Los bandos de Sena/Acto III

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Los bandos de Sena
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

(Entre DONATO alborotado.)
LISANDRO:

  Que casada la tenía
me respondió, pero luego,
por dar templanza a aquel fuego
que en la resistencia ardía
  me la prometió y me dio
este papel para ti.

FAUSTINO:

Muestra.

LISANDRO:

Toma.

FAUSTINO:

Dice ansí:
(Lea.)
«Lisandro, señor, me habló
  de tu parte, y sabe el cielo
con qué contento le diera
a Angélica...»

LISANDRO:

¿Cómo? Espera.

FAUSTINO:

Oye hasta el fin y direlo:
(Lea.)
  «... mas téngola ya casada.
Que me perdones te pido.»

FAUSTINO:

Ya estabas dello advertido.

LISANDRO:

¿No dices más?

FAUSTINO:

Poco o nada:
(Lea.)
  «... Enloqueciole de suerte,
que por darle algún remedio,
viéndole, Faustino, en medio
de la vida y de la muerte,
  fingí que se la daría,
pero no lo puedo hacer,
y pésame, que a poder,
fuera dicha suya y mía.
  Yo te hablaré, y tú sabrás
más de espacio la razón.»
Estas las palabras son

LISANDRO:

¿Y no dice más?

FAUSTINO:

No hay más.

LISANDRO:

  Luego, ¿engañome?
¿No ves que dice que estabas loco,
y por sosegarte un poco,
fingió dártela después?

LISANDRO:

  ¿Ese papel he traído
yo mismo?

FAUSTINO:

No, sino yo.

LISANDRO:

¡Que aquese papel me dio!

FAUSTINO:

No hay más de lo que he leído
  si no está escrito con lima,
porque no se echa de ver.

LISANDRO:

¡Tal burla me pudo hacer!

FAUSTINO:

¡Bien a los dos nos estima!

LISANDRO:

  A mí que tu hijo soy,
y de ti el honor me viene,
poco agraviado me tiene,
que a cuenta del tuyo estoy.
  Que no me estimar a mí
de tenerte en poco nace,
porque todo lo que hace
es agravio contra ti.
  Por dicha por no te dar
la huerta no la casó,
si por ventura temió
que se la quieres tomar,
  que por ser lo que ha quedado
de los Montanos en Sena,
piensa que si fuese ajena
queda su nombre acabado.
  ¡Ha señor, nunca tu gusto
en esta casa pusieras,
para que no recibieras
un agravio tan injusto!
  ¡Nunca yo le fuera a hablar
para no ver esta ingrata,
que me ha de matar si mata
no esperar el bien y amar!
  ¡Ay padre, qué desvaríos,
y qué casos tan estraños,
buscan el fin de mis años!

FAUSTINO:

Tú le darás a los míos.
  Agora creo el papel,
y que con poca nobleza
mostrarías la flaqueza
que dice Pompeyo en él.
  Déjame hacer la venganza
que me ofrece la ocasión.

LISANDRO:

¿Qué importa si mi pasión
lo que pretende no alcanza?
  ¿Esto es todo lo que puedes?
Un hombre pobre te niega
su hermana. ¡Si quien te ruega
le hiciera tantas mercedes!
  ¿Tú eres senador? ¿Tú riges
esta república?

FAUSTINO:

Mira
que me estás moviendo a ira,
y que sin razón me afliges,
  que si tu gusto lo emprende,
y fue Pompeyo atrevido,
el ser desobedecido
no es valor que falta en mí.

LISANDRO:

  A lo menos está cierto
que en tu vida me verás
alegre.

FAUSTINO:

Escucha.

LISANDRO:

No hay más.
Muerto soy, y tú me has muerto.

(Vase.)
FAUSTINO:

  ¡Loco humor!

SABINO:

Está perdido
por Angélica.

FAUSTINO:

Yo haré
que presto Pompeyo esté
de su intento arrepentido.
  ¿Sabe alguno de vosotros
que haya incurrido en la pena
del nuevo bando de Sena?

SABINO:

No lo sabemos nosotros,
  que no le habemos tratado.

FAUSTINO:

¿Ni habéis por ventura oído
que con algún forajido
hubiese Pompeyo hablado?

SABINO:

  No, señor.

FAUSTINO:

Poco sabéis
para criados leales,
que oyendo palabras tales,
que no sabéis respondéis.

SABINO:

  Pues si visto no lo habemos,
ni oído...

FAUSTINO:

Pues quien lo hubiera
visto, ¿qué milagro hiciera
en jurarlo?

SABINO:

¿Pues qué haremos?

FAUSTINO:

  Jurar ante mí que habló
con forajidos de Sena,
para que incurra en la pena
del bando.

SABINO:

Digo que yo
  le vi hablar con forajidos,
y darles armas y amparo.

FAUSTINO:

¿Y tú también?

SABINO:

No está claro.

FAUSTINO:

Los dos tenéis dos vestidos.
  Venid conmigo a jurar,
y harelo luego prender.

SABINO:

La huerta habrá de vender
si la pena ha de pagar.

FAUSTINO:

  Pues todo lo que yo emprendo
es que la casa me venda.

SABINO:

¿Tiene Pompeyo otra hacienda?

FAUSTINO:

Que esa sola tiene entiendo
  de toda aquella riqueza.

SABINO:

Y el bando, ¿a qué le condena?

FAUSTINO:

Dos mil ducados de pena
y a cortalle la cabeza.
  Escribamos dos renglones
y prendelde en cualquier parte.

SABINO:

Con la huerta ha de rogarte
si en tanto estrecho le pones.

