Las mil y una noches:64
PERO CUANDO LLEGO LA 36ª NOCHE
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa dijo a Alí-Nur: "Te escribiré una carta que entregarás al sultán de Bassra, Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, y ya verás sus resultados favorables".
Alí-Nur, asombrado, repuso: "¿Cuándo se ha visto que un pescador escriba directamente a un rey? Es una cosa que no ha ocurrido nunca". Y el califa dijo: "Tienes razón, ¡oh mi señor Alí-Nur! pero voy a explicarte el motivo que me permite obrar de ese modo. Sabe que me enseñaron a leer y a escribir en la misma escuela que a Mohammad El-Zeiní, pues ambos tuvimos el mismo maestro. Y yo estaba mucho más adelantado que el actual califa, tenía mejor letra que él, y sabía de memoria las estrofas de los poetas y los versículos de nuestro Libro Noble, pudiéndolos recitar mucho más fácilmente que él.
Eramos, pues, muy amigos; pero más adelante le favoreció la fortuna, y llegó a ser rey, mientras Alah hizo de mí un miserable pescador. Sin embargo, como su alma nada tiene de orgullosa, mi compañero de escuela, hoy sultán de Bassra, ha seguido en relaciones conmigo, y no hay cosa que le pida que no la haga inmediatamente, y si cada día le hiciese mil peticiones, atendería con seguridad a todas ellas". Entonces Alí-Nur exclamó: "Escribe, pues, esa carta, para que yo crea en tu influjo cerca del califa".
Y el califa, después de sentarse en el suelo, doblando las piernas, cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, apoyó el papel en la palma de la mano izquierda, y escribió esta carta:
- "En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso.
- "Este escrito es enviado por mí, Harún Al-Raschid ben-Mahdí El-Abbasí, a Su Señoría Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.
- "Recuerda que mi gracia te envuelve y que a ella debes haber sido nombrado representante mío en un reino de mis reinos.
- "Y ahora te anuncio que el portador de este escrito, hecho por mi propia mano, es Alí-Nur, hijo de Fardleddin ben-Khacán, que fué tu visir y descansa ahora en la misericordia del Altísimo.
- "Inmediatamente después de haber leído mis palabras te levantarás del trono del reino, y colocarás en él a Alí-Nur, que será rey en lugar tuyo. Porque he aquí que acabo de investirle de la autoridad que antes te había confiado.
- "Y cuida mucho que no sufra ningún aplazamiento la ejecución de mi voluntad. La salvación sea contigo".
Después el califa dobló la carta, la selló, y se la entregó a AlíNur, sin revelarle su contenido. Y Alí-Nur cogió la carta, se la llevó a los labios y a la frente, la guardó en el turbante y salió en el acto para embarcarse con dirección a Bassra, mientras la pobre Dulce-Amiga lloraba abandonada en un rincón.
Esto, por lo pronto, en cuanto se refiere a Alí-Nur. Respecto al califa, he aquí que cuando el jeique Ibrahim, que hasta entonces nada había dicho, vió todo aquello, se volvió hacia el califa, a quien seguía tomando por el pescador Karim, y le dijo: "¡Oh tú, el más miserable de los pescadores! Has traído unos peces que apenas valen veinte mitades de cobre, ¿y no contento con haberte embolsado tres dinares de oro quieres llevarte ahora esa esclava? Ahora mismo me vas a dar la mitad del oro, y en cuanto a la esclava, la disfrutaremos también los dos, pero siendo yo el primero".
Entonces el califa, después de lanzar una terrible mirada al jeique Ibrahim, se acercó a una de las ventanas y dió dos palmadas. Inmediatamente acudieron Giafar y Massrur, que no aguardaban más que aquella señal, y a un ademán del califa, Massrur se echó encima del jeique Ibrahim y lo inmovilizó. Giafar, que llevaba en la mano un ropón magnífico, que había mandado a buscar a toda prisa por uno de sus criados, se acercó al califa, le quitó los harapos del pescador y le puso el ropón de seda y oro.
Entonces el jeique Ibrahim, todo aterrado, reconoció al califa, y empezó a morderse los dedos; pero aun se resistía a creer en la realidad, y se decía: "¿Estoy despierto o dormido?"
