Las rosas de la tarde: 08

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los gritos del Deseo, lebrel encadenado...

El ónix de los cielos se incendiaba, como un águila de oro, agonizante en la quietud serena del espacio;

procelarias fugitivas hacia la costa oscura de un mar de ópalo, las nubes vagabundas parecían, con sus orlas teñidas de carmín. Inmóviles las otras, semejaban, en la densa, infinita perspectiva, Ibis melancólicas, soñando en la riva silente de un Océano;

el parque, como estanque silencioso, con las aguas dormidas, verdinegras, hacia la fronda entera rumorosa, sobre la cual los árboles tendían la amarillenta sombra de sus copas, como un bouquet de flores de topacio..;

del jardín entenebrecido, subía la sombra a las terrazas, donde nubes de noctículos fosforescentes semejaban en las enredaderas oscuras una extraña floración de lilas incendiadas;

en el salón hundido en las tinieblas, la sombra de los cielos pacíficos hacía profundidades misteriosas;

allá, tras un biombo, donde un Gobelino antiguo diseñaba un hemiciclo de canéforas, como hecho para un Decamerón, una lenta procesión de vírgenes linearías, como pintadas por Burnes Jones; a la sombra de grandes cortinajes orientales, donde grandes macetas de lirios blancos daban su perfume, como pebeteros de ámbar sobre vasos etruscos; en el sofá, donde pájaros acuáticos meditaban, entre juncos y nenúfares, sobre un fondo crema pálido, como un jirón de cielo rosaté, Adaljisa y Hugo platicaban, en la desolación suprema de la hora...

la sombra se extendía reverente, en torno al ídolo, rodeado de Misterio;

los últimos rayes de la luz habían quedado como prisioneros, sobre aquella cabeza nimbada, fingiendo como flores astrales, en esa cabellera de crepúsculo, en el oro vivo de esos cabellos, donde el Amado hundía sus labios, como en una fuente luminosa, llena de irradiaciones metálicas de incendio, sobre la cual, los besos voloteaban, como enjambres de abejas ignescentes, tropel de mariposas incendiadas;

y, prosternado ante el ídolo, se extasiaba en el miraje de la carne adorada, huerto cerrado, desde cuya verja, toda una floridez de sueños carnales, promesas de divinas realizaciones, se extendían como un florestal de corolas cerradas, prontas a abrirse al contacto del beso iniciador;

como ante un reposorio de Madona, sus deseos estaban en plegaria, delante de aquella flor de Tabernáculo...

y llovían los besos y los pétalos, como en fiesta de abejas y corolas, y velaba el silencio pudoroso, el ópalo muriente de los cielos.


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y sonaba en la sombra del crepúsculo el diálogo vibrante de su Amor.

–Oh, dime tu Poema, Amado mío; el último que has hecho para mí.

–Oye pues el Poema, ¡oh Bien Amada! el Poema que he hecho para Ti;

y, en el silencio de la estancia, su voz modulada y grave, haciendo de su prosa un himno, recitó la sinfonía otoñal de su Poema que él llamaba: BALADA DEL DESEO.


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En el Mar de lo Infinito, boga y llega el Mensajero, el bajel que trae la noche...

tenebroso como un muerto, lentamente va avanzando con sus velas de Misterio;

el bajel que trae la Noche. ¡Tenebroso como un muerto!

¡oh, las tardes del Otoño, precursoras del Invierno, cómo brillan, copio cantan, en un ritmo de colores, en los mares y en los cielos, ¡oh, las tardes del Otoño, las auroras del Invierno!

ya el Crepúsculo se muere en la Sombra y el Silencio;

¡oh, la muerte del Crepúsculo, el Poeta del Ensueño!


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Ya se besan en la sombra, en divino Epitalamio, las estrellas soñadoras y los pálidos geranios, cuyos pétalos muy tristes, van cayendo lentamente, como sueños que se mueren, en su nítida blancura;

¡oh, los sueños de las flores! ¡oh, la muerte de los sueños!


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A la luz del Plenilunio, albas rosas de la Tarde van abriéndose como almas que escucharan en su angustia, el coloquio formidable de la Sombra y el Misterio;

¡oh, las rosas de la Tarde! ¡oh, las rosas del Silencio!


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¡Oh, la Amada de mi vida! ¡oh, la Aviada de mis sueños! ¡Ilumina este crepúsculo con la lumbre de tus besos, que son astros!...

y el perfume de tus labios caiga en mi alma como un bálsamo de ventura y de sosiego.


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¡Oh, la Amada! ¡oh, Bien Amada! ven, reclina tu cabeza, tu cabeza triste y blonda como el halo de una estrella; ven, reclínala en mi pecho.

¡tu cabeza perfumada por los místicos ensueños! ¡oh, tu pálida cabeza! ¡oh, mi reina, coronada con las rosas entreabiertas en praderas ignoradas y en silencio de las selvas que te guardan su perpetua primavera, de las selvas donde viven mis ensueños de Poeta!

tu cabeza con un nimbo de jazmines y violetas.


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Que me toque la caricia de tus grandes ojos tiernos, algas verdes, que se mecen en los mares muy remotos de la Gloria y del Ensueño;

que me toquen con sus alas tus libélulas de fuego;

¡oh, los ojos de mi Amada, misteriosos y serenos; playas tristes, donde mueren las oleadas del Deseo!


