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Las mil y una noches:746

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 746: pero cuando llego la 782ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 782ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Entonces dijo el derviche: "Sabe, pues, ¡oh mi señor! que soy un pobre derviche que peregrina continuamente por las tierras y las comarcas de Alah, maravillándose día y noche con la obra del Creador.

"Y he aquí que un viernes por la mañana me condujo mi destino a la ciudad de Bassra. Y al entrar en ella observé que los zocos y las tiendas y los almacenes estaban abiertos, con todas las mercancías expuestas en los escaparates, así como todas las vituallas, y en general, cuanto se vende y se compra, cuanto se come y se bebe; pero también observé que ni en los zocos ni en las tiendas se veían huellas de mercader o de comprador, de mujer o de muchacha, de yente o de viviente, y estaba todo tan abandonado y tan desierto, que en ninguna calle había ni siquiera un perro o un gato o un grupo de niños jugando, sino por doquiera la soledad y el silencio y sólo la presencia de Alah. Y me asombré de todo aquello, y dije para mi ánima: "¿Quién sabe adónde han podido ir los habitantes de esta ciudad, con sus gatos y sus perros, para abandonar de tal manera en los escaparates todas estas mercancías?" Pero como me torturaba interiormente un hambre horrible, no me entretuve en estas reflexiones, y escogiendo el mejor escaparate de repostero, comí lo que me deparaba mi suerte para satisfacción de mis anhelos de repostería. Tras de lo cual me dirigí a un escaparate de asados, y me comí dos o tres chuletas de cordero cebado y uno o dos pollos asados, que todavía conservaban el calor del horno, con algunos panecillos tostados como en mi vida los había probado mi lengua de derviche peregrino ni los habían olido mis narices, y di gracias a Alah por sus dones sobre la cabeza de Sus pobres. Luego subí a la tienda de un mercader de sorbetes, y me bebí una o dos jarras de cierto sorbete perfumado con nadd y con benjuí, solamente para acallar las primeras solicitaciones de mi gaznate, que desde hacía tanto tiempo había olvidado las bebidas de los ciudadanos ricos. Y di gracias al Bienhechor, que no olvida a Sus Creyentes y les da en la tierra un anticipo de la fuente Salsabil.

"Cuando me hube tranquilizado interiormente de aquel modo, me puse a reflexionar acerca de la extraña situación de aquella ciudad que, a no dudar, debía haber sido abandonada por sus habitantes hacía unos instantes nada más. Y mi perplejidad aumentaba con mis reflexiones; y comenzaba a sentir mucho miedo del eco de mis pasos en aquella soledad, cuando oí resonar un rumor de instrumentos musicales, que avanzaba precisamente en dirección mía, como podía percibirse escuchando con detenimiento.

"Entonces, con el espíritu un poco turbado por las cosas asombrosas de que yo era único testigo, no dudé de que estaba en una ciudad hechizada, y de que el concierto que oía lo daban los efrits y los genn malhechores (¡que Alah los confunda!) Y víctima de un miedo atroz, me precipité al fondo de un granero, y me escondí detrás de un costal de habas. Pero como en mí era natural ¡oh mi señor! estar bajo la dominación del vicio de la curiosidad -¡que Alah me perdone!-. me situé, a pesar de todo, de manera que pudiese mirar a la calle desde atrás del costal para ver sin ser visto.

Apenas había acabado de acomodarme en la postura menos fatigosa, cuando vi avanzar por la calle un cortejo deslumbrador, no de genn o de efrits, sino sin duda de huríes del Paraíso. Eran cuarenta jóvenes de rostro de luna que avanzaban con su belleza sin velos, en dos hileras, a un paso que por sí solo constituía una música. E iban precedidas de un grupo de tañedoras de instrumentos y de danzarinas, que llevaban el compás de la música con sus movimientos de pájaros. Porque pájaros eran, en verdad, y más blancas que las palomas y más ligeras, ciertamente. ¿Pues podían ser tan armoniosas y tan aéreas las hijas de los hombres? ¿Y no pertenecían más bien a ciertas especies llegadas del palacio de Iram de las Columnas o de los jardines del Edén, para encantar la tierra con su estancia?

