Las mil y una noches:448

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 448: Pero cuando llegó la 450ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:

"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.

"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaba para vivir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.

"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!

"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"

Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.

"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»

"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgaba de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.

Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.