Los balcones de MadridLos balcones de MadridTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen LEONOR con manto
y doña ANA sin él
ANA:
¿Eso viste? ¡Que eso pasa!
LEONOR:
Ésta es la pura verdad
en fe de la voluntad
que, después de mi casa
eres vecina te debo.
Reconocimientos labras
ya en obras y ya en palabras,
tantos en mí que me atrevo
a revelarte secretos
que mi señora me fía.
ANA:
Querrá el Amor algún día
que con mayores efetos
me desempeñe. Leonor,
sé entretanto mi acreedora.
En efeto, ¿tu señora
tiene a mi don Juan amor?
En efeto, ¿sus engaños
me pretenden usurpar
la acción que puede alegar
quien ha que le ama dos años?
LEONOR:
En esa parte podré
disculpar a mi señora
justamente. Pues, si ignora
tus desvelos y no fue
como amiga consultada
de tus cuidados por ti,
¿en qué te ofende?
ANA:
Salí,
Leonor, cierta y desdichada
en mis sospechas. Mudó
don Juan voluntad y afetos
y, mudándolos, sujetos
de su esperanza dejó
quejas que buscan venganza
contra quien no ha delinquido.
¿Podrá ser que de su olvido
tome mi agravio venganza?
Pared en medio tenemos
las casas donde habitamos.
Por primas nos visitamos;
como amigas nos queremos;
mas, pues celosa examino
ofensas que Amor me avisa,
desde hoy más recele Elisa
las obras de un mal vecino.
Fiscalizarán mis penas
acciones que la dan alas
murmurando de las malas,
maliciando de las buenas.
Tomaré satisfacción
del agravio que me adviertes;
pero en efecto, ¿en las suertes
que echa la superstición
esta noche, salió Elisa
con don Juan?
LEONOR:
Y tú también
con don Pedro.
ANA:
En su desdén.
De sus mudanzas me avisa,
que es don Pedro pretendiente
de tu señora, anterior
en frecuencias y en favor,
ya olvidado por ausente.
LEONOR:
Si has de prevenirte en esto,
con mi advertencia prosigo:
envió Elisa conmigo
un papel en que echó el resto
de finezas...
ANA:
No seguras.
...y dentro dél encajó
la suerte que les tocó.
No te diré las locuras
que con el epigrama hizo,
con la suerte y el papel;
diversas veces en él
puso, y no se satisfizo,
los labios. Dióme esta joya.
Prometió sacarme un manto.
Si su olvido sientes tanto,
Sinón soy, Elisa es Troya,
procura tú ser Ulises.
Engaños a Elisa venzan,
y mientras estos comienzan,
adiós, hasta que me avises.
Vase LEONOR
ANA:
No tienen otro caudal
los agravios y los celos
sino ardides. Prevendrélos
contra un hombre desleal.
Guerra es amor competido;
engaños usa también.
Celos industrias me den
pues que no me dan olvido.
Busquen mis solicitudes
castigos para traiciones,
enredos para ficciones,
trazas para ingratitudes,
para su engaño desvelos;
para mis venganzas modo.
Pero ya lo he hallado todo
pues soy mujer y con celos.
Vase doña ANA.
Salen como de noche
el CONDE y don JUAN
CONDE:
¡Templada noche!
JUAN:
Muere
en ella el año, y cuando expira, quiere
obligarnos su blanda despedida;
que el huésped bienhechor tarde se olvida.
CONDE:
No sé yo que pudiera
competirla la mansa primavera.
¡Qué clara! ¡Qué agradable!
JUAN:
A mis venturas favorece afable.
¡Ay, Conde y señor mío!
Si Amor rapaz es todo desvarío,
y como niño estima
juguetes con que más su fuego anima,
un favor, un juguete,
fortunas esta noche me promete
que estorben mi tristeza
si del modo que acaba el año, empieza.
CONDE:
Agravio me habéis hecho,
don Juan, cuando os presumo satisfecho
de la amistad que os fío,
con el nombre de "Conde y señor mío."
Dejad títulos graves
que los de la amistad son más süaves;
pues siendo vos mi amigo,
éste es, sólo, el blasón a que os obligo.
Aunque tan recatado
hallo de mi amistad vuestro cuidado,
y en él tan poco os debo
que llamaros amigo no me atrevo.
JUAN:
Creed que si fiárosle rehuso,
no es por dudar de vos; mas porque el uso,
que yo frecuento poco,
no ha de juzgarme amante sino loco.
Y, porque viváis cierto
de que por esto el alma os he encubierto,
aunque desacredite
con vos mi seso y vuestra risa incite,
oíd filosofías
de un peregrino amor que ha muchos días
que siéndole obediente
en mí es naturaleza, no accidente;
pero con presupuesto
que no ha de seros, Conde, manifiesto
el nombre de la dama
que me ha juramentado, y de mi llama
tanto el secreto estima,
que hasta en los ojos su silencio intima.
CONDE:
Con peligrosa usura
os empeña, don Juan, esa hermosura.
Decid, que yo os prometo
que por mí no peligre ese secreto.
