Los amantes de Teruel (1836)
JUAN DIEGO MARTÍNEZ GARCÉS DE MARSILLA, O MARSILLA
ISABEL DE SEGURA
DOÑA MARGARITA
ZULIMA
DON RODRIGO DE AZAGRA
DON PEDRO DE SEGURA
DON MARTÍN GARCÉS DE MARSILLA
TERESA
ADEL
OSMÍN
- Soldados moros, damas, caballeros, criados, bandidos, un verdugo, un barquero.
- El primer acto pasa en Valencia, y los demás en Teruel.
- Año 1217.
Dormitorio morisco en el alcázar de Valencia. A la derecha del
espectador una cama, junto al proscenio; a la izquierda, una
ventana con celosías y cortinajes. Puerta grande en el fondo,
y otras pequeñas a los lados.
ZULIMA , ADEL, JUAN DIEGO MARSILLA.
ZULIMA, ADEL; JUAN DIEGO MARSILLA, adormecido en la cama:
sobre ella un lienzo con letras de sangre.
ZULIMA. No vuelve en sí.
ADEL. Todavía
tardará mucho en volver.
ZULIMA. Fuerte el narcótico ha sido.
ADEL. Poco ha se lo administré.
Dígnate de oír, señora,
la voz de un súbdito fiel,
que orillas de un precipicio
te ve colocar el pie.
ZULIMA. Si disuadirme pretendes,
no te fatigues, Adel.
Partir de Valencia quiero,
y hoy, hoy mismo partiré.
ADEL. ¿Con ese cautivo?
ZULIMA. Tú
me has de acompañar con él.
ADEL. ¿Así al esposo abandonas?
¡Un Amir, señora, un Rey!
ZULIMA. Ese Rey, al ser mi esposo,
me prometió no tener
otra consorte que yo.
¿Lo ha cumplido? Ya lo ves.
A traerme una rival
marchó de Valencia ayer.
Libre a la nueva sultana
mi puesto le dejaré.
ADEL. Considera....
ZULIMA. Está resuelto.
El renegado Zaén,
el que aterra la comarca
de Albarracín y Teruel,
llamado por mí ha venido,
y tiene ya en su poder
casi todo lo que yo
de mis padres heredé,
que es demás para vivir
con opulencia los tres.
De la alcazaba saldremos
a poco de anochecer.
ADEL. Y ese cautivo, señora,
¿te ama? ¿Sabes tú quién es?
ZULIMA. Es noble, es valiente, en una
mazmorra iba a perecer
de enfermedad y de pena,
de frío, de hambre y de sed:
yo le doy la libertad,
riquezas, mi mano: ¿quién
rehusa estos dones? ¡Oh!
Si ofendiera mi altivez
con una repulsa, caro
le costara su desdén
conmigo. Tiempo hace ya
que este acero emponzoñé,
furiosa contra mi aleve
consorte Zeit Abenzeit:
quien es capaz de vengarse
en el Príncipe, también
escarmentara al esclavo,
como fuera menester.
ADEL. ¿Qué habrá escrito en ese lienzo
con su sangre? Yo no sé
leer en su idioma; pero
puedo llamar a cualquier
cautivo....
ZULIMA. Él nos lo dirá,
yo se lo preguntaré.
ADEL. ¿No fuera mejor hablarle
yo primero, tú después?
ZULIMA. Le voy a ocultar mi nombre:
ser Zoraida fingiré,
hija de Merván.
ADEL. ¡Merván!
¿Sabes que ese hombre sin ley
conspira contra el Amir?
ZULIMA. A él le toca defender
su trono, en vez de ocuparse,
contra la jurada fe,
en devaneos que un día
lugar a su ruina den.
Mas Ramiro no recobra
los sentidos: buscaré
un espíritu a propósito.... (Vase.)
OSMÍN, por una puerta lateral,-- ADEL, MARSILLA
OSMÍN. ¿Se fué Zulima?
ADEL. Se fué.
Tú nos habrás acechado.
OSMÍN. He cumplido mi deber.
Al ausentarse el Amir,
con este encargo quedé.
Es más cauto nuestro dueño
que esa liviana mujer.
El lienzo escrito con sangre,
¿dónde está?
ADEL. Allí. (Señalando la cama.)
OSMÍN. Venga.
ADEL. Ten.
( Le da el lienzo, y OSMÍN lee .)
Mira si es que dice, ya
que tú lo sabes leer,
dónde lo pudo escribir;
porque en el encierro aquel
apenas penetra nunca
rayo de luz: verdad es
que rotas esta mañana
puerta y cadenas hallé:
debió, después de romperlas,
el subterráneo correr,
y hallando el lienzo....
OSMÍN. (asombrado de lo que ha leído.) ¡Es posible!
ADEL. ¿Qué cosa?
OSMÍN. ¡Oh, vasallo infiel!
Avisar al Rey es fuerza,
y al pérfido sorprender.
ADEL. ¿Es éste el pérfido? (Señalando a MARSILLA. )
OSMÍN. No;
ese noble aragonés
hoy el salvador será
de Valencia y de su Rey.
ADEL. Zulima viene.
OSMÍN. Silencio
con ella, y al punto ve
a buscarme. (Vase.)
ADEL. Norabuena.
Así me harás la merced
de explicarme lo que pasa.
ZULIMA.--ADEL, MARSILLA
ZULIMA. Déjame sola.
ADEL. Está bien. (Vase.)
ZULIMA, MARSILLA
ZULIMA. Su pecho empieza a latir
más fuerte; así que perciba....
(Aplícale un pomito a la nariz.)
MARSILLA. ¡Ah!
ZULIMA. Volvió.
MARSILLA (incorporándose.) ¡Qué luz tan viva!
no la puedo resistir.
ZULIMA (corriendo las cortinas de la ventana).
De aquella horrible mansión
está a las tinieblas hecho.
MARSILLA. No es esto piedra, es un lecho.
¿Qué ha sido de mi prisión?
ZULIMA. Mira este albergue despacio,
y abre el corazón al gozo.
MARSILLA. ¡Señora!.... (Reparando en ella.)
ZULIMA. Tu calabozo
se ha convertido en palacio.
MARSILLA. Di (porque yo no me explico
milagro tal), di, ¿qué es esto?
ZULIMA. Que eras esclavo, y que presto
vas a verte libre y rico.
MARSILLA. ¡Libre! ¡Oh divina clemencia!
Y ¿a quién debo tal favor?
ZULIMA. ¿Quién puede hacerle mejor
que la Reina de Valencia?
Zulima te proporciona
la sorpresa que te embarga
dulcemente: ella me encarga
que cuide de tu persona:
y desde hoy ningún afán
permitiré que te aflija.
MARSILLA. ¿Eres?....
ZULIMA. Dama suya, hija
del valeroso Merván.
MARSILLA. ¿De Merván? (Aparte. ¡Ah! ¡qué
recuerdo! ) (Busca y recoge el lienzo.)
ZULIMA. ¿Qué buscas tan azorado?
¿Ese lienzo ensangrentado?
MARSILLA (aparte.) Si ésta lo sabe, me pierdo.
ZULIMA. ¿Que has escrito en él?
MARSILLA. No va
esto dirigido a ti;
es para el Rey.
ZULIMA. No está aquí.
MARSILLA. Para la Reina será.
Haz, pues, que a mi bienhechora
vea: por Dios te lo ruego.
ZULIMA. Conocerás aquí luego
a la Reina tu señora.
MARSILLA. ¡Oh!....
ZULIMA. No estés con inquietud.
Olvida todo pesar:
trata solo de cobrar
el sosiego y la salud.
MARSILLA. Defienda próvido el cielo
y premie con altos dones
los piadosos corazones
que dan al triste consuelo.
Tendrá Zulima, tendrás
tú siempre un cautivo en mí;
hermoso es el bien por sí,
pero en una hermosa, más.
Ayer, hoy mismo, ¿cuál era
mi suerte? Sumido en honda
cárcel, estrecha y hedionda,
sin luz, sin aire siquiera;
envuelto en infecta nube
que húmedo engendra el terreno;
paja corrompida, cieno
y piedras por cama tuve.
--Hoy ... si no es esto soñar,
torno a la luz, a la vida,
y espero ver la florida
margen del Guadalaviar,
allí donde alza Teruel,
señoreando la altura,
sus torres de piedra oscura,
que están mirándose en él.
No es lo más que me redima
la noble princesa mora:
el bien que me hace, lo ignora
aun la propia Zulima.
ZULIMA. Ella siempre algún misterio
supuso en ti, y así espera
que me des noticia entera
de tu vida y cautiverio.
Una vez que en tu retiro
las dos ocultas entramos,
te oímos ... y sospechamos
que no es tu nombre Ramiro.
MARSILLA. Mi nombre es Diego Marsilla,
y cuna Teruel me dió,
pueblo que ayer se fundó,
y es hoy poderosa villa,
cuyos muros, entre horrores
de lid atroz levantados,
fueron con sangre amasados
de sus fuertes pobladores.
Yo creo que al darme ser
quiso formar el Señor,
modelos de puro amor,
un hombre y una mujer,
y para hacer la igualdad
de sus afectos cumplida,
les dió un alma en dos partida,
y dijo: «Vivid y amad.»
Al son de la voz creadora,
Isabel y yo existimos,
y ambos los ojos abrimos
en un día y una hora.
Desde los años más tiernos
fuimos ya finos amantes;
desde que nos vimos ... antes
nos amábamos de vernos;
porque el amor principió
a enardecer nuestras almas
al contacto de las palmas
de Dios, cuando nos crió:
y así fué nuestro querer,
prodigioso en niña y niño,
encarnación del cariño
anticipado al nacer,
seguir Isabel y yo,
al triste mundo arribando,
seguir con el cuerpo amando,
como el espíritu amó.
ZULIMA. Inclinación tan igual
sólo dichas pronostica.
MARSILLA. Soy pobre, Isabel es rica.
ZULIMA. (aparte) Respiro.
MARSILLA. Tuve un rival.
ZULIMA. ¿Sí?
MARSILLA. Y opulento.
ZULIMA. Y bien....
MARSILLA. Hizo
alarde de su riqueza....
ZULIMA. ¿Y qué? ¿rindió la firmeza
de Isabel?
MARSILLA. Es poco hechizo
el oro para quien ama.
Su padre, sí, deslumbrado....
ZULIMA. ¿Tu amor dejó desairado,
privándote de tu dama?
MARSILLA. Le ví, mi pasión habló,
su fuerza exhalando toda,
y, suspendida la boda,
un plazo se me otorgó,
para que mi esfuerzo activo
juntara un caudal honrado.
ZULIMA. ¿Es ya el término pasado?
MARSILLA. Señora, ya ves ... aun vivo.
Seis años y una semana
me dieron: los años ya
se cumplen hoy; cumplirá
el primer día mañana.
ZULIMA. Sigue.
MARSILLA. Un adiós a la hermosa
dí, que es de mis ojos luz,
y combatí por la cruz
en las Navas de Tolosa.
Gané con brioso porte
crédito allí de guerrero;
luego, en Francia, prisionero
caí del Conde Monforte.
Huí, y en Siria un francés
albigense, refugiado,
a quien había salvado
la vida junto a Besiés,
me dejó, al morir, su herencia:
volviendo con fama y oro
a España, pirata moro
me apresó y trajo a Valencia.
Y en pena de que rompió
de mis cadenas el hierro
mi mano, profundo encierro
en vida me sepultó,
donde mi extraño custodio,
sin dejarse ver ni oír,
me prolongaba el vivir,
o por piedad o por odio.
De aquel horrendo lugar
me sacáis: bella mujer,
sentir sé y agradecer:
di cómo podré pagar.
ZULIMA. No borres de tu memoria
tan debido ofrecimiento,
y haz por escuchar atento
cierta peregrina historia.
Un joven aragonés
vino cautivo al serallo:
sus prendas y nombre callo;
tú conocerás quién es.
