Las mil y una noches:777
PERO CUANDO LLEGO LA 811ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... Pero por lo que atañe al príncipe Hossein, cuya flecha habíase perdido en la lejanía, he aquí lo que le aconteció!
Así como su hermano Alí se había abstenido de asistir a las bodas del príncipe Hassán y la princesa Nurennahar, también se abstuvo de tomar parte en ellas. Pero no vistió, como su hermano, el hábito de derviche, y lejos de renunciar a la vida del mundo, resolvió averiguar qué era lo que hubo de privarle de su merecido, y a tal fin se dedicó a la busca de la flecha, que no creía irremediablemente desaparecida. Y mientras en el palacio proseguían las fiestas con motivo de las bodas, salió sin tardanza, a escondidas de su servidumbre, y fué al paraje del meidán en que tuvo lugar la experiencia. Y desde allí echó a andar en línea recta, en la dirección seguida por la flecha, mirando a derecha y a izquierda con atención a cada paso. Y así llegó muy lejos, sin descubrir nada. Pero, en vez de desalentarse, continuó andando más y más, siempre en línea recta, hasta que llegó a una pared de rocas que tapaban completamente el horizonte. Y se dijo que; si la flecha había de encontrarse en alguna parte, no podría estar ya más que allí, puesto que no habría podido clavarse en aquel muro de rocas. Y apenas había él acabado de formular para sí este pensamiento, cuando divisó en tierra, caída con la punta hacia adelante y no clavada en el suelo, la flecha marcada con su nombre, la misma que hubo de lanzar con su propia mano. Y se dijo: "¡Oh prodigio! ¡Ualahi! ni yo ni nadie en el mundo podríamos con nuestro solo esfuerzo disparar tan lejos una flecha. Y el caso es que no solamente ha llegado a esta distancia inaudita, sino que incluso ha debido rebotar con vigor contra la roca, que la ha rechazado con su resistencia. ¡He ahí una cosa extraordinaria! ¿Y quién sabe qué misterio hay en todo esto?"
Y cuando, tras de recoger la flecha, estaba tan pronto contemplándola como mirando la roca en que había rebotado, observó en aquella roca una cavidad tallada en forma de puerta. Y se acercó a ella y vió que, realmente, era una puerta disimulada, sin candado ni cerradura, tallada a golpes en la roca, y que solo se advertía por la ligera separación que la circundaba. Y con un movimiento muy natural en caso semejante, la empujó, sin poder creer que fuera a abrirse con aquella presión. Y se asombró mucho al notar que la puerta cedía bajo su mano y giraba sobre sí misma, lo mismo que si descansase sobre goznes engrasados recientemente. Y sin reflexionar mucho en lo que hacía, entró el joven, con su flecha en la mano, en la galería de pendiente suave a que daba acceso aquella puerta. Pero en cuanto hubo él franqueado el umbral, como movida por su propio esfuerzo, la puerta volvió a girar sobre sí misma y tapó por completo la entrada de la galería. Y el príncipe se encontró sumido en densas tinieblas. Y por más que trató de abrir la puerta otra vez, sólo consiguió lastimarse las manos y romperse las uñas.
Entonces, como ya no podía pensar en salir, y como estaba dotado de un corazón valeroso, no vaciló en aventurarse por las tinieblas siguiendo la pendiente suave de la galería. Y en seguida vió brillar una luz, hacia la cual hubo de dirigirse presuroso; y se encontró en la salida de la galería. Y de pronto se vió bajo el cielo, frente a una llanura verdeante, en medio de la cual se alzaba un magnífico palacio. Y antes de que tuviese tiempo de admirar la arquitectura de aquel palacio, salió de él una dama que avanzó hacia el joven rodeada por un grupo de otras damas, de las cuales, a no dudar, era el ama, a juzgar solamente por su belleza milagrosa y su porte majestuoso. E iba vestida con telas inconsútiles y llevaba sueltos los cabellos, que le caían hasta los pies. Y se adelantó con paso ligero hasta la entrada de la galería, y extendiendo la mano con un gesto lleno de cordialidad, dijo: "Bienvenido seas aquí, ¡oh príncipe Hossein!"
Y el joven príncipe, que se había inclinado profundamente al verla, llegó al límite del asombro cuando oyó llamarle por su nombre a una dama a quien jamás había visto y que vivía en un país del que jamás había oído hablar él, aunque estuviese tan próximo a la capital de su reino. Y como abriera ya la boca para manifestar su sorpresa, la maravillosa joven le dijo: "¡No me interrogues! ¡Yo misma satisfaré tu legítima curiosidad cuando estemos en mi palacio!" Y sonriendo, le cogió de la mano y le condujo por las avenidas a la sala de recepción, que se abría por un pórtico de mármol que daba al jardín. Y le hizo sentarse junto a ella en el sofá que había en medio de aquella sala espléndida. Y tomándole una mano entre las suyas, le dijo: "¡Oh encantador príncipe Hossein! tu sorpresa cesará cuando sepas que te conozco desde que naciste y que te sonreí en tu cuna. Y mi destino está escrito sobre ti. Y yo fui quien hice poner a la venta en Samarcanda la manzana milagrosa que compraste, y en Mischangar la alfombra de plegaria que se llevó tu hermano Alí, y en Schiraz el canuto de marfil que encontró tu hermano Hassán. Y esto debe bastar para hacerte comprender que no ignoro nada de lo que te concierne. Y puesto que mi destino va unido al tuyo, me ha parecido que eras digno de una dicha mayor que la de ser esposo de tu prima Nurennahar. Y por eso hice desaparecer tu flecha y la traje hasta aquí, con objeto de que vinieras tú mismo. ¡Y de ti solo depende ahora dejar escapar la felicidad de entre tus dedos!"
