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Las mil y una noches:446

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 446: Pero cuando llegó la 448ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE

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Ella dijo:

... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.

Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"

Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!"

Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"

Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!"

Y también el beduino se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"

Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.

En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano".

Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.

Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.

¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!

Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"

Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.