Toda mujer se lastima
de ver padecer sonrojos
a un noble: puso los ojos
en el esclavo Zulima,
y férvido amor en breve
nació de la compasión: y férvido amor en breve
nació de la compasión: y férvido amor en breve
aquí es brasa el corazón;
allá entre vosotros, nieve.
Quiso aquel joven huir;
fué desgraciado en su empeño:
le prenden, y por su dueño
es condenado a morir.
Pero en favor del cristiano
velaba Zulima; ciega,
loca, le salva;--más, llega
a brindarle con su mano.
Respuesta es bien se le dé
en trance tan decisivo:
habla tú por el cautivo,
yo por la Reina hablaré.
MARSILLA. Ni en desgracia ni en ventura
cupo en mi lenguaje dolo:
este corazón es sólo
para Isabel de Segura.
ZULIMA. Medita, y concederás
al tiempo lo que reclama.
¿Sabes tú si es fiel tu dama?
¿Sabes tú si la verás?
MARSILLA. Me matara mi dolor,
si fuera Isabel perjura:
mi constancia me asegura
la firmeza de su amor.
Con espíritu gallardo,
si queréis, daré mi vida:
dada el alma y recibida,
fiel al dueño se la guardo.
ZULIMA. Mira que es poco prudente
burlar a tu soberana,
que tiene sangre africana,
y ama y odia fácilmente.
Y si ella sabe que, cuando
yo su corazón te ofrezco,
por ella el dolor padezco
de ver que le estás pisando,
volverás a tus cadenas
y a tu negro calabozo,
y allí yo, con alborozo
que más encone tus penas,
la nueva te llevaré
de ser Isabel esposa.
MARSILLA. Y en prisión tan horrorosa
¿cuántos días viviré?
ZULIMA. ¡Rayo del cielo! el traidor
cuanto fabrico derrumba:
defendido con la tumba,
se ríe de mi furor.
Trocarás la risa en llanto.
Cautiva desde Teruel
me han de traer a Isabel....
MARSILLA. ¿Quién eres tú para tanto?
ZULIMA. Tiembla de mí.
MARSILLA. Furia vana.
ZULIMA. ¡Insensato! La que ves,
no es hija de Merván, es
Zulima.
MARSILLA. ¡Tú la Sultana!
ZULIMA. La Reina.
MARSILLA. Toma, con eso
(Dándole el lienzo ensangrentado.)
correspondo a tu afición:
entrega sin dilación
a hombre de valor y seso
el escrito que te doy.
Sálvete su diligencia.
ZULIMA. ¡Cómo! ¿Qué riesgo?...
MARSILLA. A Valencia
tu esposo ha de llegar hoy;
y en llegando, tú y él y otros
a sedicioso puñal
perecéis.
ZULIMA. ¿Qué desleal
conspira contra nosotros?
MARSILLA. Merván, tu padre supuesto.
Si tu cólera no estalla,
mi labio el secreto calla,
y el fin os llega funesto.
ZULIMA. ¿Cómo tal conjuración
a ti!....
MARSILLA. Frenético ayer,
la puerta pude romper
de mi encierro: la prisión
recorro, oigo hablar, atiendo....
--Junta de aleves impía
era, Merván presidía.--
Allí supe que volviendo
a este alcázar el Amir,
trataban de asesinarle.
Resuélvome a no dejarle
pérfidamente morir,
y con roja tinta humana
y un pincel de mi cabello
la trama en un lienzo sello,
y el modo de hacerla vana.
Poner al siguiente día
pensaba el útil aviso
en la cesta que el preciso
sustento me conducía.
Vencióme tenaz modorra,
más fuerte que mi cuidado:
desperté maravillado,
fuera ya de la mazmorra.
Junta pues tu guardia, pon
aquí un acero, y que venga
con todo el poder que tenga
contra ti la rebelión.
ZULIMA. Dé a la rebelión castigo
quien tema por su poder;
no yo, que al anochecer
huir pensaba contigo.
Poca gente, pero brava,
que al marchar nos protegiera,
sumisa mi voz espera
escondida en la alcazaba.
Con ellos entre el rebato
del tumulto, partiré;
con ellos negociaré
que me venguen de un ingrato.
Teme la cuchilla airada
de Zaén, el bandolero;
tiembla, más que de su acero,
de esta daga envenenada.
¡Ay del que mi amor trocó
en frenesí rencoroso!
¡Nunca espere ser dichoso
quien de celos me mató!
MARSILLA. ¡Zulima!... ¡Señora !...
(Vase ZULIMA por la puerta del fondo, y cierra por dentro.)
OSMÍN.--MARSILLA.
OSMÍN Baste
de plática sin provecho.
Al Rey un favor has hecho:
acaba lo que empezaste.
MARSILLA. ¡Cómo! ¿tú?....
OSMÍN. El lienzo he leído
que al Rey dirigiste: allí
le ofreces tu brazo.
MARSILLA. Sí,
armas y riesgo le pido.
OSMÍN. Pues bien, dos tropas formadas
con los cautivos están:
serás el un capitán,
el otro Jaime Celladas.
MARSILLA. ¡Jaime está aquí! Es mi paisano,
es mi amigo.
OSMÍN. Si hay combate,
así tendrá su rescate
cada cautivo en la mano.
Con ardimiento lidiad.
MARSILLA. ¿Quién, de libertad sediento,
no lidia con ardimiento
al grito de libertad?
OSMÍN. Cuanto a Zulima....
MARSILLA. También
Libre ha de ser.
OSMÍN. No debiera;
pero llévesela fuera
de nuestro reino Zaén.
ADEL, SOLDADOS MOROS.--MARSILLA, OSMÍN
ADEL. Osmín, a palacio van
turbas llegando en tumulto,
y Zaén, que estaba oculto,
sale aclamando a Merván.
Zulima nos ha vendido.
OSMÍN. Ya no hay perdón que le alcance.
MARSILLA. Después de correr el lance,
se dispondrá del vencido.
Cuando rueda la corona
entre la sangre y el fuego,
primero se triunfa, luego....
OSMÍN. Se castiga.
MARSILLA. Se perdona.
VOCES. (dentro) ¡Muera el tirano!
MARSILLA. ¡Mi espada!
¡Mi puesto!
OSMÍN. Ven, ven a él.
Guarda el torreón, Adel.
ADEL. Ten tu acero. (Dásele a Marsilla.)
MARSILLA. ¡Arma anhelada!
¡Mi diestra te empuña ya!
Ella al triunfo te encamina.
Rayo fué de Palestina,
rayo en Valencia será.
Teruel.--Sala en casa de DON PEDRO SEGURA.
DON PEDRO , entrando en su casa; MARGARITA, ISABEL y TERESA ,
saliendo a recibirle.
MARGARITA. ¡Esposo! (Arrodillándose)
ISABEL. ¡Padre! (Arrodillándose.)
TERESA. ¡Señor!
PEDRO. ¡Hija! ¡Margarita! Alzad.
ISABEL. Dadme a besar vuestra mano.
MARGARITA. Déjame el suelo besar
que pisas.
TERESA (a Margarita). Vaya, señora,
ya es vicio tanta humildad.
PEDRO. Pedazos del corazón,
no es ese vuestro lugar.
Abrazadme. (Levanta y abraza a las dos.)
TERESA. Así me gusta.
Y a mí luego.
PEDRO. Ven acá,
fiel Teresa.
TERESA. Fiel y franca,
tengo en ello vanidad.
PEDRO. Ya he vuelto, por fin.
MARGARITA. Dios quiso
mis plegarias escuchar.
PEDRO. Gustoso a Monzón partí,
comisionado especial
para ofrecer a don Jaime
las tropas que alistará
nuestra villa de Teruel
en defensa de la paz,
que don Sancho y don Fernando
nos quieren arrebatar:
fué don Rodrigo de Azagra,
obsequioso y liberal,
acompañándome al ir,
y me acompaña al tornar;
mas yo me acordaba siempre
de vosotras con afán.
Triste se quedó Isabel;
más triste la encuentro.
TERESA. Ya.
MARGARITA. ¡Teresa!
ISABEL. ¡Padre!
PEDRO. Hija mía,
dime con sinceridad
lo que ha pasado en mi ausencia.
TERESA. Poco tiene que contar.
MARGARITA. ¡Teresa!
TERESA. Digo bien. ¿Es
por ventura novedad
que Isabel suspire, y vos (a MARGARITA )
recéis, y ayunéis a pan
y agua, y os andéis curando
enfermos por caridad?
Es la vida que traéis,
lo menos, quince años ha...
MARGARITA. Basta.
TERESA. Y hace seis cumplidos
que no se ha visto asomar
en los labios de Isabel
ni una sonrisa fugaz.
ISABEL (aparte). ¡Ay, mi bien!
TERESA. En fin, señor,
del pobrecillo don Juan
Diego de Marsilla, nada
se sabe.
MARGARITA. Si no calláis,
venid conmigo.
TERESA. Ir con vos
fácil es; pero callar....
(Vanse MARGARITA y TERESA. DON PEDRO se quita la espada
y la pone sobre un bufete.)
DON PEDRO, ISABEL
PEDRO. Mucho me aflige, Isabel,
tu pesadumbre tenaz;
pero, por desgracia, yo
no la puedo remediar.
Esclavo de su palabra
es el varón principal;
tengo empeñada la mía:
la debo desempeñar.
En el honor de tu padre
no se vió mancha jamás:
juventud honrada pide
más honrada ancianidad.
ISABEL. No pretendo yo....
PEDRO. Por otra
parte, parece que están
de Dios ciertas cosas. Oye
un lance bien singular,
y di si no tiene traza
de caso providencial.
ISABEL. A ver.
PEDRO. En Teruel vivió
(no sé si te acordarás)
un tal Roger de Lizana,
caballero catalán.
ISABEL. ¿El templario?
PEDRO. Sí. Roger
paraba en Monzón. Allá
es voz que penas y culpas
de su libre mocedad
trajéronle una dolencia
de espíritu y corporal,
que vino a dejarle casi
mudo, imbécil, incapaz.
Pacífico en su idiotez,
permitíanle vagar
libre por el pueblo. Un día,
sobre una dificultad
en mi encargo y sobre cómo
se debiera de allanar,
don Rodrigo y yo soltamos
palabras de enemistad.
Marchóse enojado, y yo
exclamé al verle marchar:
«¿Ha de ser este hombre dueño
de lo que yo quiero más?
Si la muerte puede sola
mi palabra desatar,
lléveme el Señor, y quede
Isabel en libertad.»
ISABEL. ¡Oh padre!
PEDRO. En esto, un empuje
tremendo a la puerta dan,
se abre, y con puñal en mano
entra....
ISABEL. ¡Virgen del Pilar!
¿Quién?
PEDRO. Roger. Llégase a mí,
y en voz pronunciada mal,
«Uno (dijo) de los dos
la vida aquí dejará.»
ISABEL. Y ¿qué hicisteis?
PEDRO. Yo, pensando
que bien pudiera quizás
mi muerte impedir alguna
mayor infelicidad,
crucé los brazos, y quieto
esperé el golpe mortal.
ISABEL. ¡Cielos! ¿Y Roger?
PEDRO. Roger
parado al ver mi ademán,
en lugar de acometerme,
se fué retirando atrás,
mirándome de hito en hito,
llena de terror la faz.
Asió con entrambas manos
el arma por la mitad,
y señas distintas hizo
de querérmela entregar.
Yo no le atendí, guardando
completa inmovilidad
como antes; y él, con los ojos
fijos, y sin menear
los párpados, balbuciente
dijo: «Matadme, salvad
en el hueco de mi tumba
mi secreto criminal.»
ISABEL. ¡Su secreto!
PEDRO. En fin, de estarse
tanto sin pestañear,
él, cuyos sentidos eran
la suma debilidad,
se trastornó, cayó; dió
la guarnición del puñal
en tierra, le fué la punta
al corazón a parar
al infeliz, y a mis plantas
rindió el aliento vital.
