Los Keneddy: Embalsaos
Por otro límite del solar corre el Paranacito.
A trechos, la costa aparece sucia de esterales. Allí se oculta el “embalsao”, cama de yuyos que el diablo tiende a los incautos. Una costra florecida sobre tumor maduro. Quien pisa el cepo se hunde, forcejea, busca asidero de yerbas sin raíces. Desde allá abajo empiezan a tirar de sus pies. Manos gelatinosas y frías ciñen los tobillos, suben, van envolviéndole en un licor fétido, saliva de boas . . . y se lo traga el barro.
Entre esas ollas sin fondo pasan veredas colgantes. Pestañas de juncos. Filos de tierra que el baqueano conoce y el zorro adivina. Por ellos van los Kennedy a cazar garzas. A sus pies el “embalsao” abre los ojos fríos, de pulpo.
Es la querencia de “mandinga”. Todas las noches entran a torearle. Encienden el instinto, afirman el pié y avanzan. Prefieren los días lluviosos, las tardes cerradas de niebla, las noches ciegas.
Algo los manda ir. Y obedecen.
El destino incuba sombras más espesas. Y los Kennedy deberán cruzarlas a pie firme y corazón firme, con el mensaje para la juventud.