Los Césares de la Patagonia/III

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Los Césares de la Patagonia (Leyenda áurea del Nuevo Mundo) (1913)
de Ciro Bayo
Capítulo III


CAPITULO III
Aventuras de Sarmiento de Gamboa.

Ya que el virrey Toledo no pudo combatir al inglés, envió posteriormente desde el Callao una expedición naval á las órdenes del marino y cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa y del almirante Villalobos para que vieran si Drake había dejado á su paso por el Estrecho algunas fundaciones que le aseguraran el paso en adelante. Las desavenencias entre Sarmiento y Villalobos, más aún que la tormenta que separó sus naves, hizo que el segundo se volviera al Perú, en tanto que Sarmiento enderezó proa á España, donde obtuvo de Felipe II el título de gobernador y capitán general del territorio comarcano del Estrecho.

A bordo de la gruesa Armada que se formó en la ría de Sevilla en 1581 para colonizar el Estrecho, compuesta de 23 navíos y 5.000 personas, iban el nuevo almirante Diego Flores de Valdés; D, Alonso de Sotomayor, nombrado gobernador de Chile, con 600 soldadas veteranos de Flandes para acabar la guerra de Arauco, y el iniciador de la expedición, Sarmiento de Gamboa.

Esta expedición fracasó también, como la de Alcazaba y la del Obispo de Plasencia. La escuadra probó por dos veces embocar el Estrecho, y en una de las tentativas se perdió una nave con 200, de los 600 soldados que iban á Chile. El general Flores de Valdes subió á Buenos Aires y aquí desembarco á Sotomayor con 400 hombres, los que por tierra se trasladaron á Chile.

El Padre Lizárraga, que estaba en Santiago á la llegada de Sotomayor y sus soldados, da interesantes detalles en La Cronica de Chile de lo que hizo Sarmiento en el Estrecho, citando por testigo á un Montemayor que venía por escribano de la Armada y que él conoció en Córdoba del Tucumán.

Sarmiento quedó con dos navíos para proseguir su viaje, que era poblar en el Estrecho y hacer fuertes con artillería para cerrar el paso á los ingleses; pero á la mitad de la angostura les dió un Sur tan desatinado, que les compelió á volver proa. La capitana llegó á la boca del Estrecho y aquí aguardo á la otra nave, que se había guarecido en otra ensenada. No viniendo, determinóse con 31 arcabuceros ir en busca de ella. Siguieron la costa, y á una ó dos jornadas salieron trece indios de manta y camisola, con arcos y flechas, el cabello largo, criznejado y ellos poco menos que gigantes. Uno de los indios tomó una flecha y metiósela por la boca, casi la mitad; sacóla y á vueltas unos cuajarones de sangre, que entre ellos debe ser valentía. El capitán Sarmiento, enfadado y asqueroso de aquello, hizo un ademán que los indios entendieron era de menosprecio; dejólos; pasó adelante en busca de su navío la costa arriba, unas veces por la playa, otras metiéndose la tierra adentro media legua y una, donde hallaban huellas de pies grandes. Los indios quedáronse un poco atrás como bufando.

Alguno de los soldados dijeron á Sarmiento:

—Señor capitán, aquellos indios parece se quedan para hacer alguna traición; mande vuestra merced que se enciendan las mechas de todos los arcabuces, y si dieren en nosotros no nos hallen desapercibidos.

Solo un soldado en la vanguardia llevaba una encendida, y el cabo de escuadra otra, en la retaguardia. El capitán, con palabras ásperas, los reprendió, llamándolos gallinas, y que ¿de qué temían? mas no pasaron mucho adelante, cuando los medios gigantes con gran alarido revuelven disparando sus flechas á montones. El cabo de escuadra de la retaguardia volvió el arcabuz, puso fuego, no prendió, y danle un flechazo de que murió dentro de pocas horas, El que iba en la vanguardia vuelve al ruido, y quiso Dios que disparara, y al medio gigante que venía delantero dale un pelotazo y tiéndelo; los demás, como le vieron en el suelo, con grandes alaridos métense en la montaña y nunca más los vieron.

Sigue el cronista en su información del soldado Montemayor, y añade:

"Preguntéle:—En ese viaje que hicisteis hasta hallar el navío, ¿visteis ó hallásteis algún rastro de cristianos?

Díjome:—Padre, lo que pasa es que pasando adelante de la playa, hallamos una media ancla y una sonda y pedazos de tablas y un medio mástil; y más arriba, poco apartadas de la playa, como media legua, en el camino encontramos una peña grande, en la cual estaba cavada una cruz y tres renglones y medio de letras cavadas en la misma peña; escarbamos con las puntas de las dagas para ver si podíamos leerlas; solamente pudimos conocer una M y una O y una D, por más que trabajamos.

Preguntéle:—¿Visteis más?