(Vanse.)
(Entre[n] POMPEYOy TEODORA.)
TEODORA:

  Dices que me quieres bien,
¿y a Angélica quieres dar
a Lisandro?

POMPEYO:

¿En qué lugar
la puedo emplear tan bien?
  Pues cuando se la negaba,
fue porque entendí que a ti
te amaba, más cuando vi
que mi honor seguro estaba,
  resolvime en agradar
al Senador, que hoy pretendo
hablar, mi hermana ofreciendo,
pues tanto la quiere honrar.
  Con esto tendrá segura
esta hacienda, porque creo
que solo tiene deseo
Lisandro de la hermosura,
  y es tan rico, que antes puede
dotarla que pedir dote.

TEODORA:

Aunque tu ingenio me note
de necia, y por tal lo quede,
  no puedo, Pompeyo mío,
dejar de darte a entender
que en dársela por mujer
haces un gran desvarío,
  porque Angélica aborrece
a Lisandro, y no es muy justo
casarla contra su gusto.

POMPEYO:

Lo mismo a mí me parece,
  pero si la desengaño
de que no eres lo que piensa,
cuando no te cause ofensa
ni pueda venirte daño,
  ¿a cuál querrá si tu nombre
viene Angélica a saber?,
¿a ti porque eres mujer,
o a Lisandro porque es hombre?

TEODORA:

  Pompeyo, ¿no era mejor
guardar este ángel de paz,
que a la guerra pertinaz
de tanto parcial furor
  sirviese de medianera,
y casada con alguno,
cesase el bando importuno
que esta república altera?
  ¿No es mejor que tus parientes,
desterrados y perdidos,
de su patria forajidos,
por naciones diferentes,
  vuelvan a sus casas ya
porque te agradezca el cielo
y el mundo ese justo celo?

POMPEYO:

No es eso cosa que está
  en términos de acabarse.
Déjalo agora, por Dios.
Si hay una sangre en los dos,
¿no ves la tuya alterarse?
  Fuera de que no hay quien sea
de cuantos mancebos tiene
el linaje Salinuene,
que honrar tu opinión desea,
  hombre que Angélica estime
ni que nuestra paz pretenda,
y más no teniendo hacienda
con que a quererla se anime.

TEODORA:

  ¿Cómo no? Yo sé que alguno
que sin hacienda la estima,
y que hablándome en mi prima
no ha sido poco importuno...

POMPEYO:

  ¿Es Leonardo?

TEODORA:

El mismo es.

POMPEYO:

Enojado me has, Teodora,
y desto conozco agora
que te mueve otro interés.
  ¿Es posible que tú eres
mi sangre?

TEODORA:

El amor obliga
a amar la sangre enemiga,
o sea en hombres, o en mujeres.
  Hele cobrado afición
de dos veces que le hablé.

POMPEYO:

¿Pues cómo te habló, o por qué?

TEODORA:

Celos de Angélica son,
  que, teniéndolos de mí,
le obligan a lo que ves.

POMPEYO:

Que él me agravie razón es,
pues yo su enemigo fui,
  pero tú con darme parte
de tu loca pretensión,
¿no miras que no es razón?

TEODORA:

Tu bien debo aconsejarte,
  pues consiste en estas paces.

POMPEYO:

Y cuando yo se la diera,
¿qué tratamiento le hiciera?

TEODORA:

Estrañas quimeras haces.
  Haz cuenta que soy agora
de ese Leonardo una hermana,
y ten por cosa muy llana
que soy su hermana Teodora
  con el amor que me tienes
te casas conmigo...

POMPEYO:

Bien.

TEODORA:

... tenemos hijos también
Montanos y Salinuenes...

POMPEYO:

  Di, adelante.

TEODORA:

¿Qué razón
hay porque me trates mal,
si en una coyunda igual
hacen las almas unión,
  y la sangre lo confirma
en hijos que Dios nos da?

POMPEYO:

Cuanto a mí seguro está
mi amor lo firma y lo afirma.

TEODORA:

  Pues lo mismo hará Leonardo.

POMPEYO:

No lo creas.

TEODORA:

Gente viene.
Si esto remedio no tiene,
en vano esperanza aguardo.

(Un CAPITÁN, y criados.)
CAPITÁN:

  ¿Quién es aquí Pompeyo?

POMPEYO:

Yo me llamo
Pompeyo, capitán. ¿Qué se os ofrece
en esta casa?

CAPITÁN:

El senador Faustino
os espera en la suya.

POMPEYO:

Que voy luego
le podéis responder.

CAPITÁN:

No puedo irme
sin vós, que esto me manda.

POMPEYO:

¿Pues voy preso?

CAPITÁN:

No sé, por Dios, pero podéis en duda
desceñiros la espada.

POMPEYO:

La obediencia
que se debe al Senado puede sola
a un caballero desceñir la espada.
Lelio, decildo a Angélica.

TEODORA:

Antes quiero
irme con vós.

POMPEYO:

[Aparte a TEODORA.]
Escúchame.

TEODORA:

¿Qué quieres?

POMPEYO:

No me conviene que a la cárcel vayas,
no se sepa que eres sangre destos bandos
y nos cueste a los dos la vida.
[Al CAPITÁN.]
Vamos,
capitán, donde dices, que pues vienes
con guarda y me has quitado espada y daga,
alguna información siniestra ha sido
la que ha dado ocasión...

CAPITÁN:

Con razón temes.

POMPEYO:

¡Ha, pobre casa al lado de hombre rico!
Chupar quiere la sangre como esponja
la vecindad que con Faustino tengo,
mas Dios, que a Jezabel dio tal castigo,
mi viña librará de mi enemigo.