Y el califa, sin disimular la voz, le dijo: "¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te encuentro?" Y al oírle se le quitó de pronto la borrachera al jeique, se tiró de bruces al suelo, arrastrando por él su larga barba, y recitó estas estrofas:
- ¡Perdona mi falta ¡oh tú que eres superior a todas las criaturas! ¡El señor debe generosidad al esclavo!
- ¡Confieso que hice cosas impulsado por la locura! ¡A ti te corresponde ahora perdonarlas generosamente!
Entonces el califa, dirigiéndose al jeique Ibrahim, le dijo: "Te perdono". Y volviéndose hacia la desconsolada Dulce-Amiga, prosiguió: "¡Oh Dulce-Amiga! ahora que sabes quién soy, déjate conducir a mi palacio". Y todos salieron del Palacio de las Maravillas.
Cuando Dulce-Amiga llegó al palacio, el califa le mandó preparar un aposento reservado, y puso a sus órdenes doncellas y esclavas. Después se fué en su busca, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ya sabes que actualmente me perteneces, pues te deseo, y además me has sido generosamente cedida por Alí-Nur. Y yo, para corresponder a su esplendidez, acabo de enviarle como sultán a Bassra. Y si quiere Alah, pronto le enviaré un magnífico traje de honor, y serás tú la encargada de llevarle. Y serás sultana con él". Y dicho esto cogió entre sus brazos a Dulce-Amiga, y aquella noche la pasaron enlazados. Y fué lo que les ocurrió a uno y a otro.
En cuanto a Alí-Nur, he aquí que llegó por la gracia de Alah a la ciudad de Bassra, marchó directamente al palacio del sultán Mohammad El-Zeiní, y una vez allí dió un gran grito.
Y al oírle el sultán mandó que llevasen a su presencia al hombre que había gritado de aquel modo. Y Alí-Nur, al verse delante del sultán, sacó del turbante la carta del califa y se la entregó inmediatamente. Y el sultán abrió la carta, conoció la letra del califa, y en seguida se puso de pie, leyó con mucho respeto el contenido, y después de leerlo se llevó tres veces la carta a los labios y a la frente, y exclamó: "¡Escucho y obedezco a Alah el Altísimo y al califa, Emir de los Creyentes!"
Y en seguida mandó llamar a los cuatro kadíes de la ciudad y a los principales emires para darles cuenta de su resolución de obedecer inmediatamente al califa, abdicando el trono. Pero en ese momento entró el gran visir El-Mohín ben-Sauí, enemigo de Alí-Nur y de su padre Fadleddin, y el sultán le entregó la carta del Emir de los Creyentes, y le dijo: "¡Lee!"
El visir cogió la carta, la leyó, la releyó, y quedó consternadísimo; pero de pronto desgarró muy diestramente la parte inferior de la carta que ostentaba el negro sello del califa, se la llevó a la boca, la masticó y la tiró.
Y el sultán le gritó enfurecido: "¡Desdichado Sauí! ¿Qué demonios te han podido impulsar a cometer este atentado?" Y Sauí contestó: "¡Oh rey! Has de saber que este hombre no ha visto nunca al califa, ni siquiera a su visir Giafar. Es un bribón dominado por todos los vicios, un demonio lleno de malignidad y de falsía. Ha debido encontrar algún papel escrito por el califa, y ha imitado la letra, escribiendo a su gusto todo cuanto aquí acabo de leer. ¿Pero cómo has pensado, ¡oh sultán! en abdicar, cuando el califa no ha mandado un propio, ni una orden escrita con su noble letra? Además, si el califa hubiera enviado tal mensaje, lo habría hecho acompañar por algún chambelán o algún visir. Y he aquí que este hombre ha llegado completamente solo".
Entonces el sultán le preguntó: "¿Y qué haremos ahora, oh Sauí?" A lo cual respondió el visir: "¡Oh rey! confíame a ese joven, y ya sabré yo descubrir la verdad.
Lo mandaré a Bagdad acompañado por un chambelán, que se enterará de todo lo ocurrido. Si lo que ha dicho es cierto, nos traerá una orden escrita con la noble letra del califa. Pero si ha mentido, volverá el chambelán con este joven, y entonces sabré vengarme, para hacerle expiar lo pasado y lo presente".
