigue tu camino, pero si eres hombre, aguarda la aparición de la luz, porque la noche está llena de emboscadas y traiciones!"

Oídas estas palabras, Kanmakán dijo para sí: "¡Por mi alma, el que ha hablado es un hombre cuya aventura se parece extraordinariamente a la mía!" Y permaneció allí sin moverse hasta la aparición de la mañana.

Entonces vió avanzar hacia él, a través de los árboles del bosque, un hombre vestido como los beduinos del desierto, alto y armado de un alfanje y un escudo. Se levantó y le saludó; y el beduino le devolvió el saludo, y después de las fórmulas acostumbradas, le preguntó el beduino, pasmado de su juventud: "¡Oh joven a quien no conozco! ¿Quién eres? ¿A qué tribu perteneces? ¿Cuáles son tus parientes entre los árabes? Verdaderamente, a tu edad no se acostumbra viajar solo por la noche y por estas comarcas en que sólo se ven grupos armados. Cuéntame, pues, tu historia".

Y Kanmakán dijo: "Mi abuelo era el rey Omar Al-Nemán; mi padre el rey Daul'makán, y yo soy Kanmakán, que se abrasa en amor por su prima la princesa Fuerza del Destino".

Entonces el beduino dijo: "Pero ¿cómo es que siendo rey, ¡hijo de rey! vas vestido como un saalik y viajas sin una escolta digna de tu categoría?" El otro respondió: "Porque he de crearme esa escolta yo mismo, y empiezo por rogarte que seas el primero que formes parte de ella".

Oídas estas palabras, el beduino se echó a reír y le dijo: "Hablas, muchacho, como si fueras un guerrero invencible o un héroe famoso por cien combates. ¡Y para demostrarte tu inferioridad, ahora mismo voy a apoderarme de ti para que me sirvas de esclavo! ¡Y entonces, si verdaderamente tus padres son reyes, tendrán con qué pagar tu rescate!"

Kanmakán sintió entonces que el furor le brotaba de los ojos, y dijo al beduino: "¡Por Alah! ¡Nadie pagará mi rescate más que yo mismo! ¡Guárdate, pues, beduino! ¡Tus versos me habían hecho creer que tenías otros modales!

Y Kanmakán se lanzó contra el beduino, el cual, pensando que vencerle era cosa de juego, le aguardaba sonriente. ¡Pero cuán equivocado estaba! Efectivamente, Kanmakán se había erguido, bien afirmado sobre sus piernas, más sólidas que montañas y más aplomadas que alminares. Y con sus brazos poderosos apretó contra sí al beduino, ¡hasta hacerle crujir la osamenta y vaciarle las entrañas!

Y súbitamente, lo levantó a pulso, y llevándolo de este modo corrió hacia el río. Y el beduino, espantado al ver semejante fuerza en un niño, exclamó: "¿Pero qué vas a hacer?" Kanmakán contestó: "¡Voy a precipitarte en ese río, que te llevará hasta el Tigris; el Tigris te llevará hasta el Nahr-Issa; el Nahr-Issa hasta el Eufrates, y el Eufrates hasta tu tribu, para que pueda juzgar tu valentía y tu heroísmo!" Y el beduino, en el momento en que Kanmakán lo levantaba más aún en el aire para echarlo al río, exclamó: "¡Oh joven heroico! ¡Por los ojos de tu amada Fuerza del Destino te ruego que me perdones la vida! ¡Si lo haces así, seré el más sumiso de tus esclavos!"

Entonces Kanmakán lo dejó en tierra, y le dijo: "¡Me has desarmado con ese juramento!" Y se sentaron ambos a la orilla del río. Entonces el beduino sacó de su alforja un pan de cebada, lo partió, dió la mitad a Kanmakán con un poco de sal, y su amistad se consolidó para siempre.

Enseguida Kanmakán le preguntó: "Compañero: ahora que sabes quién soy, ¿quieres decirme tu nombre y el de tus padres?" Y el beduino dijo: "Soy Sabah ben-Remah ben-Hemam, de la tribu de Taim, en el desierto de Scham. Y he aquí mi historia en pocas palabras:

"Era yo de muy corta edad cuando murió mi padre. Y fui recogido por mi tío y criado en su casa, al mismo tiempo que su hija Nejma. Y me enamoré de mi prima Nejma, y Nejma se enamoró de mí. Y cuando tuve edad para casarme, la quise por esposa; pero su padre al verme pobre y sin recursos, no consintió nuestra boda. Pero ante las amonestaciones de los principales jefes de la tribu, mi tío se allanó a prometerme a Nejma por esposa con la condición de ofrecerle una dote compuesta de cincuenta caballos, cincuenta camellos, diez esclavos, cincuenta cargas de trigo y cincuenta de cebada, y más bien más que menos. Entonces comprendí que la única manera de constituir la dote de Nejma era salir de mi tribu e irme lejos para atacar a los mercaderes y saquear las caravanas. Y tal es la causa de que anoche estuviese en el sitio donde me oíste cantar. Pero ¡oh, compañero! ¿Qué vale esa canción si se la compara con la belleza de mi prima Nejma? Porque el que ve a Nejma, aunque solo sea una vez, se siente con el alma llena de bendición para toda la vida".

Y dichas estas palabras, calló el beduino.

Entonces le dijo Kanmakán: "¡Ya sabía yo, ¡oh compañero! que tu historia debía parecerse a la mía! ¡Así es que en adelante vamos a combatir juntos y a conquistar a nuestras amantes con el fruto de nuestras hazañas!"

Y al acabar de decir estas palabras, se alzó a lo lejos una polvareda que se acercó rápidamente; y ya disipada, apareció ante ellos un jinete cuya cara estaba amarilla como la de un moribundo, y cuyo traje estaba manchado de sangre. Y el jinete exclamó: "¡Oh musulmanes! un poco de agua para lavar mi herida. ¡Sostenedme, porque voy a exhalar el alma! ¡Auxiliadme, y si muero, será para vosotros mi caballo!"

Y efectivamente, el caballo no tenía igual entre todos los caballos de las tribus, y su perfección dejaba asombrados a cuantos lo miraban, pues reunía las cualidades de un caballo del desierto. Y el beduino, que como todos los de su raza entendía de caballos, exclamó: ¡"Verdaderamente, tu caballo es uno de esos que ya no se ven en nuestro tiempo!"

Y Kanmakán dijo: "¡Oh jinete, alárgame el brazo para que te ayude a bajar!". Y cogiéndolo lo colocó suavemente en el césped, y después le preguntó: "¿Pero qué tienes y qué herida es ésa?" Y el jinete se despojó el traje y mostró la espalda, que era toda ella una herida enorme, de la cual se escapaban oleadas de sangre.

Entonces Kanmakán se inclinó junto a él, y le lavó solícitamente las heridas, cubriéndolas con hierba fresca. Después le dió de beber, y le dijo: "¿Pero quién te ha puesto así, ¡oh hermano en infortunio!?"

Y el hombre dijo: "Sabe, ¡oh tú el de la mano caritativa! que ese hermoso caballo que ahí ves es la causa de que me halle en este estado. Ese caballo era propiedad del rey Afridonios, señor de Constantinia; y su reputación había llegado a todos nosotros los árabes del desierto.

Pero un caballo de esta clase no debía permanecer en las cuadras de un rey descreído, y fui designado por los de mi tribu para apoderarme de él en medio de los guardias que lo cuidaban, velando noche y día. Partí enseguida y llegué de noche a la tienda donde guardaban el caballo. Me hice amigo de los guardias, y aproveché que me preguntaran mi opinión acerca de él, y que rogaran que lo probase, para montarlo de un brinco y hacerlo salir al galope dándole latigazos.

Pasada su sorpresa, me persiguieron los guardias a caballo, lanzándome flechas, varias de las cuales me hirieron en la espalda. Pero mi caballo seguía galopando, más rápido que las estrellas errantes, y acabó por ponerme completamente fuera del alcance de mis perseguidores.

Hace tres días que estoy montado en él; ¡pero he perdido la sangre, se han agotado para siempre mis fuerzas, y siento que la muerte me cierra los párpados! Y puesto que me has socorrido, el caballo te corresponde a ti en cuanto yo muera. Se llama El-Katul El-Majnún, y es el ejemplar más bello de la raza de El-Ajuz.

"Pero antes, ¡oh joven cuyo traje es tan pobre como noble tu cara! hazme el favor de subirme a la grupa y llevarme hasta mi tribu, para que muera en la tienda en que nací".

Al oír estas palabras, dijo Kanmakán: "¡Oh hermano del desierto! pertenezco a un linaje en que la nobleza y la bondad son una costumbre. ¡Y aunque el caballo no fuera para mí, te haría el favor que me pides!"

Se acercó enseguida al árabe para levantarlo, pero exhaló un largo suspiro, y dijo: "Aguardad por favor: temo que el alma se me desangra, y voy a decir mi acto de fe". Y cerró a medias los ojos, extendió la mano con la palma hacia el cielo, y dijo:

"¡Afirmo que no hay más Dios que Alah! ¡Y afirmo que nuestro señor Mahomed es el enviado de Alah!"

Y después de haberse preparado a la muerte, entonó este canto, que fueron sus últimas palabras:


¡He recorrido el mundo al galope de mi caballo, sembrando por el camino la sangre y la carnicería! ¡He franqueado torrentes y montañas para el robo, el homicidio y el libertinaje!

¡Muero como viví, errante a lo largo de los caminos, herido por aquellos a quienes acabo de vencer! ¡Abandono el fruto de mis trabajos a orillas de un torrente, muy lejano de mi suelo natal!

Y sabe, ¡oh extranjero que heredas el único tesoro del beduino! ¡Que mi alma se tranquilizará si supiese que mi corcel Katul ha de tener en ti un jinete digno de su belleza!

Apenas el árabe hubo acabado este canto, abrió convulsivamente la boca, exhaló un estertor profundo, y cerró los ojos para siempre. Y Kanmakán y su compañero abrieron una huesa y enterraron al muerto. Después de rezar las oraciones de costumbre, partieron juntos en busca de su destino por el camino de Alah.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y aplazó para el otro día la continuación de su relato.