(Vanse.)
TEODORA:

  Puesta quedo en confusión.
Sin duda la causa ha sido
de aquesta injusta prisión
no haber, Pompeyo, admitido
de Lisandro la afición.
Mal he hecho en estorbar
que la pudiese gozar;
en gran peligro le he puesto.

(CELIA yFABIO.)
CELIA:

Tú me engañaste.

TEODORA:

¿Qué es esto?

FABIO:

¿Cómo te pude engañar?

CELIA:

Lelio está aquí.

FABIO:

  Di, señor,
cuando Celia vino a verte,
¿yo fui el ladrón de su honor?

TEODORA:

¡Buenos venís de esa suerte
acrecentar mi dolor!

FABIO:

  ¿Qué tienes?

TEODORA:

Preso han llevado
a Pompeyo.

CELIA:

¿Pues por qué?

TEODORA:

Un capitán del Senado
vino por él.

CELIA:

Ya lo sé.

TEODORA:

¿Tú sabes que esté culpado?

CELIA:

  ¿Qué más culpa que negar
a Angélica a un poderoso?

TEODORA:

A Angélica voy a hablar.

(Vase.)
CELIA:

Siendo Lisandro su esposo
es fácil de remediar,
  mas tú, traidor que escondido
y de la noche amparado,
en tu señor convertido,
paciste el campo vedado,
¿qué pena habrás merecido?

FABIO:

  Celia...

CELIA:

¿No hay más que negar?

FABIO:

Si no oyes esta razón,
por fuerza te he de dejar.

CELIA:

Negar aquella traición
es un volverme a engañar.
Tente, perro, que tú fuiste
el que a escuras me dijiste
«Lelio soy».

FABIO:

No dije tal.

CELIA:

¿Luego al entrar del portal
ningún abrazo me diste?

FABIO:

  ¡Si ves que yo me quedé
recorriendo las esquinas!

CELIA:

Bien las recorriste, a fe.

FABIO:

¿Es posible que imaginas,
Celia, que yo te engañé?

CELIA:

¿Pues es bien que quede en mí
alguna señal de ti?

FABIO:

Será de quien te gozó,
que no es bien que coja yo
lo que no he sembrado en ti.

CELIA:

  Basta.

FABIO:

¿Pues qué es lo que quieres?

CELIA:

Quien me vengue he de buscar.

FABIO:

Eres mujer.

(Vase.)
(Sale DONATO.)
DONATO:

No te alteres,
Celia, de verme llegar.

CELIA:

Ya sé, Donato, quién eres.
  ¡Pluguiera a Dios que aquel día
que tú me dijiste amores
fuera tal la suerte mía,
que te hiciera más favores
que Tisbe a Píramo hacía,
  y que no aguardara a ver
que este Fabio con engaño
mi honor echase a perder!

DONATO:

¿Tu honor?

CELIA:

Sí, pues hecho el daño
niega que soy su mujer.

DONATO:

  ¡Ha, traidor!, ¿hay tal maldad?
Con razón el hombre niega,
porque con la escuridad
yo fui el que entré por la vega
y cultivé la heredad.

CELIA:

  ¿Qué dices?

DONATO:

Que es sin razón
que cerquen una campiña
de zarza, espino y cambrón,
y que defienda una viña
un hombre con un lanzón,
  que guarden un cohombral
y un melonar ya badea,
un habar y un garbanzal,
y que vuestro huerto sea,
Celia, guardando tan mal.

CELIA:

  ¡Ay, Donato! El haber sido
nosotras la huerta y guarda
es peligro conocido.

DONATO:

Pues si da el fruto el que guarda,
¿quién habrá culpa tenido?

CELIA:

  Maldito seas, amén.
¡Qué hombre para matar
a quien me trató tan bien!

DONATO:

Pues en llegando a tratar
que uñas arriba le den,
  es negocio temerario.
¿Cómo quieres esta muerte?
¿Cazuela, o extraordinario,
sopetón, o de otra suerte,
que llamamos letuario?

CELIA:

¿Qué es letuario?

DONATO:

En la franja
al rostro echalle una zanja
antes que venga a cortar
la cólera, y esto es dar
letüario de naranja.

CELIA:

  ¿Qué es sopetón?

DONATO:

Ha de ser
cuando quiere anochecer,
que entre aquella confusión
se pega de sopetón,
pero no se echa de ver.

CELIA:

  ¿Y cazuela?

DONATO:

Ir todos llenos
de broqueles, diez o doce,
los once mil en los senos,
porque menos se conoce
y cabe una muerte menos.

CELIA:

  Todo lo que has dicho es
infamia y muy de cobardes.

DONATO:

¿Pues qué quieres?

CELIA:

Oye pues,
que cuerpo a cuerpo le aguardes
y cara a cara le des.

DONATO:

  No se usa.

CELIA:

¿Cómo no?
Entre la gente de hecho
y valor siempre se usó.

DONATO:

Fía, Celia, de mi pecho,
y que uno desos soy yo.
  Vereme luego con él.
Como a quien soy le conviene,
y no hagas cuenta dél,
que te hago voto solemne
que pueden doblar por él.
  Angélica viene aquí
con Lelio y con mi señor.

(Salen ANGÉLICA, LEONARDO y TEODORA.)
TEODORA:

¿Tú quejas, mi bien, de mí?

ANGÉLICA:

Lelio, tú has sido traidor.
Solo me quejo de ti.

TEODORA:

  ¿De mí? ¿Por qué, si escondido
está en tu jardín Leonardo,
y como ves ha salido?

LEONARDO:

Señora, la muerte aguardo,
aunque la vida te pido.
No es Lelio en esto culpado;
amor sí, que amor me ha dado
este atrevimiento.

