Las mil y una noches:809

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 809: y cuando llego la 841ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 841ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y tras de despedirme de ella dejándola en mi tienda, fui a la plaza que hay al pie de la ciudadela y me puse al habla con el jefe de la corporación de titiriteros, saltimbanquis, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros, clarinetes, flautines, pífanos, timbaleros y demás farsantes; y me concerté con aquel jefe para que me ayudara en mi proyecto, prometiéndole una remuneración considerable. Y habiendo obtenido de él promesa de su concurso, le precedí en el palacio del Jeique al-Islam, padre de mi esposa, al lado del cual subí a sentarme en el estrado del patio.

Y no llevaría una hora de plática con él, bebiendo sorbetes, cuando de improviso, por la puerta principal que había yo dejado abierta, hizo su entrada, precedida por cuatro saltimbanquis que marchaban a la cabeza, y por cuatro funámbulos que caminaban con la punta de los dedos gordos de los pies, y por cuatro titiriteros que andaban con las manos, en medio de una algazara extraordinaria, toda la tribu tamborileante, ululante, galopante, aullante, danzante, gesticulante y abigarrada de la payasería que había sentado sus reales al pie de la ciudadela. Y estaban todos: los conductores de monos con sus animales, los exhibidores de osos con sus mejores ejemplares, los bufones con sus oropeles, los charlatanes con sus gorros altos de fieltro y los instrumentistas con sus ruidosos instrumentos, que producían una algarabía inmensa. Y se pusieron en fila por orden en el patio, los monos y los osos en medio, y cada cual haciendo lo suyo. Pero de pronto resonó un violento golpe de tabla, y todo el estrépito cesó por ensalmo. Y el jefe de la tribu se adelantó hasta las gradas del palacio, y en nombre de todos mis parientes congregados me arengó con voz magnífica, deseándome prosperidad y larga vida y soltándome el discurso que yo le había enseñado.

Y, efectivamente, ¡oh mi señor! todo pasó como había previsto la joven. Porque el Jeique al-Islam, al tener, por boca del propio jefe de la tribu, la explicación de aquella barahúnda, me pidió su confirmación. Y yo aseguré que, en efecto, era primo, por parte de padre y de madre, de todos aquellos individuos, y que yo mismo era hijo de un titiritero conductor de monos; y le repetí todas las palabras del papel que me había enseñado la joven, y que ya conoces, ¡oh rey del tiempo! Y el Jeique al-Islam, poniéndose muy demudado y muy indignado, me dijo: "No puedes permanecer en la casa y en la familia del Jeique al-Islam, pues temo que te escupan al rostro y te traten con menos miramientos que a un perro cristiano o a un puerco judío".

Y empecé por responder: "¡Por Alah, que no me divorciaré de mi esposa aunque me ofrezcas el reino del Irak!" Y el Jeique al-Islam, que sabía bien que el divorcio a la fuerza estaba prohibido por la Scharia, me llamó aparte y me suplicó, con toda clase de palabras conciliadoras, que consintiera en aquel divorcio, diciéndome: "¡Vela mi honor y Alah velará el tuyo!"

Y acabé por condescender a aceptar el divorcio, y pronuncié ante testigos, refiriéndome a la hija del Jeique al-Islam: "¡La repudio una vez, dos veces, tres veces, la repudio!" Esta es fórmula del divorcio irrevocable. Y tras de pronunciarla, a insistentes requerimientos del propio padre, me encontré al mismo tiempo exento del tributo del rescate y de la viudedad y libre de la más espantosa pesadilla que ha pesado nunca sobre el pecho de un ser humano.

Y sin perder tiempo en saludar al padre de la que durante una noche fué mi esposa, salí corriendo, sin mirar atrás, y llegué sin aliento a mi tienda, donde seguía esperándome la joven del perfecto amor. Y con su más dulce lenguaje me deseó ella la bienvenida, y con toda la cortesía de sus modales me felicitó por el éxito, y me dijo: "Ahora ha llegado el momento de nuestra unión. ¿Qué te parece, ¡oh mi señor!?" Y contesté: "¿Será en mi tienda o en tu casa?"

