Las mil y una noches:772
Y CUANDO LLEGO LA 806ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... Y Ahmad se precipitó allí y empezó a dar golpes redoblados. Y su mujer, sin vacilar, dijo a Mahmud: "¡Levántate y sígueme!" Y bajó con él, y después de dejarle en un rincón detrás de la misma puerta de la calle, abrió a su esposo, diciéndole: "¡Por Alah! ¿qué ocurre para que llames de ese modo?" Pero Ahmad, cogiéndola de la mano y arrastrándola vivamente al interior, corrió, vociferando, a la habitación de arriba para sorprender a Mahmud que, mientras tanto, había abierto tranquilamente la puerta, detrás de la cual hubo de esconderse, y se había dado a la fuga. Y al ver cuán vanas resultaban sus pesquisas, Ahmad estuvo a punto de morirse de rabia, y resolvió repudiar a su mujer en el momento. Luego pensó que más valía tener paciencia por algún tiempo aún, y devoró en silencio su rencor.
Y he aquí que la ocasión que buscaba no tardó en presentarse por sí misma algunos días después de este incidente. En efecto, el tío de Ahmad y padre de su esposa daba un festín con motivo de la circuncisión de un niño que acababa de tener en su vejez. Y Ahmad y su esposa estaban invitados a ir a pasar en su casa el día y la noche. Y entonces pensó en poner en ejecución un proyecto que había ideado. Fué, pues, en busca de su amigo Mahmud, que continuaba siendo el único en ignorar que engañaba a su amigo, y cuando lo encontró le invitó a acompañarle para participar del festín del tío. Y se sentaron todos, ante las bandejas cargadas de manjares, en medio del patio iluminado y colgado de tapices y adornado de banderolas y estandartes. Y las mujeres podían ver así, desde las ventanas del harén, sin ser vistas, cuanto pasaba en el patio y oír lo que se decía. Y durante la comida, Ahmad llevó la conversación por el camino de las anécdotas licenciosas, que gustaban muy particularmente al padre de su esposa. Y cuando cada cual hubo contado lo que sabía sobre aquel motivo alegre, Ahmad dijo, mostrando a su amigo Mahmud: "¡Por Alah! nuestro hermano Mahmud, a quien tenéis aquí, me contó una vez cierta anécdota verdadera, de la que fué héroe él mismo, y que por sí sola es más regocijante que todo lo que acabamos de oír". Y exclamó el tío: "Cuéntanosla, ¡oh saied Mahmud!" Y dijo Ahmad: "¡Ya sabes que me refiero a la historia de la joven gorda y blanca como la manteca!" Y Mahmud, halagado por ser objeto de todos los ruegos, se puso a contar su primera entrevista con la joven que iba acompañada de su niño a las tiendas del Muled. Y empezó a dar detalles tan precisos acerca de la joven y de su casa, que el tío de Ahmad no tardó en advertir que se trataba de su propia hija. Y Ahmad no cabía en sí de júbilo, convencido de que por fin iba a probar ante testigos la infidelidad de su esposa y a repudiarla privándola de todos sus derechos a la dote del matrimonio. Y ya iba el tío a levantarse con las cejas fruncidas para hacer quién sabe qué, cuando se dejó oír un grito estridente y doloroso, como de un niño a quien se hubiese pellizcado; y vuelto de pronto a la realidad por aquel grito, Mahmud tuvo la suficiente presencia de ánimo para cambiar el hilo de la historia, terminando así: "Y llevando yo a hombros el niño de la joven, quise, una vez que entré en el patio, subir al harén con el niño. Pero (¡alejado sea el Maligno!) había dado, para mi desgracia, con una mujer honrada que, al comprender mi audacia, me arrebató de los brazos el niño y me dió en el rostro un puñetazo del que todavía tengo señal. ¡Y me expulsó, amenazándome con llamar a los vecinos! ¡Alah la maldiga!"