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Que los lirios de tus manos, cual capullos entreabiertos; como brisas perfumadas, como rayos de un lucero, se deslicen en la selva autumnal de mis cabellos, y serenen mis pasiones tempestuosas y soberbias, y dominen la implacable rebeldía de mi cerebro.

mi cerebro que es tu Ara; mi cerebro que es tu Templo; mi cerebro, donde imperas tú, mi Diosa, entre la mirra que te queman mis pasiones, y los cirios del Deseo, y mis himnos amorosos, y el perfume que te brindan las corolas de mis versos.

y una flor que se abre augusta, con sus pétalos soberbios, una flor en holocausto ante Ti: mi Pensamiento;

¡oh, los lirios de tus manos, domadoras del Deseo!

¡oh, los cirios de mi templo y las rosas de mis versos!


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Por las flores del Crepúsculo; por las rosas del Silencio; por las algas de tus ojos; por las frondas de tus besos; ven, reclina tu cabeza en las sombras de mi pecho.


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¡Bien Amada! ¡Bien Armada! ven, te esperan ya mis besos, que revientan como flores, en las frondas del Silencio.


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¡Bien Amada! ¡Bien Amada! ven, responde a mi deseo; ven, unamos nuestros labios en un beso que sea eterno...

ven y unamos nuestros cuerpos cual dos llamas de un incendi ...


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¡Ven, mi amada, que es la hora!

¡ven, mi Aviada, que es aún tiempo!

¿tú no sientes cómo pasa la caricia del momento?

¡Ven y amemos! Aun es hora.

ya declina en el silencio con la tarde nuestra vida.

ven y amemos, que aun es tiempo; aun hay flores en el bosque; aun hay luces en el cielo; aun hay sangre en nuestras venas y palpitan nuestros besos...

son las tardes del Otoño, precursoras del Invierno... ven, tus ojos agonizan en las ansias del Deseo;

aprisione yo tus manos, y tus labios, y tus senos,

y te brinden sus perfumes las corolas de mis versos.


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Es la hora del Crepúsculo. Todo se hunde en el silencio;

es la tarde en nuestras almas; y la noche avanza presto;

nuestras vidas ya se pierden en los valles del Misterio;

aun dibuja la ventura un miraje en nuestro cielo;

es la hora de la muerte o la hora de los besos... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...


ven y unamos nuestras bocas en un beso que sea eterno;

ven y unamos nuestros cuerpos, cual dos llamas de un incendio.


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Ada alzó la cabeza, prisionera en la cadena de brazos del Amado.

–¡Oh, piedad!, murmuró, cuasi vencida, apartando la mano violadora;

y él de rodillas le imploraba quedo.

–Piedad para mi amor ¡oh mi Adorado! Ten piedad de los dos, ¡oh, mi Poeta!

temblaba en su blancura de azucena, pálida bajo las alas del Encanto;

y sonaban en su oído alucinado los fragmentos del Poema;

y le decían:

Ven y reposa tu cabeza blonda sobre mi ardiente pecho de Poeta; ven y reposa tu cabeza blonda, como una mariposa en una flor.


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y que me bese de tus ojos verdes la caricia profunda y tentadora;

¡oh, la caricia de tus ojos verdes, la caricia furtiva de la ola!

Deja que estreche los capullos blancos de tus pálidas manos de azahar.


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Y deja que en el lirio de tu rostro la sombra de mis labios se proyecte.


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Y que caigan mis besos en tus labios como el nido de un pájaro en el mar.


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Que me bañe la Gloria del Crepúsculo que irradia tu opulenta cabellera.


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Y deja que a tu paso, amada mía, deshoje como pétalos mis versos.


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Deja que te aprisione entre mis brazos, y deja que te cubra con mis besos...


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Antes de que se pierdan nuestras almas en las densas penumbras del Olvido...


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Despertada por la presión formidable del cuerpo de su amigo, Ada se puso de pie.

–Oh, no, no, murmuró angustiada y rechazándolo con fuerza;

su palidez de lirio brillaba en la penumbra.

–Ada –murmuró él, con una voz de naufragio, salida de lo más hondo del deseo.

–Las rosas se respiran, no se comen, ¡oh, mi Amado!

–Pero hay rosas sagradas, hay rosas del altar.

–Las rosas del Otoño se mueren muy aprisa. Ya estamos en Otoño, Invierno viene ya, dijo, y fue hacia la Adorada;

ella movió el manubrio de la luz eléctrica, y al iluminarse la estancia, apareció de pie en su palidez lilial, como una azucena mística en el fondo de un altar iluminado;

¡augusta Vencedora de la Carne!

¡domadora triunfal de los deseos!

él, a sus pies, aun murmuraba quedo:

–¡Oh, las pálidas rosas del Otoño! ¡oh, la pálida lumbre vesperal!

y, ante aquella llamada del Olvido y de la Muerte, ella sintió la angustia renacer en su corazón, temió por el Amor de aquel hombre, burlado en su deseo, y vino hacia él, y lo besó en la frente.

–¡Oh, mi Amor! ¡oh, mi Poeta! una tregua, una tregua, nada más, dijo, besándolo en los labios;

él la rechazó de sí, no le devolvió aquel beso, no estrechó sus manos, no respondió a su adiós, no la miró siquiera;

¡quedó allí vencido, rencoroso y triste!

l’amour ne fait-il done que des malheureux?

y ella partió, abatida, humillada, bajo aquel desprecio del Amado, mientras los cantos del Poema extraño rumoreaban en su alma vencedora, algo como el Excelsior de la Vida;

¡victoria estéril, a la cual respondían en su corazón como voces de agonizantes, las palabras de la Admonición tremenda!

Es la hora del Crepúsculo. Todo se hunde en el Silencio:

es la tarde en nuestras almas, y la noche avanza presto;

nuestras vidas ya se pierden en los valles del Misterio;

es la hora de la muerte, o la hora de los besos.


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Y se abrían ante ella como rosas, y fulgían en su alma como estrellas, los cantos exultantes del Amado, las frases ardorosas del Poema.