ANGÉLICA:

Mira,
traidor, que incitas la ira
de un corazón agraviado.
  ¿Tú me pretendes aquí,
siendo hijo de quien sabes
y yo hija de quien fui?

LEONARDO:

Y ya no es tiempo que acabes
todo ese rigor en mí.
¿Hasta cuándo, dulces ojos,
durarán estos enojos?
Pero si falta mi vida,
aquí la ofrezco homicida
a tu rigor en despojos.

TEODORA:

  ¡Ay, Angélica!, ¿no ves
un hombre deste valor
para que muerte le des?
Si eres noble vencedor,
mira el contrario a los pies:
rendido está el enemigo.
Perdona.

ANGÉLICA:

Dios me es testigo
que antes la muerte me diese,
que pensamiento tuviese
de verme, infame, contigo,
  y si porque preso está
mi hermano te has atrevido
a entrar donde estás ya,
mátame, la muerte pido,
que más posible será
juntarse la tierra al cielo,
ver árboles en su velo
y el suelo lleno de estrellas,
salir de la mar centellas
y flores del mismo yelo,
  y primero podrá ser
volverse Lelio mujer,
pues cuando mujer se vuelva,
querrá amor que me resuelva
a que te pueda querer.

(Vase.)
DONATO:

  Como víbora pisada
en alzando el pie corrió.

LEONARDO:

Celia amada, ¿qué haré yo
contra una mar alterada,
  contra una roca tan firme,
contra un juez riguroso,
contra un desdén poderoso
que aun no se precia de oírme,
  contra una bala que llega
de la pólvora impelida,
contra una llama encendida
en el trigo que se siega,
  contra un salteador del mar,
contra un amigo ofendido
que no sabe perdonar,
  contra un rayo que se mueve
violentamente a caer,
contra una airada mujer,
para que lo diga en breve?

CELIA:

  Leonardo, el haber tratado
Faustino su casamiento
de Angélica algún intento
habrá en su pecho engendrado.
  Ya Lelio le persuadía.
Preso está Pompeyo, y creo
que de Lisandro el deseo
ha de vencer si porfía.
  Yo no puedo consolarte
si no es que engaños te diga.
Adiós.

LEONARDO:

Celia, Celia amiga.

TEODORA:

Deja, Leonardo, el cansarte,
  que la vida he de perder
o Angélica ha de ser tuya.

LEONARDO:

Es mi enemiga y no es suya,
¿cómo ha de ser mi mujer?

(Sale FABIO.)
TEODORA:

  Fabio es este.

FABIO:

En este punto
Rufino, señor, llegó.
Porque a Pompeyo siguió
y entró a los soldados junto
  dice que es la acusación
que forajidos ampara.

LEONARDO:

¿Hay información?

FABIO:

Bien clara,
aunque es falsa información.

TEODORA:

  ¿Hay testigos?

FABIO:

Dos criados
del Senador.

TEODORA:

¡Lindo enredo!

LEONARDO:

¿Cómo?

TEODORA:

Asegurarte puedo
que son falsos y pagados.

LEONARDO:

  ¿Por qué?

TEODORA:

Porque el Senador
quiere compralle esta hacienda,
y no hay orden que la venda,
aunque le paga el valor;
  tras esto, haberlo negado
para Lisandro a su hermana
hace esta prisión más llana.

LEONARDO:

¡Qué varón justificado!
  ¡Qué patricio consular!
Donato, vente conmigo.

TEODORA:

¿Dónde vas?

LEONARDO:

No te lo digo,
porque me importa callar.

DONATO:

  Fabio, después quiero hablarte.

FABIO:

Donde quisieres iré.

(Vanse.)
TEODORA:

¡Ay de mí! Fabio, ¿qué haré?

FABIO:

No me atrevo a aconsejarte.

TEODORA:

  ¿Por qué?

FABIO:

Porque mi consejo
era decirle a tu hermano
quién eres.

TEODORA:

Consejo vano,
y que por inútil dejo.
  Si está del cielo, arrogantes,
que cesen hoy vuestros bandos;
sirvan a Angélica Orlandos,
Reinaldos y Sacripantes,
  que de Leonardo ha de ser
pese al francés, pese al moro.
Leonardo será el Medoro
desta divina mujer.

FABIO:

  ¡Bravos imposibles son!

TEODORA:

Ven, Fabio, verás qué puede
amor, que a la muerte excede,
y es alma de la razón,
  porque yo pienso... mas ven,
que acá lo sabrás mejor.

FABIO:

No hay poder como el de amor.

TEODORA:

Mis ansias lo dicen bien.

(FAUSTINO, senador, LISANDRO,
POMPEYO con grillos,
CAPITÁN,SABINO, TANCREDO.)
FAUSTINO:

  Pues te busco en la cárcel, no te trato
con el rigor que dices.

POMPEYO:

Señor mío,
nunca yo he sido a tu favor ingrato.
  Aquel campillo pobre junto al río,
cuyo fruto de un soplo solamente
muchos años me roba el cierzo frío,
  era reliquias de la noble gente
que gobernar esta ciudad solía,
y así pude negarle justamente,
  si luego no te di la hermana mía.

FAUSTINO:

Calla, infame, esa boca.

POMPEYO:

¿Por qué causa?

FAUSTINO:

No vivirás cuando amanezca el día.

LISANDRO:

  Señor, ¿qué enojo el que le muestras causa?

FAUSTINO:

¿Es bien que yo le prenda de malicia
o que a la suya vil se ponga pausa?
  Yo te prendo de oficio de justicia,
ni sé de tu heredad ni de tu hermana.

POMPEYO:

¡Ah, cuánto puedes, mísera codicia!

