Las promesas de un rostro
(A mademoiselle A...)
Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus pestañas entornadas,
De las que parecen derramarse las tinieblas;
Tus ojos, bien que renegridos, me inspiran ideas
Que no son del todo fúnebres.
Tus ojos, que concuerdan con tus negros cabellos,
Con tu melena elástica,
Tus ojos, lánguidamente, me dicen: "Si tú quieres,
Amante de la musa plástica,
Seguir la esperanza que en ti hemos excitado,
Y todos los gustos que tú profesas,
Podrás comprobar nuestra veracidad
Desde el ombligo hasta las nalgas;
Encontrarás en la punta de ambos senos bien abundantes,
Dos grandes medallones de bronce,
Y bajo un vientre terso, suave como de terciopelo,
Bistre como en la piel de un bonzo,
Un abundante vellón que, verdaderamente, es hermano
De esta enorme cabellera,
Suave y rizada, y que te iguala en espesor,
Noche sin estrellas, ¡Noche oscura!"