Después de oír al visir, acabó el sultán por creer que Alí-Nur era un maldito embaucador, y lleno de cólera no quiso aguardar a ninguna prueba, y gritó a los guardias: "¡Apoderáos de este joven!" Y los guardias se apoderaron de Alí-Nur, lo tiraron al suelo y empezaron a darle de palos, hasta que lo dejaron sin sentido. Después les mandó que lo encadenaran de pies y manos, y llamó al jefe de los carceleros, y el jefe de los carceleros no tardó en presentarse al rey.
Este carcelero se llamaba Kutait. Cuando le vió el visir, le dijo: "Kutait, el sultán va a ordenarte que cojas a este hombre y lo metas en un calabozo subterráneo, donde lo atormentarás día y noche con la mayor dureza". Kutait contestó: "Escucho y obedezco". Y cogió a Alí-Nur y lo llevó en seguida a un calabozo.
Y cuando Kutait entró en el calabozo con Alí-Nur, cerró la puerta, mandó barrer el suelo y poner un banco detrás de la puerta, cubriéndolo con un tapiz y colocando en él un almohadón. Después, acercándose a Alí-Nur, le quitó las ligaduras y le rogó que se sentase en el banco, diciéndole: "No he de olvidar, ¡oh mi señor! lo mucho que me favoreció tu padre, el difunto visir; de modo que no tengas temor alguno". Y desde entonces lo trató lo mejor que pudo, procurando que no careciese de nada; y sin embargo enviaba diariamente recado al visir de que Alí-Nur estaba sujeto a los más tremendos castigos. Todo ello durante cuarenta días.
Llegado el día cuarenta y uno llevaron al palacio un magnífico regalo para el rey de parte del califa. Y el rey se maravilló de lo espléndido de aquel regalo, y como no comprendía la causa que había movido al califa a enviárselo, mandó reunir a sus emires, y les preguntó su parecer.
Opinaron algunos que el califa destinaba el regalo a la persona enviada por él para sustituir al sultán. Y en seguida Sauí exclamó: "¡Oh rey! ¿No te dije que lo mejor era deshacerse de ese Ali-Nur, si es que quieres obrar con prudencia?" Y entonces el sultán dijo: "¡Por Alah! Haces que lo recuerde a tiempo. Ve a buscarlo inmediatamente y que se le degüelle sin misericordia".
Y Sauí contestó: "Escucho y obedezco, pero convendría, ¡oh mi señor! anunciarlo por medio de los pregoneros. Y que digan: "¡Vayan a la explanada de palacio cuantos quieran presenciar la ejecución de Alí-Nur ben-Khacán!" Y todo el mundo vendrá a ver como lo decapitan, y así me vengaré, y se alegrará mi corazón, y quedará saciado mi odio".
Y el sultán le dijo: "Puedes disponer lo que quieras".
Lleno de alegría, el visir corrió a casa del gobernador y le mandó pregonar la ejecución de Alí-Nur con todos los detalles mencionados. Y así se verificó puntualmente. Pero al oír a los pregoneros se apoderó de todos los habitantes de la ciudad una gran aflicción, y todos empezaron a llorar sin excepción ninguna, hasta los niños en las escuelas y los mercaderes en los zocos. Y los unos se apresuraban a ocupar un buen sitio para ver pasar a Alí-Nur y asistir al triste espectáculo de su muerte, mientras que otros acudían en tropel a las puertas de la cárcel para acompañarle desde que saliera.
Por su parte, el visir Sauí se dirigió a la prisión, haciéndose acompañar de diez guardias, y mandó que le abrieran la puerta. Y el carcelero Kutait, fingiendo ignorarlo todo, preguntó: "¿Qué desea mi señor el visir?"
Y éste dijo: "Trae en seguida a mi presencia a ese miserable". A lo cual repuso el carcelero: "Se encuentra en muy mal estado a consecuencia de los palos que le di y de los tormentos que ha sufrido, pero de todos modos obedeceré en el acto". Y el carcelero se dirigió al calabozo de Alí-Nur, y le encontró recitando estas estrofas:
- ¡Ay de mí! ¡Nadie me socorre en mi desventura! ¡Y cada vez son más intensos mis males y más dificil su remedio!...