JUAN:
Yo, amigo Conde, adoro
la perla más que al nácar, más que al oro;
al diamante que engasta
la forma, más que a su materia. ¡Basta!
Quiero decir con esto
que adoro a un alma con amor honesto,
tan libre de apetito,
que aun el pensarlo juzgo por delito.
CONDE:
Las gracias de un valiente entendimiento
enamoran tal vez el pensamiento;
y si él solo os recrea,
la dama debe ser, don Juan, tan fea
que el apetito os tasa
y amando al dueño perdonáis la casa.
¿De qué os sirven los ojos
si estímulo no son de sus despojos?
¿Tenéisla por hermosa?
JUAN:
Llamen reina de flores a la rosa,
a Apolo las estrellas,
que ésta es la rosa y sol de todas ellas.
Blasone golfos de oro
la ninfa de Agenor que sobre el toro
nombró a Europa por ellos.
Diga la antigüedad que en los cabellos
de Elena y de Lucrecia
Arabias peinó Italia, Ofires Grecia.
Frecuente agora el uso
sutilizando el ébano difuso
aunque el francés lo tache,
cubra España sus sienes de azabache;
que mi amorosa prenda
ni el oro es bien que su cabeza ofenda,
ni el ébano, que en hilos
de nuestra patria abona los estilos.
Pues haciendo amistades
estas dos encontradas cualidades,
ni el sol podrá dar quejas
de que su luz no mira en sus madejas,
ni de ellas forma injurias
el azabache natural de Asturias,
pues de estos dos extremos,
el medio hermoso dilatado vemos.
Tan cándida la frente
espaciosa, venusta, transparente,
que en su alabastro puro,
por lo exterior al centro conjetura,
habitación hermosa
del alma que organiza y, ingeniosa,
asombra entendimientos,
oficina de tales pensamientos.
JUAN:
Dos arcos la rematan,
y entrambos semi-esferas se dilatan
sobre los ojos bellos
que, en fe de los que matan,
triunfante siempre, el niño dios en ellos
quiso con muestras reales
coronarlos también de arcos triunfales.
Yo sé que si los vieras,
para vivir mil veces mil murieras,
porque con dulces ceños
al paso que son graves son risueños.
Desde ellos se origina
un trozo de alabastro que termina
las dos mejillas bellas,
sutil la proporción, en medio de ellas.
Y allí el jazmín nevado y clavellina,
casados sus colores,
auroras son del sol. ¡Si fueran flores
los labios encendidos!
Dos arcos pueden ser de dos Cupidos,
y aunque purpúreo el fuego,
la risa abrasa en ellos al sosiego.
Alcaides son de nieve,
en nácares menudos que Amor bebe
y en listas condensada,
perlas los juzga el alma que abrasada
se asombra suspensiva
de que la nieve junto al fuego viva.
Yo he visto en su garganta
tanto marfil con alma, plata tanta,
que en su comparación es etiopisa
la que en Moncayo eterna no se pisa.
JUAN:
Y está en sus manos bellas,
cuyos dedos eclipsan las estrellas,
que en oro las coronan,
tanto puro candor, blancas blasonan,
que apenas de mi amor podrán las penas
juzgar si manos son o si azucenas.
Su talle tan honesto
tan airoso, bizarro, y tan dispuesto,
que solamente el uso
no la necesidad corchos le puso.
Ves, Conde, este retrato
de la hermosura, celestial ornato,
pues con ser como pinto,
mi amor del ordinario es tan distinto,
que puesto que los ojos
se deleitan tal vez en sus despojos
sin detenerse en ellos,
viriles sólo son viendo por ellos
al huésped que en tal casa
mi voluntad honestamente abrasa.
¿No has visto en los antojos
que con ser de cristal nunca los ojos
en ellos se detienen,
sino que por su medio a alcanzar vienen
el objeto que intentan
aunque hermosos la vista no violentan?
Carlos, ¿nunca sediento
te sirvió el vidrio puro de instrumento
en que el agua sabrosa
te brindaba la sed apetitosa?
¿Hiciste entonces caso
del encarnado búcaro del vaso,
puesto que cristalino
mereció estimación por peregrino?
Deleitóle sin duda más de paso
porque solo tu fuego
pretendía en el agua tu sosiego.
Pues yo del mismo modo
tomo en el agua en que se cifra el todo
de mi amada belleza
y no paro por el fruto en la corteza.
CONDE:
Bien dicen que es locura
amor; que en cada cual mostrar procura
el modo en que se extrema.
Mas, don Juan, cada loco con su tema.
Yo estoy también perdido
por cierta dama de quien habéís sido
tan acertado Apeles
que juzgo que cohechó vuestros pinceles,
porque es, don Juan, la propia
de quien me tiene loco vuestra copia;
puesto que estoy sujeto
no al abstracto cual vos, sino al concreto.
JUAN:
¿Qué? ¿Vos sois, Conde, amante
de hermosura a la mía semejante?
CONDE:
Sirvo con tierno trato
una belleza de quien es retrato
la discreción que hicisteis,
de suerte que sospecho que quisisteis
darme con ella celos
si no es que Amor duplica paralelos.
JUAN:
¿Y sois correspondido?
