Los Ayacuchos/23
De Pilar de Loaysa a Demetria
Sitges, Septiembre.
Hijita: Ya llegó el día de mi gran contento, el día en que puedo escribirte. ¡Qué gusto! Dios es muy bueno dejándome vivir para que pueda estar algún tiempo entre vosotros y veros felices. Fernando ha ido hoy a Barcelona en compañía de un excelente amigo nuestro, el cónsul de Francia, Monsieur de Lesseps, que vino a buscarle, y entre su tocayo, que de él tiraba, y yo, que le empujé cuanto podía, le decidimos a ponerse en camino. ¡Pobrecillo, cuánto le cuesta separarse de mí! Ya sabes a lo que va; sabes también que en todo este largo cautiverio de tu novio junto a mi cama no ha cesado de poner mano en el séptimo trabajillo, valiéndose de personas diligentes. Pero su presencia en Barcelona y en Papiol ha de ser más eficaz que todos los mensajes y pasos que otros llevan y dan en su nombre. Nos han dicho que a esta fecha habrá vuelto el señor Ibero de sus ejercicios en Ripoll. Dios misericordioso, que ahora parece menos airado contra nosotros, hará que los dos amigos se vean y se entiendan.
No ha querido partir mi hijo sin que yo le haga juramento de escribirte hoy confirmando y apoyando lo que hace días te escribió él, movido del afán de que prontamente nos reunamos todos y formemos una piña, no sólo para satisfacer el anhelo de nuestros corazones, sino para que juntos ayudemos mejor al caballero en su magno trabajo. Cree Fernando que a mí has de hacerme más caso que a él, y aunque esto no puede ser cierto, porque nadie le supera en el dominio de tu voluntad, yo te suplico en su nombre y en el mío que, pues no podemos nosotros apartarnos de aquí, por razón de mi falta de salud y del negocio de San Quirico, te vengas tú acá con tu hermana. ¿Qué mal hay en ello? Según tus últimas cartas, has plantado con gran tesón en tu castillo, y ante tus buenos tíos, la bandera de tu independencia. Dueña y señora absoluta eres de tu persona y de tus actos, y si por mis males principalmente, y por lo despacio que va la cogida de Ibero, resulta que os ha salido mal la cuenta que hicisteis de la duración del séptimo trabajo, ¿qué razón hay para que os impongáis el martirio de ausencia tan larga, siendo los dos libres y anhelando uno y otro la dulce compañía y el sostén recíproco en las adversidades?
Decídete, decidíos, y ten por seguro que a tu hermana le ha de sentar a maravilla el cambio de aires, la distracción de la viajata; y de nosotros ¿qué puedo decirte? El único peligro es que la alegría de verte nos vuelva locos. Pues no puede ir Sitges a La Guardia, véngase La Guardia a Sitges; ello es tan lógico, tan elemental, que no me sorprendería saber que ya os habéis puesto en camino. También te digo que no están de más las precauciones para la seguridad y rapidez de vuestro viaje: en cuanto sepamos que te determinas, te mando a Sabas y con él a Urrea, el que acompañó a Fernando en sus correrías para las negociaciones de la paz, y si menester fuese irá una escolta formal, y hasta un mediano ejército para custodiaros. Otra cosa: como entiendo que no hay por allá coches buenos, construidos según los novísimos adelantos, para ti y tu hermana, doncella y mayordomo que os acompañen, tengo yo una silla de postas que es un prodigio de ligereza, amplitud y comodidad. Niñas de mi alma, no vaciléis: decidme una palabra, y salen rodando para allá mi coche y los criados de confianza, y además un galerón, también muy bueno, en que podréis traer todo el equipaje que os dé la gana, almohadones, víveres, vajilla, y hasta perros y gatos...
¿Qué? ¿Os asusta el paso por Cintruénigo? Pero, hija, ¿crees que los rencores de mi hermana son tan extremados que lleguen hasta causaros daño material? No tanto, no. Juana Teresa azuzará contra nosotros curiales y leguleyos; pero no asesinos. No temáis nada, y si quieres protección de personas eclesiásticas en tu largo camino, ya que mi hermana tiene por aliados a los reverendos de Calahorra y Tarazona, puedo yo, si quieres, ponerte bajo el amparo de mi buen amigo el Cardenal Arzobispo de Zaragoza... El de Barbastro, por cuya diócesis tienes que pasar, también es de los míos. Digo más: soy santa de su devoción, como que me debe la mitra. ¡Y que no me costó poco trabajo sacársela...! que Istúriz y el señor Barrio Ayuso no querían, ni por un Dios, y el Nuncio andaba muy reacio...
¡Ay! se me ocurre en este momento una felicísima idea.
Como en tan largo camino, pasando por la Ribera, no podrías librarte de algunas horas, tal vez días de inquietud, vente por Francia, y así compensas la mayor tardanza con la absoluta tranquilidad. De tu pueblo al paso del Bidasoa podrás ir en dos días. Descansas en Bayona, y de esta ciudad a Perpignan tienes un camino magnífico, precioso, que recorrerás fácilmente en tres o cuatro días sin fatigaros, echando una paradita en Toulouse. A Perpignan irá tu novio a encontraros, y luego os venís por Figueras y Gerona cantando sardanas. ¿Qué te parece mi plan? Soberbio; no digas que no. ¡Si estoy por mandarte la silla de postas y el regimiento de criados antes que tú me des conocimiento de tu resolución! Contando con la carta que viene, con el aviso que va y el tiempo que se pierde en preparativos y despedidas, calculo que podrás estar aquí dentro de un mes. ¡Qué largo se me hace!
Perdóname, hija de mi alma, que sea tan machacona, y que con tanto ardor me lance a dirigir las voluntades ajenas. No veas en ello metimientos oficiosos; no veas sino la conciencia de que yo soy la causa de que Fernando y tú viváis atormentados por la separación. Esto me abruma. ¿Cómo remediarlo si no está en mi mano mi salud, ni puedo decirle a mi hijo: «Márchate y déjame»? Ni él lo haría, ni tú verías con gusto que se separase de mí. No pudiendo llevar a Mahoma a la montaña, quiero traerme acá la montaña... Sí, sí; por causa mía os ha venido este horrible plantón. Tengamos paciencia: tú de la pena que te causo, yo de causártela; y cree que me paso la vida cavilando en los medios de remediar tanto mal. Pon un poquito de tu parte, y todos seremos menos infelices. Véate pronto o tarde, nadie me quita el gusto de sentirte vibrar en el corazón de mi hijo, en sus miradas y en su voz. Para tu hermanita te mando mil besos, para ti otros tantos y la bendición de tu madre -Pilar.