Las mil y una noches:359
HISTORIA DEL HERMOSO JOVEN TRISTE
[editar]El joven de semblante dulce y triste que lloraba entre las dos tumbas dijo entonces al joven rey Belukia:
"Has de saber ¡oh hermano mío! que también soy yo un hijo de rey, y es mi historia tan extraña y tan extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección saludable a quien la leyera con simpatía. ¡No quiero, pues, dejar pasar más tiempo sin contártela!"
Calló por algunos instantes, secó sus lágrimas, y con la frente apoyada en la mano, comenzó así esta maravillosa historia:
"Nací, ¡oh hermano mío! en el país de Kabul, donde reina mi padre, el rey Tigmos, jefe de los Bani-Schalán y del Afghanistán. Mi padre, que es un rey muy grande y muy justiciero, tiene bajo su soberanía a siete reyes tributarios, de los cuales cada uno es señor de cien ciudades y de cien fortalezas. Manda, además, mi padre, en cien mil jinetes valerosos y en cien mil bravos guerreros. En cuanto a mi madre, es la hija del rey Bahrawán, soberano del Khorassán. Mi nombre es Janschah.
Desde mi infancia hizo mi padre que se me instruyera en las ciencias, en las artes y en los ejercicios corporales, de modo que a la edad de quince años me contaba yo entre los mejores jinetes del reino, y dirigía las cacerías y las carreras montado en mi caballo, más veloz que el antílope.
Un día entre los días, durante una cacería en la que se encontraban mi padre el rey y todos sus oficiales, después de estar tres días en las selvas y de matar muchas liebres, a la caída de la tarde vi aparecer, a algunos pasos del lugar en que me hallaba con siete de mis mamalik, una gacela de elegancia extremada. Al advertirnos, ella se asustó, y huyó saltando con toda su ligereza. Entonces yo, seguido por mis mamalik, la perseguí durante varias horas; de tal suerte llegamos a un río muy ancho y muy profundo, donde creímos que podríamos cercarla y apoderarnos de ella. Pero tras una corta vacilación, se tiró al agua v empezó a nadar para alcanzar la otra orilla. Y nosotros nos apeamos vivamente de nuestros caballos, los confiamos a uno de los nuestros, nos abalanzamos a una barca de pesca que estaba amarrada allí, y maniobramos con rapidez para dar alcance a la gacela. Pero cuando llegamos a la mitad del río, no pudimos dominar ya nuestra embarcación, que arrastraron a la deriva el viento y la poderosa corriente, en medio de la oscuridad que aumentaba, sin que nuestros esfuerzos pudiesen llevarnos por buen camino. Y de aquel modo fuimos arrastrados durante toda la noche con una rapidez asombrosa, creyendo estrellarnos a cada instante contra alguna roca a flor de agua o cualquier otro obstáculo que se alzase en nuestra ruta forzosa. Y aquella carrera aún duró todo el día y toda la noche siguientes. Y sólo al otro día por la mañana pudimos desembarcar al fin en una tierra a la que nos arrojó la corriente.
Mientras tanto, mi padre, el rey Tigmos, se enteró de nuestra desaparición al preguntar al mameluco que guardaba nuestros caballos. Y cuando recibió semejante noticia, llegó a tal estado de desesperación, rompió en sollozos, tiró al suelo su corona, se mordió de dolor las manos, y envió en seguida por todas partes en busca nuestra, emisarios conocedores de aquellas comarcas inexploradas. En cuanto a mi madre, al saber mi desaparición, se abofeteó el rostro, desgarró sus vestidos, se mezo los cabellos y se puso trajes de luto.
Volviendo a nosotros, cuando arribamos a aquella tierra dimos con un hermoso manantial que corría bajo los árboles, y nos encontramos con un hombre que se refrescaba los pies en el agua, sentado tranquilamente. Le saludamos con cortesía y le preguntamos dónde estábamos. Pero sin devolvernos el saludo, nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cualquier otra ave de rapiña...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.