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Las mil y una noches:607

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Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 607: Pero cuando llegó la 608ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 608ª NOCHE

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Ella dijo:

"¡... Escúchame, pues, Hassán! ¡Renuncia a este proyecto temerario, y no te expongas a rendir tu alma!". Al oír estas palabras de la vieja, Hassán quedose tan turbado, que se cayó desvanecido; y cuando volvió en sí, lloró tan amargamente, que se le inundaron de lágrimas las vestiduras, y en el límite de la desesperación, exclamó: "¡Así, pues, ¡oh mi caritativa tía! es preciso que me vuelva desesperado, después de haber venido de tan lejos, y en el momento en que estoy próximo a conseguir mi propósito! ¿Cómo, tras las seguridades que me diste, iba yo a dudar del éxito de mi empresa y del alcance de tu poder? ¿No eres tú quien manda en las tropas de las Siete Islas, y para quien no es imposible ninguna hazaña de este género?"

Ella contestó: "¡Sí, por cierto, hijo mío, tengo mucho ascendiente sobre mis tropas y sobre cada una en particular de las amazonas que las componen! ¡Por eso, para apartarte de tu proyecto insensato, quiero que escojas entre todas estas jóvenes guerreras la que más te guste, y te la daré en vez de tu esposa! ¡Y después regresarás con ella a tu país, y estarás al abrigo de la venganza de nuestro rey! ¡De no hacerlo así, son inevitables mi pérdida y la tuya!"

Pero a este consejo de la vieja, Hassán sólo contestó con nuevas lágrimas y nuevos sollozos. Y conmovida ante el exceso de su dolor, la vieja le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh Hassán! ¿Qué más quieres que haga en favor tuyo? ¡Si llega a descubrirse ya que te he dejado arribar a nuestras islas, no me pertenecerá mi alma!"

Y exclamó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! te aseguro que no he mirado de manera inconveniente a esas jóvenes, ni he prestado mucha atención a su desnudez!" Y dijo la vieja: "¡Pues precisamente has hecho mal, ¡oh Hassán! porque en toda tu vida volverás a disfrutar de un espectáculo semejante! ¡De todos modos, si no te incita ninguna de esas vírgenes a decidirte a regresar a tu país y poner así en salvo tu alma, te cargaré de riquezas y productos preciosos de nuestras islas, y te colmaré de bienes que te harán rico y dichoso para el resto de tus días!" Pero Hassán se precipitó a los pies de la vieja, le abrazó las rodillas, y le dijo llorando: "¡Oh bienhechora mía! ¡oh pupila de mis ojos! ¡Oh soberana mía! ¿Cómo voy a regresar a mi país después de haber sufrido tantas fatigas y afrontado tantos peligros? ¿Cómo podría dejar esta isla sin haber visto a la bienamada cuyo amor me condujo aquí? ¡Ah! ¡Piensa ¡oh mi señora! que quizá sea la voluntad del Destino que yo encuentre a mi esposa tras de todos los sufrimientos que hube de soportar!" Y cuando dijo estas palabras, Hassán no pudo reprimir el impulso de su alma, e improvisó estas estrofas:

¡Oh reina de la belleza! ¡Ten piedad del prisionero de dos pupilas que subyugaron a los reyes de los Khosroes!
¡Ni las rosas, ni los nardos, ni las esencias aromáticas podrían substituir con sus virtudes aromáticas a tu aliento!
¡La brisa de las llanuras del paraíso se detiene en tus cabellos para perfumar a los felices que la respiran!
¡Las pléyades que brillan por la noche toman de tus ojos su claridad, y los astros nocturnos son los únicos dignos de servir de collar a tu garganta!, ¡oh blanca joven!

Cuando la anciana amazona oyó estos versos de Hassán, vió que verdaderamente sería cruel arrebatarle para siempre la esperanza de volver a ver a su esposa, y se compadeció de su dolor, y le dijo: "Hijo mío, aleja de tu pensamiento la aflicción y la desesperación. ¡Porque ya estoy en absoluto decidida a intentarlo todo para devolverte a tu esposa!" Luego añadió: "Al instante voy a empezar a trabajar en favor tuyo con toda mi alma, ¡oh pobre! ¡Porque bien veo que el enamorado carece de oído y de entendimiento! Te dejo, pues, para ir al palacio de la reina de esta isla en que nos encontramos, que es una de las siete islas Wak-Wak. Porque es preciso que sepas que cada una de estas siete islas está habitada y gobernada por una de las siete hijas de nuestro rey, las cuales son hermanas por el mismo padre, pero no de la misma madre. Y la que aquí nos gobierna es la mayor de las hermanas, y se llama la princesa Nur Al-Huda. Y voy en su busca para hablarle en favor tuyo. ¡Calma, pues, tu alma, refresca tus ojos, y espera mi vuelta con el corazón tranquilo". Y se despidió de él y se dirigió al palacio de la princesa Nur Al-Huda.

Llegada que fué a presencia de la princesa, la vieja amazona, que era respetada y querida por las hijas del rey y por el propio rey a causa de su sabiduría y de la educación y los cuidados que había dado y tenido con las jóvenes princesas, se inclinó y besó la tierra entre las manos de Nur Al-Huda. Y al punto levantóse la princesa en honor suyo, y la besó y la hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Inschalah! Ojalá sean de buen presagio las nuevas que me traes! ¡Y si tienes que hacerme alguna petición o pedirme algún favor habla! ¡Heme aquí escuchándote atenta! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.