Huí con espanto: Azagra,
viniéndose a disculpar
conmigo, me halló; le dije
que no pisaba el umbral
de aquella casa en mi vida;
y él, próvido y eficaz,
avisó al rey, y mandó
el cadáver sepultar.--
Ya ves, hija: por no ir
yo contra tu voluntad,
por no cumplir mi palabra,
quise dejarme matar;
y Dios me guardó la vida:
su decreto celestial
es sin duda que esa boda
se haga por fin ... y se hará,
si en tres días no parece
tu preferido galán.
ISABEL. (aparte) ¡Ay de él y de mí!
TERESA.--DON PEDRO, ISABEL
TERESA. Señor,
acaba de preguntar
por vos don Martín, el padre
de don Diego.
ISABEL. (aparte) ¿Si sabrá?...
TERESA. Como es enemigo vuestro,
le he dejado en el zaguán.
PEDRO. A enemigo noble se abren
las puertas de par en par.
Que llegue. (Vase TERESA .) Ve con tu
madre.
ISABEL. (aparte) Ella a sus pies me verá
llorando, hasta que consiga
vencer su severidad. (Vase)
DON PEDRO
Desafiados quedamos
al tiempo de cabalgar
yo para Monzón: el duelo
llevar a cabo querrá.
Bien. Pero él ha padecido
una larga enfermedad.
Si no tiene el brazo firme,
conmigo no lidiará.
DON MARTÍN.--DON PEDRO
MARTÍN. Don Pedro Segura, seáis bien venido.
PEDRO. Y vos, don Martín Garcés de Marsilla,
seáis bien hallado: tomad una silla.
(Siéntase DON MARTÍN , mientras DON PEDRO va a tomar su
espada.)
MARTÍN. Dejad vuestra espada.
PEDRO. (sentándose) Con pena he sabido
la grave dolencia que habéis padecido.
MARTÍN. Al fin me repuse del todo.
PEDRO. No sé....
MARTÍN. Domingo Celladas....
PEDRO. ¡Fuerte hombre es, a fe!
MARTÍN. Pues aun a la barra le gano el partido.
PEDRO. Así os quiero yo. Desde hoy, elegid
al duelo aplazado seguro lugar.
MARTÍN. Don Pedro, yo os tengo primero que hablar.
PEDRO. Hablad en buen hora: ya escucho. Decid.
MARTÍN. Causó nuestra riña....
PEDRO. La causa omitid:
sabémosla entrambos. Por vos se me dijo
que soy un avaro, y os privo de un hijo.
De honor es la ofensa, precisa la lid.
MARTÍN. ¿Tenéisme por hombre de aliento?
PEDRO. Sí tal.
Si no lo creyera, con vos no lidiara.
MARTÍN. Jamás al peligro le vuelvo la cara.
PEDRO. Sí, nuestro combate puede ser igual.
MARTÍN. Será por lo mismo....
PEDRO. Sangriento, mortal.
Ha de perecer uno de los dos.
MARTÍN. Oíd un suceso, feliz para vos...
Feliz para entrambos.
PEDRO. Decídmele. ¿Cuál?
MARTÍN. Tres meses hará que en lecho de duelo
me puso la mano que todo lo guía.
Del riesgo asustada la familia mía
quiso en vuestra esposa buscar su consuelo.
Con tino infalible, con próvido celo
salud en la villa benéfica vierte,
y enfermo en que airada se ceba la muerte,
le salva su mano, bendita del cielo.
Con vos irritado, no quise atender
al dulce consejo de amante inquietud.
«No cobre (decía) jamás la salud,
si mano enemiga la debe traer.»
Mayor mi tesón a más padecer,
la muerte en mi alcoba plantó su bandera.
Por fin, una noche... ¡Qué noche tan fiera!
Blasfemo el dolor hacíame ser;
pedía una daga con furia tenaz,
rasgar anhelando con ella mi pecho...
En esto a mis puertas, y luego a mi lecho,
llegó un peregrino, cubierta la faz.
Ángel parecía de salud y paz...
Me habla, me consuela, benigno licor
al labio me pone; me alivia el dolor,
y parte, y no quiere quitarse el disfraz.
La noche que tuve su postrer visita,
ya restablecido, sus pasos seguí.
Cruzó varias calles, viniendo hacia aquí,
y entró en esa ruina de gótica ermita,
que a vuestros jardines términos limita.
Detúvele entonces: el velo cayó,
radiante la luna su rostro alumbró ...
era vuestra esposa.
PEDRO. ¡Era Margarita!
MARTÍN. Confuso un momento, cobréme después,
y vióme postrado la noble señora.
Con tal beneficio, no cabe que ahora
provoque mi mano sangriento revés.
Don Pedro Segura, decid a quien es
deudor este padre de verse con vida,
que está la contienda por mí fenecida.
Tomad este acero, ponedle a sus piés.
(Da su espada a DON PEDRO , que la coloca en el bufete.)
PEDRO. ¡Feliz yo, que logro el duelo excusar
con vos, por motivo que es tan lisonjero!
Si pronto me hallasteis, por ser caballero,
cuidado me daba el ir a lidiar.
Con tal compañera, ¿quién no ha de arriesgar
con susto la vida que lleva dichosa?
Ella me será desde hoy más preciosa,
si ya vuestro amigo queréisme llamar.
MARTÍN. Amigos seremos. (Danse las manos.)
PEDRO. Siempre.
MARTÍN. Siempre, sí.
PEDRO. Y al cabo, ¿qué nuevas tenéis de don Diego?
En hora menguada, vencido del ruego
de Azagra, la triste palabra le dí.
Si antes vuestro hijo se dirige a mí,
¡cuánto ambas familias se ahorran de llanto!
No lo quiso Dios.
MARTÍN. Yo su nombre santo
bendigo; mas lloro por lo que perdí.
PEDRO. Pero, ¿qué...?
MARTÍN. Después de la de Maurel,
donde cayó en manos del Conde Simón,
de nadie consigo señal ni razón,
por más que anhelante pregunto por él.
Cada día al cielo con súplica fiel
pido que me diga qué punto en la tierra
sostiénele vivo, o muerto le encierra:
mundo y cielo guardan silencio cruel.
PEDRO. El plazo no tuvo su fin todavía.
Piedad atesora inmensa el Eterno:
y mucho me holgara si fuera mi yerno
quien a mi Isabel tan fino quería.
Pero si no viene, y cúmplese el día,
y llega la hora ... por más que me pesa,
me tiene sujeto sagrada promesa:
si fuera posible, no la cumpliría.
MARTÍN. Diligencia escasa, fortuna severa
parece que en suerte a mi sangre cupo:
quien a la desgracia sujetar no supo,
sufrido se muestre cuando ella le hiera.
Adiós.
PEDRO. No han de veros de aquesa manera.
Yo quiero esta espada; la mía tomad
(Dásela.)
en prenda segura de fiel amistad.
MARTÍN. Acepto: un monarca llevarla pudiera.
(Vase DON MARTÍN , y DON PEDRO le acompaña.)
MARGARITA, ISABEL
MARGARITA (aparte, siguiendo con la vista a los dos
que se retiran.)
Aunque nada les oí,
deben estar ya los dos
reconciliados.
ISABEL (que viene tras su madre). Por Dios,
madre, haced caso de mí.
MARGARITA. No; que es repugnancia loca
la que mostráis a un enlace,
que de seguro nos hace
a todos, merced no poca.
Noble sois; pero mirad
que quien su amor os consagra
es don Rodrigo de Azagra,
que goza más calidad,
más bienes: en Aragón
le acatan propios y ajenos,
y muestra, con vos al menos,
apacible condición.
ISABEL. Vengativo y orgulloso
es lo que me ha parecido.
MARGARITA. Vuestro padre le ha creído
digno de ser vuestro esposo.
Prendarse de quien le cuadre
no es lícito a una doncella,
ni hay más voluntad en ella
que la que tenga su padre.
Hoy día, Isabel, así
se conciertan nuestras bodas:
así nos casan a todas,
y así me han casado a mí.
ISABEL. ¿No hay a los tormentos míos
otro consuelo que dar?
MARGARITA. No me tenéis que mentar
vuestros locos amoríos.
Yo por delirios no abogo.
Idos.
ISABEL. En vano esperé.
(Sollozando al retirarse.)
MARGARITA. ¡Qué! ¿lloráis?
ISABEL. Aun no me fué
vedado este desahogo.
MARGARITA. Isabel, si no os escucho,
no me acuséis de rigor.
Comprendo vuestro dolor,
y le compadezco mucho;
pero, hija ... cuatro años ha
que a nadie Marsilla escribe.
Si ha muerto....
ISABEL. ¡No, madre, vive!....
Pero ¿cómo vivirá?
Tal vez, llorando, en Sion
arrastra por mí cadenas,
quizá gime en las arenas
de la líbica región.
Con aviso tan funesto
no habrá querido afligirme.
Yo trato de persuadirme,
y sin cesar pienso en esto.
Yo me propuse aprender
a olvidarle, sospechando
que infiel estaba, gozando
caricias de otra mujer.
Yo escuché de su rival
los acentos desabridos,
y logré de mis oídos
que no me sonaran mal.
Pero ¡ay! cuando la razón
iba a proclamarse ufana
vencedora soberana
de la rebelde pasión,
al recordar la memoria
un suspiro de mi ausente,
se arruinaba de repente
la fortaleza ilusoria,
y con ímpetu mayor,
tras el combate perdido,
se entraba por mi sentido
a sangre y fuego el amor.
Yo entonces a la virtud
nombre daba de falsía,
rabioso llanto vertía,
y hundirme en el ataúd
juraba en mi frenesí
antes que rendirme al yugo
de ese hombre, fatal verdugo,
genio infernal para mí.
MARGARITA. Por Dios, por Dios, Isabel,
moderad ese delirio:
vos no sabéis el martirio
que me hacéis pasar con él.
ISABEL. ¡Qué! ¿mi audacia os maravilla?
Pero estando ya tan lleno
el corazón de veneno,
fuerza es que rompa su orilla.
No a vos, a la piedra inerte
de esa muralla desnuda,
a esa bóveda que muda
oyó mi queja de muerte,
a este suelo donde mella
pudo hacer el llanto mío,
a no ser tan duro y frío
como alguno que le huella,
para testigos invoco
de mi doloroso afán;
que, si alivio no le dan,
no les ofende tampoco.
MARGARITA (aparte). ¿Quién con ánimo sereno
la oyera? El dolor mitiga;
de una madre, de una amiga
ven al cariñoso seno.
Conóceme, y no te ahuyente
la faz severa que ves:
máscara forzosa es,
que dió el pesar a mi frente;
pero tras ella te espera,
para templar tu dolor,
el tierno, indulgente amor
de una madre verdadera.
ISABEL. ¡Madre mía! (Abrázanse.)
MARGARITA. Mi ternura
te oculté ... porque debí...
¡Ha quince años que hay aquí
guardada tanta amargura!
Yo hubiera en tu amor filial
gozado, y gozar no debo
nada ya, desde que llevo
el cilicio y el sayal.
ISABEL. ¡Madre!
MARGARITA. Temí, recelé
dar a tu amor incentivo,
y sólo por correctivo
severidad te mostré;
mas oyéndote gemir
cada noche desde el lecho,
y a veces en tu despecho
mis rigores maldecir,
yo al Señor, de silencioso
materno llanto hecha un mar,
ofrecí mil veces dar
mi vida por tu reposo.
ISABEL. ¡Cielos! ¡Qué revelación
tan grata! ¡Qué injusta he sido!
¡Que tanto me habéis querido!
¡Madre de mi corazón!
Perdonadme... ¡Qué alborozo
siento, aunque llorar me veis!
Seis años ha, más de seis,
que tanta dicha no gozo.
Mi desgracia contemplad,
cuando como dicha cuento
que mis penas un momento
aplaquen su intensidad.
Pero este rayo que inunda
en viva luz mi alma yerta,
¿dejaréis que se convierta
en lobreguez más profunda?