CONDE:
Recíproco favor han conseguido
mis dichas hasta agora,
puesto que honestamente me enamora.
JUAN:
¿Vive cerca?
CONDE:
Hasta en eso
se logran coyunturas que intereso.
Bien cerca de aquí habita.
JUAN:
Conde, si como a mí no os necesita
la fe del no nombrarla,
fiadme su noticia.
CONDE:
Fuera darla
ocasión de perderla.
JUAN:
Y si yo os aseguro de tenerla
de tal suerte escondida
dentro del alma que jamás os pida
justa satisfacción de esos agravios,
privilegiada siempre de mis labios,
¿por qué queréis causarme
sospechas que se atrevan a matarme?
CONDE:
Porque vuestro secreto
engendra en mi temor el mismo efeto.
Pintáisme vuestra dama
y mientras me ocultáis cómo se llama,
creyendo yo que es ella
la misma que pretendo, una centella
de celos es, bastante
para abrasar al Troya de un amante.
JUAN:
¡Qué tanto se parece
a la que os he pintado!
CONDE:
No merece
que otra alma ni otra vida
en distintos sujetos las divida.
La frente, los cabellos,
las cejas, la nariz, los ojos bellos,
las mejillas, la boca,
el cuello hermoso de cristal de roca,
las manos, cuerpo y brío,
y el claro entendimiento, hechizo mío,
todos son propiedades
del bien que adoro, envidia de beldades.
JUAN:
Pues, Conde, si es la propia
que yo idolatro y que os mostró mi copia,
¡desesperad cuidados,
y advertid que acostumbran los sagrados
de pura cortesía
desvanecer tal vez la fantasía
de verdes presunciones
interpretando equívocas acciones!
Yo sé que solo vivo
en su amoroso pecho. Yo recibo
favores sólo honestos,
al yugo casto del Amor dispuestos.
Y porque no os dé enfado
el presumirme necio confiado,
advertid que no ha un hora
que echando suertes, fue mi protectora
Fortuna de manera
que me cupo mi dama, y que me espera
por esto tan gustosa
que el parabién se ha dado de mi esposa.
Oíd el epigrama
con que la suerte a su favor me llama: Saca un papel don JUAN y léele
"Tendrásle de celos loco;
mas vencerá tu firmeza,
que en premio de tal belleza
nunca mucho costó poco."
¡Este me ensoberbece! ¡Esto me escribe!
CONDE:
¡Qué de engaños, don Juan, os apercibe
la propia confianza!
El mar y la mujer, todo es mudanza.
Ese favor, testigo
del gozo con que os veo, esa fineza
sorteada por vos fue sutileza
de un ingenio doblado que conmigo
como con vos procura,
siendo arte, persuadirnos que es ventura.
Antes que yo os hallara,
vino su confidente en busca mía,
y antes que pronunciara
las nuevas que entre engaños me traía,
disfrazando intereses en caricias,
me condenan en costas sus albricias.
Oíd la letra agora
común de dos, de quien os enamora: El CONDE refiere de memoria la misma letra que leyó don JUAN
"Tendrásle de celos loco,
mas vencerá tu firmeza,
que en premio de tal belleza
nunca mucho costó poco."
JUAN:
Pues, ésa, ¿no es la misma que yo os dije
que acaba de enviarme?
CONDE:
Ésta os dirige
y ésta me remitió, porque hay ya versos
que sirven a propósitos diversos.
Decid, don Juan, agora
que ese sol, esa luna, que esa Aurora
no alumbra indiferente
con una misma luz diversa gente.
JUAN:
A tanta costa mía
venció vuestra probanza mi porfía.
¡Que si mi muerte instantes se dilata
ni el basilisco mata,
ni el rayo es homicida,
ni el áspid salteador de nuestra vida!
¡Remisa es la saeta
que del arco caribe el aire inquieta,
ni la enramada bola
de bombarda flamenca o española
mortal hileras tiende;
ni la traición ofende,
ni da el pesar desvelos,
ni agravios turban, ni enloquecen celos!
CONDE:
¡Templaos, don Juan, templaos!
¿A dónde vais furioso? Sosegaos,
que ni de vuestra dama
pudo eclipsar la encarecida fama,
ni sé que su noticia
materia pueda dar a mi malicia.
Sólo la rectitud de vuestra llama,
tan desnuda de afectos sensitivos
que sin los incentivos
de vuestro amor, platónicos despojos
os cautivan el alma y no los ojos,
segura de deseos
bastó a obligarme agora por rodeos,
mentiras y quimeras
a sacar de estas burlas esas veras.
Ni la letra que os dije en su desdoro
os alborote o cause maravilla,
porque sólo el oílla
bastó para decírosla de coro.
Gozad vuestros favores;
que libre estáis por mí de opositores.
JUAN:
Conde, las amistades
no disfrazan engaños con verdades.
De vuestra fe con causa voy dudando
porque celos que abrasan, ni aun burlando... Vase don JUAN
CONDE:
Envidia tengo a este hombre.
