Los Keneddy: Corrientes campamento militar
Es imposible pasar. Tropas y policías ocupan todo: calles y atajos; entran en las casas, vigilan al dueño y al abrigo de los muros, tienden a los tres revolucionarios, la celada de la hospitalidad. Adivinan su sed y apoyan fusiles en cada cisterna. Saben que el monte viene con ellos desde Entre Ríos, que fían en el áspero compañero de viaje; y se emboscan en la maleza.
Es la orden del dictador: cazarlos en el cepo del agua, del hambre, del sueño. Esos rebeldes huyen con la caja de los vientos. Hay que impedirlo. Resulta peligroso para quien duerme entre pólvora, con la mecha encendida.
Bien! Los Kennedy se preparan. Reponen sangre que los mosquitos buscan sin descanso. Hay nubes de gegenes. Dificultan la respiración. Alejan el sueño. Pasan cinco días en ese lugar.
Sube la marea. El amigo teme ser vigilado. Es prudente seguir la marcha. Y el 16 de enero, por la noche, inician la etapa más difícil y más hermosa. La dictadura tiene servidores. Los Kennedy, compañeros. Entre la selva, noche a noche, chocan el pueblo y las corazas. Derechos contra prebendas. Lucha sorda en lo obscuro; pero chispeante de astucia.
El gobierno manda en Corrientes; no en las virtudes correntinas. Ordena ocupar tal vado. Ya lo sabe un leal; recoge a los Kennedy en su automóvil silencioso, a media luz, toma caminos apartados, traga catorce leguas y los deja en otro monte. Viene el día! Tres abrazo y parten.