LISANDRO:

  Pompeyo, deja la malicia vana,
mi padre tiene información bastante.

POMPEYO:

¿Información bastante?

LISANDRO:

Cierta y llana.

POMPEYO:

  ¿Quién son testigos?

LISANDRO:

Los que ves delante.

POMPEYO:

¿Vosotros me habéis visto dar amparo
a forajidos?

SABINO:

No hay por qué te espante,
  que lo que hiciste oculto esté tan claro,
porque ningún secreto durar puede.

POMPEYO:

Espero en Dios que os ha de costar caro.
  Lisandro, di a tu padre, pues concede
la ley, con pagar dos mil ducados,
libre por una vez el preso quede,
  que me compre mi casa, huerta y prados,
pues no tengo otra hacienda.

LISANDRO:

Padre mío,
la vida son tesoros estimados.
  Pompeyo, por librarla del impío
cuchillo, fiera, su heredad te vende,
y fuera el no ver darla desvarío.
  ¿Cuánto le dabas?

FAUSTINO:

Hijo, no se entiende
que lo que yo compraba con mi gusto,
ahora el mismo precio comprehende.
  Por ella daba entonces precio injusto.
Del comprar al vender hay gran distancia;
dile tú que se ponga en lo que es justo.

LISANDRO:

  Pompeyo, no pretendas más ganancia
que librar la garganta.

POMPEYO:

Eso pretendo,
que bien sé de la vida la importancia.
  Dársela agora por lo mismo entiendo.

LISANDRO:

Él te vuelve a pedir dos mil ducados.

FABIO:

De que los nombre con razón me ofendo.
  Quinientos le daré.

LISANDRO:

Desconcertados
me parece que andáis.

POMPEYO:

¿De qué manera?

LISANDRO:

Da quinientos.

POMPEYO:

¡Ha, cielos enojados!
  Porque me veis en esta cárcel fiera,
el cuchillo, Faustino, a la garganta,
adonde tu maldad quiere que muera
  con falsa información, que la ley santa
de la justicia rompe claramente,
robas mi hacienda con malicia tanta,
  pues antes que mi huerta darte intente
por precio vil, el corazón me sobra
para morir, villano. Injustamente
  pones la falsa opinión por obra;
la viña de Nabot será la mía,
después de muerto lo que pierdo cobra.
  Dios que te mira, te dará algún día
el justo pago de mi injusta muerte.

FAUSTINO:

Matarele.

LISANDRO:

¡Señor, señor, desvía!
  Ya es ido, ya se fue. ¿De aquesta suerte
te descompones?

FAUSTINO:

Capitán, al punto
la infame sangre de sus venas vierte.

CAPITÁN:

  Ya voy.

LISANDRO:

Detén.

CAPITÁN:

La causa te pregunto.

LISANDRO:

Angélica es la causa.

CAPITÁN:

En vano intentas
quitar el filo a su garganta junto.

LISANDRO:

  Padre y señor.

FABIO:

Mi justo enojo aumentas.
¿Tú de rodillas?

LISANDRO:

A su hermana adoro;
si ha de ser su mujer, tu sangre afrentas.
  Señor, yo buscaré tan presto el oro,
que antes de una hora...

FABIO:

Vete de mis ojos,
infame hijo cuya afrenta lloro,
  que bien siente el villano mis enojos,
que bien los venga.

LISANDRO:

Yo daré primero
la vida a tu venganza por despojos.

(Vase LISANDRO.)
(Entre[n] LEONARDO, DONATO,
con una caja, o cofrecillo.)
LEONARDO:

Hablar al Senador, amigos, quiero.

CAPITÁN:

  Leonardo hablarte quiere.

FABIO:

Entre Leonardo,
y alegrarase de saber que muere
de su contrario bando el más gallardo.

LEONARDO:

  Guárdete, señor, el cielo.

FABIO:

Leonardo, seas bien venido.

LEONARDO:

Que has sentenciado he sabido
a Pompeyo.

FABIO:

¡Es justo celo
  que esto te cause alegría!

LEONARDO:

Antes me dio tal pesar,
como si viniera a dar
su golpe en la sangre mía.

FABIO:

  ¿Por qué, siendo tu enemigo?

LEONARDO:

¿Enemigo? No lo creas,
hasta que en mi efeto veas
si soy verdadero amigo.
  En este cofre contados,
como agora podrás ver,
en oro vengo a traer,
señor, los dos mil ducados.
  Estos te traigo en moneda,
que en voluntad traigo el mundo,
porque a peligro segundo
reservo la que me queda.
  Tómalos, y vayan luego
para darle libertad.

FABIO:

¿Habéis tratado amistad?

LEONARDO:

Está menos vivo el fuego.
  No me examines, señor,
pero manda que le den
libertad.

FABIO:

Está muy bien,
esto sin duda es amor.
  Notable debe de ser,
si este también la procura,
la celestial hermosura
desta notable mujer.
  Lisandro la vio y la adora;
este saca de prisión
a Pompeyo; efetos son
del gran valor que atesora.
  ¡Qué mal tomaré venganza
en el trazado castigo,
pues que su propio enemigo
me ha quitado la esperanza!
  Mas la parte que me toca
de aquesta condenación
sirve de satisfación,
y a blandura me provoca.
  ¿Capitán?

CAPITÁN:

¿Señor?

FAUSTINO:

Al punto
dad libertad a Pompeyo
sin escándalo plebeyo.

CAPITÁN:

Ya estaba en corrillos junto,
  tratando y haciendo apuestas
sobre su muerte o su vida.

FAUSTINO:

Brava hazaña.

CAPITÁN:

Nunca oída.

FAUSTINO:

Mucho valor manifiestas.
  Quédate, Leonardo. Adiós.