Curioso, deseo ver esta hermosura,
esta exageración, esta pintura,
esta mujer sin nombre
que con tantos primores
usurpa a la retórica colores,
pincel la lengua y labios
de quien, ocasionando sus agravios
no ve cuan peligrosa
es la alabanza de la prenda hermosa
cuando otro está delante
que puede ser su amante,
y que la llama del Amor, curiosa,
ceba más su veneno,
que con el propio, con el bien ajeno.
Registraré advertido
sus pasos, sus acciones, su sentido,
hasta saber si son ponderaciones
o verdades en ella perfecciones
de tanta consecuencia.
Y si verdades son, tenga paciencia
quien el tesoro enseña al avariento,
brindar osa al sediento,
y a juventud ociosa, toda llama,
las perfecciones pinta de su dama.
Vase el CONDE.
Salen don ALONSO, viejo, y don PEDRO de camino
ALONSO:
Los brazos tengo de daros
segunda vez; los primeros
con los plácemes de veros
y esto es para gratularos,
yerno no, heredero sí,
hijo y de mi Elisa esposo.
PEDRO:
Soy tan poco venturoso
que dudo aun viéndome así
por vos en ellos premiado
que se ha de lograr mi suerte.
ALONSO:
No se blasone amor fuerte
si tiembla desconfiado,
¿qué causa tan improvisa
os pudo llevar de aquí?
PEDRO:
Es obedecer ansí
preceptos, señor, de Elisa.
En el parque una mañana
del abril, que en ella vio
más jazmines que pisó
el alba con pies de grana,
la signifiqué el deseo
que tenía de agradarla,
servirla e idolotrarla.
Y respondió, "No lo creo
mientras que no hagáis por mí
una fineza amorosa
al paso dificultosa
que estimable." Prometí
lo que acostumbra quien ama
y díjome, "Yo quisiera
que en estos tiempos hubiera
quien ausente de su dama,
no siendo correspondido,
tan firme y constante fuese
que al que afirma desmintiese
que la ausencia causa olvido
de quien presente encarece
su amor, su desvelo y fe.
No hace mucho, pues, quien ve
el objeto le apetece.
Obligadme en esto vos.
Ausentaos y averigüemos
el tiempo que no nos vemos
cual es firme de los dos.
PEDRO:
Y si acaso en la jornada
que os olvidasteis escucho,
no se os dé, don Pedro, mucho
que no se me dará nada."
Fuése y dejóme, juzgad
de qué modo, despreciado,
con celos y desterrado;
pero de su voluntad
tan solícito albacea
que aquel día me partí
a Talavera, y allí
en fe de lo que desea,
puesto que con más firmeza
mi amor que cuando la veía,
obediente mi porfía
como ingrata su belleza.
Permaneciera el amor
que en su desdén solicito,
a no haberme vos escrito
tres veces que su rigor
se enternece a vuestra instancia
y que a mi fe agradecida
a vuestro gusto rendida
y leal a mi constancia
darme la mano os promete.
Esto de aquí me ausentó
y esto me restituyó.
Siete meses, siglos siete
acreditan la fe mía
más firme en los desengaños
que Jacob en sus siete años
él presente, y yo sin Lía.
ALONSO:
¿Qué tanto ha que estáis aquí?
PEDRO:
Ayer llegué.
ALONSO:
¿Y desde ayer
no fuera justo saber
vuestra venida?
PEDRO:
Advertí
que siendo de noche y tarde
os fuera huésped pesado.
Allá os remití un criado
y no es mucho que os aguarde.
ALONSO:
¡Cortedad impertinente!
Venid, don Pedro, venid.
Seréis esposo en Madrid
de quien querelloso ausente,
y entretanto agasajado
de doña Ana, mi sobrina
que de mi casa vecina
ni poco ha solicitado
vuestro alegre casamiento.
PEDRO:
Debo yo mucho a doña Ana.
ALONSO:
Veréis a Elisa mañana.
[A prevenirla me ausento].
Vanse don PEDRO y Don ALONSO.
Salen doña ELISA, con un papel, y CORAL
ELISA:
¿Qué tantos extremos hizo
don Juan con la suerte y letra?
Coral, ¿qué tanto se holgó?
CORAL:
Háse holgado de manera
que es un holgazón de gustos,
y si en Burgos estuviera,
fundaran sus holgaduras
diez conventos de Las Huelgas.
De los versos que te escribe
sacarás como madeja
el hilo por el ovillo,
el mesón por la tableta.
Léele y verás que te paga
en décimas o espinelas
diezmo su amor como a cura,
alcabala sin que venda,
diez por uno sin ser trigo,
sisa sin tener taberna,
y como alguacil de corte
la décima de su hacienda,
que son versos guarnecidos
de aljófar, diamantes, perlas,
nácares, púrpuras, lamas,
soles, auroras, estrellas,
rosas, jazmines, piropos,
cóncavos, zonas, esferas,
rasgos, amagos, conturnos,
giros, remedos, cometas,
con todos los cachivaches
que cuando el reloj se suelta,
los cómicos de este siglo
de golpe desenfardelan.
ELISA:
¿Pues tú también satirizas?
CORAL:
¿A quién no dará molestia
tanto girón y retazo
como hilvana una comedia?
¿Viste mudar una casa
cuando sobre una carreta
la cargan de baratijas
unas con otras revueltas?
¿El escritorio y las ollas,
las sartenes y rodelas,
el arcabuz y las naguas,
los platos y la maleta,
al alfombra y el orinal,
la bota y la limpiadera,
la tinaja y los retratos,
las espadas y las ruecas?
¿Viste tocar las campanas
cuando una casa se quema,
y los frailes y alguaciles
por las ventanas y rejas
arrojar a trochemoche
cofres, estrados, carpetas,
libros, basquiñas, pinturas,
guitarras y sombrereras?
¿Viste almonedas vulgares?
¡Qué de vistas te dijera
a no darte el quid pro quo!
Digo ejemplos por sentencias.
Pues, siempre que oigas candores,
epiciclos, inflüencias,
crepúsculo, potulantes,
antípodas y diademas,
imagina que son trastos,
y carretón el poeta
cargado de triquismiquis.
¡Que se muda! ¡Que se quema!
ELISA:
Leo que estás formidable.
CORAL:
Tú también formidoblencias
alguno de gongoriza,
pues te villamedianeas. Lee ELISA el papel
ELISA:
"Ya no puede ser severo
este mes ni su aspereza
pues retratándote empieza
en mayo agora el enero.
Felicidades espero
lograda con poseerte,
pues si estriban en quererte
gozos que mis dichas forman,
sola esta vez se conforman
en mí el amor y la suerte.
Si por suerte me cupiste,
¿qué más suerte y más fervor?
Eternamente deudor
de la Fortuna me hiciste.
Mostrar, Elisa, quisiste
que cuando más desvaría,
burlando el tiempo porfía
en mi favor experiencias,
y que aun en las contingencias
no puedes ser sino mía."
CORAL:
¿Qué te parece eso? ¡Sí
que es decimar con llaneza
y no andar pordiosando
vocablos de Zeca en Meca!
Sale don ALONSO
ALONSO:
Tan propicio a nuestras dichas,
Elisa, el año comienza.
Mas vos, ¿qué buscáis aquí?
CORAL:
(¡Concentainas y Palencias!) (-Aparte-)
ALONSO:
¿No habláis? ¿Qué queréis? ¿Quien sois?
CORAL:
(San Tiento asista en mi lengua.) Aparte
Soy, señor, cierta persona...
(Persona, sí, mas no cierta (-Aparte-)
porque nunca estoy en casa...
ni persona, porque de éstas
hay mucha falta en el mundo.)
Distilo quintas esencias,
limpio dientes, curo callos,
hago moños, saco muelas.
Llamóme desde el balcón
una titular doncella
que diz que lo son de anillo
en la corte las caseras.
Fiéla, habrá cuatro días,
diez reales de menudencias
y vuelvo por la cobranza.
Señora, tiene la cuenta;
vuestra merced la repase
y quite en Dios y conciencia
lo que fuere exorbitancia
que luego daré la vuelta.
Vase CORAL
ALONSO:
Ya tenemos en Madrid
a tu don Pedro y tan cerca
que como a Píramo y Tisbe
una pared nos le niega.
Pero en tu silencio admiro,
Elisa, y en la tibieza
de tus ojos que sin gusto
has recibido estas nuevas.
La grana de tus mejillas,
dirás que son nobles muestras
que excusando cortedades
te han enmudecido honestas;
pero como esas colores,
equivocando apariencias,
de un mismo modo disfrazan
al pesar y a la vergüenza,
sólo pueden constrüirlas
el discurso y la prudencia
que en mí, esta vez estudiosa,
fiscaliza tu modestia.
Todas las que te he tratado
de don Pedro, su nobleza,
su amor, su caudal, su estima,
su discreción y su hacienda,
o mudas conversación
o te finges indispuesta
o con los ojos me dices
lo que no osas con la lengua.
Pues, Elisa, ya mis años
necesitan de quien tenga
cuidado de ti y mi casa,
que me alivie y te merezca.
ALONSO:
Harto tengo que lidiar
con ellos y sus molestias
sin añadir sobrecargas
desiguales a mis fuerzas.
Don Pedro es un mozo ilustre,
agradable en su presencia;
conózcole desde niño.
Seis mil ducados de renta
tiene en juros y heredades,
ni travesuras le inquietan,
ni juegos le desperdician,
ni amigos le desordenan.
Yo le tengo voluntad,
y es tanta la que te muestra
que no han bastado a mudarle
tus rigores ni su ausencia.
Yo sé cuan bien te ha de estar.
Ya te consta cuan mal lleva
mi condición rebeldías.
Excusemos resistencia
que la vecindad murmure,
porque quieras o no quieras
te tiene de ver mañana,
y esotro han de quedar hechas
sin falta las escrituras,
o salir la noche mesma
en un coche de Madrid
para un convento de Lerma.
Vase don ALONSO
ELISA:
Todo mal no prevenido
es precursor del desmayo.
Mata repentino el rayo,
y si no, quita el sentido.
Instantáneo rayo ha sido,
don Juan, mi padre cruel.
Mas privilégiame de él
mi firmeza inexpugnable;
que aunque a todos formidable,
no hiere el rayo al laurel.
Cuando de mi amor discuerde
y me amenazan congojas,
no porque tiemblan las hojas
el laurel su verdor pierde.
Siempre firme, siempre verde
sus rigores me verán
y, si en perseguirme dan,
la muerte es común remedio;
que mi amor no admite medio
entre la muerte y don Juan.
Entra doña ANA
ANA:
Permisiones de parienta
y llanezas de vecina
cuando el amor me encamina
y vengo a verte contenta
excusan autoridades
de criadas, manto, coche
y visitarte de noche.
Prima, nuestras amistades,
por causa tuya algo tibias,
se vuelven ya a restaurar.
Plácemes te vengo a dar
si es que con ellos te alivias
del esposo que por ti
mi casa admite gustosa;
porque de ser tú su esposa
me toca también a mí.
Perdona la mayor parte
pues nuestra dicha nos casa.
Entró don Juan en mi casa,
no sé si para buscarte,
e informóse, aunque turbado,
de tu don Pedro y de mí
que de Talavera aquí
viene casi desposado;
porque tu padre le avisa
de que ya menos cruel
quiere Amor lograr en él
dificultades de Elisa.
ANA:
Confirmaron sus recelos
las cartas que le leyó
y tu padre le escribió,
mas no bastaron los celos
a destemplar su cordura
si bien nos dieron aviso
de lo mucho que te quiso.
Antes, con la compostura
que debe a su discreción,
gratulando al venturoso,
dijo, "Digno es tal esposo
de tan discreta elección."
Quedaron los dos amigos
y yo lo quedé también.
Hémonos querido bien.
¿De qué sirvieran castigos
que no me estaban a cuento
y yo después padeciera
si por uno que le diera
había de llorar ciento?
No me ha cabido en el pecho
este gozo hasta que tengas
parte de él y te prevengas
a lo que ya, prima, es hecho.
El alma a don Pedro aplica
que, pues me caso y te casas,
la vecindad de las casas
mis bodas te comunica.
Y adiós, que vengo de prisa
y es razón, mientras no sale
mi huésped, que le regale
por quien es y por su Elisa.
Vase doña ANA
ELISA:
¡Qué cobardes son, Fortuna,
las desdichas que ocasionas!
A cientos las eslabonas;
nunca vienen de una en una.
No fueras tan importuna
si cruel en sus aumentos
sin celos dieras tormentos;
pero, ¿qué bronces podrán
con ellos y sin don Juan
valerse de sufrimientos?
¿Yo ironías de doña Ana?
¿Yo de don Juan menosprecios?
¡Fuera, pundonores necios!
¡Fuera, obediencia tirana!
¿Mañana, cielos, mañana
prenda del que aborrecí?
¿Yo sin don Juan y él sin mí?
¿Dueño de quien me persigue?
¡Primero que al "sí" se obligue
un áspid llegue en el "sí"! Sale CORAL deteniendo a don JUAN
JUAN:
¿Tú me impides? ¡Vive el cielo!
CORAL:
Viva, pero no has de entrar.
JUAN:
¿Quieres que te dé la muerte?
CORAL:
Llamaránte irregular.
JUAN:
Apártate. No ocasiones...
CORAL:
Tú las ocasiones das.
¡De noche y en casa ajena,
colérico criminal!
El viejo es tan avariento
de su honor y autoridad
que al punto que aquí nos vea
dará el grito garrafal
que todo el barrio convoque.
Don Pedro que los oirá,
pues no es sordo ni está lejos,
competidor puntual,
ha de retar a Zamora.
Al duelo responderás
y, angulando con él tretas,
acabóse el amistad.
Elisa, su semi-esposa,
si te tuvo voluntad,
remitirá sus empeños
al valle de Josafat.
Doña Ana quede la tuya,
se soñaba dueño ya.
Si estelionatos cometes,
¿qué ha de hacer sino rabiar?
Pues Leonor, la relamida
lanzadera del telar
de esta pretensión picote,
pues tejedora neutral
entre ti y tu concurrente
ha sabido enmarañar
lanas de color diversa,
negra aquí si blanca allá.
Siendo arrendajo de Elisa,
¿quién duda que ha de bailar
al son que su ama la hiciera?
Y entrando la vecindad,
¿contra tantas pechelingües
qué importa ser Fierabrás?
Ni, ¿qué fieltro es poderoso
contra tanta tempestad?
¡Vuelta, vuelta los franceses!
¡Oh, si en tus trece te estás!
Pues no comí las maduras,
vuélvame yo en haz y en paz
de la santa cobardía!
JUAN:
En la templanza verás
con qué disparates te oigo,
el sosiego con que están
en mis agravios mis pasiones.
Sólo quiero gratular
resoluciones de Elisa
por lo bien que le estará,
a doña Ana a quien obligo
la airosa facilidad
con que redimo deseos.
¡Que empleo mi amor tan mal!
Tráigote en mi compañía
por si llega a preguntar
circunstancias de esta acción,
pues ansí me excusarás
de satisfacciones nuevas.
No estoy loco. Ténme en más.
Ven y escucha.
CORAL:
¿Das en eso?
Pues paciencia y barajar.
Llega muy cortés don JUAN a ELISA que estará muy suspensa
JUAN:
Bésoos, señora, la mano.
ELISA:
¡Jesús, señor! ¿Aquí estáis?
Suspensiones cuidadosas,
hijas de una novedad,
me excusan no haberos visto.
JUAN:
Como es dueño principal
de los sentidos el alma,
y en ella aposesionáis
al dichoso que os merece,
¿quién duda que os llevará
para darle la obediencia
la vista que me negáis?
Tal vez si entra señor nuevo
en su casa, la lealtad
del ministro se descuida
de la puerta donde está
por irle a ver y a servir.
Lo mismo, señora, usáis
con los ojos, pues se olvidan,
aunque abiertos, de mirar.
Yo, también, interesado
en vuestra felicidad
por vecino y por pariente...
Si este título extrañáis
advertid que hemos de serlo
en grado de afinidad.
Vengo todo parabienes
de esperanzas que veáis
brevemente posesiones
y éstas duren siempre en paz
siglos que juzguéis instantes.
ELISA:
En ellos, señor don Juan,
eternicéis con mi prima
tan cuerda conformidad;
que yo, mil veces dichosa,
con el deudo que me dais
el parabién os retorno.
CORAL:
(¡Con salsa de para mal!) (-Aparte-)
JUAN:
Vengo a veros demás de esto
porque os quisiera excusar
lástimas impertinentes
que es fuerza que me tengáis
si no os desocupo de ellas;
porque si en vuestra beldad
tuvo acción no presumida
mi fe que os sirvió leal,
habiendo, Elisa, tampoco,
que pudiera blasonar
suertes felices, la suerte
que desmintió la verdad.
¿Quién duda que permanezcan
cenizas para señal
de incendios que recién muertos
palpitando agora están?
Pues no, Elisa, no por esto
las sazones impidáis
que os ofrece la Fortuna
que no lo son con azar.
Mi libertad despedida,
ya de veras libertad,
para volverse a su centro
me anduvo anoche a buscar.
Encontróla vuestra prima
y, como la antigüedad
de criados que son fieles
reliquias suelen dejar
de afición en sus señores,
fue fácil en su piedad
que olvidando sentimientos
se volviese a acomodar.
No ha mejorado de dueño;
pero tan contenta está
que si os faltaran los gustos,
os lo pudiera feriar.
ELISA:
Tenéis vos tan movediza
el alma que vida os da
que en dos días se envejece
violentada en un lugar.
Quien dueños a meses muda,
por más que sirva, no hará
palacios con azulejos.
CORAL:
(Acoto con el refrán.) (-Aparte-)
ELISA:
No os tengo lástima a vos,
pues siendo la liviandad
tan propia cosecha vuestra
seguís vuestro natural.
A doña Ana, sí, y no poca,
que podrá con vos juntar
al pésame de perderos
los plácemes que la dan
segunda vez de adquiriros;
porque en vos tan cerca está
en materia de firmezas
el salir como el entrar.
Allá se lo haya su amor,
que el mío os puedo afirmar
que os echa tan poco menos
que no necesitarán
de pregoneros mis penas
para que os vuelvan acá.
Tiene ya dueño mi dicha
y, como mi voluntad
mañana ha de recibirle
donde eterno ha de habitar,
está despejada y limpia;
que fuera temeridad
que hallara en su casa el dueño
celos en qué tropezar.
Estorbadlos vos en ésta
porque si la frecuentáis,
ni ha de estaros a vos bien
ni a doña Ana sino mal.
JUAN:
¿Quisiéredes vos agora,
contra la serenidad
y quietud de mis afectos
que vos infiernos juzgáis,
que ofendida mi paciencia
soltara todo el raudal
de amenazas y locuras
que acostumbran fulminar
los agravios y los celos?
¡Qué mal haréis si aguardáis
desesperados arrojos,
frenética tempestad
de injurias y desafíos
y esto de ingrata, desleal,
cruel, inconstante, aleve,
cera al fuego, pluma al mar,
con todos los atributos
de que tan llenos están
los teatros cuando pintan
a una dama y a un galán!
Pues, creedme, a fe de libre,
que a poder vos registrar
lo que pasa acá en mi pecho
donde ni estaréis ni estáis,
os partiéredes corrida
porque no se juzga ya
si a amantes no desespera
por valiente una beldad.
ELISA:
Por vida vuestra que os creo;
aunque en ver que os abonáis
tan sin qué ni para qué
me ha dado qué sospechar.
¿Qué sería, si así fuese?
Que ya yo vi rotular
libros en el pergamino
que siendo de humanidad
pasan plaza de devotos.
Y en las Indias hay volcán
de nieve la superficie
y en el centro de alquitrán.
JUAN:
Pues hagamos una cosa
vos y yo, porque creáis
cuan preservado me tienen
escarmientos de ese mal.
Yo quedaré por perjuro
y hombre de poco caudal
sin palabra ni nobleza
como vos propio hagáis
si pusiere en vos los ojos,
si llegare a preguntar
por vos en toda mi vida.
¿Qué tal de gustos os va
si os quiere mucho don Pedro,
si fue su amor al quitar
y otras cosas a este tono
que ya por curiosidad,
ya porque recuerdos duran,
quien bien quiere suele usar?
¿Qué respondéis?
ELISA:
Que seré
en eso tan liberal
que del mismo pensamiento
os juro desde hoy borrar.
Y para que echéis de ver
que lo que determináis
es lo que yo apetecía,
añado una cosa más
que os desengañe del todo.
JUAN:
¿Y es la cosa?
ELISA:
Que os sirváis
de que doña Ana me elija
su madrina.
JUAN:
Será igual,
Elisa, mi desempeño,
si me permitís honrar
siendo yo vuestro padrino.
ELISA:
¡Jesús! Con esto estarán
cabales todas mis dichas.
CORAL:
(No tan bendito y cabal; (-Aparte-)
que a fe que les viene apelo
aquello de "más mal hay
en el aldehuela, madre,
que se suena." Ello dirá.)
JUAN:
En fin, ¿estamos conformes
los dos en esto?
ELISA:
¡Y qué tal!
JUAN:
Quien se acordare primero
del otro...
ELISA:
...merecerá
descréditos de perjuro.
JUAN:
Mucho haréis si lo juráis.
ELISA:
¿Yo? ¡Por vida de don Pedro!
Mas, ¿qué os pretendéis vengar
jurando la de mi prima?
¿Que todo vuestro caudal
se cifra en aquese juro?
JUAN:
Eso os debe de abrasar;
mas la vida de don Pedro
no es cosa en que mucho os va.
ELISA:
¿No? ¿Habiendo de ser mi esposo?
JUAN:
Hasta agora libre estáis.
Yo sé que escondéis adentro
otro que os importa más.
Jurad por él o os creeré.
ELISA:
¿Y es?
JUAN:
Por vida de don Juan.
ELISA:
¡Jesús! ¡Qué gran desatino!
No me acordaba de él ya.
¿Vos no veis si por él juro,
que habiéndole de nombrar
pierdo con vos el apuesta?
Dios le perdone.
JUAN:
Jurad
por vida de todo aquello
que más queréis y adoráis.
ELISA:
Don Pedro viene a ser ése.
JUAN:
Si es don Pedro, ¿qué se os da?
ELISA:
¿Para qué he de repetirlo?
JUAN:
¡Qué engañosa que rehusáis!
Jurad por vida de Carlos.
ELISA:
¿Qué Carlos? ¿El de Roldán,
o el español Carlos Quinto?
JUAN:
Negad, Elisa, negad
un Conde que en vuestras suertes
sirvió de encuentro y azar
para encumbrarse en mis dichas
hallándose tan capaz
en vos el alma que a un tiempo
tres en ella aposentáis:
a don Pedro, a mí, y al Conde.
Y entre ellos mi libertad,
más que todos infelice
porque os supo querer más.
ELISA:
¿Qué Carlos? ¿Qué Conde es éste?
¿Qué azares? ¿Qué encuentro?
¿Estáis, don Juan, en vuestro jüicio?
Desatino refrenad
o ¡vive el cielo...!
JUAN:
Sentís
aprietos de la verdad.
Que en fe, sirena, de serlo
se tienen de rubricar
con mi sangre.
ELISA:
¿En la daguita
la mano? ¡Oh, qué singular
paso para una comedia
de las de veinte años ha!
¡Don Juan, sosegaos! ¿Qué es esto?
JUAN:
Si le has forzado, será
él Lucrecio y tú Tarquina
porque tengan ejemplar
las matronas y matronos
que hay Porcios si Porcias hay.
Sale LEONOR
LEONOR:
Tu padre, prima y don Pedro
entran a verte.
ELISA:
Don Juan,
dueño ingrato de mis ojos,
mi prenda, mi bien, mi mal,
yo te quiero, yo te estimo,
yo te adoro. Cesan ya
burlas que abrasan de veras.
Paren enojos en paz.
Éntrate en ese aposento
y en él oculto, serás
testigo de las finezas
de un amor por ti inmortal.
JUAN:
¿Si te casas? ¿Si me olvidas?
ELISA:
Por la luz universal
del sol, padre de las otras,
por la vida que me das
viéndote amante y con celos,
y por ti, mi bien, que es más;
de adorarte eternamente
sin que se atreva a borrar
el carácter de mi fe
toda la severidad
e inclemencia de los cielos.
JUAN:
En efecto, ¿no serás
de don Pedro?
ELISA:
De la suerte
que el traidor dé la lealtad,
que el infierno dé la gloria,
que la guerra dé la paz.
LEONOR:
¡Que entran, señores, que llegan!
ELISA:
¡Ay, mi bien! Si la beldad
de doña Ana me compite,
¿qué he de hacer?
JUAN:
¿Cómo podrá
contra el sol la noche negra
perfecciones alegar?
CORAL:
(¿No oponerse una lechuza (-Aparte-)
contra un águila que es más?)
ELISA:
¿Entras?
JUAN:
Entro con la fe
de tu palabra. Vase don JUAN
CORAL:
¿No habrá,
Leonor, para mí un candil?
Que a escuras he de maullar
como gato entre dos puertas.