Las mil y una noches:221

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Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 221: Y cuando llegó la 206ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 206ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...y te daré de beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores".

Kamaralzamán contestó: "Tenemos que marcharnos mañana, ¡oh Budur!, a mi país, cuyo rey, mi padre está enfermo. ¡Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando!"

Budur contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y aunque todavía era de noche, se levantó enseguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harem, y a quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.

El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco a aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo: "¿Qué desastre vienes a anunciarme, ¡oh cara de alquitrán!?"

El eunuco contestó: "¡La princesa Budur desea hablar contigo!" El contestó: "Aguarda que me ponga el turbante". Después de lo cual salió, y dijo a Budur: "Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado para estar en movimiento a estas horas?"

Ella contestó: "¡Oh padre mío! ¡Vengo a pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán!" El rey dijo: "¡No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año!" Ella dijo: "¡Sí, por cierto!" Y dió las gracias a su padre por el permiso besándole la mano, y llamó a Kamaralzamán, que también le dió las gracias.

Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho a su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes y los acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó a la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó seguir su camino.

Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron el primer día, y el segundo y el tercero, y así sucesivamente hasta el día trigésimo. Llegaron entonces a un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar un día o dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto a una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta entró en seguida en ella, tomó un bocado y no tardó en dormirse.

Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del silencio y la soledad, penetró a su vez en la tienda, y vió dormida a su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la torre.

Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera camisa; y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.

Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:

¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexible, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!


Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:

¡Durmiente! ¡Magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina! ¡Ah! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar a tus senos!
¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!
¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!

Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinose, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió y vió que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: "¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado con tanto esmero, ni lo habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!"

Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vió que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.


Aclaración[editar]

El traductor une en este capítulo las noches 205 y 206.