(Vanse FAUSTINO y el CAPITÁN.)
LEONARDO:

Él te guarde. Oíd, amigos.
¿Sois por dicha los testigos
de aqueste pleito los dos?

SABINO:

  Sí, señor.

LEONARDO:

Id a mi casa,
que os quiero dar para guantes.

SABINO:

En grandezas semejantes,
tu fama, Leonardo, pasa
  la de César y Alejandro.

DONATO:

Más justo fuera, por Dios,
que fueran leña estos dos
de Faustino y de Lisandro.
  ¿Dineros les quieres dar,
siendo dos falsos testigos?

LEONARDO:

Así trazan los castigos
los que se quieren vengar.
  Donato, en entrando en casa
los dos infames que ves,
atados manos y pies,
luego verás lo que pasa.
  Con riendas de mis caballos
por la intentada maldad,
sin tener dellos piedad,
mil azotes pienso dallos,
  y pues la codicia ha sido
la que al Senador venció
de la casa que heredó
un hombre tan bien nacido,
  esta noche le echaremos
fuego a la suya.

DONATO:

Señor,
mira que es notable error.

LEONARDO:

¿Por qué?

DONATO:

Porque abrasaremos
  la de Pompeyo, que está
junto a la suya.

LEONARDO:

Antes quiero
abrasársela primero.

DONATO:

Bueno, por Dios, quedará,
  pues que no tiene otra hacienda.

LEONARDO:

Yo se la sabré labrar.

DONATO:

Pues si la quieres quemar,
mejor será que la venda.

LEONARDO:

  Quémola porque no diga
el Senador que es traición;
este incendio y sinrazón
le castigue de por sí.
  Pegaré fuego a su casa,
que vale diez mil ducados,
con que quedamos vengados.

DONATO:

Bien dices, que si se abrasa
  la de Pompeyo primero,
no tendrá que murmurar,
y tú la podrás labrar,
como de tu mano espero.
  Mas mira que podrá ser
que esté Angélica en ella.

LEONARDO:

¿Qué fuego podrá encendella
si amor no tiene poder?
  Mas mira que en viendo preso
a su hermano, la dejó
y a la ciudad se volvió.

DONATO:

Ama con notable exceso.
  No te quiero aconsejar
sobre negocios de hacienda.

LEONARDO:

Deja, Donato, que encienda
aquel famoso lugar
  donde como fénix ardo.

DONATO:

Dineros tienes, y amor.

LEONARDO:

No logrará el Senador
los que ha tomado a Leonardo.

(Vanse.)
(POMPEYO, preso, y TEODORA.)
POMPEYO:

  De que hayas entrado aquí
recibo mayor dolor.

TEODORA:

¿Que estás sentenciado?

POMPEYO:

Sí,
y que todo su rigor
quiere ejecutar en mí.

TEODORA:

  ¡Pluguiera, Pompeyo, al cielo
que a Lisandro hubieras dado
a Angélica!

POMPEYO:

De mi celo
queda tu amor obligado,
que es en mi muerte consuelo.
  No se la di por tu gusto,
de que tanto mal me viene,
aunque haberte amado es justo,
y pues tanto rigor tiene
este senador injusto,
  oye en mi muerte dos cosas,
que quiero hacerte albacea.

TEODORA:

¿En desdichas tan forzosas,
mano[s], quién habrá que crea
que habéis de estar temerosas?
  No dudes, dulce señor,
de lo que tu vida quiero,
que antes que con tal furor
te pase el cuchillo fiero,
me ha de haber muerto el dolor.
Si halló espada rigurosa
Tisbe, y torre Hero famosa,
árbol, Mirra, Filis, llanto,
Porcia, brasas, Julia, espanto,
y áspides Cleopatra hermosa,
  ¿por qué de la misma suerte,
mientras el luto te vistes,
no habrá fuego o hierro fuerte,
que también para los tristes
hubo remedio en la muerte?

POMPEYO:

  Deja, mi amada Teodora,
tu vida que guarde el cielo.
En mi muerte piensa agora,
porque ha de llegar recelo
antes que salga el aurora.
  Las dos cosas que te pido
en aqueste testamento,
con que de ti me despido,
son de mi casa el aumento
y de Angélica el marido.
No des por precio ninguno
  mi castillo al Senador,
ni a ese vil hijo importuno
mi Angélica, si mi amor
te obliga a tenerme alguno,
  y pues me aparto de ti
para morir en mi muerte,
por último bien me di
quién eres, y de qué suerte
te apasionaste de mí.

TEODORA:

  Pompeyo, si yo viviere
después de tu muerta vida,
y el alma tanto sufriere
que, estando a la tuya asida,
con la tuya no saliere,
  yo cumpliré el testamento,
de que palabra te doy
como quien soy, y está atento,
para que sepas quién soy.

POMPEYO:

Espera, que gente siento.

(Sale[n] el CAPITÁN y el ALCAIDE.)
CAPITÁN:

Alcaide, esta orden me dan.

ALCAIDE:

Digo, señor capitán,
que basta decirlo vós.

POMPEYO:

Teodora, quédate. Adiós.

TEODORA:

Pues estos, ¿adónde van?

POMPEYO:

  A estorbarme tanto bien,
como era el saber quién eres.
Dame estos brazos.

TEODORA:

¿También
me matas tú?

POMPEYO:

No hay qué esperes;
vete, y la muerte me den.
  ¿Cómo amigos? ¿Hasta el día
no se pudiera esperar?
¿Tanto va en la muerte mía?
¿Piensa Faustino ocultar
al cielo su tiranía?
¿Piensa que su injusta ira
no ve el cielo? ¿A quién admira?
No hay noche en sus luces bellas,
porque todas sus estrellas
son ojos con que nos mira.
  Llevadme, ¿qué me miráis?

