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Lo mejor de los dados

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Lo mejor de los dados
de Arturo Reyes


Sentóse Joseíto el Molinete sobre el ruinoso arriate y, descansando la frente sobre la palma de la mano y el codo en la rodilla, se abismó en, al parecer, tan hondas como tristísimas meditaciones.

El sol empezaba a decorar la escena con sus ráfagas de oro abrillantando los muros renegridos, en los que las enredaderas lucían acá y acullá sus verdinegros encajes y sus cárdenas campanillas.

Mientras Joseíto permanecía inmóvil y meditabundo, se abrió una de las ventanas de los edificios inmediatos, con vista al taller, y destacóse, en su fondo, radiante de hermosura, Dolores la Trinitaria, la cual, apartándose con ambas manos la negrísima y suelta guedeja que le caía a ambos lados de la cara, cruzó los brazos sobre el alféizar y clavó los hermosísimos ojos en el meditabundo carpintero.

Con razón decían los de gusto más selecto del barrio que era Dolores entre las hembras de más tronío, lo que entre los luceros la luna; que tenía nuestra heroína por obra y gracia del Altísimo, como soles los ojos, los labios como la grana, los dientes como de marfil, oval el semblante, como la endrina de negro el pelo y más anillado que una tumbaga, y un cuerpo capaz de hacer levantarse de su sepultura a las momias del sexo viril que nos legaran los dignísimos faraones.

Y mientras Dolores posaba sus ojos con extraña fijeza en el Molinete, decía éste de modo mental, siguiendo el curso de su enamorado pensamiento:

«Por vía del que to lo mueve y to lo aquieta, ¡qué cosas que pasan y qué cosas que se ven! Y lo malo es que esto no puée seguir asín, porque yo el día menos pensao doy un estallío y van a tener que dir al moro en busca mía... Y la curpa me la tengo yo; yo, que no tengo na de lo que les sobra a los hombres de ácana, porque si yo lo tuviera me cosería la boca y me cosería los párpados ca vez que me trompezara a la Trini, que se ha pensao fijamente que yo soy lo mismo que una billarda, y es que sabe mu bien que yo no me aseparo de ella ni manque me lo mande un piquete, y como lo sabe mu bien y como es más malita que un cangro, pos velay, se pasa la vía dándome la mar de chingares y de celeras, y un día a mí esa gachí me busca una esaborición más grande que la Alcazaba.»

-¿Qué jace usté, Joseíto, que parece que lo han puesto a usté ahí como reclamo? -le dijo en aquel momento con acento irónico Dolores.

Levantó Joseíto la cabeza, y al ver a su gentil vecina, incorporóse lentamente y se dirigió hacia el pie de la alta ventana, murmurando:

-Buenos días, fenómeno. ¿Qué quiée usté que yo haga? Ya lo ve usté: cavilar más que un letrao.

-¿Y se puée saber qué es lo que le tiée a usté tan cavila que te cavila?

-Ya lo creo que se puée saber. Estoy pensando en lo mal que ha repartío Dios lo güeno en este pícaro mundo.

-Sí que tiée usté razón. Y si no, que se lo pregunten a Trini la Cordobesa.

Joseíto hizo un gesto de contrariedad al oír el nombre de Trini, y le repuso a la Trinitaria:

-A ésa le tocó en el reparto una chispitilla menos que a usté, que es toíta azúcar de pilón y canela de la fina.

-Entonces, ¿es que yo le parezco a usté mejor que la Trini, Joseíto?

-Usté me paece a mí mejor que toíto er mundo, y sin embargo...

-Y, sin embargo, es la Trini la que lo tiée a usté más loco que una veleta, ¿no es asín?

-Asín es por mi malilla fortuna.

-Y como eso se lo sabe la Trini de memoria, como es naturá, le estará dando a usté tormento la mar de veces al día.

-Usté lo ha dicho, Dolores -exclamó con acento sombrío el Molinete.

-Como que lo que le pasa a la Trini con usté es mismamente lo que a mí me pasa con Toño el Siguirillero, que como sé que es más mío que mis penas y que pa él, a pesar de sus alegrías de ojos, no hay más mujer que yo, por lo trato como si tuviera el gachó de gutapercha los centros.

-Entonces es que tiée usté la sangre tan malita como la tiée mi Trini la Cordobesa.

-En ese caso, toas las tenemos mismamente como la tiéen ustés los hombres, que la tiéen como el jollín, sobre to en cuantito se enteran de que una de nosotras perdemos los papeles por su cuerpecito garboso.

-Tal vez tenga usté razón -murmuró el Molinete acordándose de Rosario la Tulipanes.

-Vaya si la tengo; pero, en fin, como yo soy más güena que un bársamo, si usté me lo premite, le voy a recetar a usté una medicina que va a ser pa su enfermedad como el unto de la Malena.

-¿Y esa medicina? -le preguntó el Molinete con zumbona expresión.

-Pos esa medicina que voy a recetarle a usté es que en lugar de seguir cimbeleando a la Trini, se ponga usté a cimbelearme a mí una temporailla, que yo haré como si usté me gustara más que no jarabe, que ya es sacrificio, porque lo que es usté pa mi no vale lo que un suspiro del mozo que yo camelo.

-¿Y usté cree que de ese mo acabaría la Trini ya de una vez de darme suplicio?

-Antes de ocho días está izando esa gachí bandera de parlamento.

-¿Y si al Siguirillero se le subleva la guarnición y se arma una que suena más que un repique?

-El Siguirillero, como nosotros no vamos a jacernos más que monerías desde lejos, tragará una poca de quina y después vendrá a mí más humilde que la tierra.

-¿Y si la Trini se abronca y no güerve a mirarme a la cara en to lo que le quea de vía?

