Las mil y una noches:489
Y CUANDO LLEGO LA 490ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y preseas hermosas, y suntuosamente ataviado empezó a pasearse despacio por las calles, distrayéndose y divirtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad sin par en el mundo, según creía él. Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en efecto, que todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos colores: no se veían más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes no había más que telas blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los establecimientos de los vendedores de perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl mismo era visiblemente azul. Los expendedores de sorbetes no tenían en las garrafas más que sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o violados. Y aquel descubrimiento le asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los últimos límites, fue a la puerta de un tintorero; en las cubas del tintorero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo y ninguno otro más. Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y sacó del bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh maestro de tu oficio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maestro tintorero contestó: "¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan exorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a hacer de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó: "¡En ese caso, buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos de veinte dracmas, sin rebajar ni una moneda de cobre!"
Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El otro preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte rojo?"
Abu-Kir dijo estupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco, ese tinte!" Y Abu-Kir siguió enumerándole diversos colores de tintes, sin que el maestro tintorero comprendiese lo que le decía.
Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes como él, le contestó: "En esta ciudad hay cuarenta tintoreros que formamos una corporación inasequible para todos los demás habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de nosotros. ¡En cuanto a emplear otro tinte que el azul jamás pensamos en semejante cosa!"
Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Mas de saber ¡oh maestro en tu oficio! que también yo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni siquiera sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los detalles de mi arte, y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!" El otro contestó: "¡No podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro oficio!" Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo abriera por mi cuenta una tintorería?" El otro contestó: "¡Tampoco podrás hacerlo!" Entonces no insistió más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo tintorero, luego de un tercero, y de un cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos le recibieron igual y le dieron las mismas respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de la corporación, que le contestó: "Nada puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradiciones nos prohíben que admitamos entre nosotros un extranjero".
Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de todos los tintoreros, Abu-Kir sintió que se le hinchaba de furor el hígado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le dijo: Oh rey del tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.