Las mil y una noches:642
PERO CUANDO LLEGO LA 655ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:
- ¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nunca pese el tiempo sobre la cabeza de tus habitantes!
- ¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos!
Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:
- ¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de regocijarse tus boscajes con la armonía de tus pájaros!
- ¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus flores por saberse tan bellas!¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estrellas en la bóveda de los cielos!
Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres azules:
- ¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!
Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la avenida; y ante él, al pie de los peldaños de mármol lavado que conducían a la morada, vió a una joven que debía tener más de catorce años de edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle precioso, con ojos grandes y negros cargados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: "¡Heme aquí!" Y sin disputa habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.
Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: "La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!" Pero ella le contestó: "¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te pertenece?" El contestó: "¡Oh mi señora! ¡la culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sentaba aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse y rendir homenaje con las flores y los pájaros!"
La joven se echó a reír, y le dijo: "¿Cómo te llamas?" Dijo él: "Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!" Dijo ella: "¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!"
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¿Sabes jugar al ajedrez?" Dijo él: "¡Sí, por cierto!" Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella: "¿Quieres los rojos o los blancos?" El contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!" Ella dijo: "¡Puede ser!" Y se puso a arreglar los peones.
Y empezó el juego.
Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrincante que a los peones del ajedrez, se sentía arrebatado hasta el éxtasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, comparables al alcanfor blanco. Y acabó por exclamar: "¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?" Pero le contestó ella embebida en su juego: "¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!"
Luego, como viera que Anís no prestaba atención al juego, le dijo: "¡Para que estés más atento al juego, Anís, vamos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!"
El contestó: "¡Bueno!" Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de seda que le cubría los cabellos y apareció cual una resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante, continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos, como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le dijo Zein Al-Mawassif: "Ya veo que no estás más atento que antes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A mil dinares la partida!" Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y perdió la partida.
Entonces le dijo ella: "¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!" Aceptó él, y perdió. Entonces se jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó nada entre las manos.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: "Eres un insensato, Anís. Y no quiero que tengas que arrepentirte de haber entrado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo. ¡Te devuelvo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!" Pero Anís contestó: "¡No, por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te perteneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!"
Ella dijo: "¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!" Y fué Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y calló discreta.