Los complementarios (Machado)

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​Los complementarios​ de Antonio Machado
(Cancionero apócrifo)
Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela
               I 
  Esta maldita fiebre 
que todo me lo enreda, 
siempre diciendo: ¡claro! 
Dormido estás: despierta. 
¡Masón, masón! 
                       Las torres 
bailando están en rueda. 
Los gorriones pían 
bajo la lluvia fresca. 
¡Oh, claro, claro, claro! 
Dormir es cosa vieja, 
y el toro de la noche 
bufando está a la puerta. 
A tu ventana llego 
con una rosa nueva, 
con una estrella roja, 
y la garganta seca. 
¡Oh, claro, claro, claro! 
¿Velones? En Lucena. 
¿Cuál de las tres? Son una 
Lucia, Inés, Carmela; 
y el limonero baila 
con la encinilla negra. 
¡Oh, claro, claro, claro! 
Dormido estás. Alerta. 
Mili, mili, en el viento: 
glu-glu, glu-glu, en la arena. 
Los tímpanos del alba, 
¡qué bien repiquetean! 
¡Oh, claro, claro, claro!
           
             II
En la desnuda tierra
            
             III
Era la tierra desnuda,
y un frío viento, de cara,
con nieve menuda.
  Me eché a caminar
por un encinar de sombra:
la sombra de un encinar.
  El sol las nubes rompía
con sus trompetas de plata.
La nieve ya no caía.
  La vi un momento asomar
en las torres del olvido.
Quise y no pude gritar.
 
            IV
  ¡Oh, claro, claro, claro!
Ya están los centinelas
alertos. ¡Y esta fiebre
que todo me lo enreda!...
Pero a un hidalgo no
se ahorca; se degüella,
seor verdugo. ¿Duermes?
Masón, masón, despierta.
Nudillos infantiles 
y voces de muñecas.
          —
  ¡Tan-tan! ¿Quién llama, di?
—¿Se ahorca a un inocente
en esta casa?
         —Aquí
se ahorca, simplemente.
         —
  ¡Qué vozarrón! Remacha
el clavo en la madera.
Con esta fiebre... ¡Chito!
Ya hay público a la puerta.
La solución más linda
del último problema.
Vayan pasando, pasen;
que nadie quede fuera.
 	 —
  —¡Sambenitado, a un lado!
—¿Eso será por mí?
¿Soy yo el sambenitado,
señor verdugo?
                      —Sí.
          —
  ¡Oh, claro, claro, claro!
Se da trato de cuerda,
que es lo infantil, y el trompo
de música resuena.
Pero la guillotina,
una mañana fresca...
Mejor el palo seco,
y su corbata hecha.
¿Guitarras? No se estilan.
Fagotes y cornetas,
y el gallo de la aurora,
si quiere. ¿La reventa
la hacen los curas? ¡Claro!
¡¡¡Sambenitón, despierta!!!
 
            V
  Con esta bendita fiebre
la luna empieza a tocar
su pandereta; y danzar
quiere, a la luna, la liebre.
De encinar en encinar
saltan la alondra y el día.
En la mañana serena
hay un latir de jauría,
que por los montes resuena.
Duerme. ¡Alegría! ¡Alegría! 
         
           VI
  Junto al agua fría,
en la senda clara,
sombra dará algún día
ese arbolillo en que nadie repara.
Un fuste blanco y cuatro verdes hojas
que, por abril, le cuelga primavera,
y arrastra el viento de noviembre, rojas.
Su fruto, sólo un niño lo mordiera.
Su flor, nadie la vio. ¿Cuándo florece?
Ese arbolillo crece
no más que para el ave de una cita,
que es alma —canto y plumas— de un instante,
un pajarillo azul y petulante
que a la hora de la tarde lo visita.

              VII
  ¡Qué fácil es volar, qué fácil es!
Todo consiste en no dejar que el suelo
se acerque a nuestros pies.
Valiente hazaña, ¡el vuelo!, ¡el vuelo!, ¡el vuelo!