Madre, madre, a quien adoro,
el labio os pongo en el pie;
mi aliento aquí exhalaré,
si no cedéis a mi lloro. (Póstrase.)
MARGARITA. Levanta, Isabel; enjuga
tus ojos; confía.... Sí,
cuanto dependa de mí....
ISABEL Ya veis que en rápida fuga
el tiempo desaparece.
Si pasan tres días, ¡tres!,
todo me sobra después,
toda esperanza fallece.
Mi padre, por no faltar
a la palabra tremenda,
le rendirá por ofrenda
mi albedrío en el altar.
Vuestras razones imprimen
en su alma la persuasión:
en mí toda reflexión
fuera desacato, crimen.
Y yo, señora, lo veo:
podrá llevarme a casar;
pero en vez de preparar
las galas del himeneo,
que a tenerme se limite
una cruz y una mortaja;
que esta gala y esta alhaja
será lo que necesite.
MARGARITA. No, no, Isabel: cesa, cesa.
Yo en tu defensa, me empeño:
no será Azagra tu dueño.
yo anularé la promesa.
Me oirá tu padre, y tamaños
horrores evitará.
Hoy madre tuya será
quien no lo fué tantos años.
TERESA.--MARGARITA, ISABEL
TERESA. Señoras, don Rodrigo de Azagra pide licencia
para visitaros.
MARGARITA. Hazle entrar. A buen tiempo llega.
(Vase TERESA .)
ISABEL. Permitid que yo me retire.
MARGARITA. Quédate en la pieza inmediata, y escucha
nuestra conversación.
ISABEL. ¿Qué vais a decir?
MARGARITA. Óyelo, y acabarás de hacer justicia a tu
madre. (Vase ISABEL .)
DON RODRIGO.--MARGARITA
MARGARITA. Ilustre don Rodrigo....
RODRIGO. Señora ... al fin nos vemos.
MARGARITA. Honrad mi estrado, ya que la prisa de
venir a mi casa no os ha dejado sosegar en la vuestra.
RODRIGO. Aquí vengo a buscar el sosiego que necesito.
(Siéntase.) ¿Qué me decís de mi desdeñosa?
MARGARITA. ¿Me permitiréis que hable con toda franqueza?
RODRIGO. Con franqueza pregunto yo. Hablad.
MARGARITA. Mi esposo os prometió la mano de su
hija única; y, por él, debéis contar de seguro con ella.
Pero la delicadeza de vuestro amor y la elevación de
vuestro carácter ¿se satisfarían con la posesión de una
mujer, cuyo cariño no fuese vuestro?
RODRIGO. El corazón de Isabel no es ahora mío, lo
sé; pero Isabel es virtuosa, es el espejo de las doncellas:
cumplirá lo que jure, apreciará mi rendida fe, y será el
ejemplo de las casadas.
MARGARITA. Mirad que su afecto a Marsilla no se ha
disminuído.
RODRIGO. No me inspira celos un rival, cuyo paradero
se ignora, cuya muerte, para mí, es indudable.
MARGARITA. ¿Y si volviese aún? ¿Y si antes de
cumplirse el término, se presentara tan enamorado como
se fué, y con aumentos muy considerables de hacienda?
RODRIGO. Mal haría en aparecer ni antes ni después de
mis bodas. Él prometió renunciar a Isabel, si no se
enriquecía en seis años; pero yo nada he prometido. Si
vuelve, uno de los dos ha de quedar solo junto a Isabel.
La mano que pretendemos ambos, no se compra con oro;
se gana con hierro, se paga con sangre.
MARGARITA. Vuestro lenguaje no es muy reverente
para usado en esta casa, y conmigo; pero os le perdono,
porque me perdonéis la pesadumbre que voy a daros.
Yo, noble don Rodrigo, yo que hasta hoy consentí en
vuestro enlace con Isabel, he visto por último que de él
iba a resultar su desgracia y la vuestra. Tengo, pues, que
deciros, como cristiana y madre; tengo que suplicaros por
nuestro Señor y nuestra Señora, que desistáis de un empeño,
ya poco distante de la temeridad.
RODRIGO. Ese empeño es público, hace muchos años
que dura, y se ha convertido para mí en caso de honor.
Es imposible que yo desista. No os opongáis a lo que
no podréis impedir.
MARGARITA. Aunque habéis desairado mi ruego, tal
vez no le desaire mi esposo.
RODRIGO. Mucho alcanzáis con él: adora en vos, y lo
merecéis, porque ha quince años que os empleáis en la
caridad y la penitencia... Pero ... ¿os ha contado
ya la muerte de Roger de Lizana?
MARGARITA. ¡Cómo! ¿Roger ha muerto?
RODRIGO. Sí, loco y mudo, según estaba; desgraciadamente,
según merecía; y a los pies de don Pedro, como
era justo.
MARGARITA. ¡Cielos! Nada sabía de ese infeliz.
RODRIGO. Ese infeliz era muy delincuente, era el
corruptor de una dama ilustre.
MARGARITA. ¡Don Rodrigo!
RODRIGO. La esposa más respetable entre las de
Teruel.
MARGARITA. Por compasión.... Si Roger ha
muerto....
RODRIGO. Casi espiró en mis brazos. Yo tendí sobre
el féretro su cadáver, yo hallé sobre su corazón unas
cartas....
MARGARITA. ¡Cartas!
RODRIGO. De mujer ... cinco ... sin firma todas.
Pero yo os las presentaré, y vos me diréis quién las ha
escrito.
MARGARITA. ¡Callad! ¡callad!
RODRIGO. Si no, acudiré a vuestro esposo: bien
conoce la letra.
MARGARITA. ¡No! ¡Dádmelas, rompedlas, quemadlas!
RODRIGO. Se os entregarán; pero Isabel me ha de
entregar a mí su mano primero.
MARGARITA. ¡Oh!
RODRIGO. Dios os guarde, señora.
MARGARITA. Deteneos, oídme.
RODRIGO. Para que os oiga, venid a verlas. (Vase.)
MARGARITA. Escuchad, escuchadme. (Vase tras DON RODRIGO )
ISABEL , y después TERESA
ISABEL. ¿Qué es lo que oí? No lo he comprendido,
no quiero comprender ese misterio horrible: sólo entiendo
que de infeliz he pasado a más. (Sale TERESA .)
TERESA. Señora, un joven extranjero ha llegado a
casa pidiendo que se le dejara descansar un rato....
ISABEL. Recíbele ... déjame.
TERESA. Ya se le recibió, y le han agasajado con vino
y magras; por señas que nada de ello ha probado, como
si fuera moro o judío. Aparte de esto, es muy lindo
muchacho: he trabado conversación con él, y dice que
viene de Palestina.
ISABEL. ¿De Palestina?
TERESA. Yo me acordé al punto del pobre don Diego.
--Como os figuráis que debe estar por allá....
ISABEL. Sí. Llámale pronto. (Vase TERESA .) ¡Virgen
piadosa! ¡Que haya sido sueño lo que pienso que oí!
¡Oh! Pensemos en el que viene de Palestina.
ZULIMA , en traje de noble aragonés, TERESA.--ISABEL
ZULIMA. El cielo os guarde.
ISABEL. Y a vos también.
ZULIMA (aparte.) Mi rival es ésta.
ISABEL. Mejor podéis descansar
en esta sala que fuera.
TERESA. Este mancebo, señora,
viene de lejanas tierras,
de Jerusalem, de Jope,
de Belén ... y de Judea.
ISABEL. ¿Cierto?
ZULIMA. Sí.
TERESA. Y ha conocido
allá gente aragonesa.
ZULIMA. Un caballero traté
de Teruel.
ISABEL. ¿Cuál? ¿Quién? ¿Quién era?
¿Su nombre?
ZULIMA. Diego Marsilla.
ISABEL. ¡Os trajo Dios a mi puerta!
¿Dónde le dejáis?
TERESA. Entonces,
¿era ya rico?
ZULIMA. Una herencia
cuantiosa le dejaron
allí.
ISABEL. Pero ¿dónde queda?
ZULIMA. Hace poco era cautivo
del Rey moro de Valencia.
ISABEL. ¡Cautivo! ¡Infeliz!
ZULIMA. No tanto.
La esposa del Rey, la bella
Zulima, le amó.
ISABEL. ¿Le amó?
ZULIMA. ¡Sí! ¡mucho!
TERESA. ¡Qué desvergüenza!
ISABEL. Y ¿qué? ¿ No viene por eso
Marsilla donde le esperan?
TERESA. ¿Se ha vuelto moro quizá?
ZULIMA. (aparte) Ya que padecí, padezca.
Finjamos.
ISABEL. Hablad.
ZULIMA. No es fácil
resistir a una princesa
hermosa y amante: al fin
Marsilla, para con ella,
era un miserable.
TERESA. Pero
vamos, acabad....
ISABEL (aparte.) Apenas
vivo.
ZULIMA. El Rey llegó a saber
lo que pasaba; la Reina
pudo escapar, protegida
por un bandido, cabeza
de la cuadrilla temible
que hoy anda por aquí cerca;
y Marsilla....
ISABEL. ¿Qué?
ZULIMA. Rogad
a Dios que le favorezca.
ISABEL. ¡Ha muerto! ¡Jesús, valedme!
(Desmáyase.)
TERESA. ¡Isabel! ¡Isabel!--¡Buena
la habéis hecho!
ZULIMA. (aparte.) Sabe amar
esta cristiana de veras;
yo sé más, yo sé vengarme.
TERESA. ¡Señora!--¡Paula! ¡Jimena!
(A ZULIMA .)
Buscad agua, llamad gente.
ZULIMA (aparte.)
Salgamos. Con esta nueva,
se casará. (Vase.)
TERESA. ¡Dios confunda
la boca ruin que nos cuenta
noticia tan triste!... Pero
un prójimo que no prueba
cerdo ni vino, ¿qué puede
dar de sí?
(Salen dos CRIADAS que traen agua.)
Pronto aquí, lerdas.
¿Dónde estabais? A ver: dadme
el agua.
ISABEL. ¡Ay, Dios! ¡Ay, Teresa!
MARGARITA.--ISABEL, TERESA, CRIADAS
MARGARITA. ¿Qué sucede?
ISABEL. ¡Ay, madre mía!
Ya no es posible que venga.
Murió.
MARGARITA. ¿Quién? ¿Marsilla?
TERESA. ¿Quién
ha de ser?
ISABEL. Y ha muerto en pena
de serme infiel.
TERESA. Una mora,
que dicen que no era fea,
la esposa del reyezuelo
valenciano, buena pieza
sin duda, nos le quitó.
ISABEL. ¡En esto paran aquellas
ilusiones de ventura
que alimentaba risueña!
Conmigo nacieron ¡ay!...
se van, y el alma se llevan.
Ese infausto mensajero,
¿dónde está? Dile que vuelva.
MARGARITA. Sí: yo le preguntaré....
TERESA. Pues como nos dé respuestas
por el estilo.... Seguidme.
(Vanse TERESA y las CRIADAS .)
MARGARITA, ISABEL
ISABEL. ¿Quién figurarse pudiera
que me olvidara Marsilla?
¡Qué sonrojo! ¡Qué vileza!
Pero ¿cómo ha sido, cómo
fué que no lo presintiera
mi corazón? No es verdad:
imposible que lo sea.
Se engañó, si lo creyó,
la sultana de Valencia.
Soló por volar a mí,
quebrantando sus cadenas,
dejó soñar a la mora
con esa falaz idea.
Mártir de mi amor ha sido,
que desde el cielo en que reina,
de su martirio me pide
la debida recompensa.
Yo se la daré leal,
yo defenderé mi diestra:
viuda del primer amor
he de bajar a la huesa.
Llorar libremente quiero
lo que de vivir me resta,
sin que pueda hacer ninguno
de mis lágrimas ofensa.
No he de ser esposa yo
de Azagra: primero muerta.
