Ir al contenido

Las mil y una noches:579

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 579: Pero cuando llegó la 580ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 580ª NOCHE

[editar]

Ella dijo:

"... cogió con sus dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más.

Entonces Hassán, extremadamente turbado con todo aquello, se apresuró a cerrar su tienda y corrió a su casa para contar a su madre, lo que acababa de ocurrir. Y la madre de Hassán repuso, muy conmovida: "¿Qué me cuentas, ya Hassán? ¿Y cómo puedes creer en las palabras de un persa hereje?" Hassán dijo: "¡Ese venerable sabio no es un hereje, pues lleva un turbante de muselina blanca como el de los verdaderos creyentes!"

Ella contestó: "¡Ah hijo mío, desengáñate! ¡Esos persas son unos miserables, unos seductores! ¡Y su ciencia es la alquimia! ¡Y sólo Alah sabe las asechanzas que traman en la negrura de su alma, y el número de estratagemas de que se valen para despojar a la gente!"

Pero Hassán se echó a reír, y dijo: "¡Oh madre mía, nosotros somos pobres, y no tenemos, en verdad, nada que pueda tentar la codicia de los demás! ¡En cuanto a ese persa, en toda la provincia de Bassra no hay ninguno que tenga un rostro y unos modales mejores! ¡Y he visto en él las señales más evidentes de la bondad y de la virtud! ¡Demos gracias a Alah, que hizo que su corazón se compadeciera de mi cualidad!"

Al oír estas palabras, nada contestó ya la madre. Y Hassán aquella noche no pudo cerrar los ojos, de tan perplejo e impaciente como estaba.

Al día siguiente, se presentó muy temprano en el zoco con sus llaves, y abrió su tienda antes que todos los demás mercaderes. Y al punto vió entrar al persa, y se levantó con viveza en honor suyo y quiso besarle la mano; pero el otro no lo consintió, y le estrechó en sus brazos, y le preguntó: "¿Estás casado, oh Hassán?" Hassán contestó: "No, por Alah! ¡Soy soltero, aunque mi madre no cesa de inclinarme al matrimonio!"

El persa dijo: "¡Muy bien entonces! ¡Porque si fueses casado, nunca habrías podido entrar en la intimidad de mis conocimientos!"

Luego añadió: "¿Tienes cobre en tu tienda, hijo mío?" Hassán dijo: "¡Ahí tengo una bandeja vieja, toda mellada, de cobre amarillo!" El persa dijo: "¡Eso mismo es lo que me hace falta! ¡Empieza, pues, por encender tu hornillo, pon al fuego tu crisol y haz funcionar tus fuelles! ¡Coge luego esa bandeja vieja de cobre y córtala en pedacitos con tus tijeras!" Y Hassán se apresuró a ejecutar la orden. Y el persa dijo: "¡Ahora pon esos pedazos de cobre en el crisol, y activa el fuego hasta que se licúe todo el metal!" Y Hassán echó al crisol los pedazos de cobre, activó el fuego y se puso a soplar con la caña sobre el metal hasta la licuefacción. Entonces levantóse el persa y se acercó al crisol y abrió su libro, y ante el líquido hirviente leyó unas fórmulas en lengua desconocida; luego, levantando la voz, gritó: "¡Hakh! ¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal, que el sol te penetre con sus virtudes! ¡Hakh! ¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal, que la virtud del oro ahuyente tus impurezas! ¡Hakh ¡makh! ¡bakh! ¡Oh cobre, conviértete en oro!" Y al pronunciar estas palabras, el persa alzó la mano hacia su turbante, y sacó de entre los pliegues de la muselina un paquete de papel doblado, que abrió; y cogió unos polvos amarillos como el azafrán, que apresuróse a echar en medio del cobre líquido dentro del hornillo. ¡Y al instante se solidificó el líquido v se convirtió en un pan de oro, del oro más puro!