- ¡La ausencia implacable y amarga ha consumido lo más puro de mi sangre, arrebatándome el último aliento de vida! ¡La fatalidad ha transformado a mis amigos, convirtiéndoles en los enemigos más crueles!
- Y pregunto a cuantos me ven: ¿No hay nadie entre vosotros que me compadezca, que se duela de lo inmenso de mi desdicha y que responda a mis llamamientos?
- ¡Qué dulce me parece la muerte, a pesar de todos sus terrores, ahora que se ha acabado toda esperanza engañosa de la vida!
- Señor! ¡Tú que envías a quienes anuncian buenas eres el mar de la generosidad; tú que guías a los portadores de consuelo!
- ¡A ti imploro, abiertas todas las heridas de un alma atormentada! ¡Líbrame de mis sufrimientos y de los peligros! ¡Perdona mi torpeza! ¡Olvida mis errores y mis faltas!
Cuando Alí-Nur terminó su lamentación, se le acercó Kutait, le explicó lo que pasaba y le ayudó a quitarse la ropa limpia que le había dado ocultamente y le vistió de harapos, llevándole en seguida a la presencia del visir, que lo aguardaba pateando de rabia. Y apenas le vió Alí-Nur, acabó de convencerse del odio que le tenía aquel enemigo de su padre. Pero le dijo: "Heme aquí ¡oh visir! ¿Crees que te será siempre favorable el destino para fiar en él de ese modo? ¿Ignoras las palabras del poeta?:
- ¡Al tener que sentenciar lo aprovechan para extralimitarse en sus derechos y faltar a la justicia! ¿Ignoran que su veredicto pronto dejará de serlo, y se disolverá en la nada?
Y añadió Alí-Nur: "¡Oh visir! ¡sabe que sólo Alah es poderoso, que es el Único Realizador!"
Y el visir le dijo: "¡Oh Alí! ¿crees intimidarme con todas tus sentencias? Sabe que hoy mismo, contra tu voluntad y contra la de todos los habitantes de Bassra, te cortaré la cabeza.
Y para imitarte, te recordaré lo que el poeta dijo:
- ¡Deja obrar el tiempo a su gusto, pero disfruta de la satisfacción de hacerte justicia!
Y también es admirable este otro verso:
- ¡El que vive, aunque solo sea un día, después de haber visto morir a su enemigo, consigue el fin deseado!"
Inmediatamente mandó a los guardias que se apoderaran de Alí-Nur y lo montasen en un mulo, pero los guardias vacilaron al ver que la muchedumbre decía a Alí-Nur: "Mándanoslo, y ahora mismo apedrearemos a ese hombre y lo haremos pedazos, aunque nos arriesguemos a perdernos y a perder nuestra alma". Pero Alí-Nur repuso: "¡Oh, no! ¡No hagáis semejante cosa! Recordad estos versos del poeta:
- ¡Todo hombre tiene que pasar su tiempo en la tierra, y transcurrido ese tiempo, ha de morir!
- ¡Por eso, aunque los leones me arrastraran a su selva, nada tendrá que temer como no hubiera llegado mi hora!”
Los guardias se apoderaron entonces de Alí-Nur, lo montaron en un mulo y recorrieron así toda la ciudad, hasta llegar al palacio, frente a las ventanas del sultán. Y gritaban: "¡Este es el castigo contra todo el que se atreva a falsificar documentos!" Después llevaron a Álí-Nur al lugar de los suplicios, allí donde se encharcaba la sangre de los sentenciados. Y el verdugo, con el alfanje en la mano, se acercó un momento a Alí-Nur y le dijo: "Soy tu esclavo; si necesitas que haga alguna cosa no tienes más que decirla, y la haré inmediatamente. Si necesitas beber o comer, manda y te obedeceré en el acto. Pues has de saber que te quedan muy pocos minutos de vida; sólo hasta que el sultán se asome a la ventana".
Entonces Alí-Nur miró a derecha e izquierda, y recitó estas estrofas:
- ¡Decidme por favor! ¿Hay entre vosotros um amigo compasivo que quiera ayudarme?
