Las mil y una noches:592

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Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 592: Y cuando llegó la 593ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 593ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo. Y al punto surgieron del fondo de los aires grandes dromedarios que fueron a ponerse en fila a lo largo de la casa. Y Hassán y la madre de Hassán y la esposa de Hassán cogieron lo que habían guardado como lo mejor por ser cosas preciosas y ligeras de peso, y montando en su palanquín, pusieron los dromedarios a paso de carrera. Y en menos tiempo del que se necesita para distinguir la mano derecha de la mano izquierda, llegaron a orillas del Tigris en las puertas de Bagdad. Y Hassán tomó la delantera, y fué en busca de un corredor para que le adquiriese, por el precio de cien mil dinares, un magnífico palacio propiedad de un visir entre los visires. Y apresuróse a conducir allá a su madre y a su esposa. Y amuebló el palacio con un lujo fastuoso, y compró esclavos de ambos sexos, y mozos jóvenes y eunucos. Y no escatimó nada para que su tren de casa fuese el más notable de toda la ciudad de Bagdad.

Instalado de aquel modo, Hassán llevó desde entonces en la Ciudad de Paz una vida deliciosa con su esposa Esplendor, rodeados ambos de cuidados minuciosos por parte de la venerable y anciana madre, que todos los días se ingeniaba para confeccionar un manjar nuevo y ejecutar las recetas de cocina que aprendía de sus vecinas y que se diferenciaban mucho de las recetas de Bassra; porque en Bagdad había muchos platos que no podían fabricarse en ninguna otra parte sobre la faz de la tierra. Y he aquí que al cabo de nueve meses de llevar aquella vida encantadora y disfrutar de aquella alimentación especial, la esposa de Hassán parió felizmente dos hijos varones y gemelos, como lunas. Y al uno se le llamó Nasser, y al otro Manssur.

Pero, al cabo de un año, el recuerdo de las siete princesas se ofreció a la memoria de Hassán a la vez que el recuerdo del juramento que les había hecho. Y experimentó el más vivo deseo de volver a ver a Botón-de-Rosa principalmente. Hizo, pues, los preparativos necesarios para aquel viaje, compró las telas más hermosas y las cosas más hermosas que pudo encontrar en Bagdad y en todo el Irak y le parecieron más dignas de ofrecerse como regalos, y participó a su madre el proyecto que había formado, añadiendo: "Sólo quiero recomendarle una cosa hasta el límite de la recomendación y mientras dure mi ausencia: que guardes cuidadosamente el manto de plumas de mi esposa Esplendor, que tengo escondido en el sitio más secreto de la casa. ¡Porque, ¡oh madre mía! has de saber que si, para nuestra mayor desgracia, mi esposa querida tuviese ocasión de volver a ver ese manto, se acordaría al instante de su instinto original, que es el vuelo de las aves, y no podría por menos de volar de aquí, aun contra los impulsos de su corazón! ¡Ten, pues, mucho cuidado, madre mía, de no mostrarle ese manto! ¡Porque, si tal desgracia sucediera, sin duda moriría yo de pena o me mataría! Además, te recomiendo que la cuides bien, ya que está delicada y acostumbrada a los mimos, y que no dejes de servirla por ti misma con preferencia a las servidoras, que no saben como tú lo que es preciso y lo que no es preciso, lo que conviene y lo que no conviene, lo que es fino y lo que es grosero. Y sobre todo, madre mía, no le permitas poner el pie fuera de la casa, ni sacar la cabeza por una ventana, ni siquiera subir a la terraza del palacio, pues temo mucho que el aire libre y el espacio la incite de alguna manera o por alguna parte. ¡He ahí mis recomendaciones! ¡Y si quieres mi muerte, no tienes más que despreciarlas!"

Y contestó la madre de Hassán: "¡Guárdeme Alah de desobedecerte! oh hijo mío ¡Roguemos al Profeta! ¿Acaso me he vuelto loca para tener necesidad de tantas recomendaciones o infringir la menor de tus órdenes? ¡Parte, pues, tranquilo, ¡oh Hassán! y calma tu espíritu! ¡Y a tu regreso, con la gracia de Alah, no tendrás más que preguntar a Esplendor si ha marchado todo con arreglo a tus deseos! ¡Pero, a mi vez quiero pedirte una cosa, ¡oh hijo mío! y es que no prolongues tu ausencia lejos de nosotras más que el tiempo preciso para ir y volver tras una corta estancia junto a las siete princesas!"

Así se hablaron uno a otro Hassán y la madre de Hassán. Y no sabían lo que les reservaba lo desconocido en el libro del Destino, en tanto que la bella Esplendor oía todas las palabras que se dijeron y las fijaba en su memoria.

Así, pues, Hassán prometió a su madre que no se ausentaría más que estrictamente el tiempo necesario, y se despidió de ella, y fue a besar a su esposa Esplendor, y a sus dos hijos, Nasser y Manssur, que mamaban al pecho de su madre. Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.