Los Keneddy: Consejo en el bosque

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Los evoco sentados a la sombra: graves la fisonomías, sobria la palabra. Caciques.
Resuelven separarse. Los amigos deben pedir asilo en tierra extraña; los Kennedy en Curuzú-Cuatiá o en la gloria. Aquellos se oponen. Mas los hermanos insisten. En todo caso, con tres que se siembren basta.
Papaleo se niega a marchar. Proporcionan caballos a Molinari y Bosch. Estos los abrazan rudamente, toman rumbo y se alejan.
¿Porqué no se fueron todos? Tienen caballada flor. Pero saben que le telégrafo mancó los fletes criollos de “pique” como balazo y “aliento fiel”. Seis jinetes a media rienda, dejan trillo y conversaciones. Si huyen a campo traviesa abren bocas en los cercos y denuncian el rumbo; se adelanta un cable, el enemigo les cierra el paso. Caen.
Donde seis quedan, dos pasan. Los hechos confirmaron esta presunción.
Tienen cerca un regazo; las islas. El río les promete borrar sus huellas. El esteral, cazador furtivo, armó ya los cepos de “embalsaos”. Aquel monte les ofrece su ala tibia y discreta.
No se mueven sin embargo. Tratan de adquirir una impresión general del movimiento de las fuerzas enemigas. Tienen ganas de morir. Seres queridos llegan inquietos con noticias que no alarman a los Kennedy: se reúnen las policías de campaña...
Esperan todo el día cuatro.
- “Ha llegado el Cuerpo de Bomberos de Paraná” – dicen los informantes.
Sacuden los hombros. Fuman... Pasa el cinco de Enero. Aguardan a un isleño...
Ya hay tropas de línea en “La Paz”
Hermoso!
Barcos de guerra surcan el Paranacito.
Hora tras hora se va cerrando la “armada”
Y al despuntar la aurora del seis, los Kennedy y sus compañeros se encuentran rodeados.