Las mil y una noches:817

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 817: pero cuando llego la 848ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 848ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y corrió directo a los retretes, sin notar el terror de su mujer, y al abrir la puerta vió a los cuatro hombres acurrucados por orden en las baldosas, encima del agujero, uno delante de otro.

Al ver aquello, el bufón del sultán no pudo dudar de la realidad de su desdicha. Pero, como estaba lleno de prudencia y de sagacidad, se dijo: "Si les amenazo me matarán sin remedio. Así es que lo mejor será fingir imbecilidad".

Y habiéndolo pensado así, se puso de rodillas a la puerta de los retretes, y gritó a los cuatro mozos acurrucados: "¡Oh santos personajes de Alah, os reconozco! ¡Tú que estás cubierto de manchas de lepra blanca, y a quien los ojos profanos de los ignorantes tomarían por un pastelero, eres, sin duda alguna, el santo patriarca Job el ulcerado, el leproso, el cubierto de costras! ¡Y tú, ¡oh santo hombre! que llevas a la espalda ese manojo de verduras excelentes, eres, sin duda alguna, el gran Khizr, guardián de los vergeles y los huertos, el que reviste de coronas verdes a los árboles, hace correr las aguas fugitivas, despliega la alfombra verdeante de las praderas, y cubierto con su manto verde por la tardes combina las tintas ligeras con que se coloran los cielos en el crepúsculo! ¡Y tú, ¡oh gran guerrero! que llevas en tus hombros esa piel de león y en tu cabeza esos dos cuernos de carnero, eres, sin duda alguna, el gran Iskandar, que tiene dos cuernos! ¡Y tú, en fin, ángel bienaventurado que llevas en tu diestra ese clarinete glorioso, eres, sin duda alguna, el ángel del Juicio final!"

Al oír este discurso del bufón del sultán, los cuatro enamorados se pellizcaron mutuamente en los muslos, y se dijeron por lo bajo unos a otros, mientras el bufón continuaba a alguna distancia, de rodillas, besando la tierra: "¡La suerte nos favorece! Y ya que nos cree realmente personajes santos, confirmémosle en su creencia. Porque ésa es para nosotros la única probabilidad de salvación".

Y se levantaron al instante y dijeron: "Sí, por Alah, no te equivocas, ¡oh hombre! Somos, en efecto, quienes has nombrado. Y hemos venido a visitarte, entrando por los retretes, porque éste es el único sitio de la casa que está a cielo abierto". Y el bufón les dijo, prosternado siempre: "¡Oh santos e ilustres personajes, Job el leproso, Khizr padre de las estaciones, Iskandar el bicorne, y tú, mensajero anunciador del Juicio! ¡ya que me hacéis el honor insigne de visitarme, permitidme que formule un deseo entre vuestras manos!"

Y contestaron ellos: "¡Habla! ¡habla!" Dijo él: "¡Hacedme el favor de acompañarme al palacio del sultán de esta ciudad, que es mi amo, a fin de que os haga entablar conocimiento con él, y en vista de eso, esté él obligado conmigo y me tenga en su gracia!"

Y aunque vacilando, contestaron: "¡Te concedemos ese favor!"

Entonces el bufón les llevó a presencia del sultán, y dijo: "¡Oh soberano amo nuestro! ¡permite a tu esclavo que te presente a los cuatro personajes que aquí ves! Este primero, que está enharinado, es nuestro señor Job el leproso; y este que lleva a la espalda ese manojo de hortalizas, es nuestro señor Khizr, guardián de las fuentes, padre del verdor; y este que lleva en los hombros esa piel de animal que le toca con dos cuernos, es el gran rey guerrero Iskandar el bicorne; y finalmente, este último, que lleva en la mano un clarinete, es nuestro señor Israfil, el anunciador del Juicio final". Y añadió, mientras el sultán llegaba al límite del asombro: "Y he aquí ¡oh mi señor sultán! que debo el gran honor de la visita de estos personajes sublimes a la insigne santidad de la esposa que me deparaste generosamente. Les he encontrado, en efecto, acurrucados uno detrás de otro, en los retretes de mi harén privado; y el primer acurrucado era el profeta Job (¡con él la plegaria y la paz!), y el último acurrucado era el ángel Israfil (¡con él la paz y los favores del Altísimo!) ".

Al oír estas palabras de su bufón miró con atención a los cuatro personajes consabidos; y de repente le acometió tal risa, que le dieron convulsiones y se tambaleó, y echó las piernas al aire, cayéndose de trasero. Tras de lo cual exclamó: "¿Pero es que quieres ¡oh pérfido! hacerme morir de risa? ¿O acaso te has vuelto loco?"

Y dijo el bufón: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! te cuento lo que he visto, y todo lo que he visto te lo he contado!"

Y el rey exclamó riendo: "¿Pero no ves que el que llamas profeta Khizr no es más que un verdulero, y que el que llamas Profeta Job no es más que un pastelero, y que el que llamas gran Iskandar no es más que un carnicero y que el que llamas ángel Israfil no es más que un clarinete mayor, director de mi música?" Y el bufón dijo: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! te cuento lo que he visto, y todo lo que he visto te lo he contado!"

