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Las mil y una noches:404

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 404: Y cuando llegó la 404ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE

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Ella dijo:

... Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas, avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-del-Mundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.

Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo. Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para emprender de nuevo su camino.

En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.

A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:

¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
¡Las hordas de mi pasión y de mis deseos han salido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me veis, y sólo su mirada seductora causó mi perdición!

Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.

Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:

¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón y a blanquear mi cabeza en mi primera juventud!
¡Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo! ¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis penas y fatigas si lograra mi propósito.

Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.