Y ella sonrió y me dijo: "¡Oh pobre! ¿pero acaso no sabes cuánto tiene que cuidar su persona una mujer para hacer las cosas como es debido? ¡Habrá de ser en mi casa!" Y contesté: "Por Alah, ¡oh soberana mía! ¿desde cuándo los lirios van al hammam y la rosa al baño? Mi tienda es lo bastante grande para que quepas en ella, lirio o rosa. Y si ardiera mi tienda quedaría mi corazón". Y me contestó ella riendo: "¡Verdaderamente, prosperas! ¡Y hete aquí curado de tus antiguas maneras, tan ordinarias! Y sabes devolver un cumplimiento perfectamente". Y añadió: "Ahora levántate, cierra tu tienda y sígueme".

Yo, que no esperaba más que estas palabras, me apresuré a contestar: "Escucho y obedezco". Y saliendo de la tienda el último, la cerré con llave, y seguí a diez pasos de distancia al grupo formado por la joven y sus esclavas. Y de tal suerte llegamos ante un palacio cuya puerta se abrió al acercarnos. Y en cuanto entramos fueron a mí dos eunucos y me rogaron que les acompañara al hammam. Y decidido a hacerlo todo sin pedir explicaciones, me dejé conducir por los eunucos al hammam, donde me hicieron tomar un baño para limpieza y para frescura. Tras de lo cual, vestido con ropas finas y perfumado con ámbar chino, fui conducido a los aposentos interiores, donde me esperaba, perezosamente tendida en un lecho de brocato, la joven de mis deseos y del perfecto amor.

No bien nos quedamos solos me dijo ella: "Ven aquí, ven, ¡oh estúpido! ¡Por Alah, que se necesita ser un tonto hasta el último límite de la tontería, para haber rehusado hace tiempo una noche como ésta! Pero, para no azorarte, no te recordaré el pasado". Y yo, ¡oh mi señor a la vista de aquella joven toda desnuda ya, y tan blanca y tan fina, y de la riqueza de sus partes delicadas, y de la gordura de su trasero rollizo, y de la excelente calidad de sus diversos atributos, sentí que en mí se reparaban todos mis yerros anteriores y retrocedí para saltar. Pero ella me retuvo con un gesto y una sonrisa, y me dijo:

"Antes del combate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario. ¿Cómo se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije:"¡El sésamo descortezado!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco ya más que un nombre, y es el último: ¡el albergue de mi padre Mansur!" Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije: "¡Nada absolutamente!" Ella dijo: "¡Pues escucha! He aquí algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la lengua silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la medida, el mordedor rabioso, el sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pájaro sin plumas, el pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin orejas".

Y habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio, me tomó de pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah! ¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y pesado en el descenso, y ligero en el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos veces para sentarse luego, y el que alza la cabeza para bajarla, y el que se pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi señor! contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos con orden!" Y añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos a dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está esperando! ¡ya está esperando!"

Entonces ¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al estornino!" Y el niño contestó con el oído y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo, que, de repente, empezó a expresarse en el lenguaje de los estorninos, diciendo: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!

Y dije al niño: "¡Haz ahora una zalema al carnero gordo, que está esperando!" Y el niño hizo al carnero consabido la zalema más profunda. Y el carnero contestó en su lenguaje: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"

Y dije al niño: "¡Habla ahora a la lengua silenciosa!" Y el niño frotó su dedo contra la lengua silenciosa, que al punto contestó con armoniosa voz: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"

Y dije al niño: "¡Domestica al mordedor rabioso!" Y el niño se puso a acariciar con muchas precauciones al mordedor consabido, y lo hizo de modo que salió de sus fauces sin daño y sin rabia, y el mordedor, satisfecho de su valor y de su obra, le dijo: "¡Te rindo homenaje! ¡vaya una pócima que me has dado!"

Y dije al niño: "¡Llena el pozo de Jacob, ¡oh tú!, más paciente que Jacob!" Y el niño contestó al punto: "¡Que me traga! ¡que me traga!" Y el pozo consabido se llenó sin fatiga ni objeción y quedó tapado herméticamente.

Y dije al niño: "¡Calienta al pájaro sin plumas!" Y el niño contestó como el martillo al yunque; y el pájaro, caliente, contestó: "¡Ya echo humo! ¡ya echo humo!"

Y dije al niño: "¡Oh excelente! ¡da de comer ahora al pollo sin voz!" Y el excelente muchacho no dijo que no, y dió de comer con profusión al pollo consabido, que se puso a cantar, diciendo: "¡Bendición! ¡bendición!

Y dije al niño: "No te olvides de este buen conejo sin orejas, y sácale de su sueño, ¡oh padre de vista sin par!" Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.