Las mil y una noches:216

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 216: Pero cuando llegó la 194ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 194ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.

Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones del regreso, le pidió pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió lo que había sabido, que entristeció mucho a Marzauán, porque se había criado con Budur y la quería con un cariño mayor del que suelen experimentar los hermanos por las hermanas. Reflexionó durante una hora, y después levantó la cabeza y le dijo a su madre: "¿Podrías hacerme entrar en su aposento secretamente para que trate de ver si conozco el origen de su mal y si tiene remedio o no?" Y su madre le dijo: "Difícil es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo deseas, apresúrate a vestirte de mujer y a seguirme". Y Marzauán se preparó inmediatamente, y disfrazado de mujer, siguió a su madre al palacio.

Cuando llegaron a la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso prohibir la entrada a la mujer que no conocía, pero la vieja, le deslizó en la mano un buen regalo, y le dijo: "¡Oh jefe del palacio! ¡La princesa Budur, que está tan enferma, me ha expresado el deseo de ver a ésta mi hija, que es su hermana de leche! Dejadnos pasar, pues, ¡oh padre de la cortesía!" Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras como satisfecho por el regalo, respondió: "¡Entrad pronto, pero no os entretengáis!" Y entraron ambos.

Cuando Marzauán llegó a presencia de la princesa, se levantó el velo que le cubría el rostro, se sentó en el suelo, y sacó de debajo de la ropa un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía a sacar el horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se arrojó a su cuello y le besó con ternura, pues le había reconocido en seguida. Luego le dijo: "¿Cómo, hermano Marzauán, crees también en mi locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo que dijo el poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su alcance:

Han dicho: "¡Está loca! ¡Oh juventud perdida!"

Yo les digo: "¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en eso se diferencian de la muchedumbre vulgar, que se ríe de sus acciones!"

Y les digo también: "¡Mi locura no tiene más que un remedio, y es el regreso de mi amigo!"

Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba sencillamente enamorada, y que esta era toda su enfermedad. Y le dijo: "El hombre sagaz sólo necesita una seña para enterarse. ¡Apresúrate a contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y el mediador para tu salvación!"

Entonces Budur le refirió minuciosamente toda la aventura, que no ganaría nada con que la repitiéramos. Y prorrumpió en llanto, diciendo: "¡He aquí mi triste suerte, ¡oh Marzauán! y ya no vivo más que llorando noche y día, y apenas los versos de amor que recito consiguen refrescar un poco la quemadura de mi hígado!"

Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y durante una hora se sumió en sus pensamientos. Después levantó la cabeza, y dijo a la desolada Budur: "¡Por Alah! Veo claro que tu historia es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de entender. Sin embargo, tengo esperanzas de curar tu corazón dándote la satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con paciencia hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me veas junto a ti, será aquel en que te habré traído de la mano a tu amante!"

Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación de la princesa, su hermana de leche, y el mismo día se fué de la ciudad del rey Ghayur.

Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad en ciudad y de isla en isla, y por todas partes no oía a la gente hablar en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de Sett-Budur.

Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó a una gran ciudad, situada a orillas del mar, y que se llamaba Tarab, y dejó de oír a la gente hablar de Sett-Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de la historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca, que se llamaba Kamaralzamán. Y Marzauán hizo que le contaran los pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en todos sus puntos a los que ya sabía de Sett-Budur, que se enteró con exactitud del lugar en que se encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal sitio estaba muy lejos, y que a él llevaban dos caminos: uno por tierra y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de Khaledán, en el cual encontrábase Kamaralzamán; por mar, no se tardaba más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar, escogió la vía marítima, embarcándose en un buque que salía precisamente para las islas del reino de Khaledán.

La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favorable durante toda la travesía; pero el mismo día que llegó a la vista de la capital del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar y proyectó al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin remedio en un peñasco tajado. Pero Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber nadar a la perfección, y de todos los pasajeros fué el único que pudo salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza de la corriente le arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en que estaba edificado el palacio que habitaba Kamaralzamán con su padre.

Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido a dar cuenta al rey del estado del reino, estuviera mirando por la ventana que daba al mar, y al ver a aquel joven que arribaba de tal manera, mandó a los esclavos que fuesen a socorrerle, y se lo trajeran, no sin haberle proporcionado ropa para mudarse y darle de beber un vaso de sorbete para calmar su espíritu.

A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir. Y como era bien formado y de aspecto gentil, agradó en seguida al gran visir, que se puso a interrogarle, y pronto se dió cuenta de lo extenso de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: "¡Seguramente debe de estar versado en la medicina!" Y le dijo: "¡Alah te ha guiado aquí para curar a un enfermo a quien quiere mucho su padre...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.