Las mil y una noches:838

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 838: y cuando llego la 869ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 869ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... He aquí a nuestro amigo Hassán el cordelero, que, verdaderamente, reúne las condiciones requeridas. ¡Y no podrá caer tu liberalidad sobre cabeza más digna!"

Y contestó Si Saad: "¡Por Alah, que dices verdad! Y sólo por olvido quise buscar fuera de aquí lo que tenemos al alcance de la mano".

Luego se encaró conmigo y me dijo: "¡Ya Hassán! sé que tienes una numerosa familia, la cual tiene a su vez bocas numerosas y dientes numerosos, y que ni uno de los cinco hijos con que te ha gratificado el Donador está todavía en edad de ayudarte a la menor cosa. Por otra parte, sé que el cáñamo sin trabajar, aunque no está demasiado caro a la cotización actual del zoco, precisa de algún dinero para comprarlo. Y para disponer de ese dinero hay que haber hecho economías. Y las economías no son posibles en un hogar como el tuyo, donde el haber es más exiguo que el debe. Así, pues, ¡ya Hassán! para ayudarte a salir de la miseria, quiero hacerte don de una suma de doscientos dinares de oro, que te servirán de fondo inicial para ampliar tu comercio cordelero. ¡Dime, pues, si con esa suma de doscientos dinares crees que podrás sacar adelante el negocio, haciendo fructificar el dinero con habilidad y sagacidad!"

Y yo ¡oh Emir de los Creyentes! contesté: "¡Oh amo mío! ¡que Alah alargue tu vida y te haga recuperar el céntuplo de lo que me ofrece tu munificencia! Y puesto que te dignas interrogarme, me atrevo a decirte que en mi tierra el grano cae en un suelo fértil, y que, sin presumir con exceso de mis aptitudes, una suma mucho menor entre mis manos bastaría, no solamente para que fuera yo tan rico como los principales cordeleros de mi profesión, sino hasta para que fuera yo solo más opulento que todos los cordeleros reunidos de esta ciudad de Bagdad, no obstante lo populosa y grande que es -siempre que Alah me favorezca-, ¡inschalah!"

Y Si Saad, muy satisfecho de mi respuesta, me dijo: "¡Me inspiras mucha confianza, ya Hassán!" Y se sacó del seno una bolsa, que puso entre mis manos, y me dijo: "Toma esta bolsa que contiene los doscientos dinares consabidos. ¡Y ojalá hagas de ellos un uso afortunado y prudente y encuentres ahí el germen de la riqueza! ¡Y ten la seguridad de que yo y mi amigo Si Saadi nos regocijaremos en extremo si un día sabemos que en la prosperidad eres más dichoso que en medio de privaciones.

Entonces, ¡oh mi señor! tomando la bolsa, llegué al límite de los transportes de alegría. Y era tal mi emoción, que me sentí incapaz de hacer decir a mi lengua las palabras de gratitud que convenía pronunciar en semejante circunstancia; y a duras penas pude inclinarme hasta tierra y coger el borde del traje de mi bienhechor, llevándomelo a los labios y a la frente. Pero él se apresuró a retirarlo con modestia y se despidió de mí. Y acompañado de su amigo Si Saadi, se levantó para continuar su interrumpido paseo.

En cuanto a mí, cuando se hubieron alejado ellos, el primer pensamiento que asaltó naturalmente mi espíritu fué buscar un sitio donde guardar bien la bolsa de doscientos dinares para que estuviera segura del todo. Y como en mi pobre casita, compuesta de una sola pieza, no había ni armario, ni olor a armario, ni cajón, ni cofre, ni nada semejante donde esconder un objeto que se tuviese que esconder, quedé extremadamente perplejo, y por un momento pensé en ir a enterrar aquel dinero en algún paraje desierto, fuera de la ciudad, mientras daba con el modo de hacerlo fructificar. Pero volví de mi acuerdo al pensar que mi mala suerte podría hacer que se descubriera mi escondite o que algún labrador me viera. Y al punto se me ocurrió la idea de que lo mejor sería ocultar la bolsa en los pliegues de mi turbante. Y en aquella hora y en aquel instante me levanté, cerré la puerta de la tienda, y desenrollé mi turbante en toda su extensión. Y empecé por sacar de la bolsa diez monedas de oro que aparté para gastarlas, y envolví el resto, con la bolsa, en los pliegues de la tela, cogiéndola por un extremo. Y anudando este extremo a la bolsa, lo junté con mi gorro y me hice de nuevo el turbante con cuatro vueltas perfectamente combinadas. Y entonces pude respirar más a mis anchas.

Acabado este trabajo, volví a abrir la puerta de mi tienda, y me apresuré a ir al zoco para aprovisionarme de cuanto tenía necesidad. Comencé por comprarme una buena cantidad de cáñamo, que llevé a mi tienda. Tras de lo cual, como hacía tiempo que no había yo visto carne en mi casa, fui a la carnicería y compré una espaldilla de cordero. Y emprendí el camino a casa para llevar a mi mujer aquella espaldilla de cordero, a fin de que nos la guisase con tomates. Y de antemano me regocijaba con el júbilo de los niños a la vista de aquel manjar suculento.

Pero ¡oh mi señor! mi presunción era demasiado notoria para que se quedase sin castigo. Porque me había yo puesto a la cabeza aquella espaldilla, y caminaba moviendo mucho los brazos, con el espíritu perdido en mis ensueños de opulencia. Y he aquí que un gavilán hambriento se abalanzó a la espaldilla de cordero, y antes de que yo pudiese alzar los brazos o hacer el menor movimiento, me la arrebató, así como el turbante con lo que contenía, y remontó el vuelo llevándose la espaldilla en el pico y el turbante en las garras.