Y el tío, padre de la joven, al oír este final de la historia, se echó a reír a carcajadas, así como todos los concurrentes. Pero sólo Ahmad no tenía gana de reír, y se preguntaba, sin poder comprender el motivo, por qué habría variado así Mahmud el final de su historia. Y terminada la comida, se acercó a él, y le preguntó: "Por Alah sobre ti, ¿quieres decirme por qué no has contado la cosa como pasó?" Y contestó Mahmud: "¡Escucha! Por ese grito de niño que todo el mundo ha oído, acabo de comprender que aquel niño y su madre se encontraban en el harén, y que, por consiguiente, también debía encontrarse el marido en el número de los invitados. ¡Y me he apresurado a volver inocente a la mujer para no atraernos sobre ambos una aventura desagradable! ¿Pero no es cierto ¡oh hermano mío! que, a pesar de la modificación, la historia ha divertido mucho a tu tío?"
Pero Ahmad, muy amarillo, abandonó a su amigo sin contestar a la pregunta. Y al día siguiente repudió a su mujer y partió para la Meca, a fin de santificarse con los peregrinos, de tal suerte pudo Mahmud, después del plazo legal, casarse con su amante y vivir dichoso con ella, porque no presumía ni por asomo de conocer a las mujeres ni de estar ducho en el arte de sorprender sus estratagemas y prevenir sus jugarretas. ¡Pero Alah es el único sabio!"
Y tras de contar así esta historia, se calló el pescador tragador de haschisch, que se había convertido en chambelán.
Y exclamó el sultán, en el límite del entusiasmo: "¡Oh chambelán mío! ¡oh lengua de miel! ¡te nombro gran visir!" Y como en aquel momento precisamente entraban en la sala de audiencias dos querellantes reclamando del sultán justicia, el pescador, convertido en gran visir, quedó encargado, acto seguido, de escuchar su querella, de arreglar su diferencia y de dictar sentencia en el litigio. Y el nuevo gran visir revestido con las insignias de su cargo, dijo a ambos querellantes: "Aproximaos y contad el motivo que os trae entre las manos de nuestro señor el sultán".
Y he aquí su historia:
LA SENTENCIA DEL TRAGADOR DE HASCHISCH
[editar]"Cuando el nuevo gran visir ¡oh rey afortunado! -continuó el agricultor que había llevado los cohombros- ordenó a los querellantes que hablaran, el primero dijo: "¡Oh mi señor! ¡tengo queja de este hombre!" Y el visir preguntó: "¿Y cuál es tu queja?" El interpelado dijo: "¡Oh mi señor! abajo, a la puerta del diwán, tengo una vaca con su ternero. Y he aquí que esta mañana iba yo con ellos a mi prado de alfalfa para que pastaran: y mi vaca iba delante de mí, y su ternerillo la seguía, haciendo cabriolas, cuando vi llegar en dirección nuestra a este hombre que aquí ves, montado en una yegua que iba acompañada de su cría, una potranca contrahecha y digna de lástima, un verdadero aborto. Al ver a la potranca, mi ternerillo corrió a entablar conocimiento con ella, y empezó a saltar en torno suyo y a acariciarla en la barriga con su hocico, a husmearla y a jugar con ella de mil maneras, tan pronto alejándose, para buscarla luego mimosamente, como levantando por el aire con sus pezuñitas los guijarros del camino.
Y de pronto, ¡oh mi señor! este hombre que ves aquí, que es un bruto, este propietario de la yegua se apeó del animal y se acercó a mi ternero, juguetón y hermoso, y le echó una cuerda al pescuezo, diciéndome: "¡Me lo llevo! ¡Porque no quiero que se pervierta mi ternero jugando con esa miserable potranca, hija de tu vaca y posteridad suya!" Y se encaró con mi ternero, y le dijo: "Ven, ¡oh hijo de mi yegua y descendencia suya!" ¡Y a pesar de mis gritos de asombro y de mis protestas, se llevó a mi ternero, dejándome la miserable potranca, que está abajo con su madre, y amenazándome con matarme si intentaba yo recuperar lo que me pertenece y es de mi propiedad ante Alah que nos ve y ante los hombres!"
