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Los Keneddy: El solitario

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Los cañones cierran el río.
Centenares de bayonetas aislan el quebrachal. Es el cordón sanitario tendido por la dictadura para evitar que se propague la altivez.
Solo queda libre la costa, franja ceñuda de pajonales.
Ahora los Kennedy intentan el paso por allí. Gatean en los sitios calvos, aran el lodo, desfilan abriendo a pecho las hilachas del juncal. Mil metros recorren sin ser sentidos. Salen en la primer abra.
Y allí les espera un sujeto haraposo; el solitario. Le han visto siempre a distancia, porque anida en lo más cerrado del malezal. Huye del hombre. Con nadie habla. A nadie quiere. Vive tapiado en su melancolía, en su indiferencia, en su mutismo.
Por qué esta mañana permanece el claro?
Quien le ordenó esperase a esos cuatro hombres que se acercan sigilosos?
Mario Kennedy sabe que el misántropo no responderá y es casi seguro huya; eso no obstante le pregunta:
- “No has andado hacia el Norte?”
Es sorprendente; ni huye, ni calla.
- “De ese lado vengo” – dice.
- “Qué has visto por allí”?
- “Hay muchas fuerzas tendidas a lo largo del monte. Han desembarcado y dicen que los vienen a buscar a ustedes”.
El rotoso emisario ha cumplido la orden que recibió del genio. Vuelve a su estado salvaje y se borra en la espesura.
Los Kennedy ya saben que el Norte está cerrado también.
Y en fila india, rehacen el camino de la costa.