Las mil y una noches:825
Y CUANDO LLEGO LA 856ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... se había llevado la triaca consabida, de la que, en realidad ya no podía hacer uso Kassim, y había ido a reunirse con su amo Alí Babá. Y en pocas palabras le puso al corriente de lo que pensaba hacer. Y él aprobó su plan, y le manifestó cuánta admiración sentía por su ingeniosidad.
En efecto, al día siguiente, la diligente Luz Nocturna fué a casa del mismo mercader de drogas, y con el rostro bañado en lágrimas y con muchos suspiros e hipos que entrecortaban los suspiros, le pidió cierto electuario que por lo general no se da más que a los moribundos sin esperanza. Y se marchó diciendo: "¡Ay de nosotros! ¡si no surte efecto este remedio todo se ha perdido!" Y al mismo tiempo tuvo cuidado de poner a todas las gentes del barrio al corriente del supuesto caso desesperado de Kassim, hermano de Alí Babá.
Así es que, cuando al día siguiente por el alba las gentes del barrio se despertaron sobresaltadas por gritos penetrantes y lamentables, no dudaron de que aquellos gritos los daban la esposa de Kassim, la joven Luz Nocturna y todas las mujeres de la familia para anunciar la muerte de Kassim.
Entretanto, Luz Nocturna continuaba poniendo en ejecución su plan.
En efecto, ella se había dicho: "¡Hija mía, no consiste todo en hacer pasar una muerte violenta por una muerte natural; se trata de conjurar un peligro mayor! Y estriba en no dejar que la gente advierta que el difunto está cortado en seis pedazos! ¡Sin lo cual no quedará el jarro sin alguna raja!"
Y corrió sin tardanza a casa de un viejo zapatero remendón del barrio, que no la conocía, y mientras le deseaba la zalema le puso en la mano un dinar de oro, y le dijo: "¡Oh jeique Mustafá, tu mano nos es necesaria hoy!" Y el viejo zapatero remendón, que era un buen hombre, lleno de simpatía y de alegría, contestó: "¡Oh jornada bendita por tu blanca llegada! ¡oh rostro de luna! ¡Habla, ¡oh mi señora! y te contestaré por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y Luz Nocturna dijo: "¡Oh tío mío Mustafá! deseo sencillamente que te levantes y vengas conmigo. ¡Pero antes, si te parece, coge cuanto necesites para coser cuero!" Y cuando hubo hecho él lo que ella le pedía, cogió ella una venda y le vendó de pronto los ojos, diciéndole: "¡Es condición necesaria esto! ¡Sin ella no hay nada de lo dicho!"
Pero él se puso a gritar, diciendo: "¿Vas a hacerme renegar, por un dinar, de la fe de mis padres, ¡oh joven! o a obligarme a cometer algún latrocinio o crimen extraordinario?"
Pero ella le dijo: "Alejado sea el Maligno, ¡oh jeique! ¡Ten la conciencia tranquila! ¡No temas nada de eso, pues solamente se trata de una pequeña labor de costura!" Y así diciendo, le deslizó en la mano una segunda moneda de oro, que le decidió a seguirla.
Y Luz Nocturna le cogió de la mano y le llevó, con los ojos vendados, a la bodega de la casa de Alí Babá. Y allí le quitó la venda, y mostrándole el cuerpo del difunto, que había reconstituido poniendo los pedazos en su sitio respectivo, le dijo: "¡Ya ves que es para hacer que cosas los seis despojos que aquí tienes por lo que me he tomado la pena de conducirte de la mano!" Y como el jeique retrocediera asustado, la avisada Luz Nocturna le deslizó en la mano una nueva moneda de oro y le prometió otra más si el trabajo se hacía con rapidez. Lo cual decidió al zapatero remendón a poner manos a la obra. Y cuando hubo acabado, Luz Nocturna le vendó de nuevo los ojos, y tras de darle la recompensa prometida, le hizo salir de la bodega y le condujo hasta la puerta de su tienda, donde le dejó después de devolverle la vista. Y se apresuró a regresar a casa, volviéndose de cuando en cuando para ver si la observaba el zapatero remendón.
Y en cuanto llegó lavó el cuerpo reconstituido de Kassim, le perfumó con incienso y le roció con aguas aromáticas, y ayudada por Alí Babá, le envolvió en el sudario. Tras de lo cual, a fin de que no pudiesen sospechar de nada los hombres que llevaban las angarillas encargadas, fué a hacerse cargo ella misma de las tales angarillas, y las pagó liberalmente. Luego, ayudada siempre por Alí Babá, puso el cuerpo en la madera mortuoria y lo cubrió todo con cendales y telas compradas para la circunstancia. Mientras tanto, llegaron el imam y los demás dignatarios de la mezquita y se cargaron a hombros las angarillas cuatro de los vecinos que acudieron. Y el imam se puso a la cabeza del cortejo, seguido por los lectores del Corán. Y detrás de los portadores echó a andar Luz Nocturna, arrasada en llanto, lanzando gritos lamentables, golpeándose el pecho con mucha fuerza y mesándose los cabellos, en tanto que Alí Babá cerraba la marcha, acompañado de los vecinos, que se separaban por turno, de vez en vez, para sustituir y dar descanso a los otros portadores, y así hasta que llegaron al cementerio, mientras en la casa de Alí Babá las mujeres que acudieron a la ceremonia fúnebre mezclaban sus lamentos y llenaban de gritos espantosos todo el barrio. Y de tal suerte la verdad de aquella muerte quedó cuidadosamente al abrigo de toda divulgación, sin que nadie pudiese tener la menor sospecha con respecto a la funesta aventura. ¡Y esto es lo referente a todos ellos!