Al ver aquello, Hassán quedó estupefacto en el límite de la estupefacción; y a una seña del persa, cogió su lima de ensayo y frotó con ella un extremo del pan brillante; y comprobó que era oro de la calidad más fina y más estimada. Entonces, poseído de admiración, quiso coger la mano al persa y besársela; pero éste no se lo permitió, y le dijo: "¡Oh Hassán! ve ya al zoco a vender este pan de oro! ¡Y cobra el importe, y vuelve a tu casa a guardar el dinero, sin decir una palabra de lo que sabes!" Y Hassán fué al zoco, y entregó el pan al pregonero, lo pregonó y obtuvo por él en seguida mil dinares de oro y después dos mil al segundo pregón. Y se adjudicó en ese precio el pan a un mercader, y Hassán cogió los dos mil dinares y fué a llevárselos a su madre, volando de alegría. Y la madre de Hassán, al ver todo aquel oro, no pudo en un principio pronunciar palabra, de tan llena de asombro como estaba; luego, cuando Hassán, riendo, le contó que aquello procedía de la ciencia del persa, ella alzó las manos y exclamó, aterrada: "¡No hay más dios que Alah, y no hay fuerza y poder más que en Alah! ¿Qué hiciste, ¡oh hijo mío! con ese persa versado en la alquimia?"

Pero Hassán contestó: "¡Precisamente ¡oh madre! ese venerable sabio está instruyéndome en la alquimia! ¡Y ha empezado por hacerme ver cómo se cambia un vil metal en el oro más puro!" Y sin prestar atención ya a las objeciones de su madre, Hassán cogió de la cocina el almirez grande de cobre en que su madre machacaba ajo y cebolla y confeccionaba las albóndigas de trigo molido, y corrió a su tienda en busca del persa, que le esperaba. Y tiró al suelo el almirez de cobre, y se puso a activar el fuego. Y el persa le preguntó: "¿Pero qué quieres hacer, ya Hassán?" Hassán contestó: "¡Quisiera convertir en oro el almirez de mi madre!" Y el persa se echó a reír, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al querer mostrarte en el zoco por dos veces en el mismo día con lingotes de oro que despertarían las sospechas de los mercaderes, los cuales adivinarían que nos dedicamos a la alquimia, y atraerían sobre nuestra cabeza algo muy enojoso!"

Hassán contestó: "¡Tienes razón! ¡Pero quisiera que me enseñaras el secreto de la ciencia!" El persa se echó a reír más fuerte aún que la primera vez, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al creer que la ciencia y los secretos de la ciencia pueden enseñarse así, en plena calle o en las plazas públicas, y que se pueden aprender en medio del zoco, a la vista de los guardias! ¡Pero si verdaderamente, ya Hassán, abrigas el firme propósito de instruirte de un modo completo, no tienes más que recoger tus herramientas y seguirme a mi casa!"

Y Hassán contestó sin vacilar: "¡Escucho y obedezco!" Y levantándose, recogió sus herramientas, cerró su tienda y siguió al persa.

Pero por el camino Hassán se acordó de las palabras de su madre acerca de los persas, y como le invadían el espíritu mil pensamientos, se detuvo en su marcha, sin saber a punto fijo lo que hacía, y con la cabeza baja se puso a reflexionar profundamente. Y el persa, que habíase vuelto, le vió en aquel estado y se echó a reír, luego le dijo: "¡Eres un insensato, Hassán! ¡Porque si estuvieras tan dotado de razón como de gentileza, no te detendrías ante el buen destino que te aguarda! ¿Cómo es posible que vaciles cuando quiero hacer tu felicidad?"

Luego añadió: "¡Sin embargo, hijo mío, para que no tengas la más ligera duda acerca de mis intenciones, prefiero revelarte los secretos de mi ciencia en tu propia casa!" Y Hassán contestó: "¡Sí, ¡por Alah! así se tranquilizará mi madre!" Y dijo el persa: "¡Precédeme, pues, para enseñarme el camino!"

Y Hassán echó a andar delante, y el persa detrás; y de tal suerte llegaron a casa de la madre.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.