MARGARITA. ¿Tendrás valor para?...
ISABEL. Sí,
mi desgracia me le presta.
MARGARITA. ¿Y si te manda tu padre?...
ISABEL. Diré que no.
MARGARITA. Si te ruega....
ISABEL. No.
MARGARITA. Si amenaza....
ISABEL. Mil veces
no. Podrán en hora buena,
de los cabellos asida,
arrastrarme hasta la iglesia,
podrán maltratar mi cuerpo,
cubrirle de áspera jerga,
emparedarme en un claustro,
donde lentamente muera:
todo esto podrán, sí; pero
lograr que diga mi lengua
un sí perjuro, no.
MARGARITA. Bien,
bien. Tu valor ... me consuela.
(Aparte. Nada oyó: más vale así.
La culpa, no la inocencia
debe padecer.) Ten siempre
esa misma fortaleza,
y no te dejes vencer,
suceda lo que suceda.
Matrimonio sin cariño
crímenes tal vez engendra.
Yo sé de alguna infeliz
que dió su mano violenta...
y ... después de larga lucha ...
desmintió su vida honesta.
Muchos años lleva ya
de dolor y penitencia...
Y al fin le toca morir,
de oprobrio justo cubierta.
ISABEL. ¡Ah, madre! ¿Qué dije yo?
Me olvidé, con esa nueva,
de otra desdicha tan grande
que a mi desdicha supera.
MARGARITA. ¡No te cases, Isabel!
ISABEL. Sí, madre: mi vida es vuestra:
dárosla me manda Dios,
lo manda naturaleza.
MARGARITA. ¡Hija!
ISABEL. Por fortuna mía,
Marsilla al morir me deja
el corazón sin amor
y sin lugar donde prenda.
Por más fortuna, Marsilla
de mí se olvidó en la ausencia,
y puso en otra mujer
el amor que me debiera.
Por dicha mayor, Azagra
es de condición soberbia,
celoso, iracundo: así
mis lágrimas y querellas
insufribles le serán;
querrá que yo las contenga;
no podré, se irritará,
y me matará.
MARGARITA. ¡Me aterras,
hija, me matas a mí!
ISABEL. Tengo yo cartas que lea:
puede encontrármelas.
MARGARITA. ¡Oh!
Si como las tuyas fueran
otras....
ISABEL. Y tengo un retrato
en esta joya. (Saca un relicario.)
¿Son ésas
sus facciones? Pues sabed
que, sin estudio ni regla,
de amor guiada la mano,
al primer ensayo diestra,
yo supe dar a ese rostro
semejanza tan perfecta.
Me sirvió para suplir
de Marsilla la presencia;
no le necesito ya:
más vale que no le vea.
¡Ah! dejadme que le bese
una vez ... la última es ésta.
Tomad. ¿Veis? el sacrificio
consumo, y estoy serena,
tranquila ... como la tumba.
Imitad vos mi entereza,
mi calma ... y no me digáis
una palabra siquiera.
De mí vuestra fama pende:
la conservaréis ilesa.
Yo me casaré: no importa,
no importa lo que me cuesta. (Vase.)
MARGARITA
MARGARITA. Y ¿debo yo consentir
que la inocente Isabel,
por mi egoísmo cruel,
se ofrezca más que a morir?
Pero ¿cómo he de sufrir
que, perdida mi opinión,
me llame todo Aragón
hipócrita y vil mujer?
Mala madre me hace ser
mi buena reputación.
A todo me resignara
con ánimo ya contrito,
si al saberse mi delito,
yo sola me deshonrara.
Pero a mi esposo manchara
con ignominia mayor.
¡Hija infeliz en amor!
¡Hija desdichada mía!
Perdona la tiranía
de las leyes del honor.
Retrete o gabinete de ISABEL. Dos puertas.
ISABEL, TERESA
Aparece ISABEL , ricamente vestida, sentada en un sillón junto a una
mesa, sobre la cual hay un espejo de mano, hecho de metal. TERESA
está acabando de adornar a su ama.
TERESA. ¿Qué os parece el tocado? Nada, ni me
oye. Que os miréis os digo; tomad el espejo. (Se le da
a ISABEL , que maquinalmente le toma, y deja caer la mano sin
mirarse.) A esotra puerta. Miren ¡qué trazas éstas de
novia! Ved ¡qué preciosa gargantilla voy a poneros!
( ISABEL inclina la cabeza.) Pero alzad la cabeza, Isabel.
Si esto es amortajar a un difunto.
ISABEL. ¡Marsilla!
TERESA. (Aparte. Dios le haya perdonado.) Ea, se
concluyó. Bien estáis. Ello, sí, me habéis hecho perder
la paciencia treinta veces.
ISABEL. ¡Madre mía!
TERESA. Si echáis menos a mi señora, ya os he dicho
que no está en casa, porque para ella, la caridad es antes
que todo. El juez de este año, Domingo Celladas, tenía
un hijo en tierra de infieles: Jaime, ya le conocéis. Hoy,
sin que hubiese noticia de que viniera, se le han encontrado
en el camino de Valencia unos mercaderes, herido y
sin conocimiento. Por un rastro de sangre que iba a parar
a un hoyo, se ha comprendido que debieron echarle
dentro; y se cree que hasta poder salir, habrá estado en
el hoyo quizá más de un día, porque las heridas no son
recientes. Vuestra madre ha sido llamada para asistirle;
me ha encargado que os aderece; os he puesto hecha una
imagen; y ni siquiera he logrado que deis una mirada al
vestido, para ver si os gusta.
ISABEL. Sí: es el último.
TERESA. ¡El dulcísimo nombre de Jesús! No lo
quiera Dios, Isabelita de mi alma: no lo querrá Dios;
antes os hará tan dichosa como vos merecéis. Pero
salid de ese abatimiento: mirad que ya van a venir
los convidados a la boda, y es menester no darles que decir.
ISABEL (con sobresalto). ¿Qué hora es ya?
TERESA. No tardarán en tocar a vísperas ahí al lado,
en San Pedro. Es la hora en que salió de Teruel don
Diego; y hasta que pase, mi señor no se considera libre
de su promesa.
ISABEL. Sí, a esa hora, a esa hora misma partió ...
para nunca volver. En este aposento, allí, delante de ese
balcón estaba yo, llorando sobre mi labor, como ahora
sobre mis galas. Continuamente miraba a la calle por
donde había de pasar, para verle; ahora no miro: no
le veré. Por allí vino, dirigiendo el fogoso alazán, enseñado
a parase bajo mis balcones. Por allí vino, vestida
la cota, la lanza en la mano, al brazo la banda, último don
de mi cariño. «Hasta la dicha o hasta la tumba,» me dijo.
«Tuya o muerta,» le dije yo; y caí sin aliento en el balcón
mismo, tendidas las manos hacia la mitad de mi alma que
se ausentaba.--¡Suya o muerta! Y voy a dar la mano a
Rodrigo. ¡Bien cumplo mi palabra!
TERESA. Hija mía, desechad esas ideas. Yo ¿qué
os he de decir para consolaros? Que os he visto nacer,
que habéis jugado en mis brazos y en mis rodillas ... y
que diera yo porque recobraseis la paz del alma y fuerais
feliz ¡ay!, diera yo todos los días que me faltan que vivir,
menos uno para verlo.
ISABEL. ¿Feliz, Teresa? Con este vestido, ¿cómo
he de ser feliz? ¡Pesa tanto, me ahoga tanto!...
Quítamele, Teresa. (Levantándose.)
TERESA. Señora, que viene don Rodrigo.
ISABEL. ¡Don Rodrigo! Busca pronto a mi madre.
(Vase TERESA .)
DON RODRIGO.--ISABEL
RODRIGO. Mis ojos por fin os ven
a solas, ángel hermoso.
Siempre un amargo desdén
y un recato rigoroso
me han privado de este bien.
Trémula estáis: ocupad
la silla.
ISABEL. ¡Ante mi señor!
RODRIGO. Esclavo diréis mejor.
Soberana es la beldad
en el reino del amor.
ISABEL. ¡Mentida soberanía!
RODRIGO. De mi rendimiento fiel,
que dudarais no creía.
¡Si a conocer, Isabel,
llegaseis el alma mía!...
ISABEL. ¿Para qué? Señas ha dado
que indican su índole bella.
RODRIGO. Mi destino desastrado
sólo mostrar me ha dejado
lo deforme que hay en ella.
Un Azagra conocéis
orgulloso y vengativo;
y otro por fin hallaréis
que en vuestro rigor esquivo
figuraros no podéis.
El Azagra que os adora,
el Azagra para vos,
aun no le visteis, señora;
y nos conviene a los dos
una explicación ahora.
ISABEL. Mis padres pueden mandar,
yo tengo que obedecer,
nada pretendo saber:
hiciera bien en callar
quien ha logrado vencer.
RODRIGO. El vencedor, que aparece
lleno ante vos de amargura,
manifestaros ofrece
que sabe lo que merece
doña Isabel de Segura.
Os ví, y en vos admiré
virtud y belleza rara:
digno de vos me juzgué,
y uniros a mí juré,
costara lo que costara.
Maldición más espantosa
no pudo echarme jamás
una lengua venenosa
que decir: no lograrás
hacer a Isabel tu esposa.
Lidiaré, si es necesario,
por ella con todo el orbe,
clamaba yo de ordinario.
¡Infeliz el que me estorbe,
competidor o contrario!
En mi celoso furor
cabe hasta lo que denigre
mi calidad y mi honor.
Amo con ira de tigre ...
porque es muy grande mi amor.
No el vuestro, tan delicado,
me pintéis para mi mengua:
quizá no lo haya expresado
en seis años vuestra lengua,
sin que me lo hayan contado.
Cuantas cartas escribió
Marsilla ausente, leí:
él su retrato no vió,
yo sí: junto a vos aquí
siempre tuve un guarda yo.
Ha sido mi ocupación
observaros noche y día;
y abandonaba a Monzón
siempre que lo permitía
la marcial obligación.
Viéndoos al balcón sentada
por las noches a la luna,
mi fatiga era pagada:
jamás fué mujer ninguna
de amante más respetada.
Para romper mis prisiones,
para defectos hallaros,
fueron mis indagaciones;
y siempre para adoraros
encontré nuevas razones.
Seducido el pensamiento
de lisonjeros engaños,
un favorable momento
espero hace ya seis años,
y aun llegado no lo cuento.
Pero, por dicha, quizá
no deba estar muy distante.
ISABEL. ¡Qué! ¿Pensáis que cesará
mi pasión, muerto mi amante?
No, lo que yo vivirá.
RODRIGO. Pues bien, amad, Isabel,
y decidlo sin reparo;
que con ese amor tan fiel,
aunque a mí me cueste caro,
nunca me hallaréis cruel.
Mas si ese afecto amoroso,
cuya expresión no limito,
mantener os es forzoso,
yo, mi bien, yo necesito
el nombre de vuestro esposo.
No más que el nombre, y concluyo
de desear y pedir:
todas mis dichas incluyo
en la dicha de decir:
«Me tienen por dueño suyo.»
Separada habitación,
distinto lecho tendréis....
¿Queréis más separación?
Vos en Teruel viviréis,
yo en la corte de Aragón.
¿Teméis que la soledad
bajo mi techo os consuma?
Vuestros padres os llevad
con vos: mudaréis en suma
de casa y de vecindad.
Nunca sin vuestra licencia
veré esos divinos ojos....
¡Ay! dádmela con frecuencia.
Si os oprimen los enojos,
hablad, y mi diligencia
ya un festín, ya una batida,
ya un torneo dispondrá.
Si lloráis.... ¡Prenda querida!
cuando lloréis, ¿qué os dirá
quien no ha llorado en su vida?
Míseros ambos, hacer
con la indulgencia podemos
menor nuestro padecer.
Ahora, aunque nos casemos,
¿me podréis aborrecer?
ISABEL. ¡Don Rodrigo! ¡Don Rodrigo! (Sollozando.)