- ¡Va a terminar el tiempo de mi vida y a cumplirse mi destino! ¿Hay algún hombre caritativo que me socorra y que merezca ser recompensado por su buena acción?
- ¡Que eche una mirada a mi desdicha, que descubra nai tristeza y me dé un poco de agua para, calmar los sufrimientos de mi suplicio!
Entonces todos los presentes empezaron a llorar, y el verdugo fué en seguida en busca de una alcarraza con agua y se la presentó a Alí-Nur. Pero inmediatamente el visir Sauí acudió desde su sitio, y dando un golpe a la alcarraza la rompió en mil pedazos. Y en seguida gritó enfurecido al verdugo: "¿Qué aguardas para cortarle la cabeza?" Y el verdugo cogió entonces un lienzo y vendó los ojos a Alí-Nur.
Y al verlo, la multitud se encaró con el visir y empezó a injuriarle, aumentando cada vez más el tumulto de gritos. Y no cesaba la agitación, cuando súbitamente se levantó una nube de polvo y resonaron clamores confusos que iban aproximándose, llenando el aire y el espacio.
Y al ver la nube de polvo y oír el estrépito, el sultán miró por la ventana del palacio y dijo a quienes le rodeaban: "Averiguad en seguida lo que es eso". Y el visir repuso: "No es eso lo más urgente. Antes conviene degollar a ese hombre".
Pero el sultán replicó: "Calla, ¡oh Sauí! y déjanos ver lo que es eso".
Aquella nube de polvo la levantaron los caballos en que galopaban Giafar, el gran visir del califa, y los jinetes de su séquito.
Y he aquí el motivo de su llegada. El califa, después de la noche de amor que había pasado entre los brazos de Dulce-Amiga, había dejado transcurrir treinta días sin acordarse de ella ni de la historia de Alí-Nur ben-Khacán. Pero una noche entre las noches, al pasar junto al gabinete en que estaba encerrada Dulce-Amiga, oyó amargo llanto y una voz dolorida que cantaba estos versos del poeta:
- ¡Oh delicia mía! ¡Tu sombra, estés ausente o estés conmigo, no se aparta de mí! ¡Y mi boca, para alegrarme, gusta de repetir tu nombre delicioso!
Y como los sollozos fuesen cada vez más desesperados, abrió el califa la puerta entró en el gabinete, y vió a Dulce-Amiga que lloraba. Y Dulce-Amiga se echó a sus pies, y se los besó tres veces, y recitó estas estrofas:
- ¡Oh tú, que eres de ilustre raza y producto de sangre famosa, de origen noble, rama fértil doblada bajo el peso de frutos exquisitos!
- ¡He de recordarte la promesa que tu bondad me hizo y que me ofreció tu generosidad sin par! ¡Ojalá no la olvides nunca!
Pero el califa, que seguía sin acordarse de Dulce-Amiga, le dijo: "¿Quién eres, oh joven?" Y ella contestó: "Soy la que te regaló Alí-Nur ben-Khacán. Y ahora te ruego que cumplas la promesa de enviarme junto a él con todos los honores debidos. Y cuenta que pronto hará treinta días que estoy aquí y no he podido disfrutar siquiera una hora de sueño". Entonces el califa llamó apresuradamente a Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "Llevo treinta días sin saber nada de Alí-Nur, y temo que le haya mandado matar el sultán de Bassra. Pero juro por mi cabeza y por la tumba de mis padres y mis abuelos, que como le haya ocurrido una desgracia a ese joven, perecerá el que tenga la culpa, así sea la persona más querida para mí. Quiero, pues, ¡oh Giafar! que salgas inmediatamente para Bassra y averigües lo que han hecho con Alí-Nur". Y Giafar se puso inmediatamente en camino.
Y al llegar a Bassra se encontró Giafar con aquel tumulto, y vió la muchedumbre agitada como el oleaje del mar, y preguntó: "¿Pero qué alboroto es ése?" Y en seguida millares de voces le refirieron cuanto había ocurrido con Alí-Nur ben-Khacán. Y cuando Giafar ovó sus palabras, se dió más prisa para llegar a palacio.
