Las mil y una noches:671
Y CUANDO LLEGO LA 705ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre.
Cuando el rey de los francos vió entrar a su hija, y sus ojos se encontraron con los ojos de ella, no pudo contener la violencia de sus sentimientos, e inclinándose en su trono y adelantando los puños, le gritó: "¡Mal hayas, hija maldita! ¡Sin duda abjuraste de las creencias de tus antepasados, ya que así abandonas las moradas de tu padre y vas en busca de los descreídos que te quitaron el sello! ¡En verdad que tu muerte apenas podrá lavar la afrenta hecha al nombre cristiano y al honor de nuestra raza! ¡Ah, maldita! ¡prepárate a ser ahorcada a la puerta de la iglesia!" Pero, lejos de turbarse, contestó la princesa Mariam: "Ya conoces mi franqueza, padre mío. No soy tan culpable como crees. Porque, ¿qué crimen cometí al querer volver a una tierra en que calienta el sol con sus rayos y en que los hombres son fuertes y enteros? ¿Y qué iba a hacer aquí entre sacerdotes y eunucos?"
Al oír estas palabras, la cólera del rey llegó a sus límites extremos, y gritó a sus verdugos: "¡Quitad de mi vista a esa hija ignominiosa, y lleváosla para hacerla perecer con la muerte más cruel!"
Cuando los verdugos se disponían a prender a la princesa, el viejo visir tuerto avanzó hacia el trono renqueando, y después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡permite a tu esclavo formular un ruego antes de la muerte de la princesa!" El rey dijo: "Habla, ¡oh mi viejo visir abnegado! ¡oh sostén de la cristiandad!" Y dijo el visir: "Has de saber ¡oh rey! que desde hace mucho tiempo tu indigno esclavo está prendado de los encantos de la princesa. Por eso vengo a rogarte que no la hagas morir, y como única recompensa por las pruebas acumuladas que te di de mi abnegación en interés de su trono y de la cristiandad, me la concedas por esposa. ¡Y el caso es que, como soy tan feo, este matrimonio, que resulta para mí un favor, podrá servir al mismo tiempo de castigo a los pecados de la princesa! ¡Por lo demás, me comprometo a tenerla encerrada en el fondo de mi palacio, al abrigo de toda fuga y de las asechanzas de los musulmanes para en adelante!"
Al oír estas palabras de su viejo visir, dijo el rey: "¡No hay inconveniente! Pero ¿qué vas a hacer ¡oh pobre! con este tizón quemado en los fuegos del infierno? ¿Y no temes las funestas consecuencias de ese matrimonio? ¡Por el Mesías que, en tu lugar, me metería yo en la boca el dedo durante largo rato para reflexionar acerca de un asunto tan grave!"
Pero el visir contestó: "¡Por el Mesías, que no me hago ilusiones a ese respecto, y no ignoro la gravedad de la situación! ¡Pero ya sabré obrar con el tacto bastante para impedir que mi esposa se entregue a excesos reprensibles!" Y al oír estas palabras, echándose a reír, el rey de los francos bamboleó en su trono, y dijo al viejo visir: "¡Oh padre claudicante! ¡espero ver crecer en tu cabeza dos colmillos de elefante! ¡Pero te prevengo que, como dejes escapar de tu palacio a mi hija o no la impidas añadir una aventura más a sus aventuras tan deshonrosas para nuestro nombre, tu cabeza saltará de tus hombros! ¡Con esa única condición te doy mi consentimiento!" Y el viejo visir aceptó la condición, y besó los pies al rey.
Al punto se informó de aquel matrimonio a todos los sacerdotes, monjes y patriarcas, así como a todos los dignatarios de la cristiandad. Y con tal motivo se dieron grandes fiestas en palacio. Y terminadas las ceremonias, el viejo repugnante visir penetró en la cámara de la princesa. ¡Que Alah impida a la fealdad tocar al esplendor! ¡Y ojalá entregue el alma ese inmundo cerdo antes que mancillar las cosas puras!
¡Pero ya volveremos a encontrarle!
En cuanto a Nur, que había bajado a tierra para comprar las cosas necesarias al tocado de la princesa, cuando volvió con el velo, el traje y un par de babuchas de cuero amarillo limón, vió que una muchedumbre inmensa iba y venía por el puerto. Y preguntó la causa de tal tumulto; y le dijeron que la tripulación de un barco franco acababa de abordar y quemar de improviso un navío amarrado no lejos de allá, llevándose a una joven que se hallaba en él. Y al escuchar esta noticia, a Nur se le mudó el color y cayó al suelo sin conocimiento.
Cuando, al cabo de cierto tiempo, volvió de su desmayo, hubo de contar a los presentes su triste aventura. Pero no hay utilidad en repetirla. Y todos empezaron a censurar su conducta y a dirigirle mil reproches, diciéndole: "¡No tienes más que tu merecido! ¿Por qué la dejaste sola? ¿Qué necesidad tenías de ir a comprarle un velo y babuchas nuevas de cuero amarillo limón? ¿No podía ella bajar a tierra con sus ropas viejas y cubrirse el rostro por el momento con un trapo o un trozo de velo o cualquier otra tela? ¡Sí, por Alah, no tienes más que tu merecido!"
A la sazón llegó un jeique, que era el propietario del khan donde se alojaron Nur y la princesa a raíz de su encuentro. Y reconoció al pobre Nur, y al verle en un estado tan lastimoso, le preguntó la causa. Y cuando estuvo al corriente de la historia, le dijo: "¡En verdad que el velo era tan superfluo como el traje nuevo y las babuchas amarillas! Pero más superfluo aún sería seguir hablando de ello. ¡Ven conmigo, hijo mío! Eres joven, y en vez de llorar por una mujer y desesperarte, debes aprovecharte cuanto antes de tu juventud y de tu salud. ¡Ven! ¡Todavía no se ha extinguido en nuestro país la raza de las jóvenes hermosas! ¡Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.