RODRIGO. ¿Lloráis? ¿Es porque me muestro
digno de ser vuestro amigo?
¿No sufrí del odio vuestro
bastante el duro castigo?
ISABEL. ¡Oh! no, no: mi corazón
palpitar de odio no sabe.
RODRIGO. Ni al mirar vuestra aflicción
hay fuerza en mí que no acabe
rindiéndose a discreción.
Es ya el caso de manera
que el infausto desposorio
viene a ser obligatorio
para ambos: lo demás fuera
dar escándalo notorio.
Pero el amor que os consagro,
se ha vuelto a vos tan propicio,
que si Dios en su alto juicio
quiere obrar hoy un milagro ...
contad con un sacrificio.
Ayer, si resucitara
mi aciago rival Marsilla,
sin compasión le matara,
y sin limpiar la cuchilla,
corriera con vos al ara.
Hoy, resucitado o no,
si antes que me deis el sí,
viene ... que triunfe de mí.
ISABEL. ¡Vos, sí que triunfáis así
de esta débil mujer!
(El llanto le ahoga la voz por unos instantes; luego,
al ver a DON PEDRO y a los que le acompañan, se contiene, exclamando:)
¡Oh!
DON PEDRO, DON MARTÍN, DAMAS, CABALLEROS, PAJES,
ISABEL, DON RODRIGO. Después, TERESA
PEDRO. Hijos, el sacerdote que ha de bendecir vuestra
unión, ya nos está esperando en la iglesia. Tanto mis
deudos como los de Azagra me instan a que apresure la
ceremonia; pero aun no ha fenecido el plazo que otorgué
a don Diego. Al toque de vísperas de un domingo, salió
de su patria el malogrado joven, seis años y siete días
hace: hasta que suene aquella señal en mi oído, no tengo
libertad para disponer de mi hija. (A DON MARTÍN .)
Porque veáis de qué modo cumplo mi promesa, os he rogado
que vinierais aquí.
MARTÍN. ¡Inútil escrupulosidad! No os detengáis.
No romperá mi hijo el seno de la tierra para reconveniros.
ISABEL. (aparte) ¡Infeliz!
PEDRO. Fiel a lo que juré me verá desde el túmulo,
cual me hallaría viviendo. (Sale TERESA .)
RODRIGO. Isabel deseará la compañía de su madre:
pudiéramos pasar por casa del Juez....
TERESA. Ahora empezaba el herido a volver en su
conocimiento. Si antes de vísperas no se halla mi señora
en la iglesia, es señal de que no puede asistir a los desposorios:
esto me ha dicho.
PEDRO. La esperaremos en el templo. (A DON MARTÍN .)
Si la pesadumbre os permite acompañarnos, venid....
MARTÍN. Excusadme el presenciar un acto que debe
serme tan doloroso.
PEDRO. Estad seguro de que mientras no oigáis las
campanas, no habrá dado su mano Isabel. Estos
caballeros podrán atestiguar que se esperó hasta el cabal
vencimiento del plazo. Marchemos.
ISABEL. (aparte) ¡Morada de mi pasado bien, adiós
para siempre!
(Vanse todos, menos DON MARTÍN .)
DON MARTÍN
MARTÍN. Con pena, con celos veo yo a Isabel dirigirse
al altar. Hubo un tiempo en que la tuve por hija: hoy
me quitan su filial cariño, y ella consiente. Pero ¿qué
falta hace al mísero cadáver de mi hijo la constancia de la
que él amó? Si su sombra necesita lágrimas, bien se
puede satisfacer con las mías.
ADEL.--DON MARTÍN
ADEL. Cristiano, busco a Martín Marsilla, que está
aquí, según se me dice. ¿Eres tú?
MARTÍN. Yo soy.
ADEL. ¿Qué sabes de tu hijo?
MARTÍN. ¡Moro!... su muerte.
ADEL. Esa noticia ... ¿quién la ha traído?
MARTÍN. Un joven forastero.
ADEL. ¿En dónde para?
MARTÍN. Apenas se detuvo en Teruel: yo no pude
verle.
ADEL. ¿Qué ha pasado con Jaime Celladas?
MARTÍN. Le han herido gravemente al llegar a la villa:
en su lecho yace todavía sin voz ni conocimiento.
ADEL. Luego ¿tú nada sabes?
MARTÍN. ¿Qué vas a decirme?
ADEL. Acabo de averiguar que, disfrazada con traje
de hombre, ha entrado en Teruel Zulima, la esposa del
Amir de Valencia.
MARTÍN. ¿La que fué causa de la pérdida de mi hijo?
ADEL. Él la desdeñó, y ella se ha vengado mintiendo.
MARTÍN. ¿Mintiendo?
ADEL. ¡Anciano! Bendice al Señor: aun eres padre.
MARTÍN. ¡Dios poderoso!
ADEL. Tu hijo libró de un asesinato pérfido al Amir
de Valencia, y el Amir le ha colmado de riquezas y honores.
Herido en un combate, no se le permitió caminar hasta reponerse.
Jaime venía delante para anunciar su vuelta.
Sígueme, y no pararé hasta poner a Marsilla en tus brazos.
(Vase.)
MARTÍN (alzando las manos al cielo, arrebatado de
júbilo). ¡Señor! ¡Señor!
MARGARITA.--DON MARTÍN
MARGARITA. (dentro) ¡Isabel! ¡Isabel! (Sale y repara
en DON MARTÍN , que se retiraba con ADEL .)
Don Martín....
MARTÍN. (deteniéndose) Margarita, sabedlo....
MARGARITA. Sabedlo el primero. Jaime Celladas....
MARTÍN. Ese moro que veis....
MARGARITA. Ha vuelto en sí.
MARTÍN. Viene de Valencia.
MARGARITA. Jaime también.
MARTÍN. Vive mi hijo.
MARGARITA. Lo ha dicho Jaime. Corred, impedid
ese casamiento. (Óyese el toque de vísperas.)
MARTÍN. ¡Ah! ya es tarde.
MARGARITA. ¡Dios ha rechazado mi sacrificio!
MARTÍN. ¡Hijo infeliz!
MARGARITA. ¡Hija de mis entrañas! (Vase.)
Bosque inmediato a Teruel
MARSILLA , atado a un árbol
Infames bandoleros,
que me habéis a traición acometido,
venid y ensangrentad vuestros aceros:
la muerte ya por compasión os pido.
Nadie llega, de nadie soy oído;
vuelve el eco mis voces, y parece
que goza en mi dolor y me escarnece.
Me adelanté a la escolta que traía:
su lento caminar me consumía.
Yo vengo con amor, ellos con oro.
Enemigos villanos,
los ricos dones del monarca moro
no como yo darán en vuestras manos:
tienen quien los defienda.
Pero las horas pasan, huye el día.
¿Qué vas a imaginar, Isabel mía?
¿Qué pensarás, idolatrada prenda,
si esperando abrazar al triste Diego,
corrido el plazo ves, y yo no llego?
Mas por Jaime avisados
en mi casa estarán: pronto, azorados
con mi tardanza.... Sí, ya se aproxima
gente. ¿Quién es?
ZULIMA , en traje de hombre.--MARSILLA
ZULIMA. Yo soy.
MARSILLA. ¡Cielos! ¡Zulima!
¡Tú aquí! (Aparte. ¡Presagio horrendo!)
ZULIMA. Vecinos de Teruel vienen corriendo
a quienes más que a mí toca librarte:
yo sólo en esta parte
me debo detener mientras te digo
que Isabel es mujer de don Rodrigo.
MARSILLA. ¡Gran Dios! Mas no: me engañas,
impostora.
ZULIMA. Zaén, que llega de Teruel ahora,
Zaén ha visto dar aquella mano
tan ansiada por ti.
MARSILLA. Finges en vano.
Tú ignoras que mi próxima llegada
previno un mensajero.
ZULIMA. Tú no sabes que un tirador certero
supo dejar tu previsión burlada,
saliéndole al camino al mensajero.
Yo hablé con Isabel, yo de tu muerte
la noticia le dí, y a los bandidos
encargué que tu viaje detuvieran.
Yo, celebradas de Isabel las bodas,
te las vengo a anunciar.
MARSILLA. ¿Con que es ya tarde?
ZULIMA. Mírame, bien, y dúdalo si puedes.
Inútiles mercedes
el Rey te prodigó: más he podido,
prófuga yo, que mi real marido.
Yo mi amor te ofrecí, bienes y honores,
y te inmolé mi fe y el ser que tengo;
tú preferiste ingrato mis rencores:
me ofendiste cruel, cruel me vengo.
Adiós: en mi partida
te dejo por ahora con la vida,
mientras padeces en el duro potro
de ver a tu Isabel en brazos de otro. (Vase.)
MARSILLA
MARSILLA. Monstruo, por cuya voz ruge el abismo,
vuelve y di que es engaño
todo lo que te oí. (Forceja para desatarse.)
Lazos crueles,
¿cómo me resistís? ¡Ligan cordeles
al que hierros quebró! ¿No soy el mismo?
¡Ah! no. Mujer fatal, cortos instantes
me quedan que vivir, si no has mentido;
pero ¡permita Dios que mueras antes!
ADEL , pasando por una altura.--MARSILLA
ADEL. Rumor aquí he sentido.
Atraviesan el valle bandoleros
con Zulima a caballo.
Yo, cueste lo que cueste,
la tengo de prender: voy a ver si hallo
cerca mis compañeros.
MARSILLA. ¿Quién va?
ADEL. Marsilla es éste. (A voces.)
Aquí! ¡Por este lado, caballeros! (Vase.)
DON MARTÍN, CABALLEROS, CRIADOS.--MARSILLA
MARTÍN (dentro.) Él es.
MARSILLA. ¡Mi padre!
VOCES (dentro.) Él es.
MARSILLA. ¡Padre!
MARTÍN (dentro.) ¡Hijo mío¡
Subid, corred, volad: libradle pronto.
(Salen CABALLEROS y CRIADOS .)
MARSILLA. Desatadme, decidme....
(Desatan a Marsilla.)
MARTÍN (saliendo.) ¡Hijo querido!
MARSILLA. ¡Padre!
MARTÍN. Por fin te hallé.
MARSILLA. Decid.... ¿Es tarde?
Yo quisiera dudar ... mi mal ¿es cierto?
MARTÍN. Respóndante las lágrimas que vierto.
Hijo del alma, a quien su hierro ardiente
la desgracia al nacer marcó en la frente,
tu triste padre, que por verte vive,
con dolor en sus brazos te recibe.
¿Quién tu llegada ha retardado?
MARSILLA. El cielo ...
el inferno ... no sé ... facinerosos ...
una mujer ... dejadme.
MARTÍN. ¿La Sultana?
¿Esos bandidos que cobardes huyen
de los guerreros que conmigo traje?
¿Te han herido?
MARSILLA. ¡Ojalá!
MARTÍN. ¿Te han despojado?
MARSILLA. Nada he perdido: la esperanza sólo.
MARTÍN. ¡Suerte cruel! Cuando el fatal sonido
de la campana término ponía....
MARSILLA. ¡Esa tigre anunció la muerte mía!
MARTÍN. ¿Lo sabes?
MARSILLA. De ella.
MARTÍN. ¡Horror! Entonces era
cuando Jaime, el sentido recobrando,
la traidora noticia desmentía.
Corro al templo a saber.... Miro, enmudezco....
¡Eran esposos ya! Tu bien perdiste...
Dios lo ha querido así... Pero aun te quedan
padres que lloren tu destino triste.
MARSILLA. El ajeno dolor no quita el mío.
¿Con qué llenáis el hórrido vacío
que el alma siente, de su bien privada?
¡Padre! sin Isabel, para Marsilla
no hay en el mundo nada.
Por eso en mi doliente desvarío
sed bárbara de sangre me devora.
Verterla a ríos para hartarme quiero,
y cuando más que derramar no tenga,
la de mis venas soltará mi acero.
MARTÍN. Hijo, modera ese furor.
