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Los Estados Unidos y el paso interoceánico en el siglo XIX

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Los Estados Unidos y el paso interoceánico en el siglo XIX
(1898)
de Salvador Camacho Roldán

Del libro Notas de Viaje, Bogotá y París, basado en un viaje del autor en 1887.

La primera idea de intervención por parte del Gobierno de los Estados-Unidos en los asuntos conexionados con el tránsito entre el Atlántico y el Pacifico al través de la América Central, data, probablemente, de las primeras negociaciones para la incorporación de Tejas en la Unión Americana, entre 1840 y 1846. La doctrina Monroe (1823), — a la que algunos escritores hacen remontar aquel pensamiento, — fue en su origen de sugestión inglesa (Canning), y en la disposición de ánimo de su primer expositor americano (John Quincy Adams), una teoría benévola y enteramente desinteresada: era una amenaza a la Santa Alianza de hacer causa común con las repúblicas hispanoamericanas recién emancipadas para resistir las agresiones europeas.

La teoría avanzada por primera vez durante la Administración de Mr. Johnson y acentuada en el primer período de la del general Grant, es una amenaza a la independencia de las mismas repúblicas, en el caso de que, con auxilio de capitales europeos, se atrevan a abrir al viejo mundo la puerta de la navegación del Pacífico. El pensamiento actual del Gabinete de Washington es éste: « No se puede abrir un canal entre los dos mares al través de la América Central, sino con la condición de que en él tenga una acción preponderante el Gobierno de los Estados Unidos. » Concretando más la idea, la pretensión de éstos es que, «en caso de guerra, las puertas del Canal estarán abiertas únicamente a la marina de guerra americana y cerradas a todas las demás banderas del globo. » Esa es la exigencia formulada con más o menos precisión por los diplomáticos americanos, generales Sullivan y Hurlbut, acreditados cerca del Gobierno de Colombia de 1867 a 1871, y el espíritu de las proposiciones formuladas en el Senado de Wáshington por los senadores Morgan, Burnside, Edmunds y otros. Con este objeto fué enviado también á Bogotá en comisión especial Mr. Caleb Cushing, á fines de 1868.

Pero ese proyecto de adquirir preponderancia sobre el canal que se construyese al través de los istmos de Panamá, Darién ó el Atrato, venía madurándose desde mucho antes.

En 1816 fue negociado un tratado entre los Estados Unidos y Colombia, en el cual, a cambio de adquirir para sus ciudadanos y mercancías iguales derechos de tránsito al través del istmo de Panamá que los de que gozasen los colombianos y sus mercancías, los Estados Unidos nos garantizaron: 1.° la neutralidad de las vías interoceánicas construidas ó que se construyesen dentro de los limites de dicho Istmo; y 2.° la soberanía de Colombia en ese territorio.

Diez años más tarde, a consecuencia de una riña ocurrida en las calles de Panamá entre norteamericanos y panameños, en la cual murieron algunos de los primeros, el Gobierno americano, presidido entonces por el general Pierce, envió á Bogotá una comisión especial á cargo de los señores Morse y Bowlin, a exigir, aparte de una indemnización en dinero, la creación de dos municipalidades semi-independientes en Colón y Panamá y la venta al Gobierno americano de las islas de Taboga, Taboguilla, Perico y Flamenco, que constituyen el verdadero puerto de Panamá.

La Administración de Mr. Buchanan prescindió de esas pretensiones en 1857; pero dos años más tarde un señor Thompson, ciudadano americano, que suponía haber adquirido de la provincia de Chiriquí un derecho á construir un camino interoceánico entre David, capital de esa provincia, en el Pacifico, y la gran bahía de Bocas del Toro en el Atlántico, vendió esa concesión al Gobierno americano por conducto del Secretario de Guerra, Mr. Floyd. Aunque tal concesión había sido declarada nula por la Corte Suprema de Colombia, a solicitud de la Compañía del ferrocarril de Panamá, y aunque esa transacción, juzgada en los Estados Unidos como una mera concusión escandalosa de un alto empleado del Gobierno, no había parecido ser reconocida en muchos años, — en 1880 o 1881 el Gobierno de Wáshington, presidido por Mr. Hayes, dió algunos tímidos pasos para hacerla efectiva, con el objeto de establecer en Bocas del Toro un depósito de carbón para la marina de guerra; pero esa idea fue pronto abandonada. Por repetidas ocasiones ese mismo Gobierno solicitó permiso del Colombiano para hacer exploraciones en sus istmos de Panamá, Darién y el Atrato, con la mira de construir por alguno de ellos un canal entre los dos Océanos, y propuso por dos veces la celebración de un tratado al efecto.

