Ir al contenido

Las mil y una noches:707

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 707: Pero cuando llegó la 740ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 740ª NOCHE

[editar]

Ella dijo:

"... Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad. Y desde su juventud habíase dedicado con tesón al estudio de la hechicería y de los hechizos, y el arte de la geomancia, de la alquimia, de la astrología, de las fumigaciones y de los encantamientos. Y al cabo de treinta años de operaciones mágicas, por virtud de su hechicería, logró descubrir que en un paraje desconocido de la tierra había una lámpara extraordinariamente mágica que tenía el don de hacer más poderoso que los reyes y sultanes todos al hombre que tuviese la suerte de ser su poseedor. Entonces hubo de redoblar sus fumigaciones y hechicería, y con una última operación geomántica logró enterarse de que la lámpara consabida se hallaba en un subterráneo situado en las inmediaciones de la ciudad de Kolo-ka-tsé, en el país de China. (Y aquel paraje era precisamente el que acabamos de ver con todos sus detalles.) Y el mago se puso en camino sin tardanza, y después de un largo viaje había llegado a Kolo-ka-tsé, donde se dedicó a explorar los alrededores y acabó por delimitar exactamente la situación del subterráneo con lo que contenía. Y por su mesa adivinatoria se enteró de que el tesoro y la lámpara mágica estaban inscriptos, por los poderes subterráneos, a nombre de Aladino, hijo de Mustafá el sastre, y de que sólo él podría hacer abrirse el subterráneo y llevarse la lámpara, pues cualquier otro perdería la vida infaliblemente si intentaba la menor empresa encaminada a ello. Y por eso se puso en busca de Aladino, y cuando le encontró, hubo de utilizar toda clase de estratagemas y engaños para atraérsele y conducirle a aquel paraje desierto, sin despertar sus sospechas ni las de su madre. Y cuando Aladino salió con bien de la empresa, le había reclamado tan presurosamente la lámpara porque quería engañarle y emparedarle para siempre en el subterráneo. ¡Pero ya hemos visto cómo Aladino, por miedo a recibir una bofetada, se había refugiado en el interior de la cueva, donde no podía penetrar el mago, y cómo el mago, con objeto de vengarse, habíale encerrado allí dentro contra su voluntad para que se muriese de hambre y de sed!

Realizada aquella acción, el mago, convulso y echando espuma, se fué por su camino, probablemente a África, su país.

¡Y he aquí lo referente a él! Pero seguramente nos lo volveremos a encontrar.

¡He aquí ahora lo que atañe a Aladino!

No bien entró otra vez en el subterráneo, oyó el temblor de tierra producido por la magia del maghrebín, y aterrado, temió que la bóveda se desplomase sobre su cabeza, y se apresuró a ganar la salida. Pero al llegar a la escalera, vió que la pesada losa de mármol tapaba la abertura; y llegó al límite de la emoción y del pasmo. Porque, por una parte, no podía concebir la maldad del hombre a quien creía tío suyo y que le había acariciado y mimado, y por otra parte, no había para qué pensar en levantar la losa de mármol, pues le era imposible hacerlo desde abajo. En estas condiciones, el desesperado Aladino empezó a dar muchos gritos, llamando a su tío y prometiéndole, con toda clase de juramentos, que estaba dispuesto a darle en seguida la lámpara.

Pero claro es que sus gritos y sollozos no fueron oídos por el mago, que ya se encontraba lejos. Y al ver que su tío no le contestaba, Aladino empezó a abrigar algunas dudas con respecto a él, sobre todo al acordarse de que le había llamado hijo de perro, gravísima injuria que jamás dirigiría un verdadero tío al hijo de su hermano.

De todos modos, resolvió entonces ir al jardín, donde había luz, y buscar una salida por donde escapar de aquellos lugares tenebrosos. Pero al llegar a la puerta que daba al jardín observó que estaba cerrada y que no se abría ante él entonces. Enloquecido ya, corrió de nuevo a la puerta de la cueva y se echó llorando en los peldaños de la escalera. Y ya se veía enterrado vivo entre las cuatro paredes de aquella cueva, llena de negrura y de horror, a pesar de todo el oro que contenía. Y sollozó durante mucho tiempo, sumido en su dolor. Y por primera vez en su vida dió en pensar en todas las bondades de su pobre madre y en su abnegación infatigable, no obstante la mala conducta y la ingratitud de él. Y la muerte en aquella cueva hubo de parecerle más amarga, por no haber podido refrescar en vida el corazón de su madre mejorando algo su carácter y demostrándola de alguna manera su agradecimiento. Y suspiró mucho al asaltarle este pensamiento, y empezó a retorcerse los brazos y a restregarse las manos, como generalmente hacen los que están desesperados, diciendo, a modo de renuncia a la vida: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah!"

Y he aquí que, con aquel movimiento, Aladino frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y que le había prestado el mago para preservarle de los peligros del subterráneo. Y no sabía aquel maghrebín maldito que el tal anillo había de salvar la vida de Aladino precisamente, pues de saberlo, no se lo hubiera confiado desde luego, o se hubiera apresurado a quitárselo, o incluso no hubiera cerrado el subterráneo mientras el otro no se lo devolviese. Pero todos los magos son, por esencia, semejantes a aquel maghrebín hermano suyo: a pesar del poder de su hechicería y de su ciencia maldita, no saben prever las consecuencias de las acciones más sencillas, y jamás piensan en precaverse de los peligros más vulgares. ¡Porque con su orgullo y su confianza en sí mismos, nunca recurren al Señor de las criaturas, y su espíritu permanece constantemente oscurecido por una humareda más espesa que la de sus fumigaciones, y tienen los ojos tapados por una venda, y van a tientas por las tinieblas!

Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.