Las mil y una noches:328
Y CUANDO LLEGO LA 335ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:
- ¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido y pupilas de fuego!
- ¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color de clara de huevo!
- ¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de una cabellera del mismo color!
"Y dijo otro poeta:
- ¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo extrañéis, oh amigos míos!
- ¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!
"Dijo asimismo otro:
- ¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
- ¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la luna! ¡Color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
- "Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos, les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería bastarte, oh blanca!
Pero oye lo que dice el poeta:
- ¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
- ¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!
"Y otro dijo:
- ¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La mañana nos encontró abrazados todavía!
- ¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no separarme nunca del amigo!
- "De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"
Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes estos versos del poeta:
- ¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no es despreciable más que por ser blanco?
- ¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del odio mientras se hace poco caso de la blanca!
Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente, ¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a otras dos!"
Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio. Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la primera.
Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.