MARSILLA. ¿Quién osa
hijo llamarme ya? ¡Fuera ese nombre!
La desventura quiebra
los vínculos del hombre con el hombre,
y con la vida y la virtud. Ahora,
que tiemble mi rival, tiemble la mora.
Breve será su victorioso alarde:
para acabar con ambos aun no es tarde.
MARTÍN. ¡Desgraciado! ¿qué intentas?
MARSILLA. Con el crimen
el crimen castigar. Una serpiente
se me enreda en los pies: mi pie destroce
su garganta infernal. Un enemigo
me aparta de Isabel: desaparezca.
MARTÍN. Hijo....
MARSILLA. Perecerá
MARTÍN. No....
MARSILLA. ¡Maldecido
mi nombre sea, si la sangre odiosa
de mi rival no vierto!
MARTÍN. Es poderoso....
MARSILLA. Marsilla soy.
MARTÍN. Mil deudos le acompañan....
MARSILLA. Mi furia a mí.
MARTÍN. Merézcate respeto
ese lazo....
MARSILLA. Es sacrílego, es aleve.
MARTÍN. En presencia de Dios formado ha sido.
MARSILLA. Con mi presencia queda destruído.
Habitación de ISABEL en la casa de DON RODRIGO . Dos puertas a la
izquierda del espectador, una en el fondo, y una ventana sin reja a la
derecha.
DON PEDRO, DON MARTÍN
PEDRO. Ya cesó la vocería.
MARTÍN. Ya se tranquiliza el pueblo.
Zaén en la cárcel queda
con los demás bandoleros.
PEDRO. Milagro ha sido salvarlos
mayor que lo fué prenderlos.
MARTÍN. Y no los prenden quizá,
si no acuden tan a tiempo
los moros que de Valencia
con los regalos vinieron
de su Rey para mi hijo.
¡Regalos ya sin provecho!
¡Castigue Dios a quien tiene
la culpa!
PEDRO. ¡Oh! lo hará. Primero
que vayamos esta noche
los dos al Ayuntamiento,
donde ya deben hallarse
juntos el Juez y mi yerno,
¿tendréis, don Martín, a bien
que los dos conferenciemos
un rato?
MARTÍN. Hablad.
PEDRO. Aquí está
Zulima.
MARTÍN. Bien me dijeron
los moros.
PEDRO. En esta calle
arremetió con los presos
un tropel de gente; y ella,
puesta en libertad en medio
del tumulto, se arrojó
por estas puertas adentro.
MARTÍN. Confesad que don Rodrigo
la salvó.
PEDRO. No lo confieso ...
porque no lo ví.
MARTÍN Yo, en suma,
no diré que fué mal hecho:
él debe a la mora estar
agradecido en extremo:
por ella logra la mano
de Isabel.
PEDRO. Resentimiento
justo mostráis; pero yo,
que he sido enemigo vuestro,
necesito de vos hoy.
MARTÍN. Aquí me tenéis, don Pedro.
PEDRO. Sois quien sois. Esa mujer
nos pone en terrible aprieto.
Ya veis, los moros reclaman
su entrega con mucho empeño.
MARTÍN. Y mientras el Juez resuelve,
cercada se ve por ellos
esta casa.
PEDRO. Y bien, ¿quisierais
que entre vos y yo de un riesgo
libráramos a Teruel?
MARTÍN. Crimen fuera no quererlo.
PEDRO. Si en la junta de la villa
negamos, como debemos,
la entrega de la Sultana,
va a ser enemigo nuestro
el Rey de Valencia, y puede
gravísimo daño hacernos.
MARTÍN. Y el que recibimos ambos
de su mujer, ¿es pequeño?
PEDRO. Pero es mujer, y nosotros
cristianos y caballeros.
MARTÍN. Proseguid.
PEDRO. El compromiso
queda evitado, si hacemos
que huya en el instante.
MARTÍN. Hagámoslo.
Págueme Dios el esfuerzo
que me cuesta no vengarme.
Disponed.
PEDRO. Con un pretexto
llevad los moros de aquí:
de vos harán caso.
MARTÍN. Creo
que sí.
PEDRO. Lo demás es fácil.
Puesta ya en salvo, diremos
que ella huyó por sí.
MARTÍN. Voy pues,
y ya que la mano tiendo
al uno de los autores
de mi desventura, quiero
dársela también al otro.
Decid al dichoso dueño
de esta casa y de Isabel,
que mire en estos momentos
por su vida: que mi hijo
va, loco de sentimiento
y de furor, en su busca
por Teruel; y, ¡vive el cielo
que, doliente como está,
valor le sobra al mancebo
para vengar!... Perdonadme.
Adiós. Voy a complaceros,
y a buscarle y conducirle
esta noche misma lejos
de unos lugares en donde
vivimos los dos muriendo.
(Vase por la puerta de la izquierda, más cercana al proscenio.)
PEDRO. Id con Dios. ¡Padre infeliz!
¿Y nosotros? Me estremezco
al pensar en Isabel,
cuando de todo el suceso
llegue a enterarse.
TERESA.--DON PEDRO
TERESA (dentro). ¡Favor,
que me vienen persiguiendo! (Sale.)
PEDRO. ¡Teresa! ¿Qué hay? ¿Quién te sigue?
TERESA. Las ánimas del infierno...
Las del purgatorio... No
sé cuáles; pero las veo,
las oigo....
PEDRO. Mas ¿qué sucede?
TERESA. ¡Ay! Muerta de susto vengo.
¡Ay! Isabel me ha enviado
por mi señora corriendo,
que volvió, no sé por qué,
a la casa del enfermo;
y antes de llegar, he visto
en un callejón estrecho,
junto a la ermita caída...
¡Jesús! convulsa me vuelvo
a casa.
PEDRO. ¿Qué viste? Di.
TERESA. Una fantasma, un espectro
todo parecido, todo,
al pobrecito don Diego.
PEDRO. Calla: no te oiga Isabel.
Guarda con ella silencio.
Marsilla ha venido, y ella
no lo sabe.
TERESA. Pero, ¿es cierto
que vive?
PEDRO. ¿No ha de ser?
TERESA. ¡Ay!
Pues otra desgracia temo.
PEDRO. ¿Cuál?
TERESA. No lo aseguraré,
por si es aprensión del miedo;
sin embargo, yo creí
ver que se llevaba el muerto
asido del brazo al novio.
PEDRO. ¿Qué dices?
TERESA. Aun traigo el eco
de su voz en los oídos.
Con alarido tremendo
decía: «Vas a morir,
has de morir.» «Lo veremos,»
replicaba don Rodrigo;
y echando votos y retos,
iban los dos como rayos
camino del cementerio.
Yo, señor, ya les recé
la salve y el padre nuestro
en latín.
PEDRO. Se han encontrado,
y van a tener un duelo.
Esto es antes.
ISABEL , por la segunda puerta del lado izquierdo.--DON PEDRO,
TERESA
ISABEL. ¡ Padre!
PEDRO. Aguárdame
aquí: pronto volveremos
tu madre, tu esposo y yo.
Venid, Teresa. (Vase los dos.)
ISABEL. ¿Qué es esto?
¡Mi padre me deja sola,
cuando con tanto secreto
un moro me quiere hablar!
Sin duda están sucediendo
cosas extrañas aquí.
(Acércase a la segunda puerta.)
Llegad. Al mirarle, tiemblo.
ADEL.--ISABEL
ADEL. Cristiana, brillante honor
de las damas de tu ley,
yo imploro, en nombre del Rey
de Valencia, tu favor.
ISABEL. ¿Mi favor?
ADEL. Tendrás noticia
de que salió de su corte
Zulima, su infiel consorte,
huyendo de su justicia.
ISABEL. Sí.
ADEL. Mi señor decretó
con rectitud musulmana
castigar a la Sultana,
ya que a Marsilla premió.
ISABEL. ¡Premiar!... ¿Ignoras, cruel,
que le dió muerte sañuda?
ADEL. Tú no le has visto, sin duda,
entrar como yo en Teruel.
ISABEL. ¡Marsilla en Teruel!
ADEL. Sí.
ISABEL. Mira
si te engañas.
ADEL. Mal pudiera.
Infórmate de cualquiera,
y mátenme, si es mentira.
ISABEL. No es posible. ¡Ah! ¡sí! que siendo
mal, no es imposible nada.
ADEL. Por la villa alborotada
tu nombre va repitiendo.
ISABEL. ¡Eterno Dios! ¡Qué infelices
nacimos! ¿Cuándo ha llegado?
¿Cómo es que me lo han callado?
Y tú, ¿por qué me lo dices?
ADEL. Porque estás, a mi entender,
en grave riesgo quizá.
ISABEL. Perdido Marsilla, ya
¿qué bien tengo que perder?
ADEL. Con viva lástima escucho
tus ansias de amor extremas;
pero aunque tú nada temas,
yo debo decirte mucho.
Marsilla a mi Rey salvó
de unos conjurados moros,
y el Rey vertió sus tesoros
en él, y aquí le envió.
El despreció la liviana
inclinación de la infiel....
ISABEL. ¡Oh! ¡Sí!
ADEL. Y airada con él
vino, y se vengó villana
contando su falso fin.
ISABEL. ¡Ella!
ADEL. Con una gavilla
de bandidos, a Marsilla
detuvo, ya en el confín
de Teruel, donde veloces
corriendo en tropel armado,
le hallamos a un tronco atado,
socorro pidiendo a voces.
ISABEL. Calla, moro: no más.
ADEL. Pasa
más, y es bien que te aperciba.
La Sultana fugitiva
se ha refugiado en tu casa:
en ésta.
ISABEL. ¡Aquí mi rival!
ADEL. Tu esposo la libertó.
ISABEL. ¡Ella donde habito yo!
ADEL. Guárdate de su puñal.
Por celos allá en Valencia
matar a Marsilla quiso.
ISABEL. A tiempo llega el aviso.
ADEL. Confirma tú la sentencia
que justo lanzó el Amir.
Por esa mujer malvada
para siempre separada
de Marsilla has de vivir.
Ella te arrastra al odioso
tálamo de don Rodrigo.
Envíala tú conmigo
al que le apresta su esposo,
pena digna del ultraje
que siente.
ISABEL. Sí, moro; salga
pronto de aquí, no le valga
el fuero del hospedaje.
Como perseguida fiera
entró en mi casa: pues bien,
al cazador se la den,
que la mate donde quiera.
Mostrarse de pecho blando
con ella, fuera rayar
en loca: voy a mandar
que la traigan arrastrando.
Sean de mi furia jueces
cuantas pierdan lo que pierdo.
¡Jesús! Cuando yo recuerdo
que hoy pude... ¡Jesús mil veces!
No le ha de valer el llanto,
ni el ser mujer, ni ser bella,
ni reina. ¡Si soy por ella
tan infeliz! ¡tanto, tanto!...
Dime, pues, di: tu señor,
¿qué suplicio le impondrá?
ADEL. Una hoguera acabará
con su delincuente amor.
ISABEL. ¡Su amor! ¡Amor desastrado!
Pero es amor....
ADEL. Y ¿es bastante
esa razón?...
ISABEL. ¡Es mi amante
tan digno de ser amado!
Le vió, le debió querer
en viéndole. ¡Y yo, que hacía
tanto que no le veía ...
y ya no le puedo ver!
Moro, la víctima niego
que me vienes a pedir:
quiero yo darle a sufrir
castigo mayor que el fuego:
ella con feroz encono
mi corazón desgarró ...
me asesina el alma ... yo
la defiendo, la perdono. (Vase.)
ADEL
He perdido la ocasión.
Suele tener esta gente
acciones, que de un creyente
propias en justicia son.
Yo dejara con placer
este empeño abandonado;
pero el Amir lo ha mandado,
y es forzoso obedecer. (Vase.)
MARSILLA , por la ventana
Jardín ... una ventana ... y ella luego.
