Los Keneddy: Chispas en los obrajes

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Ya solo faltan cincuenta leguas...
Los telégrafos militares funcionan sin interrupción. Reiteran órdenes. Mueven soldados. El horizonte vuelve a cerrarse. No hay tregua. Se ciñe el dogal, asfixia y enardece a la vez.
En este momento una guardia numerosa hace campamento a pocas cuadras de los Kennedy; veda al poniente. A igual distancia otra partida ocupa el Norte. Sólo esperan refuerzos para dar una batida a fondo.
Y las reservas avanzan. Los ojeadores hunden sus bayonetas en el macizo. Braman los tres pumas . . . Basta! El trabajador de los obrajes donde se refugió el romanticismo, la brava gente correntina, se enoja ya! Sale a buscar armas. Quiere morir al lado de los Kennedy.
Que vengan! En buena hora para caer peleando. Tres nietos de patricios al frente de un centenar de obreros borrosos. Todos forajidos, duros como sus hachas, negros de carbón. Son un alto relieve. Necesitan; primero, una descarga. Luego, un Rude.
Aquí los Kennedy soportan la última prueba: el sacrificio del orgullo.
Son acosados, arrastran leales. América los mira. Están hartos de persecuciones. No quieren seguir huyendo. Ya se les acaba el terruño. Qué esperan?
Tienen derecho a su valentía, al zarpazo racial, al orgullo de patria, a la fiereza del nombre. Son varones y son entrerrianos...
Desean caer... y no pueden. Han de seguir huyendo sin amores, sin tierra, sin pasado. Los Kennedy no existen. Se han desvanecido en la luz de la custodia que llevan. Pero en cambio, cuando la entreguen a la juventud, van a encontrar que son algo de bronce.
Y se doman... Solo quisieran como gracia, avanzar a prisa para acortar esa tentación irresistible de morir en la patria. El genio accede.
El amigo vuelve con su auto poderoso. Tras otro coche explorador, los Kennedy vuelan a cien kilómetros. Devoran cuarenta leguas. Llega la aurora. Se abre un hogar. Último techo Argentino. Duermen. Reinician la marcha vertiginosa. Frenan junto a un arroyo, donde los espera otro leal con caballos. Saltan en “pelos”. Atropellan, melenas y crines al viento. El camino redobla en su parche al paso de estos tres caballeros ascéticos y altivos. Después el río Uruguay los acuna.
Y hasta la mitad de la corriente, hasta donde podía estirar la mano temblorosa de emoción, salió a esperarlos mi patria.