Las mil y una noches:633

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 633: Pero cuando llegó la 645ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 645ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes!"

Al oír estas palabras, Abul-Hassán separó la colcha, y abriendo los ojos, vió, en efecto, sentada al borde de la cama a su preferida la pequeña Caña-de-Azúcar, y de pie ante él, en tres filas, a las demás jóvenes, a quienes reconoció una por una: Hoja-de-Rosa, Cuello-de-Alabastro, Aderezo-de-Perlas, Estrella-de-la-Mañana, Alba-del-Día, Grano-de Almizcle, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada, Fuerza-de-los-Corazones, y las otras. Y al ver aquello, se restregó los ojos hasta hundírselos en el cráneo, y exclamó: "¿Quiénes sois? ¿y quién soy yo?" Y todas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Gloria a nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, rey del mundo!" Y en el límite de la estupefacción, preguntó Abul-Hassán: "¿Pero es que no soy Abul-Hassán el Disoluto?" Ellas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Alejado sea el Maligno! ¡No eres Abul-Hassán, sino Abul-Hossn! (Padre de la Belleza) ¡Eres nuestro soberano y la corona de nuestra cabeza!" Y Abul-Hassán se dijo: "¡Ahora voy a saber con certeza si duermo o estoy despierto!" Y encarándose con Caña-de-Azúcar, le dijo: "¡Ven por aquí, pequeña!" Y Caña-de-Azúcar, adelantó la cabeza, y Abul-Hassán le dijo: "¡Muérdeme en la oreja!" Y Caña-de-Azúcar clavó sus dientes en el lóbulo de la oreja de Abul-Hassán, pero tan cruelmente, que empezó él a chillar de una manera espantosa. Luego exclamó: "¡Claro que soy el Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid en persona!"

Enseguida empezaron a tocar al mismo tiempo los instrumentos de música un atrayente paso de danza, y las cantarinas entonaron a coro una canción animada. Y cogiéndose de la mano, todas las jóvenes hicieron un gran corro en la habitación, y levantando los pies con ligereza, se pusieron a bailar alrededor del lecho, respondiendo con el estribillo al canto principal de tan gracioso modo y tan locamente, que Abul-Hassán, exaltado de pronto y poseído de entusiasmo, arrojó las mantas y almohadas, tiró al aire su gorro de dormir, saltó del lecho, se desnudó completamente, quitándose a toda prisa sus vestiduras, y con el zib enhiesto y el trasero al descubierto, se metió entre las jóvenes y se puso a bailar con ellas, haciendo mil contorsiones, y moviendo el vientre, el zib y el trasero en medio de las carcajadas y del tumulto progresivo. E hizo tantas bufonadas, y tales movimientos divertidos hubo de ejecutar, que el califa, detrás de la cortina, no pudo reprimir la explosión de su hilaridad, ¡y empezó a lanzar una serie de carcajadas tan fuertes, que dominaron la algazara del baile y el canto y el ruido de los tambores, de los instrumentos de cuerda y de los instrumentos de viento! Y le dió hipo, y se cayó de trasero, y estuvo a punto de perder el conocimiento. Pero logró levantarse, y descorriendo la cortina, sacó la cabeza, y gritó: "Abul-Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacerme morir ahogado por la risa?"

Al ver al califa y al oír el sonido de su voz, cesó el baile de improviso, las jóvenes quedáronse inmóviles en el lugar que ocupaban respectivamente, y se interrumpió tan por completo el ruido, que se oiría resonar una aguja que cayese en el suelo. Y Abul-Hassán, estupefacto, se detuvo como los demás y volvió la cabeza en dirección de la voz. Y divisó al califa, y al primer golpe de vista, reconoció en él al mercader de Mossul.

Entonces, rápida cual el relámpago que brilla, asaltó su cerebro la comprensión de la causa a que hubo de obedecer cuanto le había sucedido. Y adivinó de pronto toda la broma. Así es que, lejos de desconcertarse o de turbarse, fingió no reconocer la persona del califa; y queriendo divertirse a su vez, se adelantó hacia el califa, y le gritó: "¡Hola! ¡hola! hete aquí ya, ¡oh mercader de mi trasero! ¡Espera, y verás cómo voy a enseñarte a dejar abiertas las puertas de las personas honradas!" Y el califa se echó a reír muy a gusto y contestó: "¡He jurado por los méritos de mis santos abuelos ¡oh Abul-Hassán, hermano mío! que te concederé cuanto tu alma pueda desear para indemnizarte de todas las tribulaciones que te hemos causado! ¡Y en adelante, se te tratará en mi palacio como hermano mío!" Y le besó con efusión, estrechándole contra su pecho.

Tras de lo cual, se encaró con las jóvenes y les ordenó que vistieran a su hermano Abul-Hassán con trajes de su ropero particular, escogiendo lo más rico y suntuoso que había. Y las jóvenes se apresuraron a ejecutar la orden. Y cuando Abul-Hassán estuvo completamente vestido, el califa le dijo: "¡Habla ya, Abul-Hassán! ¡Cuanto me pidas te será concedido al instante!"

Y Abul-Hassán besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡No quiero pedir a nuestro generoso señor más que una cosa: que me otorgue el favor de vivir a su sombra toda mi vida!"

Y extremadamente conmovido por la delicadeza de sentimientos de Abul-Hassán, le dijo el califa: "¡Mucho aprecio tu desinterés, ya Abul-Hassán! Así es que, no solamente te escojo en este instante para compañero de copa y hermano mío, sino que te concedo entrada libre y salida libre a todas horas del día y de la noche, sin demanda de audiencia y sin demanda de ausencia. ¡Más aún! quiero que ni siquiera te esté prohibido, como a los demás, el acceso al aposento de Sett Zobeida, la hija de mi tío. ¡Y cuando entre yo allí, irás conmigo, sea la hora que sea del día o de la noche!"

Al propio tiempo el califa destinó a Abul-Hassán un espléndido alojamiento en el palacio, y empezó por darle, como primeros emolumentos, diez mil dinares de oro. Y le prometió que cuidaría por sí mismo que no careciese de nada nunca. Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.