Jardín abierto hallé y hallé ventana;
mas ¿dónde está Isabel?--Dios de clemencia,
detened mi razón, que se me escapa;
detenedme la vida, que parece
que de luchar con el dolor se cansa.
Siete días hace hoy, ¡qué venturoso
era en aquel salón! Sangre manaba
de mi herida, es verdad; pero agolpados
al rededor de mi lujosa cama,
la tierna historia de mi amor oían
los guerreros, el pueblo y el Monarca,
y entre piadoso llanto y bendiciones
«tuya será Isabel» juntos clamaban
súbditos y señor. Hoy no me ofende
mi herida, rayos en mi diestra lanza
el damasquino acero... No le traigo...
¡Y hace un momento que con dos me hallaba!
Salvo en Teruel y vencedor, ¿qué angustia
viene a ser ésta que me rinde el alma,
cuando, acabada la cruel ausencia,
voy a ver a Isabel?
ISABEL.--MARSILLA
ISABEL. Por fin se encarga
mi madre de Zulima.
MARSILLA. ¡Cielo santo!
ISABEL. ¡Gran Dios!
MARSILLA. ¿No es ella?
ISABEL. ¡Él es!
MARSILLA. ¡Prenda adorada!
ISABEL. ¡Marsilla!
MARSILLA. ¡Gloria mía!
ISABEL. ¿Cómo ¡ay! cómo
te atreves a poner aquí la planta?
Si te han visto llegar... ¿A qué has venido?
MARSILLA. Por Dios ... que lo olvidé. Pero ¿no basta,
para que hacia Isabel vuele Marsilla,
querer, deber, necesitar mirarla?
¡Oh! ¡qué hermosa a mis ojos te presentas!
Nunca te ví tan bella, tan galana...
Y un pesar sin embargo indefinible
me inspiran esas joyas, esas galas.
Arrójalas, mi bien; lana modesta,
cándida flor, en mi jardín criada,
vuelvan a ser tu virginal adorno:
mi amor se asusta de riqueza tanta.
ISABEL. (Aparte. ¡Delira el infeliz! Sufrir no puedo
su dolorida, atónita mirada.)
¿No entiendes lo que indica el atavío,
que no puedes mirar sin repugnancia?
Nuestra separación.
MARSILLA. ¡Poder del cielo!
Sí. ¡Funesta verdad!
ISABEL. Estoy casada.
MARSILLA. Ya lo sé. Llegué tarde. Ví la dicha,
tendí las manos, y voló al tocarla.
ISABEL. Me engañaron: tu muerte supusieron
Y tu infidelidad.
MARSILLA. ¡Horrible infamia!
ISABEL. Yo la muerte creí.
MARSILLA. Si tú vivías,
y tu vida y la mía son entrambas
una sola, no más, la que me alienta,
¿cómo de ti sin ti se separara?
Juntos aquí nos desterró la mano
que gozo y pena distribuye sabia:
juntos al fin de la mortal carrera
nos toca ver la celestial morada.
ISABEL. ¡Oh! ¡si me oyera Dios!...
MARSILLA. Isabel, mira,
yo no vengo a dar quejas: fueran vanas.
Yo no vengo a decirte que debiera
prometerme de ti mayor constancia,
cumplimiento mejor del tierno voto
que invocando a la Madre inmaculada,
me hiciste amante la postrera noche
que me apartó de tu balcón el alba.
«Para ti (sollozando me decías),
o si no, para Dios.»--¡Dulce palabra,
consoladora fiel de mis pesares
en los ardientes páramos del Asia
y en mi cautividad! Hoy ni eres mía,
ni esposa del Señor. Di, pues, declara
(esto quiero saber) de qué ha nacido
el prodigio infeliz de tu mudanza.
Causa debe tener.
ISABEL. La tiene.
MARSILLA. Grande.
ISABEL. Poderosa, invencible: no se casa
quien amaba cual yo, sino cediendo
a la fuerza mayor en fuerza humana.
MARSILLA. Dímelo pronto, pues, dilo.
ISABEL. Imposible.
No has de saberlo.
MARSILLA. Sí.
ISABEL. No.
MARSILLA. Todo.
ISABEL. Nada.
Pero tú en mi lugar también el cuello
dócil a la coyunda sujetaras.
MARSILLA. Yo no, Isabel, yo no. Marsilla supo
despreciar una mano soberana
y la muerte arrostrar por quien ahora
la suya vende y el porqué le calla.
ISABEL. (Aparte. ¡Madre, madre!)
MARSILLA. Responde.
ISABEL. (Aparte. ¿Qué le digo?)
'Tendré que confesar ... que soy culpada.
¿Cómo no lo he de ser? Me ves ajena.
'Perdóname... Castígame por falsa,
(Llora.)
mátame, si es tu gusto... Aquí me tienes
para el golpe mortal arrodillada.
MARSILLA. Ídolo mío, no; yo sí que debo
poner mis labios en tus huellas. Alza.
No es de arrepentimiento el lloro triste
que esos luceros fúlgidos empaña;
ese llanto es de amor, yo lo conozco,
de amor constante, sin doblez, sin tacha,
ferviente, abrasador, igual al mío.
¿No es verdad, Isabel? Dímelo franca:
va mi vida en oírtelo.
ISABEL. ¿Prometes
obedecer a tu Isabel?
MARSILLA. ¡Ingrata!
¿Cuándo me rebelé contra tu gusto?
Mi voluntad, ¿no es tuya? Dispon, habla.
ISABEL. Júralo.
MARSILLA. Sí.
ISABEL. Pues bien... Yo te amo. Vete.
MARSILLA. ¡Cruel! ¿Temiste que ventura tanta
me matase a tus pies, si su dulzura
con venenosa hiel no iba mezclada?
¿Cómo esas dos ideas enemigas
de destierro y de amor hiciste hermanas?
ISABEL. Ya lo ves, no soy mía; soy de un hombre
que me hace de su honor depositaria,
y debo serle fiel. Nuestros amores
mantuvo la virtud libres de mancha:
su pureza de armiño conservemos.
Aquí hay espinas, en el cielo palmas.
Tuyo es mi amor y lo será: tu imagen
siempre en el pecho llevaré grabada,
y allí la adoraré: yo lo prometo,
yo lo juro; mas huye sin tardanza.
Libértame de ti, sé generoso:
libértame de mí....
MARSILLA. No sigas, basta.
¿Quieres que huya de ti? Pues bien, te dejo.
Valor ... y separémonos.--En paga,
en recuerdo si no, de tantas penas
con gozo por tu amor sobrellevadas,
permite, Isabel mía, que te estrechen
mis brazos una vez....
ISABEL. Deja a la esclava
cumplir con su señor.
MARSILLA. Será el abrazo
de un hermano dulcísimo a su hermana,
el ósculo será que tantas veces
cambió feliz en la materna falda
nuestro amor infantil.
ISABEL. No lo recuerdes.
MARSILLA. Ven....
ISABEL. No: jamás.
MARSILLA. En vano me rechazas.
ISABEL. Detente ... o llamo....
MARSILLA. ¿A quién? ¿A don Rodrigo?
No te figures que a tu grito salga.
No lisonjeros plácemes oyendo,
su vanidad en el estrado sacia,
no; lejos de los muros de la villa
muerde la tierra que su sangre baña.
ISABEL. ¡Qué horror! ¿Le has muerto?
MARSILLA. ¡Pérfida! ¿te afliges?
Si lo llego a pensar, ¿quién le librara?
ISABEL. ¿Vive?
MARSILLA. Merced a mi nobleza loca,
vive: apenas cruzamos las espadas,
furiosa en él se encarnizó la mía:
un momento después, hundido estaba
su orgullo en tierra, en mi poder su acero.
¡Oh! ¡maldita destreza de las armas!
¡Maldito el hombre que virtudes siembra
que le rinden cosecha de desgracias!
No más humanidad, crímenes quiero.
A ser cruel tu crueldad me arrastra,
y en ti la he de emplear. Conmigo ahora
vas a salir de aquí.
ISABEL. ¡No, no!
MARSILLA. Se trata
de salvarte, Isabel. ¿Sabes qué dijo
el cobarde que lloras desolada,
al caer en la lid? «Triunfante quedas;
pero mi sangre costará bien cara.»
ISABEL. ¿Qué dijo? ¿Qué?
MARSILLA. «Me vengaré en don Pedro,
en su esposa, en los tres: guardo las cartas.»
ISABEL. ¡Jesús!
MARSILLA. ¿Qué cartas son?...
ISABEL. ¡Tú me has perdido!
La desventura sigue tus pisadas.
¿Dónde mi esposo está? Dímelo pronto,
para que fiel a socorrerle vaya,
y a fuerza de rogar venza sus iras.
MARSILLA. ¡Justo Dios! Y ¡decía que me amaba!
ISABEL. ¿Con su pasión funesta reconvienes
a la mujer del vengativo Azagra?
¡Te aborrezco! (Vase.)
MARSILLA
MARSILLA. ¡Gran Dios! Ella lo dice.
Con furor me lo dijo: no me engaña.
Ya no hay amor allí. Mortal veneno
su boca me arrojó, que al fondo pasa
de mi seno infeliz, y una por una,
rompe, rompe, me rompe las entrañas.
Yo con ella, por ella, para ella
viví... Sin ella, sin su amor, me falta
aire que respirar... ¡Era amor suyo
el aire que mi pecho respiraba!
Me le negó, me le quitó: me ahogo,
no sé vivir.
VOCES (dentro.) Entrad, cercad la casa.
ISABEL , trémula y precipitada.--MARSILLA
ISABEL. Huye, que viene gente, huye.
MARSILLA. (todo trastornado) No puedo.
VOCES. (dentro) ¡Muera, muera!
MARSILLA. Eso sí.
ISABEL. Ven.
MARSILLA. ¡Dios me valga!
( ISABEL le ase la mano y se entra con él por la puerta del
fondo.)
ADEL , huyendo de varios CABALLEROS , con espadas desnudas;
DON PEDRO, MARGARITA, CRIADOS.--ISABEL y MARSILLA dentro.
CABALLEROS. ¡Muera, muera!
PEDRO y MARGARITA. Escuchad.
ADEL. Aragoneses,
yo la sangre vertí de la Sultana;
pero el Rey de Valencia, esposo suyo,
tras ella me envió para matarla.
Consorte criminal, amante impía,
la muerte de Marsilla maquinaba,
la muerte de Isabel....
ISABEL. (dentro) ¡Ay!
ADEL. Ved en prueba
esta punta sutil envenenada.
(Muestra el puñal de ZULIMA .)
Marsilla lo que digo corrobore:
cerca de aquí ha de estar.
(Ábrese la puerta del fondo, y sale por ella ISABEL , que se
arroja en brazos de MARGARITA. MARSILLA aparece caído
en un escaño.)
ISABEL.--DICHOS
ISABEL. ¡Madre del alma!
ADEL. Vedle allí....
MARGARITA. ¡Santo Dios!
PEDRO. Inmóvil....
ISABEL. ¡Muerto!
ADEL. Cumplió Zulima su feroz venganza.
ISABEL. No le mató la vengativa mora.
Donde estuviera yo, ¿quién le tocara?
Mi desgraciado amor, que fué su vida ...
su desgraciado amor es quien le mata.
Delirante le dije: «Te aborrezco»:
él creyó la sacrílega palabra,
y expiró de dolor.
MARGARITA. Por todo el cielo ...
ISABEL. El cielo que en la vida nos aparta,
nos unirá en la tumba.
PEDRO. ¡Hija!
ISABEL. Marsilla
un lugar a su lado me señala.
MARGARITA. ¡Isabel!
PEDRO. ¡Isabel!
ISABEL. Mi bien, perdona
mi despecho fatal. Yo te adoraba.
Tuya fuí, tuya soy: en pos del tuyo
mi enamorado espíritu se lanza.
(Dirígese adonde está el cadáver de MARSILLA ; pero antes de
llegar, cae sin aliento con los brazos tendidos hacia su
amante.)