Las mil y una noches:620
Y CUANDO LLEGO LA 625ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah!"
Al oír estas palabras del califa disfrazado de mercader, Abul-Hassán contestó sin turbarse ni manifestar el menor asombro: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que mis ojos están pagados ya con verte, y tus beneficios estarían de más! ¡Te doy las gracias, pues, por tu buena voluntad para conmigo; pero, como no tengo ningún deseo que satisfacer ni ninguna ambición que realizar, me noto muy perplejo al responderte! ¡Porque me basta con mi suerte, y no deseo más que vivir como vivo, sin tener necesidad de nadie nunca!" Pero el califa insistió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! no rechaces mi oferta, y deja a tu alma expresar un deseo, a fin de que yo lo satisfaga! ¡De no ser así, me marcharé de aquí con el corazón muy torturado y muy humillado! ¡Porque más pesa un beneficio recibido que una mala acción, y el hombre bien nacido debe siempre devolver duplicado el bien que se le hace! ¡Así, pues, habla y no temas molestarme!"
Entonces, al ver que no podía comportarse de otro modo, Abul-Hassán bajó la cabeza y se puso a reflexionar profundamente acerca de la petición que se veía obligado a hacer; levantó de pronto luego la cabeza, y exclamó: "¡Pues bien; ya di con ello! Pero se trata de una petición loca, sin duda. ¡Y me parece que no voy a indicártela para no separarme de ti haciéndote formar con respecto a mí tan mala idea!"
El califa dijo: "¡Por la vida de mi cabeza! ¿Y quién puede decir de antemano si una idea es loca o razonable? ¡En verdad que no soy más que un mercader! pero, a pesar de todo, puedo hacer bastante más de lo que parece a juzgar por mi oficio! ¡Habla pronto, pues!" Abul-Hassán contestó: "Hablaré, ¡oh mi señor! pero por los méritos de nuestro Profeta (con El la paz y la plegaria), te juro que sólo el califa podría realizar lo que yo deseo. ¡Pues, para complacerme, sería preciso que me convirtiese yo, aunque fuese nada más que por un día, en califa en lugar de nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid!" El califa preguntó: "Pero, vamos a ver, ya Abul-Hassán ¿qué harías si fueses califa un día solamente?"
El otro contestó: "¡Escucha!" Y Abul-Hassán se interrumpió un momento, luego dijo: "Has de saber ¡oh mi señor! que la ciudad de Bagdad está dividida en barrios y que cada barrio tiene al frente un jeique al que llaman al-balad. Pero, para desgracia de este barrio en que habito, el jeique-al-balad que lo regentea es un hombre tan feo y tan horroroso, que ha debido nacer sin duda de la copulación de una hiena con un cerdo. Su presencia resulta pestilente, porque no tiene por boca una boca vulgar, sino un brocal sucio comparable al agujero de una letrina; sus ojos de pez le salen de los lados y parece que se le van a saltar hasta caer a sus pies; sus labios tumefactos se dirían una llaga maligna, y cuando habla, lanzan chorros de saliva; sus orejas son unas orejas de puerco; sus mejillas, fláccidas y pintadas, se asemejan al trasero de un mono viejo; sus mandíbulas carecen de dientes a fuerza de mascar basuras; su cuerpo está aquejado de todas las enfermedades; en cuanto a su ano, ya no existe; a fuerza de servir de estuche a las herramientas de arrieros, poceros y barrenderos, está atacado de podredumbre y lo reemplazan ahora unos tapones de lana que impiden que se le salgan por allí las tripas.
"Y este innoble depravado es quien se permite poner en conmoción a todo el barrio con ayuda de otros dos depravados que voy a describirte. Porque no hay villanía que no cometa y calumnia que no difunda, y como tiene un alma excrementicia, ejerce su maldad de mujerzuela vieja sobre las personas honradas, tranquilas y limpias. Pero como no puede encontrarse a la vez en todas partes para infestar el barrio con su pestilencia, tiene a su servicio dos ayudantes tan infames como él.
"El primero de estos infames es un esclavo de rostro imberbe como el de los eunucos, de ojos amarillos y de voz tan desagradable como el sonido que se escapa del trasero de los asnos. Y ese esclavo, hijo de zorra y de perro, se hace pasar por un noble árabe, cuando sólo es un rumí de la más vil y de la más baja extracción. Su oficio consiste en ir a hacer compañía a los cocineros, a los criados y a los eunucos en casa de los visires y de los grandes del reino para sorprender los secretos de sus amos y contárselos a su jefe, el jeique al-balad, y traerlos y llevarlos por las tabernas y los sitios peores. Ninguna tarea le repugna, y lame los traseros cuando de ese modo puede encontrar un dinar de oro.
"En cuanto al segundo infame, es una especie de bufón de ojos saltones que se ocupa en decir chistes y gracias por los zocos, en donde se le conoce por su cráneo calvo como un casco de cebolla y su tartamudez, que es tan penosa, que a cada palabra que dice parece que va a vomitar los hígados. ¡Además, ningún mercader le invita a que se siente en su tienda, ya que está tan gordo y tan macizo, que cuando se sienta en una silla, vuela hecha pedazos la silla a causa de su peso! ¡Pero éste no es tan depravado como el primero, aunque es bastante más tonto!
"Por tanto, ¡oh mi señor! si yo fuese únicamente un día Emir de los Creyentes, no intentaría enriquecerme ni enriquecer a los míos, sino que me apresuraría a librar a nuestro barrio de esos tres horribles canallas, y los echaría al hoyo de la basura, una vez que hubiese castigado a cada cual con arreglo al grado de su ignominia. Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.