Las mil y una noches:544

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 544: Y cuando llegó la 545ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 545ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán. Y sin saber ya si estaba dormido o despierto ni si todo aquello era sólo una ilusión engañosa del estado en que se hallaba, Sonrisa-de-Luna empezó a caminar como en sueños, y llegó de tal suerte a la puerta de la ciudad encaramada en la cima de la colina. Y vió sentado a la entrada de una droguería un jeique de barba blanca, al cual se apresuró a desear la paz. Y el jeique, por su parte, al verle tan hermoso, quedó en extremo encantado, y se levantó, le devolvió la zalema e hizo señas a los cuadrúpedos para que se alejaran. Y se alejaron, volviendo la cabeza de vez en cuando, como para indicar la intensidad de sus penas; luego se dispersaron por todos lados y desaparecieron.

Entonces, interrogado por el viejo jeique, Sonrisa-de-Luna contó su historia en pocas palabras, y dijo al jeique después: "¡Oh venerable tío mío! ¿puedes a tu vez decirme qué ciudad es esta ciudad y quiénes son esos extraños cuadrúpedos que me acompañaban lamentándose?" El jeique contestó: "¡Hijo mío, entra antes en mi tienda y siéntate! Porque debes estar necesitado de alimento. ¡Y después te diré lo que pueda decirte!" Y le hizo entrar y sentarse en un diván al extremo de la tienda, y le llevó de comer y de beber. Y cuando se hubo refrigerado y refrescado, le besó entre los ojos, y le dijo: "¡Da gracias ¡oh hijo mío! a Alah, que te hizo encontrarte conmigo antes de que te viera la reina de aquí! ¡Si no te dije nada hasta ahora fué porque temía turbarte e impedirte así que comieras con gusto! ¡Pues has de saber que esta ciudad se llama la Ciudad de los Encantamientos y que la que aquí reina se llama la reina Almanakh!

¡Es una maga formidable, una verdadera cheitana! ¡Y he aquí que el deseo la abrasa sin cesar! Y cada vez que encuentra a un extranjero joven, fuerte y hermoso que desembarca en esta isla, le seduce y se hace cabalgar y copular muchas veces por él durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero, como al cabo de ese tiempo le ha agotado completamente, le metamorfosea en animal. Y como, bajo esta nueva forma de animal, recupera él fuerzas nuevas y potentes virtudes, se metamorfosea ella misma a su antojo, cada vez en el animal que le conviene, yegua o burra, y se hace copular así por el asno o el caballo una cantidad innumerables de veces. Tras de lo cual recobra su forma humana para tener nuevos amantes y nuevas víctimas entre los jóvenes hermosos que encuentra. ¡Y a veces, en las noches de sus deseos extremados, ocurre que se hace cabalgar sucesivamente, hasta que llega la mañana, por todos los cuadrúpedos de la isla! ¡Y así pasa su vida!

"¡Pero como te quiero con un cariño grande, hijo mío, no me gustaría verte caer en manos de esa encantadora insaciable, que no vive más que para lo que acabo de decirte! Y como sin duda eres el más hermoso de todos los jóvenes que han desembarcado en esta isla, ¿quién sabe lo que sucedería si te advirtiese la reina Almanakh?

"Respecto a los asnos, los mulos y los caballos que al divisarte bajaron de la montaña a tu encuentro, son precisamente, los jóvenes que ha metamorfoseado Almanakh. Y como te veían tan joven y tan hermoso, tuvieron piedad de ti y con sus signos de cabeza quisieron decidirte de antemano a que volvieras al mar. Luego, como veían que te obstinabas en quedarte a pesar de sus objeciones, te acompañaron hasta aquí salmodiando en su lenguaje las fórmulas fúnebres, como si acompañaran a un hombre muerto para la vida humana.

"Pero la vida con esta joven reina Almanakh, la encantadora, no sería nada desagradable, ¡oh hijo mío! si no abusase ella del que la suerte le trae como amante.

"Por lo que a mí atañe, me teme y me respeta, porque sabe que soy más versado que ella en el arte de la hechicería y de los encantamientos. ¡Pero como soy un creyente en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), yo, hijo mío, no me sirvo de la magia para hacer el mal! ¡Pues el mal acaba siempre por volverse contra el malhechor!"

Y he aquí que, apenas el viejo jeique había dicho estas palabras, avanzó por su lado un magnífico cortejo de mil jóvenes como lunas, vestidas de púrpura y de oro, que fueron a ponerse en dos filas a lo largo de la tienda para dejar paso a una joven más bella que todas, montada en un caballo árabe resplandeciente de pedrerías. Y era la propia reina Almanakh, la maga. Y se paró delante de la tienda, echó pie a tierra, ayudada por las dos esclavas que tenían la brida, y entró en casa del viejo jeique, a quien saludó con mucha cortesía. Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con ojos entornados...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.