Las mil y una noches:761

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 761: pero cuando llego la 795ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 795ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y libre ya, después de aquella formalidad dolorosa; Abu-Cassem empezó a mesarse las barbas con desesperación, y cogiendo sus babuchas, juró desembarazarse de ellas a toda costa. Y anduvo al azar mucho tiempo, reflexionando acerca del medio mejor de llevarlo a término, y acabó por decidirse a arrojarlas en un canal situado en el campo, muy lejos. Y supuso que ya no volvería a oír hablar de ellas. Pero quiso la suerte que el agua del canal arrastrase las babuchas hasta la entrada de un molino cuyas ruedas movían aquel canal. Y las babuchas se engancharon en las ruedas y las hicieron saltar, alterando su marcha. Y acudieron a reparar el daño los dueños del molino, y observaron que todo ello obedecía a las enormes babuchas que encontraron enganchadas en el engranaje, y que al punto reconocieron como las babuchas de Abu-Cassem. Y de nuevo encarcelaron al desgraciado droguero, y aquella vez le condenaron a pagar una fuerte indemnización a los propietarios del molino por el daño que les había ocasionado. Y además hubo de pagar crecida fianza para recobrar su libertad. Y al propio tiempo se le devolvieron sus babuchas.

Entonces, en el límite de la perplejidad, regresó a su casa, y subiendo a la terraza, se recostó en la baranda y se puso a reflexionar profundamente sobre lo que haría. Y había colocado en la terraza cerca de él las babuchas; pero les daba la espalda, con objeto de no verlas. Y en aquel momento, precisamente, un perro de los vecinos divisó las babuchas, y lanzándose desde la terraza de sus amos a la de Abu-Cassem, cogió con la boca una de las babuchas y se puso a jugar con ella. Y estando en lo mejor de su juego con la babucha, el perro la tiró lejos, y el Destino funesto la hizo caer de la terraza en la cabeza de una vieja que pasaba por la calle. Y el peso formidable de la babucha barbada de hierro aplastó a la vieja, dejándola más ancha que larga. Y los parientes de la vieja reconocieron la babucha de Abu-Cassem, y fueron a querellarse al kadí, reclamando el precio de la sangre de su parienta o la muerte de Abu-Cassem. Y el infortunado se vió obligado a pagar el precio de la sangre, con arreglo a la ley. Y además, para librarse de la cárcel tuvo que pagar una gruesa fianza a los guardias y a los oficiales de policía.

Pero aquella vez había ya tomado su resolución. Regresó, pues, a su casa, cogió las dos babuchas fatales, y volviendo a casa del kadí, alzó las dos babuchas por encima de su cabeza, y exclamó con una vehemencia que hizo reír al kadí, a los testigos y a los circunstantes: "¡Oh señor kadí, he aquí la causa de mis tribulaciones! Y pronto me voy a ver reducido a mendigar en el patio de las mezquitas. ¡Te suplico, pues, que te dignes dictar un decreto que declare que Abu-Cassem ya no es propietario de las babuchas, pues las lega a quien quisiera cogerlas, y que ya no es responsable de las desgracias que ocasionen en el porvenir!" Y tras de hablar así, tiró las babuchas en medio de la sala de los juicios, y huyó con los pies descalzos, mientras, a fuerza de reír, se caían de trasero todos los presentes. ¡Pero Alah es más sabio!

Y sin detenerse, Schehrazada contó aún:


BAHLUL, BUFON DE AL-RASCHID[editar]

He llegado a saber que el califa Harún Al-Raschid tenía, viviendo con él en su palacio, a un bufón encargado de divertirle en sus momentos de humor sombrío. Y aquel bufón se llamaba Bahlul el Cuerdo. Y un día le dijo el califa: "Ya Bahlul, ¿sabes el número de locos que hay en Bagdad?". Y Bahlul contestó: "¡Oh mi señor! un poco larga sería la lista". Y dijo Harún: "Pues quedas encargado de hacerla. ¡Y supongo que será exacta!" Y Bahlul hizo salir de su garganta una carcajada prolongada. Y le preguntó el califa: "¿Qué te pasa?" Y Bahlul dijo: "¡Oh mi señor! soy enemigo de todo trabajo fatigoso. ¡Por eso, para complacerte, voy en seguida a extender la lista de los cuerdos que hay en Bagdad! Porque ése es un trabajo que apenas exigirá el tiempo que se tarda en beber un sorbo de agua. Y con esta lista, que será muy corta, ¡por Alah que te enterarás del número de locos que hay en la capital de tu imperio!"

Y estando sentado en el trono del califa, aquel mismo Bahlul recibió, por esta temeridad, una tanda de palos que le propinaron los ujieres. Y los gritos espantosos que con tal motivo hubo de lanzar pusieron en conmoción a todo el palacio y llamaron la atención del propio califa. Y al ver que su bufón lloraba ardientes lágrimas, intentó consolarle. Pero Bahlul le dijo: "¡Ay! ¡oh Emir de los Creyentes! ¡mi dolor no tiene consuelo, pues no es por mí por quien lloro, sino por mi amo el califa! Si yo, en efecto, he recibido tantos golpes por haber ocupado un instante su trono, ¿qué tunda no le amenazará a él después de ocuparlo años y años?".