En cuanto a los cuarenta ladrones, que a causa de la putrefacción de los seis fragmentos de Kassim abandonados en la caverna, se habían abstenido de volver durante un mes a su retiro, al regresar a la caverna llegaron al límite del asombro por no encontrar ni despojos de Kassim, ni putrefacción de Kassim, ni nada que de cerca o de lejos se pareciese a semejante cosa. Y aquella vez reflexionaron seriamente acerca de la situación, y el jefe de los cuarenta dijo: "¡Oh hombres! estamos descubiertos, y ya no hay que dudar de ello, y se conoce nuestro secreto. Y si no intentamos poner un pronto remedio, todas las riquezas que nuestros antecesores y nosotros hemos amontonado con tantos trabajos como fatigas nos serán arrebatadas en seguida por el cómplice del ladrón a quien hemos castigado. Es preciso, pues, que, sin pérdida de tiempo, tras de haber hecho perecer al uno hagamos perecer al otro. Sentado esto, no queda más que un medio de lograr nuestro propósito, y es que alguno que sea tan audaz como listo vaya a la ciudad disfrazado de derviche extranjero, ponga en juego todos sus recursos para descubrir si se habla del individuo a quien hemos cortado en seis pedazos, y averigüe en qué casa vivía ese hombre. Pero todas esas pesquisas deberán hacerse con la mayor cautela, porque una palabra escapada podrá comprometer el asunto y perdernos sin remedio. ¡Así es que estimo que quien asuma esta tarea debe comprometerse a sufrir pena de muerte si da prueba de ligereza en el cumplimiento de su misión!"
Y al punto exclamó uno de los ladrones: "¡Yo me ofrezco para la empresa y acepto las condiciones!"
Y el jefe y los camaradas le felicitaron y le colmaron de elogios. Y se marchó disfrazado de derviche.
Y he aquí que entró en la ciudad cuando todas las casas y tiendas estaban cerradas todavía a causa de la hora temprana, excepto la tienda del jeique Mustafá, el zapatero remendón. Y el jeique Mustafá, con la lesna en la mano, se dedicaba a confeccionar una babucha de cuero azafranado. Y alzó los ojos y vió al derviche, que le miraba trabajar, admirándole, y que se apresuró a desearle la zalema. Y el jeique Mustafá le devolvió la zalema, y el derviche se maravilló de verle, a su edad, con tan buenos ojos y con los dedos tan expertos. Y el viejo, muy halagado, se pavoneó y contestó: "¡Por Alah, ¡oh derviche! que todavía puedo enhebrar la aguja al primer intento, y hasta puedo coser las seis partes de un muerto en el fondo de una bodega sin luz!"
Y el derviche ladrón, al oír estas palabras, creyó volverse loco de alegría, y bendijo su destino, que le conducía por el camino más corto al fin deseado. Así es que no dejó escapar la ocasión, y fingiendo asombro, exclamó: "¡Oh rostro de bendición! ¿Las seis partes de un muerto? ¿Qué quieres decir con estas palabras? ¿Acaso en este país tienen costumbre de cortar a los muertos en seis partes y de coserlos luego? ¿Y hacen eso para ver qué tienen dentro?"
A estas palabras el jeique Mustafá se echó a reír, y contestó: "¡No, por Alah! aquí no hay esa costumbre. ¡Pero yo sé lo que sé, y lo que yo sé no lo sabrá nadie! ¡Para ello tengo varias razones, cada una más seria que las otras! ¡Y además, se me ha acortado la lengua esta mañana y no obedece a mi memoria!" Y el derviche ladrón se echó a reír a su vez, tanto a causa de la manera que tenía de pronunciar sus sentencias el jeique zapatero remendón, como para atraerse al buen hombre. Luego, simulando que le estrechaba la mano, le deslizó en ella una moneda de oro, y añadió: "¡Oh hijo de hombres elocuentes! ¡oh tío! Alah me guarde de querer mezclarme en lo que no me incumbe. Pero sí en calidad de extranjero que quiere ilustrarse pudiera dirigirte un ruego, sería el de que me hicieras el favor de decirme dónde se encuentra la casa en cuya bodega estaban las seis partes del muerto que remendaste".
Y el viejo zapatero remendón contestó: "¿Y cómo voy a hacerlo, ¡oh jefe de los derviches! si ni yo mismo conozco esa casa? Has de saber, en efecto, que he sido conducido con los ojos vendados por una joven hechicera que ha hecho marchar las cosas con una celeridad sin par. Claro es, sin embargo, hijo mío, que, si me vendaran los ojos de nuevo, quizá pudiera encontrar la casa guiándome por ciertas observaciones que hice al paso y palpando todo en mi camino. Porque debes saber ¡oh sabio derviche! que el hombre ve con sus dedos tanto como con sus ojos, sobre todo si no tiene la piel tan dura como el lomo del cocodrilo. Y por mi parte, sé decir que, entre los clientes cuyos honorables pies calzo, tengo varios ciegos más clarividentes, merced al ojo que tienen en la punta de cada dedo, que el maldito barbero que me afeita la cabeza todos los viernes acuchillándome el cuero cabelludo. (¡Que Alah se lo haga expiar!) ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.