Y subió a las habitaciones del sultán, y le deseó la paz y le enteró del objeto de su viaje, y le dijo: "Si le ha sucedido alguna desgracia a Alí-Nur, tengo orden de que perezca quien tuviere la culpa, y de que tú, ¡oh sultán! expíes también el crimen cometido. ¿Dónde está Alí-Nur?"
El sultán mandó entonces que trajeran en seguida a Alí-Nur, y los guardias fueron a buscarle a la plaza. Y apenas entró Alí-Nur, se levantó Giafar y mandó a los guardias que prendieran al sultán y al visir El-Mohín ben-Sauí. E inmediatamente nombró a Alí-Nur sultán de Bassra, y lo colocó en el trono, en vez de Mohammad El-Zeiní, a quien mandó encerrar con el visir.
Después Giafar permaneció en Bassra, en casa del nuevo rey, los tres días reglamentarios de cortesía. Pero al cuarto día, Alí-Nur se dirigió a Giafar y le dijo: "Tengo vivos deseos de volver a ver al Emir de los Creyentes".
Y Giafar se avino a ello, y dijo: "Empecemos por hacer nuestra oración de la mañana, y saldremos en seguida para Bagdad". Y el rey dijo: "Escucho y obedezco". E hicieron la oración de la mañana, y ambos, acompañados de guardias y jinetes llevando consigo al ex rey Mohammad El-Zeiní y al visir Sauí, emprendieron el camino de Bagdad. Y durante el viaje, el visir Sauí tuvo tiempo para reflexionar y morderse las manos arrepentido.
Alí-Nur marchó todo el camino al lado de Giafar, hasta que llegaron a Bagdad, morada de paz. Y se apresuraron a presentarse al califa, y Giafar le contó la historia de Alí-Nur. Entonces el califa mandó acercarse a Alí-Nur, y le dijo: "Toma este alfanje y corta con tu propia mano la cabeza de tu enemigo, el miserable Ben-Sauí".
Y Alí-Nur cogió el acero, y se acercó a Ben-Sauí, pero éste lo miró y le dijo: "¡Oh Alí-Nur! Yo procedí contigo según mi temperamento, al cual no podía sustraerme.. Pero tú debes obrar a tu vez según el tuyo".
Entonces Alí-Nur tiro el alfanje, miró al califa y, le dijo: "!Oh Emir de los Creyentes! este hombre me ha desarmado".
Y recitó lo que dice el poeta
- ¡He visto a mi enemigo y no he sabido cómo vencerle, pues el hombre puro siempre es vencido por las palabras de bondad!
Pero el califa exclamó: "¡Está bien, Alí-Nur!" Y dijo a Massrur: "¡Oh Massrur! Levántate y corta la cabeza a ese bandido". Y Massrur se levantó, y de un solo tajo degolló al visir El-Mohín ben-Sauí.
Entonces el califa se dirigió a Alí-Nur, y le dijo: "Ahora puedes pedirme lo que quieras". Y Alí-Nur respondió: "¡Oh señor y dueño mío! no deseo reinar, ni quiero tener ninguna intervención en el trono de Bassra. No siento más deseo que tener la dicha de contemplar tus facciones".
Y el califa contestó: "¡Oh Alí-Nur! con todo el cariño de mi corazón, y como homenaje debido". Después mandó llamar a DulceAmiga, y se la devolvió a Alí-Nur, y les dió grandes riquezas, y un palacio de los más hermosos de Bagdad, y una suntuosa pensión del Tesoro. Y quiso que Alí-Nur ben-Khacán fuera su íntimo compañero. Y acabó por perdonar al sultán Mohammad El-Zeiní, al cual repuso en el trono, encargándole que en adelante eligiese mejor sus visires. Y todos vivieron ccn alegría y prosperidad hasta su muerte.
Al terminar, la discretísima Schehrazada dijo al rey: "No creas ¡oh rey! que esta historia de Alí-Nur y Dulce-Amiga, aunque muy deliciosa, sea tan notable y sorprendente como la de Ghanem ben-Ayub y su hermana Fetnah". Y el rey Schahriar contestó: "No conozco tal historia".