-En ese caso seguiré yo mirándolo a usté jasta que güerva el verano.

Joseíto miró fijamente a Dolores y pensó en lo bonita que era, y en que era al par hija única del chalán más adinerado de la provincia.

-Qué, ¿le gusta a usté u no le gusta a usté lo que yo digo? -le preguntó Dolores, frunciendo ligeramente el entrecejo al notar el silencio de Joseíto.

-Pos de juro que me gusta -dijo éste-. Lo único que me jace pensar es que puée gustarme más el remedio de lo que a usté le conviene.

-Pos si le gusta a usté tanto, peor pa usté, porque yo en no jaciéndole a usté falta, ya estoy quitándole a usté el biberón de la boca.

-¿Y desde cuándo vamos a empezar ese chapú tan regracioso?

-Desde ahora mismito que empezará usté a platicar mucho más de mí que de la Trini, a no salir de la taberna de enfrente y a cantarme de vez en cuando la mar de polos y de medios polos, a medianoche, delante de mi ventana.

-Y oiga usté, manque sea mucha curiosidá, ¿usté qué va ganando en esta faena que va a cargarse conmigo?

-¿Yo?... El jacer una obra de caridad con un tonto de remate.

-¿Y cuándo voy yo a platicar de nuevo con usté?

-Cuando yo le avise a usté con el guardacalle, que será cuando a mí me dé la repotentísima gana.


II

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Acababa de peinarse Dolores y de colocarse entre los negros rizos de su pelo dos rojos claveles de Bengala, cuando penetró en su habitación Pepa la Pitiminí, la más predilecta de sus amigas.

-Gracias a Dios -díjole Lola, saliendo a su encuentro- que te dejas ver, que tenía ya la mar de ganitas de ponerte la mar de besos en tu carita morena.

-Pos rabiando estaba yo por ponértelos también en tu carita gitana.

Y cambiando que hubieron casi una granizada de besos, sentáronse frente a frente ambas amigas y dijo a la segunda la primera:

-¿Dónde has estao tantos días como has fartao de Málaga?

-En Mairena del Alcor con mi tía Candelaria. ¿Y tú qué has jecho durante mi ausencia?

-Pos yo la mar de cosas; como que cuasi he tenío un novio de los de mejores carteles.

-¿El Siguirillero, por fin?

-No; ése es el que ahora está emperrao de firme en dar el santo y seña en la garita.

-Pero oye tú, chavó, ¿te has creío tú que los novios son chaponas?

-Eso ha sío un chanelo que yo me he traío. ¿Tú sabías que el Molinete estaba prendao de la Trini y que a la Trini le gustaba además de Joseíto, Toñico el Siguirillero?

-Eso no lo sabía yo, ni lo sospechaba tan siquiera.

-Pos bien: a la Trini le gustan dambos, pero como pa ella el Molinete era pan comío y el otro no lo era, pos velay tú, encomenzó la gachí a jacerle cucamonas al Siguirillero, y éste, a quien le gustan toas desde el pelo al tobillo, encomenzó tamién a aletearle a la Trini, y entonces yo, como sabía que yo le gustaba más a Toño que la otra y que a la otra le gustaba más el Molinete que Toño, pos me dije yo pa mí: «Vamos a que ca gorrión se pare ya de una vez en su alero.» Y una mañana que vi a Joseíto más desesperao que un quinto en un calabozo, le propuse que jiciera como que tiraba los chambeles y que yo haría como que él a mí me gustaba como la miel de colmena.

-¿Y qué resurtó de ese paripé, salero?

-Pos lo que resurtó fue que el Toño y la Trini, al ver que nosotros nos poníamos cuasi al habla, perdieron la chaveta, y esta mañana llegóse a mí el Siguirillero pa decirme que si yo seguía entornándole el párpado al Molinete diba a ponerle al Molinete el corazón como si fuera mismamente una arcancía.

-Y la Trini, a to esto, ¿qué?...

-Pos la Trini encomenzó a sonreír al Joseíto jasta con las pestañas, y el Joseíto (y aquí entra lo malo) ahora dice que no se va ya de mi vera ni manque lo prensen como a pasas de Corinto; y lo peor no es esto, sino que si yo ahora le gusto más a José que le gustaba la Trini, ahora tamién me parece a mí que me gusta a mí mucho más él que Toño el Siguirillero.

-Pos di tú que no es encerraero en el que has metío tú tus interiores -exclamó la Pítiminí contemplando a su amiga con expresión de reproche.

Esta se encogió de hombros y contintió diciendo:

-Eso ya lo sé yo, y lo que yo necesito ahora es que tú me dés un consejo, porque en la esquina está el Molinete que me ha pedío que le premita que se arrime esta noche a mi reja, y un recao me acaba de mandar con la señá Candelaria, diciéndome que si estoy conforme con que se arrime, me asome al balcón, y que si no estoy conforme, que encomience a tocar el pito de carretilla.

-¿Y qué piensas jacer tú? -le preguntó como asustada la Pitiminí.

-Pos la verdá, yo no sé qué jacer, y por eso es por lo que te pido un consejo.

-Pos lo que yo te aconsejo es que no te asomes y que te dejes ya del Molinete y del Toño y que los mandes a dambos a peinarse al Coto u a bañarse a la Escollera.

Dolores miró con expresión extraña a su amiga, y tras un momento, un solo momento de perplejidad, avanzó decidida y gallarda hacia el balcón, lo abrió de par en par y penetrado que hubo en él, sonrió a Joseíto el Molinete, que en la esquina de la calle la miraba como si intentara retratarla en sus ardientes, en sus dulces, en sus imantadas pupilas.