Y también el mismo Bahlul tuvo la suficiente cordura para tomar horror al matrimonio. Y con el objeto de jugarle una mala pasada, Harún le hizo casarse a la fuerza con una joven de entre sus esclavas, asegurándole que le haría dichoso, y que incluso él respondería de la cosa. Y Bahlul se vió obligado a obedecer, y entró en la cámara nupcial, donde esperaba su joven esposa, que era de una belleza selecta. Pero apenas se había echado junto a ella, cuando se levantó de pronto con terror y huyó de la habitación, como si le persiguiesen enemigos invisibles, y echó a correr por el palacio, igual que un loco. Y el califa, informado de lo que acababa de pasar, hizo ir a Buhlul a su presencia, y le preguntó, con voz severa: "¿Por qué ¡oh maldito! has inferido esa ofensa a tu esposa?".

Y contestó Bahlul: "¡Oh mi señor! ¡el terror es un mal que no tiene remedio! Claro que yo no tengo que formular reproche alguno contra la esposa que has tenido la generosidad de concederme, porque es hermosa y modesta. Pero ¡oh mi señor! apenas entré en el lecho nupcial, cuando oí distintamente varias voces que salían a la vez del seno de mi esposa. Y una de ellas me pedía un traje, y otra me reclamaba un velo de seda; y ésta, unas babuchas; y aquélla, una túnica bordada; y la de más allá, otras cosas. ¡Entonces, sin poder reprimir mi espanto, y no obstante tus órdenes y los encantos de la joven, huí a todo correr, temiendo volverme más loco y más desgraciado todavía de lo que soy!"

Y el mismo Bahlul rehusó un día cierto regalo de mil dinares que le ofreció por dos veces el califa. Y como el califa, extremadamente asombrado de aquel desinterés, le preguntara la razón que para ello tenía, Bahlul, que estaba sentado con una pierna extendida y la otra encogida, se limitó a extender bien ostensiblemente ante Al-Raschid ambas piernas a la vez, siendo ésta toda su respuesta. Y al ver semejante grosería y tan suprema falta de respeto para con el califa, el jefe eunuco quiso hacerle violencia y castigarle; pero Al-Raschid se lo impidió con una seña, y preguntó a Bahlul a qué obedecía aquel olvido de las prácticas corteses. Y Bahlul contestó: "¡Oh mi señor! ¡si hubiera extendido la mano para recibir tu regalo habría perdido para siempre el derecho de extender las piernas!".

Y por último, el propio Bahlul fué quien, entrando un día en la tienda de campaña de Al-Raschid, que regresaba de una expedición guerrera, le encontró sediento y pidiendo a grandes gritos un vaso de agua. Y Bahlul echó a correr para llevarle un vaso de agua fresca, y presentándoselo, le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te ruego que antes de beber me digas a qué precio habrías pagado este vaso de agua si, por casualidad, hubiese sido imposible de encontrar o difícil de procurártelo!" Y dijo Al-Raschid: "¡Sin duda habría dado, por tenerlo, la mitad de mi imperio!"

Y dijo Bahlul: "¡Bébetelo ahora, y Alah lo vuelva lleno de delicias para tu corazón!" Y cuando el califa hubo acabado de beber, Bahlul le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! y si, ahora que te lo has bebido, ese vaso de agua no pudiera salir de tu cuerpo por culpa de alguna retención de orina en tu vejiga honorable, ¿a qué precio pagarías la manera de hacerlo salir?" Y Al-Raschid contestó: "¡Por Alah, que en ese caso daría todo mi imperio de ancho y de largo!"

Y Bahlul, poniéndose muy triste de pronto, dijo: "¡Oh mi señor! ¡un imperio que no pesa en la balanza más que un vaso de agua o un chorro de orines no debería producir todas las preocupaciones que te proporciona y las guerras sangrientas que nos ocasiona!"

Al oír aquello, Harún se echó a llorar.

Y aun dijo aquella noche Schehrazada:


LA INVITACION A LA PAZ UNIVERSAL[editar]

Cuentan que un venerable jeique rural tenía en su cortijo un hermoso corral, al que dedicaba todos sus afanes, y que estaba bien provisto de aves machos y aves hembras que le producían muy buenos huevos y soberbios pollos sabrosos de comer. Y entre las aves machos poseía un grande y hermoso Gallo de voz clara y plumaje brillante y dorado, el cual, además de todas sus cualidades de belleza exterior, estaba dotado de instinto vigilante, de sabiduría y de experiencia en las cosas del mundo, las mudanzas del tiempo y los reveses de la vida. Y estaba lleno de justicia y de atención para sus esposas, y cumplía sus deberes respecto a ellas con tanto celo como imparcialidad, para no dejar entrar los celos en sus corazones y la animosidad en sus miradas. Y entre todos los habitantes del corral se le citaba como modelo de maridos por su potencia y su bondad. Y su amo le había puesto de nombre Voz-de-Aurora.

Un día, mientras sus esposas dedicábanse a cuidar de sus pequeñuelos y a peinarse las plumas, Voz-de-Aurora salió a visitar las tierras del cortijo. Y sin dejar de maravillarse de lo que veía, revolvía y picoteaba a más y mejor en el suelo, según iba encontrando a su paso granos de trigo o de cebada o de maíz o de sésamo o de alforfón o de mijo. Y como sus hallazgos y pesquisas le llevaron más lejos de lo que hubiese querido, en un momento dado se vió fuera del cortijo y del villorrio, y completamente solo en un paraje abrupto que jamás había visto. Y por más que miró a derecha y a izquierda, no vió ninguna cara amiga ni ningún ser que le fuese familiar. Y empezó a quedarse perplejo, y dejó oír algunos gritos leves de inquietud. Y en tanto que tomaba sus disposiciones para volver sobre sus pasos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.