Y al ver aquello, me puse a lanzar gritos tan desaforados, que los hombres, mujeres y niños de la vecindad se conmovieron y juntaron sus gritos a los míos para asustar al ladrón y hacerle soltar su presa. Pero en vez de producir este efecto, nuestros gritos no hicieron más que excitar al gavilán a acelerar el movimiento de sus alas. Y pronto desapareció en los aires con mi hacienda y mi suerte.

Y yo, despechado y entristecido, tuve que resignarme a comprar otro turbante, lo que ocasionó una nueva disminución en los dinares de oro que había tenido cuidado de sacar de la bolsa, y que a la sazón constituían todo mi haber. Y he aquí que, como había gastado buena parte de ello en la compra de mis provisiones de cáñamo, lo que me quedaba estaba lejos de bastar para hacerme concebir en adelante sólidas esperanzas en mi porvenir de opulencia. Pero en verdad que lo que me causó más pena y ensombreció el mundo ante mis ojos fué el pensamiento de que mi bienhechor Si Saad tuviera que arrepentirse de haber escogido tan mal al hombre a quien había confiado su dinero y el éxito de la experiencia proyectada. Y me decía yo, además, que cuando él se enterara de la funesta aventura, acaso la considerase una invención de mi parte y me abrumara con su desprecio.

De todos modos, ¡oh mi señor! mientras duraron los escasos dinares que me quedaron después del robo llevado a cabo por el gavilán, no tuvimos en casa demasiados motivos de queja. Pero cuando se gastó la última moneda menuda, no tardamos en caer en la misma miseria de tiempo atrás, y me vi en igual imposibilidad de salir de mi estado. Sin embargo, me guardé bien de murmurar contra los decretos del Altísimo, y pensé: "¡Oh pobre! ¡el Retribuidor te ha dado bienes cuando menos lo esperabas, y te los ha quitado casi al mismo tiempo, porque así le plugo, y suyos eran esos bienes! ¡Resígnate ante Sus Decretos, y sométete a Su voluntad!"

Y mientras a mí me agitaban estos sentimientos, estaba de lo más inconsolable mi mujer, a quien yo no había podido por menos de participar la pérdida que sufrí y de dónde me llegaba. Y para colmo de infortunio, como en mi turbación también se me había escapado decir a mis vecinos que con mi turbante perdía el valor de ciento noventa dinares de oro, mis vecinos, para quienes era conocida mi pobreza desde hacía mucho tiempo, se rieron de mis palabras con sus hijos, persuadidos de que la pérdida de mi turbante me había vuelto loco.

Y las mujeres decían a mi paso, riendo: "¡Ahí va el que dejó echar a volar su razón con su turbante!"

¡Eso fué todo!

Y he aquí ¡oh Emir de los Creyentes! que haría unos diez meses que el gavilán me había ocasionado aquella desgracia, cuando los dos señores amigos Si Saad y Si Saadi pensaron ir a pedirme cuentas del uso que había hecho yo de la bolsa de doscientos dinares. Y mientras se dirigían a mí, Si Saad decía a Si Saadi: "¡Ya hace días que pensaba en nuestro amigo Hassán, complaciéndome mucho en la satisfacción que voy a tener al hacerte testigo de nuestra experiencia! Vas a notar en él un cambio tan grande, que nos costará trabajo reconocerle".

Y como ya estaban muy próximos a la tienda, Si Saadi contestó sonriendo "Me parece, por Alah, ¡oh amigo mío Saad! que te comes el cohombro antes de que esté maduro. Por lo que a mí respecta, con mis propios ojos veo yo a Hassán sentado como de ordinario, con el cáñamo sujeto al dedo gordo del pie; pero no asombra mi vista ningún cambio notable de su persona. Porque hele aquí tan pobremente vestido como antes, y la única diferencia que observo en él es que su turbante es un poco menos feo y grasiento que el que tenía hace diez meses. Además, míralo por ti mismo, y verás que lo que he dicho no tiene vuelta de hoja".

A la sazón, Si Saad, que ya había llegado ante la tienda, me examinó y vió también que en mi estado no había alteración ni mejora en mi aspecto. Y entraron en mi casa ambos amigos, y después de las zalemas de rigor, Si Saad me dijo: "Y bien, Hassán, ¿a qué obedece esa cara demudada y ese aire compungido? ¡Por lo visto, tus negocios te dan que hacer y el cambio de vida te entristece un poco!"

Y con los ojos bajos, contesté: "¡Oh mis señores! Alah prolongue vuestra vida; pero el Destino siempre es enemigo mío y las tribulaciones del presente son peores que las del pasado. ¡En cuanto a la confianza que mi amo Si Saad ha cifrado en su esclavo, se ve defraudada, no ciertamente por culpa de su esclavo sino por culpa de la hostilidad del Destino!" Y les conté mi aventura con todos los detalles, tal como te la he contado, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero no hay utilidad en repetirla.

Cuando hube terminado mi relato, vi que Si Saadi sonreía con malicia, mirando a Si Saad, que estaba muy abatido. Y hubo un momento de silencio, al cabo del cual me dijo Si Saad: "En verdad que el éxito no es tal como yo esperaba. Pero no voy a hacerte reproches, aunque esa historia del gavilán sea un poco extraña, y me induzca, en uso de mi derecho, a no creerla y a suponer que te has divertido, te has regalado y has estado de comilona con el dinero que te di para que de él hicieras un uso muy distinto. De todos modos, deseo intentar la experiencia contigo una vez más, y entregarte otra suma igual a la primera. ¡Porque no quiero que mi amigo Saadi se salga con la suya después de una sola tentativa por mi parte!"

Y tras de hablar así, me contó doscientos dinares, diciéndome: "Quiero creer que esta vez no guardarás esa suma en tu turbante...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.