"Quienesquiera que fuesen, ¡oh mi señor! apenas la última pareja había pasado por delante de la tienda donde yo estaba escondido detrás del costal de habas, cuando vi avanzar sobre una yegua de frente estrellada, que llevaban de la brida dos negras jóvenes, a una dama revestida de tanta juventud y de tanta belleza, que su vista acabó de dislocarme la razón, y perdí la respiración y estuve a punto de caerme de espaldas detrás del costal de habas, ¡oh señor mío! Y deslumbraba aun más ella, porque sus vestiduras estaban sembradas de pedrerías, y sus cabellos, su cuello, sus muñecas y sus tobillos desaparecían con el resplandor de los diamantes y los collares y pulseras de perlas y gemas preciosas. Y a su derecha marchaba una esclava, que tenía en la mano un sable desnudo con la empuñadura hecha de una sola esmeralda. Y la yegua que la conducía avanzaba como una reina orgullosa de la corona que llevase a la cabeza. Y la visión de esplendor alejóse inmediatamente, dejándome un corazón apuñalado por la pasión, un alma reducida para siempre a la esclavitud y unos ojos que recuerdan y dicen al ver cualquier belleza: «¿Quién eres tú en comparación con ella?»

"Cuando el cortejo se perdió de vista por completo y la música de las tañedoras de instrumentos no llevó hasta mí más que sones lejanos, me decidí a salir de detrás del costal de habas y de la tienda a la calle. E hice bien, porque en el mismo momento vi con sorpresa extremada que los zocos se animaban y todos los mercaderes salían como de debajo de la tierra para ir a ocupar sus respectivos puestos, y el tratante de granos propietario de la tienda en que me había ocultado yo apareció, salido de no sé donde, y se dedicó a vender sus granos a los que cebaban aves y a otros compradores. Y yo, cada vez más perplejo, me decidí a abordar a un transeúnte y a preguntarle qué significaba el espectáculo de que fui testigo y el nombre de la dama maravillosa que montaba en la yegua de frente estrellada. Pero, con gran asombro mío, el hombre me lanzó una mirada enloquecida, se puso muy amarillo, y recogiéndose la orla del traje me volvió la espalda y echó a correr con una carrera más rápida que si le persiguiese la hora de su destino. Y abordé a otro transeúnte y le hice la misma pregunta. Pero, en vez de contestarme, hizo como que no me había visto ni oído, y continuó su camino mirando a otro lado. Y todavía interrogué a una porción de personas más; pero ni una quiso responder a mis preguntas y todo el mundo huía de mí como si saliese yo de una fosa de excrementos o como si blandiese una espada cercenadora de cabezas.

Entonces me dije a mí mismo: «¡Oh derviche amigo! para averiguar el asunto sólo te resta entrar en la tienda de un barbero a que te afeite la cabeza, y a interrogar al barbero al mismo tiempo. Porque ya sabes que las gentes que ejercen este oficio tienen la lengua cosquillosa y siempre la palabra en la punta de la lengua. ¡Y quizá únicamente él te enterará de lo que intentas saber!» Y cuando hube reflexionado de tal suerte, entré en casa de un barbero, y después de pagarle generosamente con todo lo que poseía, le hablé de lo que tenía tantas ganas de saber y le pregunté quién era la dama de belleza sobrenatural. Y el barbero, bastante aterrado, giró los ojos de derecha a izquierda, y acabó por contestar: «¡Por Alah, ¡oh tío mío derviche! si quieres conservar la cabeza sobre el cuello y el cuello sano y salvo, guárdate bien de hablar a nadie de lo que tuviste la mala suerte de ver! ¡Y hasta harías bien, para mayor seguridad, en dejar inmediatamente nuestra ciudad, donde estás perdido sin remedio! Y esto es todo lo que puedo decirte acerca del particular, porque se trata de un misterio que tortura a toda la ciudad de Bassra, donde las gentes mueren como langostas si tienen la desgracia de no ocultarse con anterioridad a la llegada del cortejo. En efecto, la esclava que lleva el alfanje desnudo corta la cabeza de los indiscretos que tienen la curiosidad de mirar pasar al cortejo o que no se esconden a su paso. ¡Y he aquí cuanto puedo decirte!»

