Las mil y una noches:419

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 419: Y cuando llegó la 420ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 420ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"

Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle; pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija, cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey! no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"

¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede hacer cosa censurable?"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo rostro resplandecía como la luna llena.

En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que, precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos viole llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu padre?" Ella contestó: "¡Sí!"

Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces, si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y en este instante?"

Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"

El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo pueblo a revolverse contra ti?

Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.