Entonces comprendió el rey toda la magnitud del infortunio de su bufón; y se encaró con los cuatro asociados de la esposa libertina, y les dijo: "¡Oh hijos de mil cornudos! ¡contadme la verdad de la cosa, o haré que os corten los testículos!" Y los cuatro, temblando, contaron al rey lo que era verdad y lo que no era verdad, sin mentir, de tanto como temían que les quitasen la herencia de su padre. Y el rey, maravillado, exclamó: "¡Que Alah extermine el sexo pérfido y a la casta de las fornicadoras y de las traidoras!"

Y se encaró con su bufón, y le dijo: "¡Te otorgo el divorcio con tu esposa, ¡oh padre de la sabiduría! a fin de que vuelvas a quedarte soltero!" Y le puso un magnífico ropón de honor. Luego se encaró con los cuatro compañeros, y les dijo: "¡En cuanto a vosotros, es tan enorme vuestro crimen, que no escaparéis al castigo que os espera!"

E hizo seña a su portaalfanje para que se acercara, y le dijo: "¡Córtales los testículos, a fin de que se conviertan en eunucos al servicio de nuestro fiel servidor, este honorable soltero!"

Entonces el primero de los copuladores culpables, el pastelero, llamado también Job el leproso, se adelantó y besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más magnánimo entre los sultanes! si te cuento una historia más prodigiosa que la historia de nuestros amores con la antigua esposa de este honorable soltero, ¿me concederás la gracia de mis testículos?"

Y el rey se encaró con su bufón y le preguntó por señas qué le parecía la proposición del pastelero. Y como el bufón decía que sí con la cabeza, el rey dijo al pastelero: "¡Sí, por cierto, oh pastelero! ¡Si me cuentas la historia consabida y la encuentro extraordinaria o maravillosa, te haré gracia de lo que tú sabes!"

Y dijo el pastelero:


HISTORIA CONTADA POR EL PASTELERO[editar]

"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había cierta mujer que por naturaleza era una fornicadora asombrosa y una compañera de calamidad. Y estaba casada -así lo había querido el Destino- con un honrado kayem-makan, gobernador de la ciudad en nombre del sultán. Y aquel honrado funcionario no tenía la menor idea -así lo había querido su destino- de la malicia de las mujeres y de sus perfidias, pero ni la menor idea, ni la menor. Y además hacía mucho tiempo que no podía hacer nada con aquel tizón que tenía por esposa, nada absolutamente, nada absolutamente. Así es que la mujer se disculpaba a sí misma sus liviandades y fornicaciones, diciéndose: "Tomo el pan donde lo encuentro, y la carne donde la veo colgada".

Y he aquí que el que ella amaba entre todos los que ardían por ella era un joven saiss, un palafrenero de su esposo el kayem-makan. Pero, como desde hacía algún tiempo el esposo no se movía de la casa, las entrevistas de ambos amantes cada vez eran más raras y dificultosas. Pero no tardó en hallar un pretexto para tener más libertad, y dijo entonces a su marido: "¡Oh mi señor! acabo de saber que se ha muerto la vecina de mi madre, y para cumplir con las conveniencias y los deberes de buena vecindad, querría ir a pasar los tres días de los funerales en casa de mi madre". Y el kayem-makan contestó: "¡Alah repare esa muerte alargando tus días! Puedes ir a casa de tu madre para pasar los tres días de los funerales". Pero ella dijo: "Está bien, ¡oh mi señor! ¡pero soy una mujer joven y tímida, y me da mucho miedo andar sola por las calles para ir a casa de mi madre, que está lejos!" Y el kayem-makan dijo: "¿Y por qué has de ir sola? ¿No tenemos en casa un saiss, lleno de celo y buena voluntad, para que te acompañe en andanzas como ésta? Hazle llamar y dile que ponga al asno la albarda roja para que montes en ella, y te acompañe, marchando a tu lado y llevando de la brida al asno. ¡Y recomiéndale bien que no excite al asno con la lengua o con el aguijón, no vaya a ser que tropiece y te caigas!" Y contestó ella: "Está bien, ¡oh mi señor! pero llámale tú mismo para hacerle esas recomendaciones, porque yo no sabría". Y el honrado kayemmakam hizo llamar al saiss, que era un joven gallardo, de poderosa musculatura, y le dió sus instrucciones. Y el tunante, al oír aquellas palabras de su amo, quedó extremadamente satisfecho.

E hizo subir a su señora, que era la esposa del kayem-makam, en el burro, cuya montura había sido recubierta con una gualdrapa roja, y salió con ella. Pero, en lugar de ir a casa de la madre para los funerales consabidos, los dos se fueron a un jardín que conocían, llevando consigo provisiones de boca y vinos exquisitos. Y se pusieron a disfrutar de la sombra y del fresco, y el saiss, a quien su padre había dotado de una herencia voluminosa, sacó generosamente toda su mercancía y la mostró a los ojos entusiasmados de la joven, que la cogió en sus manos y la hurgó para examinar la calidad. Y encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.