"Entonces yo ¡oh mi señor! cuando el barbero hubo acabado de afeitarme la cabeza, abandoné la tienda y me apresuré a salir de la ciudad, y no tuve tranquilidad hasta que me hallé muy lejos. Y viajé por tierras y desiertos, hasta que llegué a vuestra ciudad. Y tenía siempre habitada el alma por la belleza entrevista, y pensaba en ella día y noche, hasta el punto de que con frecuencia me olvidaba de comer y de beber. ¡Y en esta disposición fué como acerté a pasar hoy por delante de la tienda de tu señoría, y vi a tu hijo Kamar, cuya hermosura me recordó de una manera exacta la de la joven sobrenatural de Bassra, a quien se parece como un hermano se parece a su hermano. Y me conmovió de tal modo esta semejanza, que no pude contener mis lágrimas, lo cual, sin duda, es propio de un insensato! ¡Y ésa es ¡oh mi señor! la causa de mis suspiros y de mi emoción!"

Y cuando el derviche hubo terminado de tal suerte su relato, de nuevo rompió en lágrimas, mirando al joven Kamar; y añadió entre sollozos: "Por Alah sobre ti, ¡oh señor mío! Ahora que te he contado lo que tenía que contarte, y como no quiero abusar de la hospitalidad que has concedido a un servidor de Alah, ábreme la puerta de salida y déjame marchar en tal estado por mi camino. Y si me es posible formular un anhelo sobre la cabeza de mis bienhechores, ¡pluguiera a Alah, que ha creado dos criaturas tan perfectas como tu hijo y la joven de Bassra, acabar Su obra permitiendo que se uniesen!"

Y tras de hablar así, el derviche se levantó, no obstante los ruegos del padre de Kamar, que le instaba a quedarse, invocó una vez más la bendición sobre sus huéspedes, y se marchó, suspirando, como había venido. Y he aquí lo referente a él.

En cuanto al joven Kamar, no pudo cerrar los ojos en toda la noche, de tan preocupado como estaba por el relato del derviche y de tanto como hubo de impresionarle la descripción que hizo de la joven. Y al día siguiente por la aurora entró en el aposento de su madre y la despertó, y le dijo: "¡Oh madre! ¡hazme un fardo de ropa, pues tengo que partir al instante para la ciudad de Bassra, donde me aguarda mi destino!" Y al oír estas palabras, su madre empezó a lamentarse, llorando, y llamó a su esposo y le participó aquella noticia tan asombrosa y tan inesperada. Y el padre de Kamar trató, aunque en vano, de hacer ponerse en razón a su hijo, que no quiso escuchar ningún argumento, y que dijo, a manera de conclusión: "¡Si no parto en seguida para Bassra, seguramente moriré!" Y en vista de lenguaje tan decisivo y de resolución tan firme, el padre y la madre de Kamar se limitaron a suspirar, aceptando lo que estaba escrito por el Destino. Y el padre de Kamar no dejó de echar en cara a su esposa todas las contrariedades que les habían ocurrido desde la hora en que hubo de escuchar sus consejos él y había conducido a Kamar al zoco.

Y se decía: "¡He aquí en lo que pararon tus cuidados y tu prudencia, ¡ya Abd el-Rahmán! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso! ¡Lo que está escrito ha de ocurrir, y nadie puede luchar contra los designios de la suerte!" Y la madre de Kamar, doblemente entristecida por ser víctima de los reproches de su esposo y por la pena que le producía el proyecto de su hijo, se vió obligada a hacerle sus preparativos de marcha. Y le dió un saquito, en que había metido cuarenta gruesas piedras preciosas, como rubíes, diamantes y esmeraldas, diciéndole: "Lleva contigo muy cuidadosamente este saquito, ¡oh hijo mío! Podrá serte útil, si llega a faltarte dinero!" Y su padre le dió noventa mil dinares de oro para sus gastos de viaje y su estancia en el extranjero. Y ambos se abrazaron, llorando, y se despidieron de él. Y su padre le recomendó al jefe de la caravana que partía para el Irak. Y después de besar la mano a su padre y a su madre, Kamar salió para Bassra, acompañado por los votos de sus padres. Y Alah le escribió la seguridad, y llegó él sin contratiempo a aquella ciudad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.