Las mil y una noches:373

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 373: Y cuando llegó la 376ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 376ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aquello.

Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido, y todo el inundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Al oír estas palabras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo eso?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante, algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros v hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros tantos follones sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el palacio de Khoshú -Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; contiene, además -¡ Alah persevere los días de nuestro amo el kadí!- una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para la barba del kadí, si el kadí no quisiera reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"

Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!"

Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas cáscaras de naranjas y unos huesos de aceitunas!

Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché”.

Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta por la mañana!

Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"

Entonces Schehrazada dijo: