Los bandos de Sena/Acto I

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Los bandos de Sena
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen TEODORA, dama, en hábito de caballero,
con una cruz de San Juan, FABIO y RUFINO.
FABIO:

  Esta es Sena.

RUFINO:

¡Ciudad bella!

TEODORA:

¡Y república estremada!

FABIO:

¡Qué lustre se mira en ella!

RUFINO:

¡Qué fuerte!

FABIO:

¡Qué torreada!

TEODORA:

¡Oh, cuánto me alegro en vella!

RUFINO:

  Es la patria dulce cosa.

FABIO:

Da su memoria placer.

RUFINO:

Es el centro en que reposa.

TEODORA:

Vaya Rufino a saber
de una posada famosa.

FABIO:

  Parte, y dos cosas advierte.

RUFINO:

¿Cuáles?

FABIO:

Que sea limpia y clara.

RUFINO:

Voy.

(Vase.)
TEODORA:

¡Oh ciudad noble y fuerte!
¡Oh patria! En fin, ¿quién pensara,
Sena, que volviera a verte?

FABIO:

  Por hacerme igual favor
al que en Nápoles me hiciste,
Lelio, mi amado señor,
y porque me prometiste,
satisfecho de mi amor,
  que luego, en llegando a Sena,
me dirías una historia,
de graves sucesos llena
que dieron fin a tu gloria
como principio a tu pena,
  te suplico la refieras,
pues que ya habemos llegado.

TEODORA:

¡Ay, Fabio! Si consideras
cuánto te quedo obligado,
¿por qué mi quietud alteras?
Quien descubre su secreto
de libre se hace sujeto,
mas, pues yo lo prometí,
escúchame atento.

FABIO:

Di,
que nueva lealtad prometo.

TEODORA:

  En esta ciudad famosa,
de tantos ingenios patria,
que con república libre
es tan célebre en Italia,
hubo dos linajes nobles,
que su grandeza ilustraban
con mil notables varones
por las letras y las armas:
de Montanos era el uno,
sangre antiquísima y clara,
y el otro de Salinuenes,
gloria y honor de su patria.
Quiso la varia fortuna
que se trazase una caza
entre los más principales
destas dos ilustres casas.
Gallardos salen al campo,
que a competencia se a[r]maban
de plumas y de colores
e instrumentos de Diana;
los caballos, de ligeros,
con adornos de oro y plata,
ser ciervos y no caballos
por el monte imaginaban;
los perros, de mil colores,
saltando la yerba ensartan
perlas de blanco rocío
en las agudas carlancas.
Todos gritan, todos corren,
como al darse una batalla
los soldados acometen
al son de trompas y cajas.

TEODORA:

Matan un ciervo tan grande
que la cabeza enramada
veinte y dos puntas tenían,
y allí entre todos le acaban.
Comienza luego entre todos
una cuestión ordinaria
sobre qué perro, y quién
fue dueño de aquella hazaña,
y, sobre decir los unos
que era el lebrel de su casa,
y contradecir los otros,
vienen a malas palabras,
de palabras a las obras,
pues, sacando las espadas,
más ha de veinte años, Fabio,
que no se han vuelto a las vainas.
Allí murieron algunos,
luego los amigos tratan
de seguir a sus amigos,
y la ciudad desdichada
se divide en bandos toda,
matan hombres, queman cajas,
destruyen campos y haciendas,
las calles en sangre bañan.
La familia Selinuena
venció la parte Montana
porque fue más poderosa
y fuerte que la contraria;
mataron al padre mío
un Viernes Santo en la plaza,
porque apenas tales días
su privilegio gozaban;

TEODORA:

Constancio, un hermano mío,
con las dolorosas ansias
de ver en su sangre envueltas,
Fabio, las paternas canas,
con algunos deudos suyos
hizo tan crüel venganza,
que el corazón del traidor
comió sin llegar la Pascua.
La ciudad, y el magistrado,
puesta aquella noche en arma,
quiso hacer un gran castigo
en las dos sangres tiranas;
mi hermano se puso en cobro,
y al dejar su amada casa
tropezó conmigo (¡ay cielos!,
¡cuán tiranamente me ama!),
y mirando que yo sola,
que soy mujer...

FABIO:

¡Cosa estraña!

TEODORA:

Repórtate.

FABIO:

¿Qué me dices?

TEODORA:

¡Fabio, escucha! ¡Fabio, calla!

FABIO:

¿Mujer?

TEODORA:

Guárdame secreto.

FABIO:

Yo cumpliré la palabra
si me diesen mil tormentos.

TEODORA:

En fin, viendo que quedaba
desamparada y mujer,
y que la patria contraria
no perdonaba los niños
en los brazos de las amas,
de cinco años me sacó
de Sena, mi amada patria,
vistiome en hábito de hombre,
y por Flandes y Alemania
me trujo, hasta que dio vuelta
después de algún tiempo a Italia.
Pasose a Malta después,
y en las galeras de Malta
hizo tan honrados hechos,
que le dieron la Cruz Blanca;
era el caballero Lelio
su nombre, y yo me llamaba
Fabricio, mas la Fortuna
tuvo envidia de su fama.
Murió Constancio, y yo, triste,
sus obsequias celebradas,
tomé sus propios vestidos
y pasé otra vez a Italia,
y fingiendo ser mi hermano,
todos, como ves, me llaman,
Fabio, el caballero Lelio.

FABIO:

¿A qué efeto, o por qué causa?

TEODORA:

Porque con este disfraz,
segura de más desgracias,
veré en Sena qué fin tuvo
la enemistad destas casas,
si ha quedado algún pariente
o alguna hacienda de tanta
como mis padres tenían,
o si los bandos se hablan,
de los que quedaron dellos,
las parcialidades guardan,
para que, si estoy segura,
diga mi nombre a mi patria.

FABIO:

  Notable industria y disfraz
que nadie podrá entender,
y con que podrás saber
si hay guerra o si están en paz,
  si tienes hacienda o no,
o cuál amparo te queda.

TEODORA:

Como descubrirme pueda
si la enemistad cesó,
  viviré, Fabio, en mi tierra,
y en mi traje natural.
¿Qué es esto?

FABIO:

Entre este jaral,
que el paso a aquel monte cierra,
  entró un perro, y me parece
perdiguero.

TEODORA:

Sí será.

FABIO:

A su dueño he visto ya.
¡Gallardo, por Dios, se ofrece
  con un arcabuz al hombro!

TEODORA:

Habrá perdices aquí.

FABIO:

¡Buen hombre de campo!

(Entre POMPEYO, como se pinta aquí.)
TEODORA:

Ansí
a los cazadores nombro.
  ¡Por mi vida que es galán,
y que el traje lo es también!

FABIO:

¡Bien me agrada!

TEODORA:

A mí también.

POMPEYO:

¿Parados a ver me están?
  Yo quisiera, caballero,
ya que por verme os paráis,
con que a la caza mostráis
afición, que la que espero
  hubiera salido aquí.

TEODORA:

Y yo me holgara de ver
un tiro a ese brío hacer.
(Aparte.)
¡Mas no había de ser en mí!

POMPEYO:

  ¿Sois aficionado?

TEODORA:

Soy
en estremo aficionado.
¡Buen arcabuz!

POMPEYO:

Estremado,
y si os agrada os le doy,
  que otros dos tengo tan buenos
para serviros.

TEODORA:

No sé
qué agradecimiento os dé
desa afición por lo menos,
  y no habiendo precedido
el haberos obligado,
si no es con haber mostrado
sin haberos conocido
  a vuestro talle afición.

POMPEYO:

Tengo a mucho esa merced.
Aunque soy pobre, creed
que tengo gran corazón.

TEODORA:

  ¡Buena llave!

POMPEYO:

Labra aquí
un lilio con gran primor.
Tomalde, por Dios, señor,
y servíos dél y de mí.

TEODORA:

  Cuando conmigo trujera
algo a que poder ferialle,
aun me atreviera a tomalle,
pero no de otra manera.

POMPEYO:

  Agravio me hacéis notable,
y el decir que os agradé
poco en no tomar se ve
cosa tan vil.

TEODORA:

No se hable
  del valor de prenda tal,
que la estima de ser vuestra
el mucho que tiene muestra,
y que no la tiene igual.

FABIO:

  Una banda de perdices
se ha levantado.

POMPEYO:

En el suelo
no las tiro.

TEODORA:

¿Pues?

POMPEYO:

Al vuelo.

TEODORA:

Detente.

POMPEYO:

¿Por qué lo dices?

TEODORA:

  Porque lejos han parado,
y tengo qué te decir.

POMPEYO:

Si hay en qué os pueda servir,
haré cuenta que he tirado.

TEODORA:

  Yo soy de Sena.

POMPEYO:

¿Por Dios?

TEODORA:

Es sin duda.

POMPEYO:

Daros quiero
dos abrazos.

TEODORA:

(Aparte)
Yo primero
saber de cuál de los dos
  es este hidalgo parcial,
porque yo soy Salinuene,
y si es Montano me viene
para lo que pienso mal.
  ¿Han por ventura cesado
dos bandos que en esta tierra
veinte años se hicieron guerra?

POMPEYO:

Bien a mi costa han parado,
  pues de todo el bando mío
no hay más que yo, y una hermana
que tengo.

TEODORA:

¡Cosa inhumana!

POMPEYO:

Pero en el cielo confío,
  que me ha de dar algún día
venganza.

TEODORA:

¿No está en vós muerto
el fuego?

POMPEYO:

Sí está, por cierto,
que yo soy ceniza fría
  de tanto incendio pasado.

TEODORA:

¿Y el otro bando está bien?

POMPEYO:

Sangre le cuesta también,
pero mejor ha quedado,
  porque hay tres o cuatro casas
de gente muy poderosa.
Mi padre, menos dichosa
en estas montañas rasas,
  esa casa me dejó
que miráis, en las postreras
de Sena, que en las primeras
de sus ciudadanos vio
  ese campillo, esos prados
solo en memorias se cuenta
de tanta grandeza y renta.

TEODORA:

¿Qué valdrá?

POMPEYO:

Dos mil ducados.
  Destos como y visto agora,
destos mi hermana sustento,
que es la lástima que siento.

TEODORA:

¿Mora aquí?

POMPEYO:

En la ciudad mora,
  que allá tenemos los dos
una casa razonable.

TEODORA:

Aparte
¡A mi fortuna mudable
estoy temiendo, por Dios!
  Mas, pues es fuerza, sabré
si es mi parte, que me agrada
de suerte que estoy turbada.
¡Tiemblo del cabello al pie!
  Deseo que sea contrario
y que pariente no sea,
no porque mi sangre vea
libre de incendio tan vario,
  sino porque aquí dejé
otros hermanos pequeños
entre mal seguros dueños,
y si aqueste dellos fue,
  pesarame que los ojos
hayan al alma engañado,
pues que por ellos ha entrado
a darme dulces enojos,
  que, desde que peregrino
con algún entendimiento,
no he tenido pensamiento
que de amor siga el camino.
  En fin, señor, vuestro bando
ha parado solo en vós,
pero cuál es de los dos
saber estoy deseando,
  que soy dellos y salí
muy niño desta ciudad.

POMPEYO:

¿Que desta parcialidad
procedisteis?

TEODORA:

Señor, sí.

POMPEYO:

  Pues sabed que soy Montano,
si sois Salinuene vós.

TEODORA:

De un bando somos los dos.
Deteneos, dadme la mano.

POMPEYO:

  ¿Montano sois?

TEODORA:

Es sin duda.

POMPEYO:

¿De quién sois hijo?

TEODORA:

Después
os lo diré, si no es
que la fortuna se muda,
  y con igual libertad
ricos y pobres hablamos.

POMPEYO:

¿Que otra columna tengamos
de nuestra parcialidad
  en mancebo como vós,
tan caballero y soldado?
Seáis mil veces bien llegado.

TEODORA:

Mil años os guarde Dios.

POMPEYO:

  Volveré a mi hermana loca
si os llevo, hacedme placer,
que nos vamos a comer
juntos. La sangre os provoca.
  ¡No me lo neguéis, por Dios!

TEODORA:

¿Quién fue vuestro padre?

POMPEYO:

Enrico
Montano.

TEODORA:

Tened, os suplico,
que somos primos los dos,
  que fui hijo de su hermano
Silvio Montano.

POMPEYO:

¿Hay ventura
tan grande? Mi bien procura
el cielo.

TEODORA:

Lelio Montano
  es mi apellido.

POMPEYO:

Y yo, primo,
Pompeyo Montano soy,
y pues vós lo sois desde hoy,
mucho más mi nombre estimo.
  Seguidme.

TEODORA:

Aguardo un criado.

POMPEYO:

Enviarémosle a llamar.

TEODORA:

(Aparte)
¡Qué buen modo de engañar
y de jugar al trocado!
  Su pariente finjo ser,
su enemigo soy mortal,
pero este ser natural
tiene más fuerza y poder.
  El mancebo es a mi gusto,
gallardo, cortés, galán.
Si allá matándose están,
amar al prójimo es justo.
  ¿Fabio?

FABIO:

¿Señor?

TEODORA:

Esto es hecho;
Lelio Montano me llama.

FABIO:

Si tenemos mesa y cama
será invención de provecho,
  que no quedan cien ducados
del dinero que sacaste.

TEODORA:

Este es pobre, eso se gaste.

FABIO:

Bueno. ¿Y después de gastados?

TEODORA:

  Pedir otros.

FABIO:

¿Con qué luz?

TEODORA:

Por esta cruz los darán.

FABIO:

¿No será cruz de San Juan?

TEODORA:

¿Pues qué?

FABIO:

Demanda de cruz.

(Vanse. Entre[n] FAUSTINO, senador viejo,
y LISANDRO, su hijo.)
LISANDRO:

  Has hecho un edificio que le alaba
toda Sena, señor, y en fin es digno
de un senador patricio, como eres.

FAUSTINO:

No estoy, Lisandro, muy contento agora.

LISANDRO:

Pues, ¿qué puede tener que no te agrade?
La fábrica es bellísima, y el sitio
confina con el muro, que es grandeza
de una casa de campo, los jardines,
los Elíseos que pintar solía
la ciega antigüedad, las claras fuentes
guardan sus perlas y cristales limpios
en casas de alabastro, jaspe y pórfido.
No sé qué falte para darte gusto,
si no es el ser ajena, porque a serlo
no dudo que en estremo te agradara.

FAUSTINO:

Quisiérale añadir, Lisandro, un poco
de huerta hacia la puerta de los álamos,
que es darle más grandeza al edificio,
porque a mi parecer, ya que es en campo,
no escusa de tener alguna fruta,
y un pedazo de bosque me agradara.
Tras esto, ya tú sabes que confina
la casa, la heredad, huerta y hacienda
de Pompeyo Montano con la mía;
recibo pesadumbre en que me vean
desde sus corredores, que, en efeto,
las casas en el campo deso sirven,
que es retirarse un hombre sin testigos,
pues que por eso soledad se llama
y el concurso popular difiere.

LISANDRO:

Pompeyo es pobre, y tiene, según dicen,
una hermana; yo creo que es forzoso
que venda su heredad para casalla.
Comprarla puedes tú, pues, siendo tuya,
en romper la pared de medianía
meterás en tu casa aquella hacienda,
que tiene huerta, bosque y otras cosas
que harán ilustre el edificio nuestro.

FABIO:

Aconséjasme bien. Por vida mía,
Lisandro, que me des contento en esto:
vele a llamar, y trata de la venta,
y en sabiendo su precio podéis juntos
venirme avisar, que pagaré contado.

LISANDRO:

Voyle a buscar.

FABIO:

Si la heredad me vende
te mando cien escudos con que hagas
una gala famosa, o calza, o cuera.

LISANDRO:

Vivas mil años. En palacio espera.

(Váyanse.)
(Vanse, y entre[n] LEONARDO, caballero, y DONATO.)
LEONARDO:

  Busca, Donato, ocasión
con que puedas entrar dentro.

DONATO:

Mira que es fuerte ocasión,
y que puede algún encuentro
ser azar de tu afición.

LEONARDO:

¿Por qué, siendo tú discreto?

DONATO:

Que no lo soy te prometo,
ni tú lo debes de ser:
yo en quererte obedecer,
o tú en perderle el respeto.
  Aunque ella tiene belleza,
es de tu enemigo hermana:
buscarla es poca nobleza,
quererla es cosa liviana,
solicitarla es bajeza.
  Tus muertos padres y abuelos
a manos de sus mayores
destos enemigos celos,
destos tus locos amores,
se están quejando a los cielos.
  ¿Sangre habías de querer
deste linaje Montano,
aún estando fresca ayer
la de aquel tu padre anciano?
¡De mármol debes de ser!
  ¿El hermano que perdiste
y la bellísima hermana
no te mueven más?

LEONARDO:

¡Ay, triste!,
¿a la violencia tirana
de Amor, qué mortal resiste?
Bien sé que soy Salinuene,
y la obligación que tiene
cualquiera deste apellido,
mas culpa a quien me ha traído,
que dentro del alma viene.
  Bien sabes que la belleza
de Angélica, mi enemiga,
a conocer la grandeza
con admiración obliga
la misma naturaleza.
  Yo la vi, y en aquel punto
el odio, y enemistad,
troqué en amor.

DONATO:

Pues pregunto:
¿amor es necesidad,
que todo lo rinde junto,
  o cierto consentimiento?
Queda el alma en confianza
del fin que al entendimiento
promete aquella esperanza
que fabrica el pensamiento.

LEONARDO:

Amor es un accidente
que a los principios consiente
el alma.

DONATO:

Pues no consientas,
para que agora no sientas
lo que tu espíritu siente.

LEONARDO:

  Donato, yo no querría
remedio, pues no le espero
en tanta filosofía,
pues tan llanamente quiero
la bella Angélica mía.
  Sea sangre del linaje
que la del mío acabó,
sea deshonra, sea ultraje,
su hermosura me mató,
que es cielo en humano traje.
  Yo quise un ángel en velo
mortal, que a rendir obliga
todas las almas del suelo;
yo no adoro a mi enemiga:
amo un ángel, amo a un cielo.
  Ya me resistí, y entré
en mí, y a solas conmigo
nuestra enemistad traté,
pero amar a mi enemigo
es justa ley de mi fe.
  Llega, procura que vea
mi Angélica, no repares
que sangre enemiga sea.

DONATO:

Que a tanto mal te declares,
¿quién ha de haber que lo crea?

LEONARDO:

  Necio, enfermo estoy de amar.
Todo el mal, y más el mío,
curan contrarios mejor:
con calor se cura el frío,
y el frío cura el calor.
  Ve y harás lo que te digo.

DONATO:

Aquí sale una criada.

(Entre CELIA.)
CELIA:

[Aparte.]
¡Buen huésped! Dios me es testigo
que estabas bien empleada.

DONATO:

Hablando viene consigo.
  ¡Ah, mi señora!

CELIA:

¿Quién llama?

DONATO:

Una palabra.

CELIA:

Y de presto,
que hay dos huéspedes de fama
y tengo de echar el resto
en limpia comida y cama.

DONATO:

  La cama envidio si alguno
la piensa ocupar con vós.

CELIA:

De eso irá el huésped ayuno.

DONATO:

A mal tiempo...

LEONARDO:

¿Cómo?

DONATO:

Hay dos
huéspedes.

LEONARDO:

¡Quién fuera el uno!
  Pregunta quién son.

DONATO:

Sí haré.
¿Qué huéspedes hay en casa?

CELIA:

¡Gallardos son, por mi fe!

DONATO:

¿Acaso es gente que pasa?

CELIA:

¿Qué os va en que pase o que esté?
  Un primo de mi señor,
del hábito de San Juan,
es de los dos el mayor.

DONATO:

¡Qué mal tus negocios van!

LEONARDO:

Así es condición de amor.

DONATO:

  Caballero mozo y primo,
de Cruz Blanca y de buen talle,
es el huésped.

LEONARDO:

Desanimo,
y porque estoy en la calle
la voz y quejas reprimo,
  mas, pues hay buena ocasión,
dale a Celia mi papel,
no esperando galardón,
mas porque tenga por él
noticia de mi pasión.

DONATO:

  No le vendrán, dama hermosa,
bien los huéspedes sospecho
a vuestro dueño.

CELIA:

No hay cosa
que pueda a su noble pecho,
si es justa, ser enojosa.

DONATO:

  Pompeyo es pobre.

CELIA:

No es rico.

DONATO:

¿Huéspedes a un pobre es bueno?

CELIA:

¿Y si es primo?

DONATO:

No replico;
parece que das veneno
con ese despacho y pico,
  y así te dé Dios ventura
cuando guises, cuando friegues,
cuando en toda coyuntura
sacudas, limpies, estriegues
o vacíes en noche obscura,
cuando laves y jabones,
cuando tiendas y almidones,
cuando hagas o deshagas
la cama, que satisfagas
mi alma de dos razones:
  la primera, si has sabido
desto que llaman Amor,
por otro nombre Cupido,
y si su dulce asador
te ha penetrado el sentido;
  la otra, si admitirás
un hombre de algunas prendas,
mis ojos, si libre estás.

CELIA:

Oye, que quiero que entiendas
mi pensamiento no más.
  Así te dé Dios ventura
cuando al caballo regales,
cuando en lacayil figura
con tus espaldas iguales
su blanca frente en altura,
  cuando le eches, como debes,
la cebada en su lugar,
cuando el alcacer le lleves,
cuando le lleves a herrar,
  cuando puesto el mandilejo
rasques, sea bayo o sea rucio,
con la almohaza el pellejo
más resplandeciente y lucio
que limpio cristal de espejo,
  cuando el cabo de la vela,
pegando al negro rincón
con hambre, que es buena espuela,
cenes la corta ración,
que no tengo qué me duela
ni lo que llaman Cupido:
en la corte anda perdido,
en poderosos porfía,
entre negros fantasía
y entre doncellas marido
  me ha dado con asador,
ni con flecha, ni con flecho,
ni sé qué es gusto o rigor,
porque tengo a prueba el pecho
a mosquetazos de amor.

DONATO:

  Pues admite en tu servicio
un caballero.

CELIA:

¿Quién?

DONATO:

Yo.

CELIA:

¿Ese es tu oficio?

DONATO:

Es mi oficio.

CELIA:

¿Que no andas a pie?

DONATO:

Yo no.

CELIA:

¡Bravo vicio!

DONATO:

Estoy de vicio.

CELIA:

  ¿Retócale el alcacer
del rocín de su señor,
di, a oficial de placer?

DONATO:

Más me retoca tu amor.

CELIA:

Adiós, que tengo qué hacer.

DONATO:

  Oye.

CELIA:

¿Qué quieres?

DONATO:

Que des
este papel a tu ama.

CELIA:

Si me dices de quién es.

DONATO:

Leonardo, amiga, se llama.

CELIA:

¿Dónde te veré después?

DONATO:

  En tu calle me hallarás
rondando con mi señor.

CELIA:

¿Es este?

DONATO:

El que viendo estás.

CELIA:

El de la cruz es mejor;
no hay duda, querranle más.
  Tarde llego, porque creo
que anda entre los dos que digo
el amor hecho correo.

DONATO:

¿Qué?, ¿es galán?

CELIA:

Dios me es testigo
que arrastra cualquier deseo,
tanto, que yo...

DONATO:

Dilo todo.

CELIA:

... le quiero.

DONATO:

Ponte de lodo.

CELIA:

¡Ay, que tiene un rostro bello,
que apenas el primer vello
cubre el labio!

DONATO:

¿De qué modo?

CELIA:

  ¿Nunca has visto una camuesa?

DONATO:

De tu mal gusto me pesa,
y de que no te alborote
mas un gallardo bigote
que todo el rostro atraviesa.

CELIA:

  ¡Quita allá!

DONATO:

Detente.

CELIA:

Adiós.

(Vase.)
DONATO:

Yo pienso que has escuchado
lo que pasa entre los dos.

LEONARDO:

Abrasado estoy, y helado,
vós por otro y yo por vós.
  ¡Ay de mí, Donato amigo!,
que mayor venganza he dado
a Pompeyo, mi enemigo,
con haber su hermana amado,
que en tanta muerte y castigo
hasta aquí me ha muerto amor,
  agora me matan celos.
Mas veré al competidor
si no me privan los cielos
del heredado valor.
Llama, y di que un caballero
busca al señor capitán.

DONATO:

¿Qué capitán?

LEONARDO:

Así espero
que el de la cruz de San Juan
salga a ver lo que le quiero.

DONATO:

  ¿Y después qué le dirás?

LEONARDO:

Preguntaré por un hombre
que no haya visto jamás.

DONATO:

Pues piensa entretanto el nombre.

LEONARDO:

Llama aprisa.

DONATO:

Loco estás.
  Quedo, que vienen aquí.

LEONARDO:

Y mi Angélica también.
¡Ay, cielos, doleos de mí,
que lo que mis ojos ven
ya me ha muerto!

DONATO:

¿Estás en ti?

(ANGÉLICA, dama, CELIA, criada,
POMPEYO, su hermano,
TEODORA, con su hábito de San Juan,
y FABIO.)
ANGÉLICA:

  No es lisonja encarecer,
señor primo, lo que estimo
verme honrar de tan buen primo.

LEONARDO:

Donato, no hay más que ver.

DONATO:

  ¿Cómo?

LEONARDO:

El de la cruz es tal,
que a su talle y compostura
rindo mi corta ventura.

DONATO:

No te rindas, que haces mal,
  porque si aqueste es mejor,
es justo que consideres
que las señoras mujeres
siempre escogen lo peor.
  En peligro están los buenos,
y si juzgan desta suerte,
es fuerza que han de quererte,
siendo el que mereces menos.

TEODORA:

  Prima, porque vós sabéis
cuán sin méritos estoy,
nombre de lisonja doy
a la merced que me hacéis.
  De vuestra parte yo creo
que suple vuestro valor
mis faltas, no de mi amor,
donde es gigante el deseo,
  pero de mi humilde ser,
aunque, pues soy sangre vuestra,
ella misma el valor muestra
que por vós viene a tener.

POMPEYO:

  Yo quiero poner en paz
estas vanas cortesías.

ANGÉLICA:

Verdades eran las mías.

TEODORA:

Soy de ese bien incapaz.

LEONARDO:

[Aparte.]
Perdime. ¡Gentil presencia!
¡Justos celos! ¡Lindo talle!
¿Cómo quiere amor que calle
quitándome la paciencia?
  ¿No bastaba pretender
una mujer, mi enemiga,
sino que a temer me obliga
que ha de ser de otro mujer?

DONATO:

  ¿No eres necio?

LEONARDO:

Pues no.

DONATO:

¿No ves que los desta cruz
no se casan?

LEONARDO:

¡Oh!, ¿qué luz
a mi noche amaneció?
  Como sol has ilustrado
la escuridad del sentido,
pero para ser querido,
¿qué importa el no ser casado?
  Demás que podrá dejalla
para casarse con ella.

DONATO:

¿La cruz dejará por ella?

LEONARDO:

Si amor le obliga a gozalla,
  y sí hará por tal mujer.
Ya se escureció mi luz.

DONATO:

Y dirá: «Arrima esta cruz,
que este son no has de perder»,
  que así dizque lo decía
el sacristán de Paradas
cuando la danza de espadas
en las procesiones vía.

LEONARDO:

  Quiero hablalle, mas no puedo.

DONATO:

¿Qué temes?

LEONARDO:

Hame vencido
en la guerra del sentido,
y tengo a sus armas miedo.

DONATO:

  Llega, que si amor es luz.
¿Qué importa el vano temor?

LEONARDO:

Es demonio este mi amor
que se espanta de la cruz.
  Llegaré pues.

POMPEYO:

¿Qué es aquesto?
¿Hombre Salinuene aquí?
No ha quedado sangre en mí
ni el corazón en su puesto.
  ¿Qué es esto, Angélica?

ANGÉLICA:

Yo,
¿qué puedo saber, Pompeyo?

LEONARDO:

La fama, el común plebeyo
comendador, me avisó
  de vuestra buena venida,
y porque en Malta he tenido
cierto amigo, y este ha sido
parte de mi sangre y vida,
  vengo a informarme de vós,
si Pompeyo da lugar.

POMPEYO:

Por mi bien os puede hablar.

LEONARDO:

Seguro vengo, por Dios,
  que a esta casa yo le guardo
más que a mi sangre respeto.

POMPEYO:

Que no os ofende prometo
su dueño, señor Leonardo,
  y así podréis informaros
de mi primo muy seguro.

LEONARDO:

Saber de este hombre procuro,
sin ánimo de enojaros.

TEODORA:

  ¿Tiene la cruz ese hidalgo?

LEONARDO:

Sí, señor.

TEODORA:

El nombre espero.

LEONARDO:

Otavio.

TEODORA:

Ese caballero,
si para testigo valgo,
  está cautivo en Argel.

LEONARDO:

¡Gran desdicha!

TEODORA:

¿Aquesto pasa?

LEONARDO:

¿Podré venir a esta casa
de espacio a informarme dél?

TEODORA:

  Podéis cuando vós queráis,
y el cielo os guarde.

LEONARDO:

Y a vós
gran maestro os haga Dios.

TEODORA:

Para que de mí os sirváis.

LEONARDO:

  Ven, que voy muerto, ¡ay de mí!,
de celos del capitán.

DONATO:

Tus enemigos están
más muertos de verte aquí.

LEONARDO:

  Será matarle gran prueba
de mi amor.

DONATO:

La cruz es blanca.

LEONARDO:

Yo la haré roja si es blanca.
Para su entierro la lleva.

(Vanse.)
POMPEYO:

  ¿Es posible que llegue atrevimiento,
Angélica, al de aqueste mi enemigo?

TEODORA:

Ser yo la causa deste enojo siento,
mas parece que viene como amigo.

POMPEYO:

¿Qué amistad puede haber, qué fundamento
de amor, de fe ni de lealtad conmigo,
si de padres, hermanos, si de abuelos
la sangre clama a los airados cielos?
  ¡A mi casa Leonardo Salinuene,
hijo de aquel traidor y de otro hermano!

TEODORA:

Este es mi hermano, Fabio.

FABIO:

Aquí conviene
fingirte en sangre y en valor Montano.

TEODORA:

¿Que este villano a tus umbrales viene,
ensangrentados de su propia mano?
¿Quieres que cuando vuelva le matemos?

ANGÉLICA:

Primo, ¿qué es esto? ¿Vós hacéis extremo?
  ¿Vós queréis renovar la desventura
de vuestra sangre? ¿Vós le dais consejo
a Pompeyo, en que intente esa locura?

TEODORA:

Soy hombre, soy soldado y no soy viejo.
¡Vive Dios que en su rostro me figura,
no como limpio, mas sangriento espejo,
el estrago pasado en mi linaje!

ANGÉLICA:

¡Quedo, por Dios! La cólera se ataje.

TEODORA:

  Por esta cruz del precursor de Cristo,
que fue luz del Jordán, voz del desierto,
que por vós solamente me resisto
de no le haber con la que ciño muerto.
¡Aquí viene el infame!

ANGÉLICA:

No le he visto,
aunque es vecino en este umbral, por cierto.
Primo, aunque sois soldado, ya no es justo
que renovéis nuestro mortal disgusto.
  Mirad que la república de Sena
tiene mandado, pena de la vida,
que ninguno debajo desta pena
pueda hablar a persona forajida,
que si el hablar, como sabéis, condena,
¿qué pena no tendremos merecida,
si sacas de la vaina aquella espada
que ha veinte años y más que está envainada?
  Viva Leonardo, porque alegre pueda
vivir Pompeyo, que si fue atrevido,
es porque al rico es bien que se conceda
más libertad que al pobre y abatido.

TEODORA:

¿Que, pena de la vida, hablar se veda,
Angélica, a cualquiera forajido?

ANGÉLICA:

Así por la República se manda.

TEODORA:

Mucho ese bando mi rigor ablanda.
Aparte.
¿Qué haré, que por Pompeyo estoy perdida?
Y Leonardo me dicen que es mi hermano;
declararme será perder la vida.
¡Qué variedad del pensamiento humano!
Pero por dicha he sido conducida
del cielo aquí, para que por mi mano
estas parcialidades enemigas
vengan a estar en paz, y a estar amigas.

CELIA:

  A hablarte viene el hijo de Faustino.

POMPEYO:

¿Quién es Faustino?

CELIA:

Senador de Sena.

POMPEYO:

Di que entre.

(Sale LISANDRO.)
LISANDRO:

Porque escuses el camino
que, para hablarte, el Senador ordena,
yo vengo en su lugar.

POMPEYO:

Yo soy indigno,
y así como esta casa estaba ajena
de tal merced en tan alegre día,
no os salí a recebir como debía.

(Mira LISANDRO a ANGÉLICA.)
LISANDRO:

  Señor, mi padre, un hombre que en efeto...
(Túrbase.)
Es mi padre, y yo... porque... cuando...

POMPEYO:

¿Traéis algún disgusto?

LISANDRO:

Sois discreto,
cierta pasión me estáis adivinando.
En efeto mi padre, dando efeto
a lo que está mi padre deseando,
cuando con atención mira las cosas
que el cielo hizo en tanto extremo hermosas,
  sucede que no puede el sentimiento.

POMPEYO:

¿Qué me decís?

LISANDRO:

Que perdonéis os ruego,
que aparte os hablaré.

POMPEYO:

Por Dios que siento
que estéis con tan mortal desasosiego.

LISANDRO:

(Aparte.)
Divino rostro, el alma, el pensamiento
me habéis llevado a vuestro dulce fuego,
la razón he perdido, y el sentido,
y así el discurso fue también perdido.
  ¡Gentil embajador mi padre envía
para negocio que le importa tanto!
¡Ay divina mujer!, ¡ay sol de un día!,
que me abraso para volverme en llanto
libre de veros, donde estoy venía.
¡Estraña turbación! ¡Terrible espanto!
Ninguna cosa en término tan breve
con más poder que la hermosura mueve.
  Por el cielo divino que me mira,
que me quedé como si a un rey hablara,
y la primera vez dicen que tira
rayos de luz y de temor su cara.
Ser la fama de Angélica mentira,
y que es mayor, la vista lo declara,
pues apenas la vi cuando perdido
apenas de sentir tengo sentido.

POMPEYO:

  ¿Qué será aquesto que suspende a este hombre?

LISANDRO:

Pompeyo, el Senador mi padre dice,
que ya sabes el gusto con que hace
aquella casa que a la tuya alinda,
parécele que queda el edificio
corto y estrecho; dice que le vendas
tu casa y huerta, y que le pongas precio.
Perdona el no te haber primero hablado,
que venía con cierta pesadumbre,
que me ha dado un criado que tenía
por más fiel de lo que agora veo,
pues me lleva a Milán algunas cosas
que estimaba en más precio que valía.

POMPEYO:

De tu disgusto, mi Lisandro, tengo
el que es razón. En lo demás que toca
a vender a tu padre aquella hacienda,
respondo que, aunque soy pobre, y tan pobre
que no tengo más renta, era bajeza,
siendo reliquias de tan noble padre,
y ya como solar de su hidalguía
borrar con ella el nombre de Montanos,
y así por ningún precio puedo agora
servir al Senador.

LISANDRO:

Vente conmigo,
que tiene tanto gusto de compralla
que no me atreveré darle respuesta,
que ha de sentir como la muerte misma.
Allá podrás de espacio persuadille
con razones tan justas y conformes
al valor heredado de tus padres.

POMPEYO:

Lelio.

TEODORA:

Primo.

POMPEYO:

Los dos a hablarle vamos.

TEODORA:

Yo quiero acompañarte.

FABIO:

¿Iré contigo?

TEODORA:

Ven, Fabio, porque busques a Rufino.

POMPEYO:

Adiós, hermana.

TEODORA:

Prima, adiós.

ANGÉLICA:

El cielo
os guarde.

CELIA:

¿De qué estás suspensa y triste,
después que al caballero Lelio viste?

ANGÉLICA:

  Celia, aqueste caballero,
si en dos palabras lo digo,
me ha muerto como enemigo,
y como amigo le quiero.
  ¡Pluguiera a Dios que mi hermano,
de mi desventura ajeno,
no me trujera el veneno
que hoy me da amor de su mano!
  Pero pues él trujo aquí
lo que no entiende ni ve,
de lo que ella causa fue,
no me ponga culpa a mí.

CELIA:

  Tres cosas te han sucedido
notables hoy.

ANGÉLICA:

¿Cuáles son?

CELIA:

De tu primo la pasión,
que las demás daño han sido,
  la de aqueste caballero
que agora se va de aquí,
pues en los ojos le vi
lo que en tu amor considero,
  y otra cosa que te puede
mover a risa.

ANGÉLICA:

¿Y cuál es?

CELIA:

Como palabra me des
de que sepultado quede
  su amor en eterno olvido,
te daré un papel de un hombre
que para decir su nombre
mil veces perdón te pido.

ANGÉLICA:

  ¿Es que el mayor enemigo
que tengo me quiere bien?

CELIA:

De que te adora también
es este papel testigo.
  Leele, por vida mía.

ANGÉLICA:

¿Que le lea?

CELIA:

¿Por qué no?
¿A ese talle le obligó
a amar lo que aborrecía?

ANGÉLICA:

  Muestra, que me has persuadido.

CELIA:

Eres mujer, y deseas
saber.

ANGÉLICA:

Cuando no lo leas
me dirás que yerro ha sido.

(Salen TEODORA y FABIO.)
TEODORA:

  Luego que salí de aquí
Pompeyo ir solo acordó,
y que no volviese yo
por no dar sospecha en mí.
  Procedió como discreto,
que yo llevaba temor
que me viese el Senador,
que esto es mentira en efeto,
  y cuando el que tiene vara
pregunta al más atrevido,
turba y confunde el sentido
y mira el alma en la cara,
  porque en el error la voz
sale del alma a decir
que comiencen a escribir,
con que confiesa el temor.
  Angélica y Celia están
viendo un papel. ¡Bien, por Dios,
escondeisle!

ANGÉLICA:

No de vós.

TEODORA:

¿Es secreto?

ANGÉLICA:

Y de un galán.
  No os disgustéis, mas sabed,
que Leonardo, mi enemigo,
anda de amores conmigo.
Si lo queréis ver, leed.

TEODORA:

[Aparte.]
¡Oh, qué notable contento!
Mi hermano la tiene amor,
y yo a Pompeyo, el mayor
que ha tenido pensamiento.
  Fingirme quiero celoso.
¡Dichoso el que ha merecido
ser con vós tan atrevido!
No quiero decir dichoso.

ANGÉLICA:

  Si fuera en rostro un ángel de los cielos,
o, como fue Absalón, Leonardo fuera,
si su frente más oro enriqueciera
que al rojo dios que adornan Delfo y Delo
y si con más doseles y más velos
que el monarca mayor se descubriera,
y si las armas y piedad tuviera
que a Dido dieron fuego, a Juno celos,
cuando tuviera de Sansón la trenza,
el brazo de Héctor, del Amor la aljaba,
de Jasón la ventura y la vergüenza,
por la sangre que apenas hoy se lava
no le tuviera amor, que amor comienza
por amistad, aunque en disgusto acaba.

(Vase.)


TEODORA:

  Enojada se partió.

CELIA:

Aborrece a su enemigo.

TEODORA:

Si pretende ser su amigo,
injusto nombre le dio.

CELIA:

  Sospecho que os tiene amor.

TEODORA:

¿A mí? ¿Por qué?

CELIA:

Porque el cielo
cubrió de ese humano velo
la cifra de su valor,
  que sois tal, que estoy temblando
de mirarme junto a vós.

TEODORA:

¿Quiéresme bien?

CELIA:

Sí, por Dios.

TEODORA:

Fabio nos está escuchando.
  Venme aquesta noche a ver,
y fíngeme descalzar,
que quiero darla un pesar
y quiero hacerte un placer.

CELIA:

  Porque Fabio no lo entienda
no te doy dos mil abrazos.
Adiós, alma destos brazos.

TEODORA:

Adiós, mi querida prenda.

(Vase.)
FABIO:

  ¿Qué es lo [que] esta te decía?

TEODORA:

Quiéreme esta noche hablar.

FABIO:

¿Cómo hablar?

TEODORA:

En mi lugar,
Fabio, ponerte querría,
  que importa al suceso mío
agradar esta criada.

FABIO:

Pues dala por engañada.

TEODORA:

En la escuridad confío,
  que detrás de la cortina,
Fabio, escondido estarás.

FABIO:

Agora me obligas más.
Tu amor a servirte inclina.

TEODORA:

  No me lo has de agradecer,
Fabio, pues que mujer soy,
porque en efeto te doy
lo que no puedo comer.
  Verás sucesos gallardos
dando la noche favor.

FABIO:

Sí, que de noche, señor,
todos los gatos son pardos.

(Vase.)