Las mil y una noches:694

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Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 694: Y cuando llegó la 727ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 727ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en juego sus argucias, en busca de jóvenes. Y efectivamente, no tardó en llevar al palacio de Mubarak un primer grupo muy considerable de jóvenes selectas, todas de quince años de edad, más bien menos que más, y todas intactas en cuanto a su virginidad. Y una tras otra, envueltas en sus velos, con los ojos modestamente bajos, las introdujo en la sala en que les esperaba el príncipe Zein, provisto de su espejo y sentado junto al mercader Mubarak. Y al ver todos aquellos párpados bajos y aquellos rostros cándidos y aquel gesto púdico, nadie hubiera podido dudar de la pureza y de la virginidad de las jóvenes que introducía la vieja. ¡Pero he aquí que existía el espejo, y nada podía engañar al espejo, ni párpados bajos, ni rostros cándidos, ni gesto púdico! En efecto, cada vez que entraba una joven, el príncipe Zein, sin pronunciar palabra, volvía el espejo hacia la joven que había que inspeccionar, y miraba. Y aparecía ella en el espejo toda desnuda, a pesar de las numerosas vestiduras que la cubrían; y no resultaba invisible ninguna parte de su cuerpo; y se reflejaba su historia con sus menores detalles, igual que si se la hubiese colocado en un cofrecillo de cristal diáfano.

Y he aquí que, cada vez que el príncipe Zein inspeccionaba en el espejo a las jóvenes que entraban, estaba lejos de ver una historia minúscula en forma de almendra sin cáscara; y se asombraba prodigiosamente al comprobar en qué abismo sin fondo habría podido arrojarse o arrojar desatentadamente al Anciano de las Tres Islas, a no ser por el recurso del espejo mágico. Y después del examen desechaba a todas las que entraban, sin explicar, empero, a la vieja el verdadero motivo de su abstención; porque no quería perjudicar a aquellas jóvenes descubriendo lo que había velado Alah y revelando lo que por lo común estaba oculto. Y se limitaba a limpiar con la manga cada vez el vaho denso que acababa de empañar el espejo al aparecer la imagen. Y sin desalentarse y excitada por la esperanza de la remuneración, la vieja le llevó un segundo grupo, más importante todavía que el primero, y un tercero, y un cuarto, y un quinto grupos, pero sin más resultado que la vez primera. ¡Y de tal suerte, ¡oh Zein! viste las historias de las egipcias, de las coptas, de las nubias, de las abisinias, de las sudanesas, de las maghrenias, de las árabes y de las beduinas! Y en verdad que, entre tantas, las había que eran excelentes hasta cierto punto, y pertenecían a propietarias incomparablemente bellas y deliciosas. ¡Pero ni una sola vez viste, entre todas aquellas historias, la historia requerida, virgen de todo contacto, semejante a una almendra mondada!

Y en vista de ello, sin haber podido encontrar en Egipto, lo mismo entre las hijas de los grandes que entre las del pueblo, una joven que tuviera las condiciones necesarias, el príncipe y Mubarak juzgaron que ya no les quedaba que hacer más que abandonar aquel país para ir a continuar sus pesquisas en Siria por el pronto. Y partieron para Damasco, y alquilaron un magnífico palacio en el barrio más hermoso de la ciudad. Y Mubarak se puso al habla con las viejas casamenteras y con las alcahuetas, y les expuso lo que tenía que exponerles. Y le contestaron todas con el oído y la obediencia. Y entraron en negociaciones con las jóvenes, hijas de grandes y pequeños, lo mismo con las musulmanas que con las judías y las cristianas. Y sin sospechar las virtudes del espejo mágico, del que ignoraban hasta la existencia las llevaron por turno a la sala reservada para la inspección. Pero con las sirias ocurrió exactamente igual que había ocurrido con las egipcias y las otras; pues, no obstante su apostura modesta y la pureza de sus miradas y sus mejillas ruborizadas de pudor y sus quince años, todas tenían la historia perforada. Y las alcahuetas y las demás viejas se vieron obligadas a volverse con las narices tan largas que les llegaban hasta los pies.

¡Y he aquí lo referente a ellas!

¡Pero he aquí ahora lo referente al príncipe Zein y a Mubarak! Cuando comprobaron que la Siria, como el Egipto, estaba completamente limpia de jóvenes con las historias todavía selladas, se quedaron muy estupefactos; y Zein pensó: "¡Es inconcebible!" Y dijo a Mubarak: "¡Oh Mubarak! creo que nada tenemos que hacer ya en este país, y que necesitamos buscar por otras comarcas lo que deseamos. ¡Porque mi corazón y mi espíritu están pendientes de la séptima joven de diamante, y me hallo dispuesto siempre a continuar las pesquisas para dar con la virgen de quince años que ha de entregarse al Anciano de las Islas a cambio de su regalo!" Y contestó Mubarak: "¡Escucho y obedezco!" Y añadió: "Mi opinión es que sería inútil ir a otra parte que no fuera el Irak. Porque sólo allí tenemos probabilidad de encontrar lo que buscamos. ¡Preparemos, pues, la caravana, y vamos a Bagdad, la ciudad de paz ...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.