Y tras de pronunciar estas últimas palabras con un tono impregnado de gran ternura, la bella princesa gennia bajó los ojos y se ruborizó mucho. Y su tierna belleza resultó así más exquisita. Y el príncipe Hossein, que sabía bien que su prima Nurennahar no podría ya pertenecerle, al ver cuán superior a ella era la princesa gennia en belleza, en atractivos, en atavíos, en ingenio y en riquezas, al menos según podía él conjeturar por lo que acababa de ver y por la magnificencia del palacio en que se hallaba, no tuvo más que bendiciones para su destino, que le había conducido, como de la mano, hasta aquellos lugares tan próximos y tan ignorados; e inclinándose ante la bella gennia, le dijo: "¡Oh princesa de los genn! ¡oh dama de la belleza! ¡oh soberana! ¡la dicha de ser esclavo de tus ojos y verme encadenado a tus perfecciones, sin méritos por mi parte, es capaz de arrebatar la razón a un ser humano como yo! ¡Ah! ¿cómo es posible que una hija de los genn pueda posar sus miradas en un adamita inferior y preferirle a los reyes invisibles que gobiernan los países del aire y las comarcas subterráneas? ¿Acaso es ¡oh princesa! que estás enfadada con tus padres, y, a consecuencia de un disgusto, has venido a habitar en este palacio en que me recibes sin el consentimiento de tu padre, el rey de los genn, y de tu madre, la reina de los genn, y de tus demás parientes? ¡Y quizá, en ese caso, vaya a ser yo para ti causa de sinsabores y motivo de molestias y fastidios!" Y así diciendo, el príncipe Hossein se inclinó hasta la tierra y besó la orla del traje de la gennia princesa, que le dijo, levantándole y cogiéndole la mano: "Sabe ¡oh príncipe Hossein! que yo soy mi única dueña y que obro siempre a mi antojo, sin sufrir jamás que nadie, entre los genn, se inmiscuya en lo que hago o pienso hacer. ¡Puedes estar tranquilo, a ese respecto, y nada nos sucederá que no sea grato!" Y añadió: "¿Quieres ser mi esposo y amarme mucho?" Y el príncipe Hossein exclamó: "¡Ya Alah! ¿qué si quiero? ¡Pues si daría mi vida entera por pasar un día, no ya como tu esposo, sino como el último de tus esclavos!" Y tras de hablar así, se arrojó a los pies de la bella gennia, que le levantó y dijo: "¡Puesto que así lo quieres, te acepto por esposo y soy tu esposa para en lo sucesivo!" Y añadió: "¡Y ahora, como ya debes tener hambre, vamos a tomar juntos nuestra primera comida!"
Y le condujo a una segunda sala, todavía más espléndida que la primera, iluminada por una infinidad de bujías perfumadas de ámbar, colocadas con una simetría que daba gusto verlas. Y se sentó con él ante una admirable bandeja de oro cargada de manjares de un aspecto regocijante para el corazón. Y se dejó oír en seguida, al son de los instrumentos de armonía, un coro de voces de mujeres que parecía descender del mismo cielo. Y la hermosa gennia se puso a servir con sus propias manos a su reciente esposo, ofreciéndole los trozos más delicados de los manjares, cuyos nombres le iba diciendo. Y al príncipe le parecían exquisitos aquellos manjares de que nunca había oído hablar, así como los vinos, las frutas, los pasteles y las confituras, cosas todas ellas como jamás las había probado en las fiestas y bodas de los seres humanos.
Y cuando se terminó la comida, la bella gennia princesa y su esposo fueron a sentarse en una tercera sala, coronada por una cúpula y más hermosa que la anterior. Y apoyaban la espalda en cojines de seda con flores de diferentes colores, hechos a aguja con una delicadeza maravillosa. Y en seguida entraron en la sala muchas bailarinas, hijas de genn, y bailaron una danza arrebatadora con la ligereza de los pájaros. Y al mismo tiempo se dejaba oír una música invisible, pero presente, que llegaba de arriba. Y continuó la danza hasta que se levantaron la hermosa gennia y su esposo. Y con un ritmo más armonioso, salieron de la sala las bailarinas como una bandada de aves, marchando delante de los recién casados hasta la puerta de la cámara, en que estaba preparado el lecho nupcial. Y se pusieron en hilera para que entrasen ellos, y se retiraron después, dejándoles en libertad de acostarse o de dormir.
Y los dos jóvenes esposos se acostaron en el lecho perfumado, y no lo hicieron para dormir, sino para gozar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.