             VIII
  ¡Volar sin alas donde todo es cielo!
Anota este jocundo
pensamiento: Parar, parar el mundo
entre las puntas de los pies,
y luego darle cuerda del revés,
para verlo girar en el vacío,
coloradito y frío,
y callado —no hay música sin viento—.
¡Claro, claro! ¡Poeta y cornetín
son de tan corto aliento!...
Sólo el silencio y Dios cantan sin fin.

           IX
Pero caer de cabeza,
en esta noche sin luna,
en medio de esta maleza,
junto a la negra laguna... 
           —
  —¿Tú eres Caronte, el fúnebre barquero?
Esa barba limosa...
               —¿Y tú, bergante?
—Un fúnebre aspirante
de tu negra barcaza a pasajero,
que al lago irrebogable se aproxima.
—¿Razón?
        —La ignoro. Ahorcóme un peluquero.
—(Todos pierden memoria en este clima.)
—¿Delito?
        —No recuerdo.
                  —¿Ida, no más?
—¿Hay vuelta?
              —Sí.
                —Pues ida y vuelta, ¡claro!
—Sí, claro... y no tan claro: eso es muy caro.
Aguarda un momentín, y embarcarás.

                X
¡Bajar a los infiernos como el Dante!
¡Llevar por compañero
a un poeta con nombre de Lucero!
¡Y este fulgor violeta en el diamante!
Dejad toda esperanza... Usted, primero.
¡Oh, nunca, nunca, nunca! Usted delante.
               —
  Palacios de mármol, jardín con cipreses,
naranjos redondos y palmas esbeltas.
Vueltas y revueltas,
eses y más eses.
«Calle del Recuerdo». Ya otra vez pasamos
por ella. «Glorieta de la Blanca Sor».
«Puerta de la luna». Por aquí ya entramos.
«Calle del Olvido». Pero ¿adónde vamos
por estas malditas andurrias, señor?

  —Pronto te cansas, poeta.
—«Travesía del Amor»...
¡y otra vez la «Plazoleta
del Desengaño Mayor»!...
 
           XI
—Es ella... Triste y severa.
Di, más bien, indiferente
como figura de cera.
            —
  —Es ella... Mira y no mira.
—Pon el oído en su pecho
y, luego, dile: respira.
             —
  —No alcanzo hasta el mirador.
—Háblale.
         —Si tú quisieras...
—Más alto.
         —Darme esa flor.
¿No me respondes, bien mío?
¡Nada, nada!
Cuajadita con el frío
se quedó en la madrugada.
 
         XII
¡Oh, claro, claro, claro!
Amor siempre se hiela.
¡Y en esa «Calle Larga»
con reja, reja y reja,
cien veces, platicando
con cien galanes, ella!
¡Oh, claro, claro, claro!
Amor es calle entera,
con celos, celosías,
canciones a las puertas...
Yo traigo un do de pecho
guardado en la cartera.
¿Qué te parece?
            —Guarda.
Hoy cantan las estrellas,
y nada más.
         —¿Nos vamos?
—Tira por esa calleja.
—Pero ¿otra vez empezamos?
«Plaza Donde Hila la Vieja».
Tiene esta plaza un relente...
¿Seguimos?
          —Aguarda un poco.
Aquí vive un cura loco
por un lindo adolescente.
Y aquí pena arrepentido,
oyendo siempre tronar,
y viendo serpentear
el rayo que lo ha fundido.
«Calle de la Triste Alcuza».
—Un barrio feo. Gentuza.
¡Alto!... «Pretil del Valiente».
—Pregunta en el tres.
                —¿Manola?
—Aquí. Pero duerme sola:
está de cuerpo presente.
¡Claro, claro! Y siempre clara,
le da la luna en la cara.
—¿Rezamos?
           —No. Vamonós.
Si la madeja enredamos
con esta fiebre, ¡por Dios!,
ya nunca la devanamos.
... Sí, cuatro igual dos y dos.