ALCAIDE:

¡Buenas albricias nos dais
de que libertad tenéis!

POMPEYO:

¿Qué decís?

CAPITÁN:

Que iros podéis,
y que yo vengo a que os vais.

POMPEYO:

  ¿Moviose a piedad Faustino?

CAPITÁN:

No fue por ese camino;
dos mil ducados le dio
quien no imaginara yo
que hiciera tal desatino.
  Antes por cosa más clara
tenía que, si faltara
verdugo, él mismo viniera
y de este oficio sirviera.

POMPEYO:

  Flavio, el nombre me declara.

CAPITÁN:

Leonardo, vuestro enemigo.

POMPEYO:

¡Válgame el cielo!

CAPITÁN:

¿Esto pasa?
Venid, Pompeyo, conmigo.

POMPEYO:

Lelio, vamos a mi casa,
que tengo que hablar contigo.

TEODORA:

  Hazañas de amigo son.

POMPEYO:

La libertad me ha quitado.

TEODORA:

¿Por qué razón?

POMPEYO:

En razón
de que en su prisión me ha echado,
sacándome de prisión.

(Vanse.)
(Salgan LISANDRO, y dos criados,
PERSIO, y SEVERO.)
LISANDRO:

  No los puedo hallar, y muero.

PERSIO:

Es mucho dos mil ducados.

LISANDRO:

¡Ay, Persio amigo! ¡Ay, Severo!
¡Qué de amigos hay prestados,
que nunca prestan dineros!

SEVERO:

  Corre por ley en el mundo
el faltar en la ocasión.

LISANDRO:

Hoy me anega un mar profundo.
¿Estos los amigos son
en quien mi esperanza fundo?
  Solo son ya los amigos
para convites y fiestas.

SEVERO:

De los bienes son testigos,
porque a las cosas molestas
son como los enemigos.

LISANDRO:

Pues industria ha de valer
donde no llega el poder.
Aquí viene aquella ingrata,
que como veneno mata,
y engaña como mujer.
  Conceded todos conmigo
que sin duda fuera sale.

(Salen ANGÉLICA y CELIA
con mantos, y FABIO.)
ANGÉLICA:

Venga del cielo el castigo
que a tanta maldad iguale.

LISANDRO:

Señora...

ANGÉLICA:

¡Fiero enemigo!

LISANDRO:

  No es, deidad, la paga igual
al amor que me debéis.
Pues en esta ocasión tal,
vivo a Pompeyo tenéis,
no es bien que me tratéis mal.

ANGÉLICA:

  ¿Vivo cómo?

LISANDRO:

Yo he pedido
su vida; se me ha otorgado
con un honesto partido
que ya queda concertado.

ANGÉLICA:

¿Y es?

LISANDRO:

Que soy vuestro marido,
  y así manda vuestro hermano
que os vais conmigo a la huerta
de mi padre.

ANGÉLICA:

Aunque yo gano,
por ser la nobleza cierta
de un patricio ciudadano,
  mas por restaurar la vida
de Pompeyo vuestra soy.

LISANDRO:

Dadme, Angélica querida,
la mano.

ANGÉLICA:

La mano os doy.

(Entren POMPEYO,TEODORA y LEONARDO.)
POMPEYO:

Hará lo que yo le pida.

LISANDRO:

  Ea, vamos a mi casa
de campo. Escucha, Severo.

LEONARDO:

Gente por la calle pasa.

LISANDRO:

Gozar de Angélica quiero,
que como Orlando me abrasa,
porque una vez degollado
su hermano, si la he gozado,
¿quién me lo puede estorbar?

TEODORA:

En fin, ¿se la quieres dar?

POMPEYO:

Ya vengo determinado.

ANGÉLICA:

  Fabio, ¿iré?

FABIO:

¿Pues qué has de hacer,
si esta es orden de tu hermano?

ANGÉLICA:

Celia, ¿acierto?

CELIA:

¿Qué has de hacer?
Tu remedio está muy llano;
ser de Lisandro mujer.

LISANDRO:

  Por aquí podremos ir.

ANGÉLICA:

Digo que ya voy con vós.

(Topa con POMPEYO y TEODORA.)
POMPEYO:

¿Qué es esto?

LISANDRO:

¿Qué he de decir?
Que este es su hermano, por Dios.

SEVERO:

Ya no hay remedio de huir.

ANGÉLICA:

  ¡Hermano del alma mía!

POMPEYO:

¿Dónde vas de aquesta suerte?

ANGÉLICA:

A obedecerte quería,
por lib[r]arte de la muerte.

POMPEYO:

¿Quién viene en tu compañía?

ANGÉLICA:

  El que me das por marido,
con quien a su huerta voy.

POMPEYO:

¿Es Lisandro?

LISANDRO:

Sí, yo he sido.

POMPEYO:

Pues yo a Angélica te doy.

LISANDRO:

Pompeyo, todo es fingido;
  no pude hallar el dinero
con que librarte quería.
Y a mover mi padre fiero,
llevaba en mi compañía
a Angélica, por quien muero.
  Todo lo ha trazado amor,
pues ya estás libre, y pues sabes
de mi ascendencia el valor.
Mi hacienda y oficios graves,
¿a quién la darás mejor?

POMPEYO:

  Lisandro, yo te la diera,
si ya no la hubiera dado,
y tu voluntad creyera
de tu nobleza obligado.

LISANDRO:

¿Pues a quién la has dado?

