Las mil y una noches:802

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 802: historia del primer loco

HISTORIA DEL PRIMER LOCO[editar]

"Mi oficio ¡oh señores míos y corona de mi cabeza! era el de mercader en el zoco de sederías, como lo fueron antes que yo mi padre y mi abuelo. Y no vendía más mercancías que artículos indios de todas las especies y de todos los colores, pero siempre de precios muy elevados. Y vendía y compraba con mucho provecho y beneficio, según costumbre de los grandes mercaderes.

Un día estaba yo sentado en mi tienda, como era usual en mí, cuando acertó a pasar una dama vieja que me dió los buenos días y me gratificó con la zalema. Y al devolverle yo sus salutaciones y cumplimientos, se sentó ella en el borde de mi escaparate, y me interrogó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¿tienes telas selectas originarias de la India?" Yo contesté: "¡Oh mi señora! en mi tienda tengo con qué satisfacerte". Y dijo ella: "¡Haz que me saquen una de esas telas para que la vea!" Y me levanté y saqué para ella del armario de reservas una pieza de tela india del mayor precio, y se la puse entre las manos. Y la cogió, y después de examinarla quedó muy satisfecha de su hermosura, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿cuánto vale esta tela?" Yo contesté: "Quinientos dinares". Y al punto sacó ella su bolsa y me contó los quinientos dinares de oro; luego cogió la pieza de tela y se marchó por su camino. Y de tal suerte ¡oh nuestro señor sultán! le vendí por aquella suma una mercancía que no me había costado más que ciento cincuenta dinares. Y di gracias al Retribuidor por Sus beneficios.

Al siguiente día volvió a buscarme la vieja dama, y me pidió otra pieza, y me la pagó también a quinientos dinares, y se marchó a buen paso con su compra. Y de nuevo volvió al siguiente día para comprarme otra pieza de tela india, que pagó al contado; y durante quince días sucesivos ¡oh mi señor sultán! obró de tal suerte, compró y pagó con la misma regularidad. Y al decimosexto día la vi llegar como de ordinario y escoger una nueva pieza. Y se disponía a pagarme, cuando advirtió que había olvidado su bolsa, y me dijo: "¡Ya Khawaga! he debido olvidar mi bolsa en casa". Y contesté: "¡Ya setti! no corre prisa. ¡Si quieres traerme el dinero mañana, bienvenida seas; si no, bienvenida seas también!" Pero ella protestó, diciendo que nunca consentiría en tomar una mercancía que no había pagado, y yo, por mi parte, insistí varias veces: "¡Puedes llevártela por amistad y simpatía para tu cabeza!" Y entre nosotros tuvo lugar un torneo de mutua generosidad, ella rehusando y yo ofreciendo. Porque ¡oh mi señor! convenía que, después de beneficiarme tanto con ella, obrase yo tan cortésmente, y hasta estuviese dispuesto, en caso necesario, a darle de balde una o dos piezas de tela. Pero al fin dijo ella: "¡Ya Khawaga! veo que no vamos a entendernos nunca si continuamos de este modo. Así es que lo más sencillo sería que me hicieras el favor de acompañarme a casa para pagarte allí el importe de tu mercancía". Entonces, sin querer contrariarla, me levanté, cerré mi tienda y la seguí.

Y anduvimos, ella delante y yo diez pasos detrás de ella, hasta que llegamos a la entrada de la calle en que se hallaba su casa. Entonces se detuvo, y sacándose del seno un pañuelo, me dijo: "Es preciso que consientas en dejarte vendar los ojos con este pañuelo". Y yo, muy asombrado de aquella singularidad, le rogué cortésmente que me diera la razón de ello, Y me dijo: "Es porque en esta calle por donde vamos a pasar hay casas con las puertas abiertas y en cuyos vestíbulos están sentadas mujeres que tienen la cara descubierta; de suerte que tal vez se posara tu mirada en alguna de ellas, casada o doncella, y entonces podrías comprometer el corazón en un asunto de amor, y estarías atormentado toda tu vida; porque en este barrio de la ciudad hay más de un rostro de mujer casada o de virgen tan bello, que seduciría al asceta más religioso. Y temo mucho por la paz de tu corazón. ..

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.