Entonces el nuevo gran visir, que era el pescador tragador de haschisch, se encaró con el otro litigante, y le dijo: "Y tú, ¡oh hombre! ¿qué tienes que decir después de las palabras que acabas de oír?" Y el hombre contestó: "¡Oh mi señor! ¡notorio es, en verdad, que el ternero es producto de mi yegua y que la potranca desciende de la vaca de este hombre!"
Y dijo el visir: "¿Acaso ahora las vacas paren potrancas y las yeguas terneros? ¡Se trata de una cosa que hasta hoy no podía admitirse por un hombre dotado de buen sentido! Y contestó el hombre: "¡Oh mi señor! ¿no sabes que nada es imposible para Alah, que crea lo que quiere y siembra donde quiere, y que la criatura no tiene que hacer más que inclinarse, loarle y glorificarle?" Y dijo el gran visir: "¡Ciertamente, ciertamente! ¡verdad dices, ¿oh hombre! y nada es imposible para el poder del Altísimo, que puede hacer que los terneros desciendan de las yeguas y los potros de las vacas!" Luego añadió: "¡Pero antes de dejarte el ternero hijo de tu yegua y de devolver al que se querella de ti lo que le pertenece, quiero asimismo poneros a ambos por testigos de otro efecto de la omnipotencia del Altísimo!"
Y el visir ordenó que le llevasen un ratón y un costal grande lleno de trigo. Y dijo a los dos querellantes: "¡Mirad con atención lo que va a pasar, y no pronunciéis ni una palabra! Luego se encaró con el segundo litigante, y le dijo: "¡Tú, ¡oh dueño del ternero hijo de la yegua! torna este costal de trigo y cárgale a lomos de este ratón!" Y exclamó el hombre: "¡Oh mi señor! ¿cómo voy a poner este costal tan grande encima de este ratón sin que le aplaste?" Y el visir le dijo: "¡Oh hombre de poca fe! ¿cómo te atreves a dudar de la omnipotencia del Altísimo, que ha hecho nacer de tu yegua el ternero?" Y ordenó a los guardias que se apoderaran del hombre, y en castigo a su ignorancia y a su impiedad, le aplicaran una paliza. E hizo devolver al primer querellante el ternero con su madre, ¡y también le dió la potranca con su madre!"
Y tal es ¡oh rey del tiempo! -continuó el agricultor que había llevado el cesto de frutas- la historia completa del pescador tragador de haschisch, convertido en gran visir del sultán. Y este último detalle sirve para demostrar cuán grande era su sabiduría, cómo sabía extraer la verdad por la reducción al absurdo, y cuánta razón había tenido el sultán en nombrarle gran visir, y en tenerle por comensal, y en colmarle de honores y prerrogativas. ¡Pero Alah es más generoso y más prudente y más magnánimo y más bienhechor!".
Cuando el sultán hubo oído de labios del frutero esta serie de anécdotas, se irguió sobre ambos pies, en el límite del júbilo, y exclamó: "¡Oh jeique de los hombres deliciosos! ¡oh lengua de azúcar y de miel! ¿quién, pues, merece ser gran visir mejor que tú, que sabes pensar con precisión, hablar con armonía y contar con gracia, delicias y perfección?" Y en el momento le nombró gran visir, y le hizo su comensal íntimo, y no se separó ya de él hasta la llegada de la Separadora de amigos y Destructora de sociedades.
"¡Y ahí tienes -continuó Schehrazada hablando con el rey Schahriar- cuanto he leído ¡oh rey afortunado! en "El Diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduría!"
Y su hermana Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y deleitosas y regocijantes y deliciosas en su frescura son tus palabras!" Y dijo Schehrazada: "¿Pues qué es eso comparado con lo que contaré mañana al rey acerca de LA BELLA PRINCESA NURENNAHAR, caso de que me halle con vida y me lo permita nuestro señor el rey?" Y el rey Schahriar le dijo: "¡Claro que lo permitiré, pues quiero oír esa historia, que no conozco!"