Las mil y una noches:435

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 435: Pero cuando llegó la 436ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE[editar]

Ella dijo

... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.

Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"

Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.

Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"

Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.

Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.

Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y ve a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"

El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!

Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"

El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: "¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"

Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.