En la primera (1868), nuestros negociadores, los señores Miguel Samper y Tomás Cuenca, celebraron uno con el general Sullivan, que no mereció la aprobación del Senado de Wáshington, porque no se le concedía ninguna superioridad en el tránsito a los buques de guerra americanos. En la segunda (1870) fueron algo más condescendientes nuestros Plenipotenciarios, señores Antonio María Pradilla y Jacobo Sánchez; pero la Administración del general Salgar, por el órgano del Secretario de Relaciones Exteriores, señor Felipe Zapata, solicitó del Congreso reformas a ese tratado en el sentido de poner en pie de perfecta igualdad a todas las potencias en el uso del Canal, en paz y en guerra; condiciones que el Congreso Colombiano puso, en efecto, a la aprobación, pero que no fueron del agrado de la Administración del general Grant. Ésta entonces dirigió sus miradas al istmo de Nicaragua, en donde sus ingenieros creían haber encontrado una ruta preferible á la de Panamá, y tal vez sus diplomáticos las concesiones de supremacía á que se aspiraba; pero no por eso perdió de vista lo que hacia relación á la última de estas vías, ni abandonó el objetivo de su política, que ya no consiste en dar una protección fraternal á las repúblicas débiles de origen español, sino en conservar sobre ellas una influencia superior, como un timbre de su grandeza nacional. Temeroso tal vez el Gabinete de Wáshington de que alguna gran potencia europea haga pie firme en este Continente, ponga en duda su superioridad en los asuntos americanos y la obligue á mantener una marina y un pie de fuerza permanente considerable y acaso peligroso para la conservación de sus instituciones republicanas, parece querer fundar su poderío, a la vez en su propio engrandecimiento y en la debilidad de los países que ocupan el mismo continente, impidiéndoles estrechar sus relaciones con los pueblos europeos.

Esta política puede, en las circunstancias actuales, hacer fracasar la empresa del canal de Panamá. En los momentos en que, agotados sus primeros recursos, la Compañía necesitaba algún apoyo simpático, que quizás sólo el Gobierno francés pudiera darle, — bajo la forma de garantía de un interés mínimo á los nuevos capitales necesarios para llevarla a feliz término, — una proposición aprobada casi por unanimidad en el Senado americano, hizo muy difícil esa pequeña protección. Se hizo la declaratoria de que la intervención directa ó indirecta de cualquier gobierno europeo en la construcción del canal de Panamá seria considerada como un acto poco amistoso a los Estados Unidos, que éstos no podrían mirar con indiferencia. Palabras de esta naturaleza, dirigidas á una nación republicana europea combatida por la coalición de tres viejas monarquías en el exterior, por ambiciones desleales en el interior, y tal vez amenazada de una próxima restauración de las formas monárquicas, no podían menos de paralizar la acción protectora de ese Gobierno a los capitales de sus clases laboriosas comprometidas en aquella empresa vacilante.

El resultado de ellas puede ser a un tiempo la pérdida de más de S 200.000,000 ya invertidos, y de grandes esfuerzos industriales, ejecutados con el sacrificio de muchas vidas, para Francia, y la desaparición para Colombia de una grande esperanza de progreso intelectual y desarrollo comercial.

Aquí en Colombia no podemos comprender la sabiduría de esas previsiones americanas. Si los estadistas de ese país temen complicaciones con las potencias europeas en América, debieran empezar por sacudir la vecindad de la soberanía británica en el Canadá, la de ésta y otras naciones en las Guayanas y en las Antillas: allá, a las puertas de su territorio, sería en donde pudiera ser temible la influencia de la Gran Bretaña, de España, de Francia y de Holanda, no a cuatrocientas leguas de sus puertos. Si los Estados Unidos creen tener enemigos de quienes deban desconfiar, quizás los menos temibles serían los que ayudaron poderosamente a conquistarles su independencia y su libertad. Si ellos, pueblo tan afortunado, tan rico, tan poderoso, quieren proteger los intereses de su comercio en el mar Pacifico, debieran mirar si hay justicia e hidalguía en hacerlo a expensas del porvenir de un pueblo pobre, de escasa población, que se inicia en la carrera de la vida en medio de tantas dificultades originadas por la tradición de sus tres primeros siglos.

Todos esos temores del Senado de Wáshington parecen quiméricos. Ningún pueblo del mundo, excepto en caso de agresión y de propia defensa, querría medirse por medio de las armas con ese coloso; y en la competencia industrial, nada tiene éste que temer del europeo. Dentro de los limites de su territorio, con una densidad menor aún que la que contenta y feliz ocupa el de Bélgica, cabe una población veinte veces mayor que la actual; es decir, mil quinientos millones; su constitución política es la más perfecta hasta hoy conocida; sus recursos de todo género son inagotables. Libre de complicaciones exteriores e interiores, sus fuerzas defensivas consisten en el espíritu de sus libres instituciones, en la simpatía que inspira a todos los pueblos de la tierra la generosidad con que los invita a venir a trabajar sus baldíos y a gozar de los derechos de hombres libres; en la ausencia de tiranías, servicio militar y clases privilegiadas; pero sobre todo en la paz que ofrece a los trabajadores, al corazón de las madres, que dejarán de ver allí arrastrados a los cuarteles a sus hijos. La paz y la libertad son el gran secreto de su poder expansivo. El egoísmo conduce a la guerra, y por la guerra a la tiranía y la decadencia.

No quiera el cielo que la grandeza de ese país, en el que fincan las esperanzas del porvenir los amigos de la humanidad, empiece a encerrarse dentro de los límites estrechos de la gran muralla de la China!


Nota: Algunos acentos se han modernizado.