Respondióme:—Sí; más adelante, antes de llegar al navío, sería como al tercio de lo estrecho (el navío estaba á la mitad, un poco apartado del camino), descubrimos un cerro redondo, no muy alto, y en medio de la plaza de la coronilla vimos como un árbol de navío, hincado, y el cerro cercado de una pared. Fuimos allá, y llegando, la cerca era de la estatura de un hombre, poco más, de piedras de mampuesto sin barro, y el árbol era de navío, como de mesana, hincado en medio de la placeta del cerro que la figuraba tan grande como una cuadra; y á la redonda de todo el cerro estaban unos colgadizos de la pared que dijimos le cercaba, y dentro de ellos y de aquellas casillas muchos huesos mundos y calaveras que parecían de españoles, de donde colegimos que algunos cristianos se recogieron allí y los indios los tuvieron cercados, y murieron todos, ó de hambre, ó de sed, ó de lo uno y lo otro.

Y otra cosa no hallaron, ni más rastro de cristianos, hasta que volvieron al navío, en el cual entrando se volvieron al puerto donde estaba la capitana, y de allí, no dándoles el tiempo lugar, al Brasil, donde algunos soldados se quedaron, no pudiendo sufrir la condición del capitán Pedro Sarmiento, y entre ellos este soldado Montemayor, y de allí se vino á Buenos Aires, y dende á Córdoba, donde vive casado y honrado. Lo más cierto es que la noticia que dan los indios son de los españoles que viven en el Río de la Plata; de donde se colige claramente que desde Buenos Aires á la boca del Estrecho no hay tierra poblada, sino muy poca, y esa barbarísima... "

Hasta aquí Lizárraga.

Sarmiento se entretuvo en dar nombres nuevos á todo lo que encontraba, incluso al estrecho, que llamó de La Madre de Dios, pero ninguno de ellos ha cuajado. Fundó á duras penas dos fuertes: "Nombre de Jesús" y "Real Felipe", y regresó á España en busca de auxilios. Unos corsarios ingleses le sorprendieron en la travesía y lo llevaron preso á Londres, y como en mucho tiempo no pudo hacer llegar su voz á la Corte, sus hombres fueron pereciendo de hambre y de fatiga en el Estrecho. El último superviviente del "Real Felipe", el marinero Tomé Hernández, fué recogido años después en Enero de 1587, por Tomás Cavendish (el Candisio de las relaciones), marino inglés, que seducido por las lucrativas aventuras de Drake, seguía sus huellas por el Estrecho. El Hernández fugó de los buques del corsario en un puerto de Chile y fué se á llevarle noticia al gobernador de Chile. Por más que Hernández aseguró entonces que habían perecido todos sus compañeros, los chilenos se empeñaron en que habían de estar vivos, y sumándolos á los náufragos de las anteriores expediciones, aumentaron la legión de los imaginarios Césares.

Fueron pasando años. En 1594 Ricardo Harvkins cruzó al Estrecho; pero en las costas del Perú fué apresado por el almirante Heredia y conducido á Lima, y cuentan las crónicas que cuando al virrey, que era el vencedor de Arauco, segundo marques de Cañete, llegó la noticia á las diez de la noche, avisó á la catedral y monasterios repicasen las campanas, y acompañado del pueblo, anduvo las estaciones á caballo, dando gracias á Nuestro Señor por la victoria.

En 1599 Mahú y Cordes, ton una expedición holandesa, primera de la serie enviada por las Provincias Unidas á América para debilitar á España que sacaba de allí los tesoros para sus guerras, entraron al Pacífico por Magallanes, siendo batidos por los chilenos de la ciudad de Castro. Tras de Mahú y Cordes, los holandeses volvieron á hacer dos viajes, en 1614 y 1615, uno de carácter científico, buscando un pasaje más al Sur del Estrecho, con los buques Horn y Concordia, piloteados por Le Maire y Schouten; otro de carácter bélico, con una gran flota á las órdenes de Spilberg. El piloto Le Maire descubrió el pasaje que se conoce con su nombre y el Cabo de Hornos, que se llamó así, no por otra cosa, sino por el buque descubridor Horn, nombre á su vez de una punta de tierra en los Países Bajos.

Enterado el Gobierno español de estos descubrimientos, mandó una expedición hidrográfica, al mando de los hermanos Nadal, á levantar planos de aquellas costas, como así lo hicieron en 1618, regresando á España sin haber perdido un solo hombre.

Entretanto la leyenda había trasladado á los sobrevivientes ó descendientes de los españoles de Alcazaba, de Hernando de Rivera y de Sarmiento de Gamboa, tierras más dentro, en el centro de lo que es hoy La Patagonia, y para encontrarlos organízanse atrevidas entradas, como llamaban en Indias á lejanas excursiones por derroteros nuevos.

Con esto, entramos de lleno en el proceso del mito de los Césares, que por espacio de tres siglos alimentó la imaginación de los españoles de Chile y del Río de la Plata, sirviendo de pábulo á los espíritus ávidos de lo extraordinario.