PERSIO:

Espera,
  dos cosas quiero saber
de qué suerte las hicieras,
consistiendo en tu poder:
si del que enemigo vieras
quisieras amigo hacer,
  y le dieras una hermana
a quien te diera la vida.

LISANDRO:

Cualquiera pregunta es llana,
que la paz está admitida
por la mejor prenda humana.

POMPEYO:

Pues Leonardo es mi enemigo,
y quiero hacerle mi amigo,
la vida me dio, y le quiero
dar mi hermana.

LISANDRO:

¿Ya qué espero?
Mi muerte a juzgar me obligó.

POMPEYO:

  Y aunque es la paga sencilla
de hazaña que maravilla
a los ejemplos pasados,
por esos dos mil ducados
le doy mi pobre casilla.

(Entre DONATO alborotado.)
DONATO:

  ¿Qué hacéis, señores, aquí?
¿No veis la grita que suena?
¿No veis corriendo la gente,
que unos con otros se encuentran?
¿No veis que dan voces, fuego,
y que hasta las mismas lenguas
de las campanas repiten
«que se quema, que se quema»?

LISANDRO:

¿Qué se quema que das voces?

DONATO:

Quémase la casa y huerta
de Pompeyo.

POMPEYO:

¿Hay más fortunas?
¿Qué desventuras son estas?

LISANDRO:

Dime, amigo, ¿y ha llegado
a las de mi padre?

DONATO:

Quedan
las llamas haciendo Troya
torres, cimientos y almenas;
ya van quemando las salas
de oro y pinturas cubiertas,
de bufetes y escritorios,
de brocados y de telas;
de suerte crecen las llamas,
y por todas partes vuelan,
que, como no caben dentro,
salen por rejas y puertas;
los caseros y hortelanos
con sus mujeres a cuestas
van por aquellos jardines.
Hechos rústicos Eneas,
«fuego, fuego», dan voces; fuego suena
y solo Paris dice: «Abrase a Helena».

LISANDRO:

Allá me parto, señores,
por ver si algo se remedia.
Ya que quedo sin mujer,
no es bien quedar sin hacienda,
que si con ella no pude
gozarte, Angélica bella,
pobre, ¿qué valor tendré?

(Vase.)
DONATO:

Tarde vas, todo se quema:
«fuego, fuego», dan voces; fuego suena,
Faustino la mamó, y alguien se huelga.

LEONARDO:

No te entristezcas, Pompeyo.

POMPEYO:

¿Cómo que no me entristezca?

TEODORA:

Aquí está quien te ha vengado,
tiempo vendrá que lo sepas.
Deja quemar de Faustino
la casa, gasto y riqueza,
aunque abrasalle diez mil,
cuatro mil ducados cuesta,
que yo labraré tu casa,
y pondré sobre las puertas,
con tus armas y las mías,
de oliva coronas bellas.
Aquellos falsos testigos
con dos mil azotes quedan,
en vez de guantes, pagados.

DONATO:

Yo sé quién los tuvo a cuestas,
y más que no ha sido engaño
decir que por guantes vengan,
que los guantes son de cuero,
y de cuero son las riendas,
y los calzaron tan justos,
que como salmón en ruedas
quedó las de su fortuna,
como dieron tantas vueltas.

POMPEYO:

Trazas son de tu valor,
mas también quiero que entiendas
que me caso si te casas.

LEONARDO:

Dichosas y alegres nuevas.

POMPEYO:

Dale, Angélica, la mano
a Leonardo.

ANGÉLICA:

¿Que pretendas
darme un hombre tú, enemigo?

LEONARDO:

Ya sin razón me desprecias,
porque la mano me has dado,
y aqueste anillo por prenda,
siendo Lelio el alcahuete.

TEODORA:

Cumple agora tu promesa.
Tú dijiste que serías
su mujer, hermosa Angélica,
si yo mujer me volviese.
Pues ya es bien que a serlo vuelva:
yo soy mujer.

POMPEYO:

Y lo es mía,
puesto que no sé quién sea.

TEODORA:

Hermana soy de Leonardo,
que desde niña pequeña
me llevó Constancio a Roma.
Murió en Malta, dando vuelta
de Túnez, y aquesta cruz
fue suya, porque con ella
quise ver de aquestos bandos
la enemiga competencia.

LEONARDO:

Hermana, Teodora...

POMPEYO:

Esposa...

CELIA:

Señores, oigan a Celia,
a quien ha engañado Fabio.

FAUSTINO:

Celia, no es razón que mientas.

CELIA:

Teodora sabe, traidor,
que enamorándome della
tú me gozaste una noche.

DONATO:

Siempre es la noche alcahueta.

FAUSTINO:

Señora, di la verdad.

TEODORA:

Donato.

DONATO:

[Aparte.]
Agora me pescan.

TEODORA:

¿Por qué, si a Celia gozaste,
no quieres pagar la deuda?

DONATO:

¿Qué terciopelos me dio?
¿Qué damascos, o qué telas?

LEONARDO:

Ea, que ya no hay remedio.
Tú has de casarte con ella.

DONATO:

Pobres hombres, que nos cogen
en cualquiera ratonera
con dos deditos de queso,
como a perros entre puertas.

CELIA:

Ah, ¿sí? Pues yo no le quiero.

DONATO:

Ea, Anaxarte, sirena,
no andemos en «no cheriba»,
que le abriré la cabeza.

POMPEYO:

Démonos todos las manos,
¿mas no hay casa donde sean
las bodas?

LEONARDO:

Grande es la mía.

TEODORA:

Pues vamos todos a ella;
contarete mil historias.

FABIO:

¿Ya de Fabio no te acuerdas?

POMPEYO:

Aquí, discreto Senado,
dan fin Los bandos de Sena.